domingo, 17 de abril de 2011

Hacia una noción realista del Estado

Javier Paz García
Muchos asumen que el Estado antepone el bien común por sobre los intereses particulares y que por lo tanto el Estado es benévolo y que por contraste el sector privado es egoísta y malévolo. Las ideologías colectivistas no son más que la apoteosis de esta noción, que llevada al extremo lleva a proponer el control total por parte del Estado de la propiedad, los medios de producción, las ciencias e incluso el pensamiento y la religión.
Esta idea del Estado presupone funcionarios estatales moralmente superiores al resto de la población; presupone personas honestas y desinteresadas de aquello que no sea “el bien común”; presupone también funcionarios intelectualmente superiores al resto, capaces de guiar a la nación hacia destinos gloriosos; presupone cierto consenso sobre lo que significa “el bien común” y cómo alcanzarlo.
En la realidad no sucede así. El aparato estatal está compuesto por personas comunes, con similares ambiciones y aspiraciones que el resto de la población. Un profesor de colegio fiscal no es más noble, ni más inteligente por trabajar para el Estado, que un profesor que trabaja en un colegio particular. Un diputado o un ministro piensa tanto en su bolsillo como lo hace un empresario privado. Un empresario privado puede estar tan interesado en labores de beneficencia y desarrollo económico como un político de carrera.
El aparato estatal no está exento de luchas de poder y el Estado en la práctica es un gran generador de intereses particulares, de monopolios, de acciones que consideran todo menos “el bien común”. El hecho de que los funcionarios estatales manejen dinero que no les pertenece y que no les cuesta, hace que muchas decisiones sean tomadas de manera irresponsable, genera también corrupción y pillaje. De hecho no es infrecuente que mediocres, burros y pícaros sean políticos exitosos.
Ante este escenario, la solución de quienes tienen esta noción idílica del Estado es cambiar de funcionarios y darle más poder al Estado. Creen que el Estado es bueno pero que los funcionarios son malos y que por tanto la solución para reconducir el Estado es sacar a los malos y meter a los buenos. Y quienes entran siguen siendo tan humanos como los anteriores, con sus propias aspiraciones personales. Y así se genera un círculo vicioso donde ante el fracaso del Estado, la solución es darle más poder al Estado, produciendo gobiernos cada vez más autoritarios.
Esta visión idílica del Estado es dañina porque nos impide hacer un diagnóstico acertado sobre los problemas del Estado y por lo tanto no nos permite plantear soluciones adecuadas para los mismos. Es peligrosa porque puede conducirnos a otorgar demasiado poder al Estado, llegando incluso al totalitarismo.
Una visión realista del Estado, no debe tener premisas irreales. No debe basarse en utopías donde todos son buenos, sabios, generosos y honestos, sino en el mundo real, donde cada ser humano posee sus vicios y virtudes. El Estado se debe construir pensando en que será manejado por seres imperfectos, llenos de apetitos personales. Ignorar esta realidad es condenar al Estado al fracaso.
Santa Cruz de la Sierra, 14/04/11
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sábado, 9 de abril de 2011

Racismo y libertad de expresión

Javier Paz García
Construir sociedades abiertas (siguiendo a Karl Popper), requiere de un alto grado de tolerancia. Requiere especialmente de una defensa abrumadora de la libertad de expresión. Requiere defender el derecho de otros a expresar sus ideas, no importa cuán idiotas o retorcidas creamos que sean. Es precisamente cuando surgen discursos que la mayoría reprocha, donde se pone a prueba la tolerancia y la libertad de expresión en una sociedad.
El racismo es un tema que puede poner a prueba el nivel de civilidad y tolerancia de una sociedad. Y es encomiable que la sociedad y el Estado luchen contra el racismo, pero esa lucha no se debe sobreponer a la defensa intransigente del derecho de cada ciudadano a expresar libremente sus ideas. Pocas cosas pueden ser tan importantes como la libertad de expresión para preservar una sociedad de ciudadanos libres, es por ello que una de las primeras cosas que los regímenes autoritarios hacen es limitarla. Permitirle al Estado que cercene la libertad de expresión, incluso cuando se utiliza para expresar ideas que la mayoría desaprueba, puede abrir las puertas a mayores limitaciones… y a la tiranía.
Para preservar una sociedad abierta, la libertad de expresión debe ser protegida, incluso cuando es utilizada para promover ideas que la mayoría desaprueba, como son las ideas racistas, de la misma manera que protegemos el derecho de cada uno a profesar su religión, aunque no sea la nuestra.
Esto no quiere decir que el racismo no deba ser rechazado y combatido. Pero como dije antes, se lo debe combatir con ideas, con educación y con el rechazo de la gente hacia quienes expresan opiniones racistas. Por ejemplo quienes rechazan el racismo tienen todo el derecho de no entablar amistad ni hacer negocios con personas o instituciones que promuevan el racismo. Un medio de prensa privado tiene todo el derecho de no dar cobertura a personas racistas. Y por supuesto, el Estado debe aplicar la ley contra quienes van más allá del discurso y cometen actos de violencia contra otras personas.
El rechazo generalizado de la sociedad, la educación y la concienciación son las mejores armas contra el racismo. Un buen ejemplo de esto es el grupo de supremacía blanca Ku Klux Klan en Estados Unidos. Son gente que declara abiertamente su odio por quienes no son blancos descendientes de anglosajones. Son en su mayoría lo que los americanos llaman basura blanca (white trash): gente pobre, con poca educación, resentida con la sociedad que se junta a beber cerveza y a lamentarse de su situación. Viven en una sociedad que mayoritariamente los rechaza, los ignora, y los mira como una curiosidad anacrónica. Son irrelevantes e inofensivos. Y tienen el derecho de decir todas las estupideces que deseen, pero no tienen quien los escuche.
Santa Cruz de la Sierra, 07/04/11
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domingo, 3 de abril de 2011

Defendiendo principios liberales y a fumadores

Javier Paz García
En muchos lugares del mundo, el Estado prohíbe fumar cigarrillos en sitios de propiedad privada. Por ejemplo hace apenas unos días el gobierno de Uruguay decidió multar al Hotel Sheraton por permitir a Joaquín Sabina fumar durante una conferencia de prensa. Según reportes de prensa el monto podría llegar a los 11.000 dólares. Este es un ejemplo donde, ante la ausencia de principios que guíen nuestra conducta, nos alineamos según nuestra conveniencia: los fumadores en contra de la medida, y los no fumadores a favor.
Yo no fumo, y pocas cosas me son más molestas que el humo del cigarrillo. Creo sin embargo que cada persona debe tener la libertad de elegir sus preferencias e incluso sus vicios. Y me parece fantástico que el Estado prohíba que se fume en oficinas públicas, pero no estoy de acuerdo en que el Estado prohíba que se fume en sitios de propiedad privada, incluso cuando son de uso público como ser restaurantes u hoteles. Para evitar malinterpretaciones, debo aclarar que no estoy en contra de que, por ejemplo, el dueño de un restaurante decida prohibir fumar a sus clientes, sino que sea el Estado quien lo prohíba.
Alguien dirá que el Estado prohíbe fumar para proteger a las personas que no fuman. Sin embargo el argumento es falaz porque nadie es forzado a entrar a lugares donde se fuma. Además, sucede a menudo que el propio mercado, cuando se lo deja en libertad, encuentra soluciones a las preferencias de los consumidores; en la mayoría de los casos, en los lugares donde se aplicó este tipo de leyes, ya existían restaurantes y hoteles que prohibían o limitaban las áreas de fumadores.
Alguien dirá que estas leyes son buenas porque fumar es malo para la salud. Entonces deberíamos aplicar el mismo principio a la infinidad de cosas que son malas para la salud, como consumir bebidas alcohólicas, comer demasiada carne roja, no hacer ejercicios regularmente, no comer frutas ni ensaladas, etc., y que sin embargo el Estado no regula. Probablemente la mayoría de los ciudadanos no estarían dispuestos a que el Estado controle el régimen alimenticio.
Y es que el tema no debe estar basado sobre si es bueno o malo para la salud, (todos los fumadores saben que fumar es malo) sino sobre el inmenso poder que delegamos al Estado cuando le permitimos normar asuntos que son netamente de interés privado y personal, y el riesgo de que dicho poder sea cada vez más opresor. Defender principios liberales implica defender la libertad de otros, incluso cuando esa libertad ajena nos sea molesta u odiosa. Defender la libertad de otros es una forma de defender nuestra libertad. Muchos tiranos han querido imponer su visión moral sobre sus gobernados. A veces el camino a la servidumbre puede comenzar por algo tan sencillo, aparentemente incontrovertible, apolítico y noble como ser prohibir fumar.
Santa Cruz de la Sierra, 01/04/11
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viernes, 1 de abril de 2011

Sobre el fin del capitalismo y otras bellaquerías

Javier Paz García
Karl Marx no era loco ni tonto, era un pensador extraordinario, pero se equivoco en la mayoría de sus predicciones (Karl Popper, en La Sociedad Abierta y sus Enemigos muestra la pobre capacidad profética del autor de El Capital). Marx fue uno de los primeros pensadores en indagar sobre los ciclos económicos del capitalismo, aportando así a esta ciencia. Sin embargo, profetizó (y se equivocó) que los ciclos económicos se harían más intensos hasta acabar con el capitalismo.
Ya ha pasado más de una década desde aquella profecía, y el capitalismo, a pesar de sus ciclos económicos, es más dinámico que nunca. De hecho, hoy casi todo el mundo, incluidas la ex Unión Soviética y China ha adoptado sistemas más o menos capitalistas y hasta Fidel Castro (tal vez luego de haberse fumado unos habanos cargados con algo más que tabaco) en un raro despliegue de sinceridad admitió que el comunismo no sirve para nada.
Sin embargo, siguen existiendo agoreros y charlatanes pronosticando el fin del capitalismo. Entre los tantos bellacos, tal vez mis favoritos son Hugo Chávez y Evo Morales, cuyas ocurrencias están a la altura de las de Quevedo o Cervantes. Por ejemplo, Hugo Chávez anunció recientemente un descubrimiento que estremeció a la comunidad científica mundial: que en Marte hubo vida, pero el capitalismo acabo con ella. Por su parte, el Estado Plurinacional de Bolivia no se queda atrás, ya que Evo recientemente anunció que el capitalismo es culpable de los terremotos. Y podemos concluir de las palabras de su ministro de comunicación, el futurólogo Iván Canelas, que si el mundo le hubiera hecho caso a Evo, se hubiera evitado el terremoto y el tsunami de Japón.
Es tan “plurifacético” nuestro pluripresidente que también es secretario de los cocaleros, futbolista, trompetista, yatiri, salvador del planeta y luz del universo, entonces, ¿por qué no puede ser científico? Además recordemos que S.E. también ha descubierto las causas de la homosexualidad y la calvicie, y ha pronosticado el desempleo total para los peluqueros en 50 años más. Pero Morales no está solo en sus investigaciones científicas, tiene un canciller que ha descubierto que las piedras son fornicadoras empedernidas y que la hoja de coca es un excelente sustituto de la leche para los niños. También tiene un club de super-amigos entre los que se encuentra el iraní Ahmadinejad, quien ha pronosticado el fin del capitalismo para dentro de poquísimo, ha puesto en evidencia que el holocausto judío fue un invento y ha descubierto que el atentado a las torres gemelas fue auto-infligido. Está también el comunista renegado Fidel Castro, abuelito de Evo Morales a quien la vejez no le resta la habilidad para la literatura fantástica.
No creo que después del rodillazo, Evo vuelva a ser candidato serio al premio Nobel de la Paz, pero podría hacer un compendio de la sabiduría adquirida por él y sus amigazos (¿por qué no incluirlo al pobre Gadaffi también?) para que sean candidatos al de literatura.
Santa Cruz de la Sierra, 24/03/11
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