martes, 30 de octubre de 2012

Curiosidades del fumador


Javier Paz García
Existe algo glamoroso en fumar. Las imágenes del galán hollywoodiense que bota humo por la boca luego de pronunciar alguna frase memorable o del mafioso que agarra su habano mientras dicta una sentencia de muerte son parte de nuestra cultura popular. Nos hemos criado viendo propagandas de bellas mujeres con su pucho en la mano, o al varonil vaquero de Marlboro montado en su caballo. ¡Vaya uno a saber que tiene de sensual o romántico que un galán o una mujer tengan aliento a cigarrillo!
Y bueno, para un adolescente está el tema de ser grande… porque fumar no es cosa de niños, es cosa de adultos, y el que fuma, de alguna manera ha dado un paso a la adultez.
Yo me salvé de convertirme en fumador, pero eso no quiere decir que no encuentre cautivante ciertos aspectos de la cultura del cigarrillo. Por ejemplo, si usted se acerca a un desconocido y le pide que le regale cincuenta centavos, éste lo va mandar a cierta parte; sin embargo a esa misma persona puede pedirle que le regale un cigarrillo, y éste – si es fumador – sacará su cajetilla y le ofrecerá uno con la mayor naturalidad. Yo no me imagino pidiendo chicles a desconocidos, pero sé que si fuera fumador, podría tranquilamente pasarme la vida fumando sin haber comprado jamás un pucho. Existe pues una solidaridad casi universal entre los fumadores, que nunca abandonan a un caído en el campo de batalla.
El hecho de que haya tantos fumadores es también algo curioso, porque creo que podemos estar de acuerdo en que a nadie le gustó fumar las primeras veces que lo probó y la adicción se desarrolla muy posteriormente.
Fumar también tiene su utilidad; por ejemplo, una vez alguien me dijo que pedir un cigarrillo o pedir “fuego” era la perfecta excusa para iniciar conversación con una chica.
Otra característica frecuente del fumador es que puede ser respetuoso del prójimo en todo sentido, menos en cuanto a intoxicarlo con el humo del cigarrillo. No falta el amigo que se sube a tu auto o entra a tu casa y enciende un cigarrillo como si nada, sin pedirte permiso; y cuidado que le pidás que lo apague, porque es probable que se moleste. Por supuesto a esa misma persona no le gustaría que te tirés un pedo. Esto a pesar de que la flatulencia no es dañina a la salud, su olor es efímero y hasta puede ser motivo de risas, mientras que el cigarro es dañino a la salud, tiene un olor que no agrada ni al mismo fumador y se impregna en tu ropa, en tu pelo y en tu auto por bastante tiempo. Pareciera que el fumador desarrolla cierto grado de insensibilidad y cierta creencia de inmunidad, porque puede ser un caballero en todo sentido, pero en cuanto respecta al cigarrillo, puede estar rodeado de no fumadores, y aun así encender su cigarrillo sin inmutarse.
Hoy existe una caza encarnizada contra el Homo Fumatericus aunque todavía no está en peligro de extinción. Fumar es restringido cada vez en más lugares y ya no es infrecuente ver a los pobres fumadores a la intemperie en pleno invierno agrupados en pequeñas manadas compartiendo unos puchos mientras se frotan las manos para calentarlas.
Santa Cruz de la Sierra, 28/10/12

miércoles, 24 de octubre de 2012

¿El Estado crea empleos?


Javier Paz García
No existe político que no prometa o se vanaglorie de crear empleos. No me refiero aquí a los empleos que se crean cuando un Estado da seguridad jurídica, mantiene una estructura burocrática eficiente donde los trámites son pocos, sencillos, baratos y cortos, elabora leyes que no están diseñadas para crear grupos privilegiados y extractores de rentas estatales o construye un sistema de justicia eficiente y relativamente poco corrupto. Alegrémonos cuando los políticos hablan de crear empleos a través de estos mecanismos. Me refiero al empleo estatal, creado porque el Estado contrata a alguien y le paga un salario. Y cuando el Estado contrata a alguien, aparece un político afirmando que gracias al Estado se ha creado un puesto de trabajo.
Para analizar la veracidad de esta afirmación primero debemos entender de dónde salen los fondos con los que el Estado paga salarios. Esos fondos provienen de impuestos que son extraídos de todos (o casi todos) los habitantes del país. El Estado no puede dar nada, sin haber quitado previamente. Entonces para evaluar si el Estado crea empleos tendríamos que tratar de medir cuántos empleos adicionales se crearían de forma privada si el Estado devolviera a sus dueños los impuestos que colecta. No podemos aseverar si el resultado estaría a favor o en contra del Estado, pero como podemos estar seguros que por lo menos algunos puestos de trabajo adicionales se crearían en el sector privado, sí podemos afirmar que el Estado no crea tantos empleos dice crear.
Ahora vamos a la calidad y productividad del empleo. El Estado contrata un burócrata que pasa la mitad de su tiempo jugando solitario o viendo Facebook en su computadora, tomando cafecito y tertuliando con los colegas y utiliza el tiempo que le queda para trabajar a un ritmo que no lo fatigue mucho. Si una empresa paga impuestos equivalentes al sueldo del burócrata y si esa empresa teniendo esos recursos disponibles los utilizara para contratar un ingeniero agrónomo, sin dudas que podríamos afirmar que la diferencia en calidad y el valor para la sociedad entre ambos empleos es abismal. Que sea el lector quien juzgue si es el Estado o el sector privado más propenso a crear empleos improductivos. ¿Y si utilizara esos recursos para contratar 4 jornaleros? Ahora imaginemos que el Estado maneja una mina y contrata mineros. ¿Crea empleos productivos? Solo si la productividad de esos mineros estatales es igual o mayor a la productividad de los mineros privados. Si, ceteris paribus, un minero estatal extrae la mitad de lo que extrae uno privado entonces esos empleos son tan improductivos como los del burócrata que se la pasa en Facebook. Nuevamente, que el lector juzgue si los empleados estatales son tan productivos como aquellos que trabajan en el sector privado.
Santa Cruz de la Sierra, 01/10/12
http://javierpaz01.blogspot.com/

viernes, 12 de octubre de 2012

Desarrollo y ayuda del Estado


Javier Paz García
Cuando surge el tema del desarrollo de Santa Cruz uno escucha a menudo que el departamento fue olvidado y sin embargo prosperó “a pesar del poco apoyo del Estado”. La idea implica que si el departamento hubiese tenido tal apoyo hubiera crecido aun más.
Para objetar esta idea, primero uno tiene que entender que los recursos del Estado provienen de los impuestos que pagan los ciudadanos. Por lo tanto, para que el Estado “invierta” en los ciudadanos, debe previamente haberle quitado esos recursos a los mismos ciudadanos. Entonces, para que la inversión estatal sea beneficiosa, debe ser mejor administrada de lo que sería en manos privadas, lo cual es infrecuente. En general cada persona administra mejor su dinero que el dinero ajeno y pone más ahínco al realizar un trabajo cuando obtiene un beneficio del mismo, que cuando no lo hace. Veamos por ejemplo las cooperativas de servicios básicos de la ciudad de Santa Cruz que fueron creadas por el esfuerzo privado de los propios ciudadanos, sin ayuda estatal. El éxito de las mismas beneficiaba a sus dueños, por lo tanto sus dueños (los habitantes) tenían un gran interés en hacer que funcionen. Estas cooperativas, fruto del esfuerzo privado y el interés propio de los habitantes de Santa Cruz de la Sierra hoy son un paradigma de eficiencia y buen servicio, incluso a nivel de Sudamérica. Podemos tener certeza que otro fuera su destino si el Estado las hubiera creado y administrado. En cambio ahora que el servicio de gas domiciliario es manejado por la empresa estatal YPFB, el servicio es peor que cuando estaba en manos privadas. Es más burocrático, más lento, con decenas de casas y edificios que no tienen gas domiciliario por culpa de las trabas e ineptitudes en YPFB. Hoy los desabastecimientos y las colas son más frecuentes para obtener una garrafa o cargar combustible. Y a pesar de que el gobierno se enorgullece de que YPFB es de todos los bolivianos, el resultado es un peor servicio que perjudica a todos.
Y es que, a diferencia del esfuerzo privado que cuando da frutos, beneficia a quienes hicieron el emprendimiento, la inversión estatal está en manos de burócratas que ganan un sueldo y cuya recompensa a menudo se mide más por lealtades políticas que por buenas gestiones gerenciales. Además existe el aditamento de que en una país centralista, quienes manejan las instituciones del Estado son en su mayoría paceños traídos de la sedes de gobierno y que por lo tanto poco o nada se perjudican si no funcionan las cosas en Santa Cruz o cualquier otra región periférica.
Hoy el Estado no tiene a Santa Cruz en el olvido, sino al contrario, lo tiene muy presente. Quienes manejan el poder quieren tener a los productores y exportadores cruceños a la merced de burócratas otorgando permisos, quieren (no han podido aun) que las cooperativas sean manejadas por el Estado, etc. En vista de la evidencia, habría que celebrar en vez de lamentar el olvido del Estado.
Santa Cruz de la Sierra, 12/10/12
http://javierpaz01.blogspot.com/

jueves, 4 de octubre de 2012

Un libro de Carlos Rangel


Javier Paz García
Los seres humanos tenemos la tendencia a atribuir nuestros éxitos a nosotros mismos y buscar culpables externos de nuestros fracasos. Los latinoamericanos padecemos de este síntoma de manera crónica y aguda. Abundan los escritores, historiadores, sociólogos, poetas, músicos, economistas, políticos y todo tipo de intelectuales que han buscado las causas de la pobreza y el subdesarrollo latinoamericano en todas partes menos los propios latinoamericanos. La víctima más frecuente de este nuestro victimismo ha sido Estados Unidos.
Del buen salvaje al buen revolucionario de Carlos Rangel (Venezuela, 1929 – 1988) tiene la particularidad de ser un libro autocrítico en una cultura (la nuestra) donde la autocrítica no se practica. Rangel analiza la historia del continente americano buscando explicar las causas del estancamiento de Latinoamérica mientras el norte anglosajón prosperaba. Sin dejar de notar que Estados Unidos ha cometido abusos e intromisiones en la región, descarta la hipótesis de que sea esta nación la causante de nuestro subdesarrollo. Indica que en sus inicios esta nación era tan o más pobre que los países hispanoamericanos. El crecimiento de Estados Unidos no se explica por haber abusado de Latinoamérica, sino al contrario, la actitud imperialista de Estados Unidos viene luego de haber superado a Latinoamérica económica y militarmente. Rangel cuestiona también esa recurrente manía de los latinoamericanos de suponernos de alguna manera moralmente superiores al anglosajón materialista como una manera de justificar nuestra pobreza.
Y volvemos a la pregunta clave: si ambas regiones nacieron a la independencia más o menos en la misma época y en igualdad de condiciones ¿por qué prosperó el norte y se estancó el sur? El análisis y la interpretación de la historia que hace Rangel para responder esta pregunta no son nada menos que magistrales. Con un espíritu autocrítico excepcional y con una imparcialidad que no hace miramientos entre gobiernos de izquierda o derecha, e incluso entre gobiernos democráticos o dictaduras, analiza la historia hispanoamericana y presenta una explicación convincente de nuestra pobreza y subdesarrollo.  
El libro nos aleja de esa autocomplacencia de pensar que nuestros males son causados por agentes externos o conspiraciones mundiales. Lo positivo de esto es que al ser nuestras acciones las principales causantes de nuestro retraso, pues está en nosotros y en nadie más cambiar para prosperar. En este sentido el libro también es un ataque contra el fatalismo conformista. Del buen salvaje al buen revolucionario fue publicado en la década de los 70; sin embargo, pareciera que fue escrito ayer, lo que indica (tristemente) que nada ha cambiado y en nada hemos cambiado.
Santa Cruz de la Sierra, 04/10/12
http://javierpaz01.blogspot.com/