jueves, 31 de mayo de 2012

Mi biblioteca favorita


Javier Paz García
Mario Vargas Llosa comenzó su discurso de aceptación del premio Nobel diciendo que aprender a leer es la cosa más importante que le ha pasado en la vida. Yo no me animo a hacer semejante afirmación, pero comparto con Vargas Llosa la pasión por los libros. Debo (tergiversando a Borges) tal pasión a la conjunción de mi madre y su pequeña biblioteca. Ésta consta de dos estantes de un poco más de dos metros de alto cada uno. No llega a completar ni un hexágono de la Biblioteca de Babel, pero sin embargo es en cierta forma infinita. En sus anaqueles conocí la Francia de  Richelieu y D'Artagnan, sufrí las penurias de Jean Valjean, entré en la atormentada mente de Raskolnikov, combatí contra molinos de viento y escuché las ocurrencias de Sancho, tuve la grata sorpresa de conocer la picardía de don Francisco de Quevedo, participé de la fundación de Macondo junto a los Buendía, memoricé y olvidé hechos y fechas de la historia contemporánea, viajé por el Oriente con la princesa muerta… Conocí el mundo de una forma que solo es posible a través de la literatura y adquirí un vicio placentero, saludable y barato.
Ver a mi madre leyendo un libro es una de las escenas más frecuentes de mi infancia. Eso, sus frecuentes invocaciones para que yo lea y el tener esa pequeña pero infinita biblioteca me convirtieron en ávido lector. Por ello le estoy infinitamente agradecido.
Comenzando la adolescencia comencé mi primer libro grueso: Los Tres Mosqueteros de Alejandro Dumas. El volumen superaba las 600 páginas y yo pensaba que tardaría meses o años en acabarlo. Leía una o dos páginas y miraba el índice para ver cuánto me faltaba y no entendía cómo la gente podía leer cosas tan largas. También me acuerdo cuando mi madre me dijo que no lea Luna de Locos de mi tío Manfredo Kempff, por “no ser apta para menores”: su advertencia fue el mejor aliciente para leerlo a escondidas con una avidez desenfrenada.
Aprendí de ella que uno tiene que leer lo que le gusta y que la fama de un libro o de un autor no es motivo suficiente para leerlo o admirarlo, que la lectura es ante todo un acto hedonista y que no vale la pena leer algo que nos aburre.
Hoy somos colegas de lectura, comentando o recomendándonos libros mutuamente y tengo el inmenso de placer de haberle anoticiado algunos libros que le han gustado. Es un tipo de placer propio de los lectores: el de sugerir una aventura y alegrarse al saber que la sugerencia no estuvo equivocada. Es para mí también una forma de agradecimiento por tener esa maravillosa biblioteca que fue parte tan importante de mi infancia y juventud como lo fueron los juntes de primos, las jugadas de fútbol, las idas al campo o los recreos de colegio.      
Y porque yo disfruté tanto de esa pequeña biblioteca es que recomiendo a quienes tienen hijos, que adquieran libros y construyan su pequeña biblioteca para que les den a sus hijos la opción y la oportunidad de conocer mundos a los que solo se puede llegar a través de la literatura.
Santa Cruz de la Sierra, 31/05/12
http://javierpaz01.blogspot.com/

1 comentario:

Guely of Sweden dijo...

Y despues uno querrá esos preciados ejemplares en su propia biblioteca. Linda entrada! Uno se siente identificado aunque no haya vivido exactamente lo mismo.