martes, 30 de julio de 2013

En defensa de Snowden

Javier Paz García
Inicio este artículo expresando mi admiración y respeto por Mario Vargas Llosa, pensador liberal al igual que yo. Debo hacerlo porque a continuación voy a criticar su postura con respecto al caso de Edward Snowden.
En su artículo Jubilar a los espías Vargas Llosa postula que “ejercitar la libertad en contra de la legalidad solo se justifica en países donde la legalidad está reñida con aquella”, y que en Estados Unidos no existe esta situación y que por lo tanto es condenable el accionar de Snowden. Esta postura básicamente justifica un doble estándar: está bien denunciar las acciones ilegales e inmorales de gobiernos totalitarios, pero está mal hacer lo mismo con gobiernos democráticos. Vargas Llosa afirma que la privacidad no existe por la prensa amarillista. ¿Y es que acaso eso justifica que los gobiernos espíen a sus ciudadanos de manera inconstitucional? Afirma que para hacer respetar el derecho a la privacidad existen leyes cuyos costos y tiempo las hacen inutilizables. Pero anteriormente critica que Snowden no haya recurrido a ese engorroso e ineficiente sistema judicial para ventilar sus denuncias. Critica que Snowden busque asilo en países que evidentemente tienen gobiernos represores de la libertad. Sin embargo debemos acotar que más que una elección de Snowden, es una consecuencia de que países verdaderamente democráticos le cierran las puertas ante el temor de las represalias de Estados Unidos. Para ejemplo nada mejor que la actitud sumisa y vergonzante de España, Francia y Portugal que le negaron el espacio aéreo al presidente de Bolivia ante el mero chisme de que Snowden se encontraba en su avión. Vargas Llosa afirma acertadamente que “Snowden no ha revelado nada que cualquiera que tiene dos dedos de frente sabía ya”. Tampoco es novedad que los políticos roban y mienten, pero eso no significa que cuando sale a la luz un caso de un político corrupto, uno vaya a justificarlo y dejarlo pasar. El espionaje masivo del gobierno de Estados Unidos va en contra de los derechos civiles protegidos bajo su propia constitución. El edificio que resguarda la declaración de independencia y la constitución de Estados Unidos, lleva inscrito en sus paredes la siguiente cita “La eterna vigilancia es el precio de la libertad”. Acciones como las de Snowden son parte de esa eterna vigilancia y evitan que gobiernos más o menos respetuosos de la libertad como el de los Estados Unidos, caigan en la tentación totalitaria como los de Venezuela y Bolivia.
Santa Cruz de la Sierra, 21/07/13

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miércoles, 24 de julio de 2013

Contrarevolución en Egipto

Javier Paz García
En mi artículo Revolución en Egipto (El Deber, 11/12/2012) hacía notar que en Egipto había llegado la democracia pero que ello no era sinónimo de libertad, y que el gobierno de Mohamed Mursi, se encaminaba más bien a cercenar libertades fundamentales e imponer ideas del fundamentalismo musulmán.
Muy a mi pesar aquel pronóstico se ha cumplido. La mayoría de los egipcios eligió democráticamente a un gobierno que quiere imponer sus preceptos religiosos a toda la nación. Tal imposición implica un cercenamiento de libertades y derechos humanos ampliamente reconocidos. Por ello una minoría que teme perder sus libertades civiles se ha insurreccionado contra un gobierno elegido democráticamente que sin embargo actúa de manera autoritaria. La idea de levantarse contra gobiernos autoritarios y liberticidas no es nueva. Por ejemplo John Locke defendía explícitamente el derecho de los ciudadanos a destronar a un rey cuando éste se convertía en un tirano; con lo encomiable que son los movimientos pacifistas y la admiración que tengo por personajes como Martin Luther King, Mahatma Gandhi o Nelson Mandela, podemos tener plena seguridad que si George Washington o Simón Bolívar no hubiesen tomado las armas, no se hubiese logrado la independencia americana.
En el caso egipcio existe legitimidad de ambos lados. Mursi tiene la legitimidad de haber sido elegido por la mayoría en elecciones libres. Los insurrectos tienen la legitimidad de estar luchando por preservar sus libertades civiles. El problema radica en los abusos de poder cometidos por el gobierno de Mursi. La solución por lo tanto debe basarse en consensuar una constitución que preserve y garantice las libertades civiles y políticas de todos los ciudadanos y ponga límites el poder del Estado. Entre las libertades que dicha constitución debe garantizar están la libertad de religión, la libertad de expresión, y el igual trato de hombres y mujeres ante la ley. Llegar a esa solución no es fácil. La mayoría musulmana debe comprometerse a respetar los derechos de las minorías. Pero incluso si los movimientos fundamentalistas musulmanes estuvieran dispuestos a dar tales garantías, existe la duda legítima (y reforzada por las acciones del gobierno de Mursi) sobre su compromiso a cumplirlas. Además están de por medio las Fuerzas Armadas, cuya cúpula es la que efectivamente tiene el poder y que no debe tener mucho interés en devolverlo a la sociedad civil y correr el riesgo de ser sustituida o incluso encarcelada. 
Santa Cruz de la Sierra, 14/07/13

domingo, 21 de julio de 2013

Evo en su salsa

Javier Paz García
Si hay algo que le gusta a Evo Morales es victimizarse. Desde sus inicios en los sindicatos cocaleros hasta su ascensión a la presidencia, una constante de la estrategia propagandística de Evo ha consistido en presentarse como la víctima. Inmediatamente después de ganar las elecciones se paseó con la misma chompa por todo el mundo contando que Bolivia era una especie de Sudáfrica donde se practicaba el apartheid, donde a los indios que aprendían a escribir se les cortaban las manos. Sin negar que en Bolivia existe racismo y discriminación como lo existe en todo el mundo, debemos dejar claro que esa versión de Evo es muy alejada de la realidad y responde a una estrategia de victimización que es casi un leitmotiv suyo.
Un comportamiento muy común en los seres humanos es el de sentirnos causantes de nuestras victorias y víctimas de nuestros fracasos. Evo lleva esta actitud hasta la hipérbole. Todo lo bueno que sucede en su país, e incluso en el planeta tierra y por qué no, también en el universo sideral es consecuencia de su sabiduría y accionar. Por el contrario, nada es su culpa. Todo lo malo que pasa es culpa del imperio, de la oligarquía, etc. ¡Hasta los terremotos son culpa del capitalismo! A cada rato inventa conspiraciones de las cuales dice tener pruebas que nunca presenta.
Cuando en Bolivia abundan los casos de corrupción y extorsión que involucran a personas del más alto nivel del gobierno, cuando la violencia y la inseguridad ciudadana no dan tregua, cuando los movimientos indígenas y obreros que creyeron en cantos de sirena empiezan a desencantarse, cuando abundan obras fantasmas, o construcciones a medias para las cuales ya se han hecho todos los desembolsos, cuando luego de siete años de gobierno no se le puede seguir echando la culpa a los predecesores, cuando no hay DEA, ni embajador de Estados Unidos, ni oposición a quien culpar de tantos problemas que sufre el país, entonces sucede el incidente del avión que le cae como anillo al dedo al presidente. De pronto todos los problemas cotidianos pasan a segundo plano y vemos a Evo Morales nuevamente en su mejor papel, el de víctima. The show must go on.
Santa Cruz de la Sierra, 07/07/13

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viernes, 12 de julio de 2013

El origen de la indignación

Javier Paz García
Los movimientos de indignados desde Europa hasta Latinoamérica tienen en común que sufren las consecuencias de los Estados de bienestar en proceso de descomposición. El Estado de bienestar, una amalgama de socialismo redistribuidor con liberalismo político, promete a sus ciudadanos educación, salud, empleo, vivienda, etc. Para ello impone un sistema de impuestos altos, proteccionismo y en general traba y dificulta la actividad económica. Mientras el capital instalado previamente a la construcción del sistema de bienestar sigue vigente, el Estado es capaz de recaudar fondos suficientes para seguir construyendo el sistema, y efectivamente otorga los servicios prometidos aunque a menudo de mala calidad (los sistemas públicos de salud y educación son generalmente malos). Este proceso puede tomar diez o veinte años, pero tarde o temprano las inversiones disminuyen, la actividad económica se desacelera, el desempleo aumenta y aparecen los indignados. Aparecen quienes se dan cuenta que el Estado les cobra impuestos suficientes para subvencionar servicios de primera y que a cambio reciben servicios de tercera categoría; aparecen quienes protestan por la corrupción e ineficiencia del aparato político; aparecen los jóvenes que no consiguen trabajos porque el Estados ha impuesto las suficientes trabas para evitar que el sector privado los contrate. Y todos ellos tienen razón al sentirse indignados. El problema radica en el diagnóstico que dan del problema y su solución. Quienes reclaman por mejores servicios no piensan en privatizarlos, sino en que el Estado milagrosamente los mejores y que además les baje los impuestos; quienes protestan por la corrupción, no piensan en reducir las atribuciones del Estado, sino en cambiar a sus funcionarios e incluso aumentar sus atribuciones y su poder; quienes protestan por el desempleo, no exigen leyes laborales más flexibles, sino al contrario más inflexibles. Por supuesto todo ello empeora el problema.
El origen de la indignación surge de la promesa incumplida de los políticos de garantizar el bienestar a todos y por contraparte de las expectativas creadas por millones de personas que llegan a creer que el bienestar económico no debe surgir del esfuerzo propio sino que es un “derecho” que el Estado está obligado a cumplir. Los indignados tienen razón cuando protestan contra el fracaso del Estado de bienestar que se les prometió, se equivocan cuando exigen más Estado de bienestar.
Santa Cruz de la Sierra, 30/06/13

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