viernes, 28 de noviembre de 2014

Una agenda posible para la oposición liberal


Javier Paz García

La siguiente legislatura estará controlada por el partido de gobierno. Por lo tanto, podemos suponer que las leyes que salgan de ahí darán más poder al Estado en desmedro de la libertad de los ciudadanos. Los legisladores de oposición en la mayoría de los casos tendrán un rol testimonial de rechazo y protesta contra la aplanadora oficialista o apoyarán las tantas leyes inútiles que salen del Congreso Nacional como declarar a tal ciudad como la capital del durazno.

Sin embargo existen áreas donde un parlamentario liberal puede conseguir el apoyo de sus colegas socialistas para avanzar en una agenda que beneficie a la población. La cantidad de trámites al que está sometido el ciudadano, junto a su inutilidad, redundancia y morosidad es apabullante. Una legislatura que no dictara más leyes que aquellas que facilitan, agilizan o mejor aun, eliminan tanto trámite pasaría a la historia como una de las mejores del país.

Para ejemplo tomemos el caso de la inspección técnica vehicular. Para obtener esta viñeta es necesario ir a un banco a hacer cola y luego hacer unas colas del demonio ante la policía. Solo basta ver los micros en el centro de la ciudad botando un humo más negro que la noche para concluir que la inspección técnica es una payasada cuyo único propósito es generar ingresos para la policía. Y si uno calcula la producción perdida por miles de personas que en vez de trabajar y producir tienen que hacer tales colas bajo el endemoniado sol oriental o el terrorífico frio occidental, no puede sino concluir que este asunto es un despropósito muy caro. No debe haber un ciudadano boliviano que se oponga a eliminar completamente este solapado impuesto, a menos que el ciudadano sea miembro de la policía o funcionario de gobierno.

Otro ejemplo es la necesidad de hacer un memorial con un abogado para declarar que se perdió el pasaporte o que uno se lo quiere quedar por tener visas vigentes.  ¿Por qué no tener en la misma oficina de migración formularios que sirvan como declaraciones juradas? Semejante medida ahorraría tiempo al ciudadano que tramita un pasaporte, ahorraría el dinero que le tiene que pagar a un abogadillo de pacotilla para que cambie el nombre a su archivo de Word, imprima, firme y selle el documento y obligaría a docenas de abogados a buscarse un trabajo más útil para la sociedad.

Y así podemos seguir con cada repartición del Estado, con cada trámite, con cada requisito, con cada cola que el Estado nos obliga a sufrir a nosotros, los pobres ciudadanos.

Santa Cruz de la Sierra, 23/11/14

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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Cosas que yo no entiendo



Javier Paz García
Este fin de semana se ha mantenido en mi pensamiento, a veces en primer plano, en otras ocasiones como una melancolía subyacente permeando la cotidianidad, la noticia del bebé de 8 meses que murió a causa de una vejación sexual. Tal vez estas cosas no me deberían sorprender; después de todo, cada día mueren niños por hambre, por negligencia, por violencia familiar, por guerras y por miles de motivos (inicialmente escribí “niños inocentes” ¿pero acaso un niño puede ser culpable?).
La muerte y el sufrimiento de un niño, sea por causas naturales o no, es algo que yo no entiendo y es una de las razones por las cuales no creo en el Dios omnisciente, omnipotente, benévolo y misericordioso del cristianismo; ese Dios y este mundo, ni siquiera con la noción del libre albedrío (¿qué libre albedrío ejerció ese bebé?), me parecen compatibles (aunque, como Unamuno, quisiera creer). Pero a pesar de mi incredulidad, de mi posición agnóstica, no creo ser un completo hedonista. Creo que, aunque tenemos la misión principal de ser felices, también tenemos la obligación de no dañar al prójimo, de no mentir, de no robar, de no causar un daño que no sea justificable como una defensa de nuestra vida, integridad y propiedad; de hecho, en concomitancia con una noción muy cristiana, considero que el mejor camino hacia la felicidad es el amor y me alegro de ver a personas felices a mi alrededor como también me entristezco por el sufrimiento ajeno (tal vez Descartes tiene razón y estas ideas innatas me las pone Dios). También creo que no hay mayor responsabilidad que la protección de los hijos, ni mayor placer que verlos felices. Por ello no entiendo cómo un padre puede dejarlos en el abandono.
La muerte de este bebé, se asemeja a una inevitable tragedia griega. La indefensa criatura es arrebata de padres alcohólicos para su protección y muere por el maltrato de sus supuestos protectores. He alzado a mi hijo de dos meses pensando en su completa indefensión y dependencia; pensando que aquél bebé que falleció era tan indefenso y tan dependiente como el mío, como el que yo tengo en mis brazos. Cuando suceden estas cosas, cuando una criatura inocente sufre injusta e innecesariamente, cuando surgen entre nosotros los comportamientos más depravados y crueles, este mundo me resulta incomprensible.
Santa Cruz de la Sierra, 16/11/14
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jueves, 13 de noviembre de 2014

La inmoralidad del elector

Javier Paz García
Los seres humanos por naturaleza tenemos un doble estándar. Uno para nosotros, y otro para los demás. Protestamos airadamente cuando alguien se estaciona en doble fila y entorpece el tráfico o peor aun, nos impide salir con nuestro vehículo, reclamamos por la suciedad en las calles, nos molesta que el micro cruce el semáforo en rojo y nos ofende que un millonario evada impuestos, pero nosotros no tenemos tanto reparo en estacionarnos en doble fila, botar un papelito en la calle porque ya está sucia, cruzar el semáforo cuando recién se puso rojo, ni en comprar sin factura. Creo que todos los seres humanos en algún grado pecamos de incoherentes en beneficio propio.
En nuestro relacionamiento con el Estado sucede lo mismo. El productor de caña quiere que el Estado le otorgue créditos subvencionados y le garantice cierto precio mínimo a su azúcar, pero no quiere pagar los impuestos que implicarían seguir esa política con todos los productos de una canasta básica; el consumidor de azúcar quiere que el Estado le garantice un precio máximo, pero si ese consumidor es un taxista no quiere que el Estado le diga a cuánto debe vender una carrera, si es médico a cuanto debe cobrar una consulta, si es productor de tomates a cuanto debe vender sus tomates, etc. Los gremios empresariales quieren que el Estado les subvencione el diésel, créditos y los ayude en épocas de crisis, pero se molestan si se cortan las exportaciones, se regulan los precios, se aumenta el salario o se decreta un doble aguinaldo. Los manufactureros de textiles quieren que se prohíba la importación de ropa pero no reclaman si se permite la importación de trigo. Y así podemos continuar ilustrando cómo queremos que el Estado nos provea a un precio reducido aquello que no producimos y nos compre a un precio beneficioso aquello que producimos; cómo queremos ayudas e incentivos para nosotros y regulación y control para todos los demás. Esta incoherencia que en última instancia es un acto de inmoralidad conlleva a elegir políticos, no de acuerdo a sus características de honestidad, probidad y capacidad (si es que algún político las tuviera), sino a los intereses que tal o cuál político defenderá. La consecuencia lógica es que los políticos exitosos serán aquellos que plasmen los deseos de los grupos de interés más numerosos y mejor organizados, lo que finalmente produce populistas como Hugo Chávez, Lula da Silva o Evo Morales.
Santa Cruz de la Sierra, 07/11/14
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viernes, 7 de noviembre de 2014

La ética del elector

Javier Paz García
En las tertulias y programas de debate político a menudo se critica a los políticos por mil y un razones, pero poco se repara en hacer una crítica del único que puede darles poder: el elector. Y es que, al menos en un sistema democrático, la única forma en que una agrupación política puede llegar al poder es a través del voto popular. Por supuesto, se puede admitir que una mayoría circunstancial elija a un gobernante que resulte no ser apto para el cargo; después de todo, nadie es perfecto y el pueblo también se equivoca. Pero cuando declaramos que todos los políticos que han llegado al poder han sido y siguen siendo malos, entonces debemos concluir que existe una falla estructural y permanente de los electores.
La falla puede deberse a ignorancia sobre los candidatos. Sin lugar a dudas todos los electores sufrimos de falta de información sobre el carácter de los candidatos y la plausibilidad de sus propuestas. Esto no solo porque los candidatos mientan y traten de esconder sus defectos para ganar votos, sino también porque informarse es caro. Una mujer que madruga para hacer desayuno a sus hijos, prepararlos para el colegio, va a trabajar y vuelve de noche para estar unos momentos con sus hijos antes de que se duerman no tiene tiempo para hacer una evaluación profunda de los candidatos. O mejor dicho, su tiempo es muy caro para dedicarlo a un trabajo que probablemente no cambiará el resultado final de la elección. Si la ignorancia racional predomina a la hora de elegir políticos, tendríamos que esperar que a veces elijamos bien y otras mal.
Pero la sistemática elección de malos políticos puede deberse a una decisión racional de los electores, dirigida a conseguir beneficios gremiales, dejando de lado consideraciones de ética e idoneidad sobre los candidatos. Bajo esta hipótesis, el elector no consideraría si un político es honesto o mentiroso, probo o ladrón, capaz o incapaz, sino simplemente si sus políticas le van a beneficiar en el corto plazo. Si existen suficientes electores con estas características, entonces podemos esperar la aparición de políticos populistas que hipotequen el futuro del país para conquistar a los votantes y para quienes actuar con deshonestidad, con trampa y abusando de su poder no les causa ninguna molestia. De cierta manera, los valores de la clase política son un reflejo de los valores de la sociedad, y por eso no es injustificado el refrán de que cada pueblo tiene los políticos que se merece.
Santa Cruz de la Sierra, 30/10/14
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