viernes, 22 de septiembre de 2017

Celebrando la libertad

Javier Paz García
La mayoría de la gente considera erróneamente a septiembre como el mes de Santa Cruz. La ciudad de Santa Cruz de la Sierra se fundó el 26 de febrero de 1561 en las serranías de Chiquitos y llegó a su actual sitio en 1595. Mucho tiempo después, el 24 de septiembre de 1810 estalla en la ciudad una insurrección independentista, que muchos celebramos cada año, sin saber a qué se debe la fiesta.
Según Hernando Sanabria Fernández en su Breve historia de Santa Cruz, la guerra de la independencia “no fue la arrebatada colisión entre españoles y americanos, en la que con depurado idealismo lucharon los unos por conseguir la libertad de su tierra, mientras con bárbara sinrazón se obstinaban los otros en mantenerla sojuzgada. Tal es la versión simplista y corriente de nuestras historias convencionales… La pugna de los unos por obtener las fuentes de riqueza, a las que, como nativos de la tierra, se creían con mejor derecho contra la resistencia de los otros que porfiaban en retenerlas a toda costa, fue la causa primordial que motivó esa lucha larga, cruenta y azarosa.” En Los últimos días coloniales en el Alto Perú, Gabriel René Moreno explica cómo los independentistas hicieron uso de silogismos y aprovecharon el hecho de que Napoleón había puesto a su hermano José como rey de España, para justificar la lucha independentista como un rechazo a esta situación y una muestra de fidelidad al depuesto Fernando VII. Por otro lado, debemos considerar que la intención de los criollos era lograr la autodeterminación para ellos, sin dar derechos a los indios y negros que allí vivían.
A pesar de esto, la guerra de la independencia, tanto a nivel local como continental tenía una influencia liberal inspirada en escritores como John Locke, Jean Jacques Rousseau, como también las revoluciones americana de 1776 y francesa de 1789. Los cruceños no celebramos la fundación ni la independencia el 24 de septiembre, sino el inicio de una lucha independentista, celebramos un anhelo universal del ser humano. El énfasis entonces durante este mes, no debería estar sobre el majadito, el cuñapé o el sombrero de sao, sino sobre los ideales de la libertad, sobre el espíritu crítico del hombre, sobre el derecho de autodeterminación de los pueblos, sobre los derechos civiles y políticos inalienables, sobre una verdadera autonomía por la que seguimos luchando luego de casi 200 años de pertenecer a esta república.  
Santa Cruz de la Sierra, 17/09/17
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Poder político y subsidiaridad

Javier Paz García
Con motivo de la necesidad de un pacto fiscal, el presidente del comité cívico, Fernando Cuéllar dijo que “gritamos porque queremos a una Santa Cruz libre del sometimiento de los políticos malos”. A la frase le sobra la palabra “malos”. ¿O es que queremos estar sometidos a políticos buenos, a tiranos ilustrados? El ideal sería que todos los bolivianos (y no solo los cruceños) estuvieran lo menos sometidos al poder político.
El poder político se construye a costa de las libertades civiles. Mientras más poder tiene un Estado, menos poder tienen los ciudadanos. Por ejemplo, mientras mayor discrecionalidad tienen los políticos para dictar leyes, mayores son los abusos a los que está sometido el pueblo. Otro ejemplo, los ingresos de un Estado dependen de los impuestos que recauda. Mientras más impuestos recauda, mayor es su poder. Pero los impuestos vienen del trabajo de las personas, es decir que mientras más recauda el Estado, menos retienen los ciudadanos el fruto de su trabajo.
El pacto fiscal, tal como se lo ha planteado, busca distribuir recursos que actualmente maneja el gobierno nacional para que sean manejados por los gobiernos departamentales y municipales. Esto es bueno, ya que mientras más cercano está el poder político al ciudadano, en general, mejor es su desempeño y su fiscalización. Por ello todos los Estados democráticos aplauden (por lo menos de palabra) el principio de subsidiaridad bajo el cual, hay que procurar que la mayor cantidad de competencias estén en manos de los gobiernos más cercanos al ciudadano, es decir los gobiernos municipales y así vayan escalando a gobiernos departamentales y luego el nacional. Pero siguiendo este mismo principio, deberíamos dejar que el ciudadano tenga la mayor cantidad de atribuciones sobre lo que le compete a su ser, y que el Estado en todos sus niveles trate de intervenir lo menos posible en su vida. El ideal sería entonces que el Estado recaude la menor cantidad de impuestos posible y deje en el bolsillo de los ciudadanos la mayor cantidad del fruto de su trabajo.  
El pacto fiscal procura aumentar el poder de los políticos locales a costa de los nacionales, eso es un avance, pero no es suficiente para tener un país “libre del sometimiento de los políticos” (malos y buenos). Los cambios deben ir mucho más allá, reduciendo impuestos, respetando los derechos humanos, garantizando la seguridad jurídica y la propiedad privada. Esas son las reformas para liberarnos del sometimiento a los políticos.
Santa Cruz de la Sierra, 10/09/17

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El desafío terrorista

Javier Paz García
La Europa actual es uno de los lugares más abiertos del mundo. Se puede ser creyente o no creyente, católico, protestante, budista, musulmán o ateo, sin sufrir ninguna persecución por parte del Estado. Se puede ser blanco, negro o amarillo y vivir en paz y tranquilidad. La mujer goza de iguales derechos que el hombre y puede vestirse como quiera y hacer el amor con quien quiera, sin ser apedreada. La libertad de expresión es amplia y las personas pueden maldecir al gobierno y al país sin correr el riesgo de ser perseguidas, acosadas o encarceladas por el Estado. En fin, los europeos han aprendido a ser tolerantes los unos a los otros, a aceptar que los seres humanos somos diferentes y tenemos derecho a serlo.
Los europeos han interiorizado una serie de valores como el derecho de cada persona a ejercer su libertad y el respeto y la tolerancia de unos a otros como la base de la convivencia. El fundamentalismo islámico choca frontalmente con estos valores porque sostiene que las personas no tienen derecho a creer en nadie más que en Alá,  que es lícito matar infieles, que la mujer tiene menos derechos que el hombre y debe sojuzgarse a él. Esto plantea un problema de convivencia entre dos visiones opuestas e incompatibles. La gente tiene derecho a profesar la fe musulmana como también tiene derecho a ser imbécil, pero no tiene derecho a obligar a otros a serlo. Y si el fundamentalismo islámico utiliza el terrorismo para matar a gente aleatoriamente, dentro de la tolerante Europa, esto plantea serias amenazas a los valores del viejo continente. ¿Cómo luchar contra el terrorismo islámico sin coartar los derechos de los musulmanes pacíficos? ¿Cómo mantener un sistema de tolerancia y libertad y a la vez mantener la seguridad y el orden público en un entorno de amenazas terroristas? ¿Cómo compatibilizar la libertad de expresión con el discurso fratricida y violento de los fundamentalistas? Las respuestas no son sencillas y no hay soluciones mágicas a estas preguntas, por ello, junto con el auge del fundamentalismo islámico, en Europa también surgen movimientos nacionalistas y xenófobos. El terrorismo no solo pone en juego la vida de las personas, sino un modelo de sociedad pacífico, donde priman el respeto y la tolerancia hacia los otros. El desafío terrorista consiste en exterminar el terrorismo y a los terroristas sin sacrificar los valores de libertad y tolerancia que distinguen a Europa. El desafío es inmenso.
Santa Cruz de la Sierra, 20/08/17

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domingo, 17 de septiembre de 2017

Ideología y periodismo

Javier Paz García
El gremio periodístico a nivel mundial pretende inculcar la idea de que un buen periodista debe estar libre de ideologías y que su único objetivo debe ser la búsqueda de la verdad. Tal proposición implica una disyuntiva entre ideología y búsqueda de la verdad lo cual no es cierto. Y es que la ideología, entendida de una manera amplia, no es más que el conjunto de principios y valores que guían nuestro comportamiento y nos ayudan a decidir si algo es bueno o malo. Bajo este criterio, no existe una sola persona libre de ideología. Habrá gente que cree en el cielo y el infierno, otros en la reencarnación otros en que no existe Dios ni vida eterna; unos que ven al Estado como la encarnación del pueblo, otros que lo ven como el expoliador del individuo; unos que estiman la propiedad privada como sacrosanta y quienes la consideran como el origen de todos los males sobre la tierra; algunos que aspiran ser honestos y otros cuyo objetivo es enriquecerse a toda costa… en fin, las posibilidades son infinitas, pero es imposible que una persona esté libre de tener un conjunto de ideas sobre la vida, la metafísica, la sociedad, el Estado, la libertad, el poder, el ser, etc. que forman su ideología.
Siendo que el periodista es también una persona, necesariamente tiene que tener una ideología y esto se manifiesta desde los temas en los que elije trabajar. Un columnista de opinión, por ejemplo, tiene literalmente millares de temas sobre los cuales podría escribir y cada vez que le toca escribir, debe decidirse por uno solo. Tal decisión está guiada por su orientación ideológica. Digamos que el editor de un periódico envía a un reportero a cubrir una noticia. Incluso ahí, el reportero debe decidir el enfoque, los entrevistados, las preguntas y una serie de cosas donde la ideología del reportero forma parte del proceso de toma de decisiones, incluso tratando de ser objetivo y teniendo a la búsqueda de la verdad como meta única.
La ideología es el lente a través el cual vemos y comprendemos el mundo. Como tal, todos tenemos uno. Habrá quienes tengan un lente más acertado y otros quienes tengan un lente bastante distorsionado, pero no existe quien vea el mundo sin lente, “tal como es”. No existe una disyuntiva entre poseer una ideología y buscar la verdad y más al contrario, toda buena ideología tiene que tener la búsqueda de la verdad como uno de sus fundamentos.

Santa Cruz de la Sierra, 09/04/17

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Capitalismo y cooperación

Javier Paz García
Si escucha a alguien hablar peyorativamente sobre el “capitalismo salvaje”, podrá inferir con un alto grado de certidumbre que el locutor entiende poco o nada de capitalismo. La historia de la humanidad se caracteriza por sistemas políticos de dominación de unos  pocos favorecidos por la servidumbre de muchos. Desde las dinastías chinas, hasta las monarquías europeas decimonónicas, desde el imperio romano hasta el imperio incaico, desde la Esparta guerrera hasta los países comunistas, la persona común ha visto sus posibilidades de elegir reducidas o eliminadas. Elegir gobernantes, elegir su religión, elegir donde vivir, elegir migrar, elegir en qué y con quién trabajar, es decir, elegir en todas sus dimensiones.
El capitalismo es una excepción en la historia de dominación y explotación del hombre por el hombre. La esencia del capitalismo es la libertad del individuo y la libertad de cada persona para elegir qué quiere hacer con su vida, la libertad de asociarse para emprender un negocio, para emplearse o emplear a otras personas, etc. Y cuando los seres humanos ejercen su libertad, la única manera de lograr que la gente haga cosas juntas, es mediante la cooperación voluntaria. En un sistema capitalista no se puede obligar a las personas a trabajar para cierta empresa, sino que hay que ofrecerles salarios competitivos y condiciones adecuadas. En un sistema capitalista no se puede obligar a la gente a que escuche cierta radio, lea cierto periódico, consuma ciertos alimentos o vaya a tal o cual escuela, como sí ocurre en sistemas opresivos como el comunista.
Y por supuesto, en un sistema capitalista florece una forma altruista de cooperación: la beneficencia. Se multiplican las campañas para donar y ayudar a los necesitados, para operar de labio leporino a las personas de escasos recursos, se crean escuelas y universidades, algunas con fines de lucro y otras no, algunas más caras y otras más baratas, algunas muy buenas y otras mediocres, pero que al final sirven a la sociedad. En una sociedad libre se encuentran soluciones a los problemas colectivos y como en el caso de Santa Cruz de la Sierra, la sociedad puede organizarse para crear cooperativas de agua, electricidad y telefonía, sin que intervenga el Estado.
Como decía Milton Friedman, el capitalismo es la libertad de elegir. Amartya Sen acota que la libertad es el camino al desarrollo porque, como notaba Adam Smith, nadie puede velar por los asuntos de uno mejor que uno mismo.
Santa Cruz de la Sierra, 13/08/17
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