Javier Paz García
Aristóteles escribió que “la mayor satisfacción está en hacer el bien o prestar un servicio a los amigos, invitados o compañeros, lo cual solo es posible cuando una persona posee propiedad privada” (La Política, 1263b5). El socialismo, al eliminar o restringir la propiedad privada, reduce a su mínima expresión la capacidad del ser humano para practicar la solidaridad. Aristóteles entendió esto hace 2300 años. Y la evidencia de esta afirmación la podemos constatar mirando las instituciones solidarias que se han creado en países capitalistas como Estados Unidos, Suiza o Inglaterra en comparación a países socialistas como Cuba o la Unión Soviética. Existen millones de organizaciones no gubernamentales, empresas privadas y personas particulares que gracias a la riqueza generada en sistemas capitalistas realizan fabulosas labores de beneficencia y solidaridad. El sistema capitalista tiene además el mérito de sacar a muchos de la pobreza y crear mucha riqueza, por lo tanto las instituciones de beneficencia en los países capitalistas pueden captar muchos recursos y repartirlos entre relativamente pocos necesitados. El socialismo genera e incrementa la pobreza de una sociedad, haciendo que haya poco que repartir entre muchos comensales.
El defensor del socialismo refutará a Aristóteles afirmando que el Estado socialista se encarga de la solidaridad. Nuevamente no necesitamos más que ver a Cuba o la Unión Soviética para comprobar que su solidaridad ha consistido en apoyar a regímenes opresores alrededor del mundo. Ha tenido mucha solidaridad también para con los líderes del régimen quienes han vivido una vida de lujos mientras sus pueblos se han hundido en la pobreza; Fidel Castro es dueño de una isla, como Stalin fue dueño del país más extenso del mundo.
El socialismo reduce la solidaridad porque cuando todos viven en la miseria material, es más difícil pensar en el prójimo; reduce la solidaridad porque uno no puede donar lo que no tiene o no le sobra; desincentiva la solidaridad porque le quita a sus habitantes los medios para practicarla, además de prometerles que el Estado se hará cargo de los necesitados – algo que nunca sucede.
Por otro lado el socialismo necesita crear Estados policiacos, con agentes secretos, soplones y espías tratando de hacer que el hijo venda a su padre y la mujer a su vecina, lo cual difícilmente conduce a un mayor grado de cooperación o solidaridad, sino al contrario de desconfianza hacia el prójimo.
Por último, el político – burócrata socialista habla de solidaridad pero no la practica. El burócrata no construye absolutamente nada con dinero propio, sino que le quita a unos mediante impuestos o confiscaciones, para darlo a otros (no sin antes haberse sacado su comisión). Así es fácil hablar de solidaridad cuando se practica con plata ajena. La solidaridad socialista es por lo tanto una hipocresía.
Si entendemos la solidaridad como una acción voluntaria de personas libres, difícilmente podemos llegar a la conclusión de que el socialismo promueve la solidaridad. Si dejamos de lado los hermosos textos socialistas sobre la solidaridad, y vemos la evidencia histórica (una historia de abusos), tampoco podemos concluir que el socialismo promueve la solidaridad.
Santa Cruz de la Sierra, 07/10/10
http://javierpaz01.blogspot.com/
jueves, 28 de octubre de 2010
miércoles, 20 de octubre de 2010
Liberalismo y solidaridad
Javier Paz García
La conclusión lógica de un régimen liberal es el establecimiento de un sistema capitalista. Y una crítica frecuente contra el capitalismo es que empobrece a los más pobres y destruye la solidaridad. No es infrecuente escuchar hablar del “capitalismo salvaje” peyorativamente. Analicemos entonces el mito del capitalismo salvaje.
En el plano de las ideas, el sistema capitalista se basa en el respeto a la propiedad privada, y en el libre uso de lo propio. Es decir, cada quien puede hacer con lo suyo lo que le plazca, pero debe respetar lo ajeno (dentro de lo ajeno se incluye la vida, la libertad y la propiedad). El capitalismo no impide la solidaridad ni la inhibe, simplemente deja en libertad a cada individuo para que haga el uso que desee de sus recursos. Entonces, si en una sociedad capitalista no existe solidaridad, no es por culpa del capitalismo, es por decisión personal y libre de cada uno de los individuos que la componen.
En la práctica las sociedades con tendencias liberales – aquellas donde el capitalismo se ha podido desarrollar mejor – han sido las más exitosas en reducir la pobreza (objeto primordial de la solidaridad) y también han sido las más proclives a generar instituciones que presten ayuda solidaria a los necesitados. Ejemplos son la Cruz Roja Internacional, los Rotary Clubs, Amnistía Internacional, la Fundación Bill & Melinda Gates, Greenpeace, Human Rights Watch. Recalco que estas instituciones son privadas y se crearon en países capitalistas. Y la lista continua con fundaciones de beneficencia, ONG, centros de investigación dedicados a los más diversos temas como ser el alivio de la pobreza, la cura para el cáncer, la protección de las mujeres, la alfabetización, la promoción de los derechos humanos, el desarrollo sostenible, la promoción del socialismo, ayuda a los alcohólicos y drogadictos, la construcción de viviendas de bajo costo, la protección de animales, etc.
Me permito una digresión. La promoción del socialismo no implica que quien lo promueve provenga de una sociedad socialista. Las sociedades socialistas prohíben libros, restringen los medios de comunicación y encarcelan a quienes propagan las ideas liberales, en cambio es impresionante la cantidad de voluntarios y misioneros provenientes de países capitalistas que viajan por el mundo promoviendo el socialismo; muchos de ellos son gente admirable y bien intencionada. Es curiosa la ausencia de cubanos, rusos, norcoreanos o chinos haciendo lo mismo y es evidente la ausencia de ONG provenientes de este tipo de países.
A la lista de ONG que practican la solidaridad hay que agregar iglesias, empresas privadas con fines de lucro y personas particulares. Además hay que incluir las telemaratones, los bingos benéficos que ser organizan cuando un amigo cae en desgracia, las donaciones anónimas, el tiempo invertido en voluntariados, etc.
La evidencia muestra que un régimen liberal, donde se practica un “capitalismo salvaje” no acaba con la solidaridad, y más bien la incrementa.
Santa Cruz de la Sierra, 17/10/10
http://javierpaz01.blogspot.com/
La conclusión lógica de un régimen liberal es el establecimiento de un sistema capitalista. Y una crítica frecuente contra el capitalismo es que empobrece a los más pobres y destruye la solidaridad. No es infrecuente escuchar hablar del “capitalismo salvaje” peyorativamente. Analicemos entonces el mito del capitalismo salvaje.
En el plano de las ideas, el sistema capitalista se basa en el respeto a la propiedad privada, y en el libre uso de lo propio. Es decir, cada quien puede hacer con lo suyo lo que le plazca, pero debe respetar lo ajeno (dentro de lo ajeno se incluye la vida, la libertad y la propiedad). El capitalismo no impide la solidaridad ni la inhibe, simplemente deja en libertad a cada individuo para que haga el uso que desee de sus recursos. Entonces, si en una sociedad capitalista no existe solidaridad, no es por culpa del capitalismo, es por decisión personal y libre de cada uno de los individuos que la componen.
En la práctica las sociedades con tendencias liberales – aquellas donde el capitalismo se ha podido desarrollar mejor – han sido las más exitosas en reducir la pobreza (objeto primordial de la solidaridad) y también han sido las más proclives a generar instituciones que presten ayuda solidaria a los necesitados. Ejemplos son la Cruz Roja Internacional, los Rotary Clubs, Amnistía Internacional, la Fundación Bill & Melinda Gates, Greenpeace, Human Rights Watch. Recalco que estas instituciones son privadas y se crearon en países capitalistas. Y la lista continua con fundaciones de beneficencia, ONG, centros de investigación dedicados a los más diversos temas como ser el alivio de la pobreza, la cura para el cáncer, la protección de las mujeres, la alfabetización, la promoción de los derechos humanos, el desarrollo sostenible, la promoción del socialismo, ayuda a los alcohólicos y drogadictos, la construcción de viviendas de bajo costo, la protección de animales, etc.
Me permito una digresión. La promoción del socialismo no implica que quien lo promueve provenga de una sociedad socialista. Las sociedades socialistas prohíben libros, restringen los medios de comunicación y encarcelan a quienes propagan las ideas liberales, en cambio es impresionante la cantidad de voluntarios y misioneros provenientes de países capitalistas que viajan por el mundo promoviendo el socialismo; muchos de ellos son gente admirable y bien intencionada. Es curiosa la ausencia de cubanos, rusos, norcoreanos o chinos haciendo lo mismo y es evidente la ausencia de ONG provenientes de este tipo de países.
A la lista de ONG que practican la solidaridad hay que agregar iglesias, empresas privadas con fines de lucro y personas particulares. Además hay que incluir las telemaratones, los bingos benéficos que ser organizan cuando un amigo cae en desgracia, las donaciones anónimas, el tiempo invertido en voluntariados, etc.
La evidencia muestra que un régimen liberal, donde se practica un “capitalismo salvaje” no acaba con la solidaridad, y más bien la incrementa.
Santa Cruz de la Sierra, 17/10/10
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miércoles, 13 de octubre de 2010
Socialismo y cooperación
Javier Paz García
El socialismo aboga por la lucha de clases, predica que los ricos oprimen a los pobres, los burgueses oprimen al proletariado y los capitalistas a los obreros. Es decir, el socialismo no considera que exista cooperación entre las clases, sino opresión; no consideran que la relación de empleados y empleadores sea de mutuo beneficio, sino de robo y explotación. Para ello se basa en teorías de Marx que han sido probadas incorrectas.
La democracia es una forma de consenso y cooperación. El socialismo rechaza la democracia y promueve la violencia, la toma violenta del poder o, si logra obtener el poder democráticamente, el debilitamiento y la destrucción de las instituciones democráticas.
El socialismo promueve el centralismo, tanto del poder político como económico. No cree en la separación e independencia de poderes. No cree en autonomías o federalismos, que diluyen el poder y requieren la cooperación entre diferentes niveles de Estado.
El libre mercado se basa en la cooperación de millones de personas en todo el mundo, que mediante la división del trabajo y la especialización, producen e intercambian bienes y servicios de manera eficiente. El socialismo rechaza y repudia al libre mercado, promueve el proteccionismo, el aislamiento mediante tarifas, barreras aduaneras, impuestos, trámites morosos, controles de precios, límites a las exportaciones e importaciones, confiscaciones, expropiaciones y otros medios.
La empresa privada requiere de la cooperación de sus miembros. El socialismo ataca a la empresa privada, busca reducirla, controlarla o eliminarla, para que el Estado acapare todo el espectro económico.
El socialismo no cree que las personas libres sean capaces de ser solidarias o cooperar para hacer algo de beneficio comunitario por su cuenta, considera que el Estado debe hacerlo todo y estar metido en todo. Es más, el socialismo no quiere que las personas libres cooperen entre sí, quiere que todo lo haga el Estado.
¿De qué cooperación pueden hablar los líderes socialistas cuando en países como Cuba, China, Corea del Norte, la Unión Soviética, Alemania Oriental se construyeron inmensos aparatos represivos, para espiar, promover el miedo y lograr la obediencia forzada de sus habitantes? El socialismo cree en la opresión y la fuerza, rechazando de hecho la cooperación voluntaria. Los Estados socialistas requieren la construcción de muros y barreras para que la gente no escape de ellos; de soplones, de hijos que delaten a sus padres, para que la gente tenga miedo de criticar al régimen incluso delante de familiares. El mantenimiento del poder en un Estado socialista no se basa en la cooperación y el apoyo popular, sino en el miedo, la fuerza y la coerción. Se basa también en el engaño, la mentira y el secreto – formas de no cooperación.
La literatura socialista habla mucho de cooperación, pero impuesta a la fuerza por un Estado dictatorial. La cooperación debe ser voluntaria para llamarse así.
Santa Cruz de la Sierra, 28/09/10
http://javierpaz01.blogspot.com/
El socialismo aboga por la lucha de clases, predica que los ricos oprimen a los pobres, los burgueses oprimen al proletariado y los capitalistas a los obreros. Es decir, el socialismo no considera que exista cooperación entre las clases, sino opresión; no consideran que la relación de empleados y empleadores sea de mutuo beneficio, sino de robo y explotación. Para ello se basa en teorías de Marx que han sido probadas incorrectas.
La democracia es una forma de consenso y cooperación. El socialismo rechaza la democracia y promueve la violencia, la toma violenta del poder o, si logra obtener el poder democráticamente, el debilitamiento y la destrucción de las instituciones democráticas.
El socialismo promueve el centralismo, tanto del poder político como económico. No cree en la separación e independencia de poderes. No cree en autonomías o federalismos, que diluyen el poder y requieren la cooperación entre diferentes niveles de Estado.
El libre mercado se basa en la cooperación de millones de personas en todo el mundo, que mediante la división del trabajo y la especialización, producen e intercambian bienes y servicios de manera eficiente. El socialismo rechaza y repudia al libre mercado, promueve el proteccionismo, el aislamiento mediante tarifas, barreras aduaneras, impuestos, trámites morosos, controles de precios, límites a las exportaciones e importaciones, confiscaciones, expropiaciones y otros medios.
La empresa privada requiere de la cooperación de sus miembros. El socialismo ataca a la empresa privada, busca reducirla, controlarla o eliminarla, para que el Estado acapare todo el espectro económico.
El socialismo no cree que las personas libres sean capaces de ser solidarias o cooperar para hacer algo de beneficio comunitario por su cuenta, considera que el Estado debe hacerlo todo y estar metido en todo. Es más, el socialismo no quiere que las personas libres cooperen entre sí, quiere que todo lo haga el Estado.
¿De qué cooperación pueden hablar los líderes socialistas cuando en países como Cuba, China, Corea del Norte, la Unión Soviética, Alemania Oriental se construyeron inmensos aparatos represivos, para espiar, promover el miedo y lograr la obediencia forzada de sus habitantes? El socialismo cree en la opresión y la fuerza, rechazando de hecho la cooperación voluntaria. Los Estados socialistas requieren la construcción de muros y barreras para que la gente no escape de ellos; de soplones, de hijos que delaten a sus padres, para que la gente tenga miedo de criticar al régimen incluso delante de familiares. El mantenimiento del poder en un Estado socialista no se basa en la cooperación y el apoyo popular, sino en el miedo, la fuerza y la coerción. Se basa también en el engaño, la mentira y el secreto – formas de no cooperación.
La literatura socialista habla mucho de cooperación, pero impuesta a la fuerza por un Estado dictatorial. La cooperación debe ser voluntaria para llamarse así.
Santa Cruz de la Sierra, 28/09/10
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sábado, 9 de octubre de 2010
El liberal que yo trato de ser
Por Mario Vargas Llosa
Este texto fue el discurso que Mario Vargas Llosa, presidente de la Fundación Internacional para la Libertad, pronunció al recibir el premio Irving Kristol que otorga el instituto American Enterprise a las personas que contribuyen a defender la democracia en el mundo.
En el mundo en el que yo me muevo más, América latina y España, lo usual es que, cuando alguien o alguna institución elogia mis novelas o mis ensayos literarios, se apresure inmediatamente a añadir pese a que discrepe de, aunque no siempre coincida con o esto no significa que acepte las cosas que él (yo) critica o defiende en el ámbito político. Acostumbrado a esta partenogénesis de mí, me siento, ahora, feliz, reintegrado a la totalidad de mi persona, gracias al Premio Irving Kristol que, en vez de practicar conmigo aquella esquizofrenia, me identifica como un solo ser, el hombre que escribe y el que piensa y en el que, me gustaría creer, ambas cosas son una sola e irrompible realidad.
Pero, ahora, para ser honesto con ustedes [...], siento la obligación de explicar mi posición política con cierto detalle. No es nada fácil. Me temo que no baste afirmar que soy -sería más prudente decir creo que soy- un liberal. La primera complicación surge con esta palabra. Como ustedes saben muy bien, liberal quiere decir cosas diferentes y antagónicas, según quién la dice y dónde se dice. [...]
Aquí, en Estados Unidos, y en general en el mundo anglosajón, la palabra liberal tiene resonancias de izquierda y se identifica, a veces, con socialista y radical. En América latina y en España, donde la palabra liberal nació en el siglo XIX para designar a los rebeldes que luchaban contra las tropas de ocupación napoleónicas, en cambio, a mí me dicen liberal -o, lo que es más grave, neoliberal- para exorcizarme o descalificarme, porque la perversión política de nuestra semántica ha mutado el significado originario del vocablo -amante de la libertad, persona que se alza contra la opresión- reemplazándolo por el de conservador y reaccionario, es decir, algo que en boca de un progresista quiere decir cómplice de toda la explotación y las injusticias de que son víctimas los pobres del mundo.
Ahora bien, para complicar más las cosas, ni siquiera entre los propios liberales hay un acuerdo riguroso sobre lo que entendemos por aquello que decimos y queremos ser. [...] Como el liberalismo no es una ideología, es decir, una religión laica y dogmática, sino una doctrina abierta que evoluciona y se pliega a la realidad en vez de tratar de forzar a la realidad a plegarse a ella, hay, entre los liberales, tendencias diversas y discrepancias profundas. Respecto de la religión, por ejemplo, o de los matrimonios gay o del aborto, y así, los liberales que, como yo, somos agnósticos, partidarios de separar la Iglesia del Estado, y defendemos la descriminalización del aborto y el matrimonio homosexual, somos a veces criticados con dureza por otros liberales, que piensan en estos asuntos lo contrario que nosotros. Estas discrepancias son sanas y provechosas, porque no violentan los presupuestos básicos del liberalismo, que son la democracia política, la economía de mercado y la defensa del individuo frente al Estado.
Hay liberales, por ejemplo, que creen que la economía es el ámbito donde se resuelven todos los problemas y que el mercado libre es la panacea que soluciona desde la pobreza hasta el desempleo, la marginalidad y la exclusión social. Esos liberales, verdaderos logaritmos vivientes, han hecho a veces más daño a la causa de la libertad que los propios marxistas [...]. No es verdad. Lo que diferencia a la civilización de la barbarie son las ideas, la cultura, antes que la economía [...]. Es la cultura, un cuerpo de ideas, creencias y costumbres compartidas -entre las que, desde luego, puede incluirse la religión-, la que da calor y vivifica la democracia y la que permite que la economía de mercado, con su carácter competitivo y su fría matemática de premios para el éxito y castigos para el fracaso, no degenere en una darwiniana batalla en la que -la frase es de Isaiah Berlin- los lobos se coman a todos los corderos. El mercado libre es el mejor mecanismo que existe para producir riqueza y, bien complementado con otras instituciones y usos de la cultura democrática, dispara el progreso material de una nación a los vertiginosos adelantos que sabemos. Pero es también un mecanismo implacable que, sin esa dimensión espiritual e intelectual que representa la cultura, puede reducir la vida a una feroz y egoísta lucha en la que sólo sobrevivirían los más fuertes.
Pues bien, el liberal que yo trato de ser cree que la libertad es el valor supremo, ya que gracias a la libertad la humanidad ha podido progresar desde la caverna primitiva hasta el viaje a las estrellas y la revolución informática, desde las formas de asociación colectivista y despótica, hasta la democracia representativa. Los fundamentos de la libertad son la propiedad privada y el Estado de Derecho, el sistema que garantiza las menores formas de injusticia, que produce mayor progreso material y cultural, que más ataja la violencia y el que respeta más los derechos humanos. Para esa concepción del liberalismo, la libertad es una sola y la libertad política y la libertad económica son inseparables, como el anverso y el reverso de una medalla. Por no haberlo entendido así, han fracasado tantas veces los intentos democráticos en América latina. Porque las democracias que comenzaban a alborear luego de las dictaduras respetaban la libertad política pero rechazaban la libertad económica, lo que, inevitablemente, producía más pobreza, ineficiencia y corrupción, o porque se instalaban gobiernos autoritarios, convencidos de que sólo un régimen de mano dura y represora podía garantizar el funcionamiento del mercado libre. Esta es una peligrosa falacia. Nunca ha sido así y por eso todas las dictaduras latinoamericanas desarrollistas fracasaron, porque no hay economía libre que funcione sin un sistema judicial independiente y eficiente, ni reformas que tengan éxito si se emprenden sin la fiscalización y la crítica que sólo la democracia permite. Quienes creían que el general Pinochet era la excepción a la regla, porque su régimen obtuvo algunos éxitos económicos, descubren ahora, con las revelaciones sobre sus asesinados y torturados, cuentas secretas y sus millones de dólares en el extranjero, que el dictador chileno era, igual que todos sus congéneres latinoamericanos, un asesino y un ladrón.
Democracia política y mercados libres son dos fundamentos capitales de una postura liberal. Pero, formuladas así, estas dos expresiones tienen algo de abstracto y algebraico, que las deshumaniza y aleja de la experiencia de las gentes comunes y corrientes. El liberalismo es más, mucho más que eso. Básicamente, es tolerancia y respeto a los demás y, principalmente, a quien piensa distinto de nosotros, practica otras costumbres y adora otro dios o es un incrédulo. Aceptar esa coexistencia con el que es distinto ha sido el paso más extraordinario dado por los seres humanos en el camino de la civilización, una actitud o disposición que precedió a la democracia y la hizo posible y contribuyó más que ningún descubrimiento científico o sistema filosófico a atenuar la violencia y el instinto de dominio y de muerte en las relaciones humanas. Y lo que despertó esa desconfianza natural hacia el poder, hacia todos los poderes, que es en los liberales algo así como nuestra segunda naturaleza.
No se puede prescindir del poder, claro está, salvo en las hermosas utopías de los anarquistas. Pero sí se puede frenarlo y contrapesarlo para que no se exceda, usurpe funciones que no le competen y arrolle al individuo, ese personaje al que los liberales consideramos la piedra miliar de la sociedad y cuyos derechos deben ser respetados y garantizados porque, si ellos se ven vulnerados, inevitablemente se desencadena una serie multiplicada y creciente de abusos que, como las ondas concéntricas, arrasan con la idea misma de la justicia social.
[...] El colectivismo, inevitable en los primeros tiempos de la historia, cuando el individuo era sólo una parte de la tribu, que dependía del todo social para sobrevivir, fue declinando a medida que el progreso material e intelectual permitían al hombre dominar la naturaleza, vencer el miedo al trueno, a la fiera, a lo desconocido, y al otro, al que tenía otro color de piel, otra lengua y otras costumbres. [...] En cada época, esa tara atávica, el colectivismo, asoma su horrible cara y amenaza con destruir la civilización y retrocedernos a la barbarie. Ayer se llamó fascismo y comunismo, hoy se llama nacionalismo y fundamentalismo religioso. [...]
Aunque la palabra liberal sigue siendo todavía una mala palabra de la que todo latinoamericano políticamente correcto tiene la obligación de abominar, lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, ideas y actitudes básicamente liberales han comenzado también a contaminar tanto a la derecha como a la izquierda en el continente de las ilusiones perdidas. [...] Y hay casos interesantes y alentadores, como el de Lula quien, antes de ser elegido presidente, predicaba una doctrina populista, el nacionalismo económico y la hostilidad tradicional de la izquierda hacia el mercado y es, ahora, un practicante de la disciplina fiscal, un promotor de las inversiones extranjeras, de la empresa privada y de la globalización [...]. En la Argentina, aunque con una retórica más encendida y llena a veces de bravatas, el presidente Kirchner está siguiendo sus pasos, afortunadamente, aunque a veces parezca hacerlo a regañadientes y dé algún tropezón. [...] Son síntomas positivos de una cierta modernización de una izquierda que, sin reconocerlo, va admitiendo que el camino del progreso económico y de la justicia social pasa por la democracia y por el mercado, como hemos sostenido los liberales siempre, predicando en el vacío durante tanto tiempo. Si en los hechos, la izquierda latinoamericana comienza a hacer en la práctica una política liberal, aunque la disfrace con una retórica que la niega, en buena hora: es un paso adelante y significa que hay esperanzas de que América latina deje por fin atrás el lastre del subdesarrollo y de las dictaduras. Es un progreso, como lo es la aparición de una derecha civilizada que ya no piense que la solución de los problemas está en tocar las puertas de los cuarteles, sino en aceptar el sufragio, las instituciones democráticas y hacerlas funcionar.
Otro síntoma positivo, en el panorama tan cargado de sombras de la América latina de nuestros días es el hecho de que el viejo sentimiento antinorteamericano que alentaba en el continente ha disminuido considerablemente. [...] El liberal que les habla se ha visto con frecuencia en los últimos años enfrascado en polémicas, defendiendo una imagen real de los Estados Unidos que la pasión y los prejuicios políticos deforman a veces hasta la caricatura. El problema que tenemos quienes intentamos combatir estos estereotipos es que ningún país produce tantos materiales artísticos e intelectuales antiestadounidenses como el propio Estados Unidos -el país natal, no lo olvidemos, de Michael Moore, Oliver Stone y Noam Chomsky-, al extremo de que a veces uno se pregunta si el antinorteamericanismo no será uno de esos astutos productos de exportación, manufacturados por la CIA, de que el imperialismo se vale para tener ideológicamente manipuladas a las muchedumbres tercermundistas. Antes, el antiamericanismo era popular sobre todo en América latina, pero ahora ocurre más en ciertos países europeos, sobre todo aquellos que se aferran a un pasado que se fue, y se resisten a aceptar la globalización y la interdependencia de las naciones en un mundo en el que las fronteras, antes sólidas e inexpugnables, se van volviendo porosas y desvaneciendo poco a poco. Desde luego, no todo lo que ocurre en Estados Unidos me gusta, ni mucho menos. Por ejemplo, lamento que todavía haya muchos estados donde se aplica esa aberración que es la pena de muerte y un buen número de cosas más, como que, en la lucha contra las drogas, se privilegie la represión sobre la persuasión, pese a las lecciones de la llamada ley seca (The Prohibition). Pero, hechas las sumas y las restas, creo que, entre las democracias del mundo, la de Estados Unidos es la más abierta y funcional, la que tiene mayor capacidad autocrítica y la que, por eso mismo, se renueva y actualiza más rápido en función de los desafíos y las necesidades de la cambiante circunstancia histórica. Es una democracia en la que yo admiro sobre todo aquello que el profesor Samuel Huntington teme: esa formidable mezcolanza de razas, culturas, tradiciones, costumbres, que aquí consiguen convivir sin entrematarse, gracias a esa igualdad ante la ley y a la flexibilidad del sistema para dar cabida en su seno a la diversidad, dentro del denominador común del respeto a la ley y a los otros.
[...] Esto es algo de lo que puedo testimoniar casi en primera persona. Mis padres, cuando ya habían dejado de ser jóvenes, fueron dos de esos millones de latinoamericanos que, buscando las oportunidades que no les ofrecía su país, emigraron a los Estados Unidos. Durante cerca de veinticinco años vivieron en Los Angeles, ganándose la vida con sus manos, algo que no habían tenido que hacer nunca en Perú. Mi madre trabajó muchos años como obrera, en una fábrica textil llena de mexicanos y centroamericanos, entre los que hizo excelentes amigos. Cuando mi padre falleció, yo creí que ella volvería a Perú, como yo se lo pedía. Pero, por el contrario, decidió quedarse aquí, viviendo sola e incluso pidió y obtuvo la nacionalidad estadounidense, algo que mi padre nunca quiso hacer. Más tarde, cuando ya los achaques de la vejez la hicieron retornar a su tierra natal, siempre recordó con orgullo y gratitud a Estados Unidos, su segunda patria. Para ella nunca hubo incompatibilidad alguna, ni el menor conflicto de lealtades, entre sentirse peruana y norteamericana.
Quizás este recuerdo sea algo más que una evocación filial. Quizás podamos ver en este ejemplo un anticipo del futuro. Soñemos, como hacen los novelistas: un mundo desembarazado de fanáticos, terroristas, dictadores; un mundo de culturas, razas, credos y tradiciones diferentes, coexistiendo en paz gracias a la cultura de la libertad, en el que las fronteras hayan dejado de serlo y se hayan vuelto puentes, que los hombres y mujeres puedan cruzar y descruzar en pos de sus anhelos y sin más obstáculos que su soberana voluntad.
Entonces, casi no será necesario hablar de libertad porque ésta será el aire que respiremos y porque todos seremos verdaderamente libres. El ideal de Ludwig von Mises, una cultura planetaria signada por el respeto a la ley y a los derechos humanos se habrá hecho realidad.
Fuente: http://www.eldiarioexterior.com/el-liberal-que-yo-trato-5280.htm
Este texto fue el discurso que Mario Vargas Llosa, presidente de la Fundación Internacional para la Libertad, pronunció al recibir el premio Irving Kristol que otorga el instituto American Enterprise a las personas que contribuyen a defender la democracia en el mundo.
En el mundo en el que yo me muevo más, América latina y España, lo usual es que, cuando alguien o alguna institución elogia mis novelas o mis ensayos literarios, se apresure inmediatamente a añadir pese a que discrepe de, aunque no siempre coincida con o esto no significa que acepte las cosas que él (yo) critica o defiende en el ámbito político. Acostumbrado a esta partenogénesis de mí, me siento, ahora, feliz, reintegrado a la totalidad de mi persona, gracias al Premio Irving Kristol que, en vez de practicar conmigo aquella esquizofrenia, me identifica como un solo ser, el hombre que escribe y el que piensa y en el que, me gustaría creer, ambas cosas son una sola e irrompible realidad.
Pero, ahora, para ser honesto con ustedes [...], siento la obligación de explicar mi posición política con cierto detalle. No es nada fácil. Me temo que no baste afirmar que soy -sería más prudente decir creo que soy- un liberal. La primera complicación surge con esta palabra. Como ustedes saben muy bien, liberal quiere decir cosas diferentes y antagónicas, según quién la dice y dónde se dice. [...]
Aquí, en Estados Unidos, y en general en el mundo anglosajón, la palabra liberal tiene resonancias de izquierda y se identifica, a veces, con socialista y radical. En América latina y en España, donde la palabra liberal nació en el siglo XIX para designar a los rebeldes que luchaban contra las tropas de ocupación napoleónicas, en cambio, a mí me dicen liberal -o, lo que es más grave, neoliberal- para exorcizarme o descalificarme, porque la perversión política de nuestra semántica ha mutado el significado originario del vocablo -amante de la libertad, persona que se alza contra la opresión- reemplazándolo por el de conservador y reaccionario, es decir, algo que en boca de un progresista quiere decir cómplice de toda la explotación y las injusticias de que son víctimas los pobres del mundo.
Ahora bien, para complicar más las cosas, ni siquiera entre los propios liberales hay un acuerdo riguroso sobre lo que entendemos por aquello que decimos y queremos ser. [...] Como el liberalismo no es una ideología, es decir, una religión laica y dogmática, sino una doctrina abierta que evoluciona y se pliega a la realidad en vez de tratar de forzar a la realidad a plegarse a ella, hay, entre los liberales, tendencias diversas y discrepancias profundas. Respecto de la religión, por ejemplo, o de los matrimonios gay o del aborto, y así, los liberales que, como yo, somos agnósticos, partidarios de separar la Iglesia del Estado, y defendemos la descriminalización del aborto y el matrimonio homosexual, somos a veces criticados con dureza por otros liberales, que piensan en estos asuntos lo contrario que nosotros. Estas discrepancias son sanas y provechosas, porque no violentan los presupuestos básicos del liberalismo, que son la democracia política, la economía de mercado y la defensa del individuo frente al Estado.
Hay liberales, por ejemplo, que creen que la economía es el ámbito donde se resuelven todos los problemas y que el mercado libre es la panacea que soluciona desde la pobreza hasta el desempleo, la marginalidad y la exclusión social. Esos liberales, verdaderos logaritmos vivientes, han hecho a veces más daño a la causa de la libertad que los propios marxistas [...]. No es verdad. Lo que diferencia a la civilización de la barbarie son las ideas, la cultura, antes que la economía [...]. Es la cultura, un cuerpo de ideas, creencias y costumbres compartidas -entre las que, desde luego, puede incluirse la religión-, la que da calor y vivifica la democracia y la que permite que la economía de mercado, con su carácter competitivo y su fría matemática de premios para el éxito y castigos para el fracaso, no degenere en una darwiniana batalla en la que -la frase es de Isaiah Berlin- los lobos se coman a todos los corderos. El mercado libre es el mejor mecanismo que existe para producir riqueza y, bien complementado con otras instituciones y usos de la cultura democrática, dispara el progreso material de una nación a los vertiginosos adelantos que sabemos. Pero es también un mecanismo implacable que, sin esa dimensión espiritual e intelectual que representa la cultura, puede reducir la vida a una feroz y egoísta lucha en la que sólo sobrevivirían los más fuertes.
Pues bien, el liberal que yo trato de ser cree que la libertad es el valor supremo, ya que gracias a la libertad la humanidad ha podido progresar desde la caverna primitiva hasta el viaje a las estrellas y la revolución informática, desde las formas de asociación colectivista y despótica, hasta la democracia representativa. Los fundamentos de la libertad son la propiedad privada y el Estado de Derecho, el sistema que garantiza las menores formas de injusticia, que produce mayor progreso material y cultural, que más ataja la violencia y el que respeta más los derechos humanos. Para esa concepción del liberalismo, la libertad es una sola y la libertad política y la libertad económica son inseparables, como el anverso y el reverso de una medalla. Por no haberlo entendido así, han fracasado tantas veces los intentos democráticos en América latina. Porque las democracias que comenzaban a alborear luego de las dictaduras respetaban la libertad política pero rechazaban la libertad económica, lo que, inevitablemente, producía más pobreza, ineficiencia y corrupción, o porque se instalaban gobiernos autoritarios, convencidos de que sólo un régimen de mano dura y represora podía garantizar el funcionamiento del mercado libre. Esta es una peligrosa falacia. Nunca ha sido así y por eso todas las dictaduras latinoamericanas desarrollistas fracasaron, porque no hay economía libre que funcione sin un sistema judicial independiente y eficiente, ni reformas que tengan éxito si se emprenden sin la fiscalización y la crítica que sólo la democracia permite. Quienes creían que el general Pinochet era la excepción a la regla, porque su régimen obtuvo algunos éxitos económicos, descubren ahora, con las revelaciones sobre sus asesinados y torturados, cuentas secretas y sus millones de dólares en el extranjero, que el dictador chileno era, igual que todos sus congéneres latinoamericanos, un asesino y un ladrón.
Democracia política y mercados libres son dos fundamentos capitales de una postura liberal. Pero, formuladas así, estas dos expresiones tienen algo de abstracto y algebraico, que las deshumaniza y aleja de la experiencia de las gentes comunes y corrientes. El liberalismo es más, mucho más que eso. Básicamente, es tolerancia y respeto a los demás y, principalmente, a quien piensa distinto de nosotros, practica otras costumbres y adora otro dios o es un incrédulo. Aceptar esa coexistencia con el que es distinto ha sido el paso más extraordinario dado por los seres humanos en el camino de la civilización, una actitud o disposición que precedió a la democracia y la hizo posible y contribuyó más que ningún descubrimiento científico o sistema filosófico a atenuar la violencia y el instinto de dominio y de muerte en las relaciones humanas. Y lo que despertó esa desconfianza natural hacia el poder, hacia todos los poderes, que es en los liberales algo así como nuestra segunda naturaleza.
No se puede prescindir del poder, claro está, salvo en las hermosas utopías de los anarquistas. Pero sí se puede frenarlo y contrapesarlo para que no se exceda, usurpe funciones que no le competen y arrolle al individuo, ese personaje al que los liberales consideramos la piedra miliar de la sociedad y cuyos derechos deben ser respetados y garantizados porque, si ellos se ven vulnerados, inevitablemente se desencadena una serie multiplicada y creciente de abusos que, como las ondas concéntricas, arrasan con la idea misma de la justicia social.
[...] El colectivismo, inevitable en los primeros tiempos de la historia, cuando el individuo era sólo una parte de la tribu, que dependía del todo social para sobrevivir, fue declinando a medida que el progreso material e intelectual permitían al hombre dominar la naturaleza, vencer el miedo al trueno, a la fiera, a lo desconocido, y al otro, al que tenía otro color de piel, otra lengua y otras costumbres. [...] En cada época, esa tara atávica, el colectivismo, asoma su horrible cara y amenaza con destruir la civilización y retrocedernos a la barbarie. Ayer se llamó fascismo y comunismo, hoy se llama nacionalismo y fundamentalismo religioso. [...]
Aunque la palabra liberal sigue siendo todavía una mala palabra de la que todo latinoamericano políticamente correcto tiene la obligación de abominar, lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, ideas y actitudes básicamente liberales han comenzado también a contaminar tanto a la derecha como a la izquierda en el continente de las ilusiones perdidas. [...] Y hay casos interesantes y alentadores, como el de Lula quien, antes de ser elegido presidente, predicaba una doctrina populista, el nacionalismo económico y la hostilidad tradicional de la izquierda hacia el mercado y es, ahora, un practicante de la disciplina fiscal, un promotor de las inversiones extranjeras, de la empresa privada y de la globalización [...]. En la Argentina, aunque con una retórica más encendida y llena a veces de bravatas, el presidente Kirchner está siguiendo sus pasos, afortunadamente, aunque a veces parezca hacerlo a regañadientes y dé algún tropezón. [...] Son síntomas positivos de una cierta modernización de una izquierda que, sin reconocerlo, va admitiendo que el camino del progreso económico y de la justicia social pasa por la democracia y por el mercado, como hemos sostenido los liberales siempre, predicando en el vacío durante tanto tiempo. Si en los hechos, la izquierda latinoamericana comienza a hacer en la práctica una política liberal, aunque la disfrace con una retórica que la niega, en buena hora: es un paso adelante y significa que hay esperanzas de que América latina deje por fin atrás el lastre del subdesarrollo y de las dictaduras. Es un progreso, como lo es la aparición de una derecha civilizada que ya no piense que la solución de los problemas está en tocar las puertas de los cuarteles, sino en aceptar el sufragio, las instituciones democráticas y hacerlas funcionar.
Otro síntoma positivo, en el panorama tan cargado de sombras de la América latina de nuestros días es el hecho de que el viejo sentimiento antinorteamericano que alentaba en el continente ha disminuido considerablemente. [...] El liberal que les habla se ha visto con frecuencia en los últimos años enfrascado en polémicas, defendiendo una imagen real de los Estados Unidos que la pasión y los prejuicios políticos deforman a veces hasta la caricatura. El problema que tenemos quienes intentamos combatir estos estereotipos es que ningún país produce tantos materiales artísticos e intelectuales antiestadounidenses como el propio Estados Unidos -el país natal, no lo olvidemos, de Michael Moore, Oliver Stone y Noam Chomsky-, al extremo de que a veces uno se pregunta si el antinorteamericanismo no será uno de esos astutos productos de exportación, manufacturados por la CIA, de que el imperialismo se vale para tener ideológicamente manipuladas a las muchedumbres tercermundistas. Antes, el antiamericanismo era popular sobre todo en América latina, pero ahora ocurre más en ciertos países europeos, sobre todo aquellos que se aferran a un pasado que se fue, y se resisten a aceptar la globalización y la interdependencia de las naciones en un mundo en el que las fronteras, antes sólidas e inexpugnables, se van volviendo porosas y desvaneciendo poco a poco. Desde luego, no todo lo que ocurre en Estados Unidos me gusta, ni mucho menos. Por ejemplo, lamento que todavía haya muchos estados donde se aplica esa aberración que es la pena de muerte y un buen número de cosas más, como que, en la lucha contra las drogas, se privilegie la represión sobre la persuasión, pese a las lecciones de la llamada ley seca (The Prohibition). Pero, hechas las sumas y las restas, creo que, entre las democracias del mundo, la de Estados Unidos es la más abierta y funcional, la que tiene mayor capacidad autocrítica y la que, por eso mismo, se renueva y actualiza más rápido en función de los desafíos y las necesidades de la cambiante circunstancia histórica. Es una democracia en la que yo admiro sobre todo aquello que el profesor Samuel Huntington teme: esa formidable mezcolanza de razas, culturas, tradiciones, costumbres, que aquí consiguen convivir sin entrematarse, gracias a esa igualdad ante la ley y a la flexibilidad del sistema para dar cabida en su seno a la diversidad, dentro del denominador común del respeto a la ley y a los otros.
[...] Esto es algo de lo que puedo testimoniar casi en primera persona. Mis padres, cuando ya habían dejado de ser jóvenes, fueron dos de esos millones de latinoamericanos que, buscando las oportunidades que no les ofrecía su país, emigraron a los Estados Unidos. Durante cerca de veinticinco años vivieron en Los Angeles, ganándose la vida con sus manos, algo que no habían tenido que hacer nunca en Perú. Mi madre trabajó muchos años como obrera, en una fábrica textil llena de mexicanos y centroamericanos, entre los que hizo excelentes amigos. Cuando mi padre falleció, yo creí que ella volvería a Perú, como yo se lo pedía. Pero, por el contrario, decidió quedarse aquí, viviendo sola e incluso pidió y obtuvo la nacionalidad estadounidense, algo que mi padre nunca quiso hacer. Más tarde, cuando ya los achaques de la vejez la hicieron retornar a su tierra natal, siempre recordó con orgullo y gratitud a Estados Unidos, su segunda patria. Para ella nunca hubo incompatibilidad alguna, ni el menor conflicto de lealtades, entre sentirse peruana y norteamericana.
Quizás este recuerdo sea algo más que una evocación filial. Quizás podamos ver en este ejemplo un anticipo del futuro. Soñemos, como hacen los novelistas: un mundo desembarazado de fanáticos, terroristas, dictadores; un mundo de culturas, razas, credos y tradiciones diferentes, coexistiendo en paz gracias a la cultura de la libertad, en el que las fronteras hayan dejado de serlo y se hayan vuelto puentes, que los hombres y mujeres puedan cruzar y descruzar en pos de sus anhelos y sin más obstáculos que su soberana voluntad.
Entonces, casi no será necesario hablar de libertad porque ésta será el aire que respiremos y porque todos seremos verdaderamente libres. El ideal de Ludwig von Mises, una cultura planetaria signada por el respeto a la ley y a los derechos humanos se habrá hecho realidad.
Fuente: http://www.eldiarioexterior.com/el-liberal-que-yo-trato-5280.htm
martes, 5 de octubre de 2010
Liberalismo y cooperación
Javier Paz García
Mucho se critica al liberalismo con el argumento que promueve el egoísmo y limita o elimina la cooperación entre los seres humanos. Nada más falso. El liberalismo se basa en la cooperación de hombres libres.
En La Riqueza de las Naciones (1776), el filósofo escocés Adam Smith explica como la división y la especialización del trabajo, aumenta la productividad y permite que todos, mediante el comercio disfruten de una mayor cantidad de bienes de los que pudieran proveerse por sí mismos. Es decir, la sociedad está mejor servida si unos se especializan en hacer pan y solo producen pan, otros se especializan en hacer ropa y solo producen ropa y luego intercambian sus productos entre sí. Por el contrario, sin división del trabajo ni comercio (es decir, sin cooperación), cada quien tiene que producir su propio pan y su propia ropa, con lo cual disminuye la eficiencia y la productividad. Smith mostró cómo se puede lograr el bien social a través de la búsqueda del propio interés.
Para demostrar estos principios solo hace falta notar que los objetos personales que poseemos como ser anteojos, celulares, computadoras, zapatos, pantalones, libros, muebles, lámparas, etc. no han sido hechos por uno mismo. De hecho las cosas que nos rodean han sido fabricadas por miles de personas en todo el mundo. Esto es un ejemplo de cooperación a nivel mundial. De hecho, la globalización – que ha elevado la productividad y ha mejorado los niveles de vida de millones de habitantes – no es más que la aplicación de los principios de Smith.
Por ello el liberalismo promueve y defiende el libre mercado a nivel global. Las medidas proteccionistas reducen los beneficios de la división y especialización del trabajo, reduciendo así la capacidad de consumo. Pero el comercio no solo es una forma de cooperación, sino que también promueve la paz. Los Estados con fuertes lazos comerciales son menos proclives a entrar en un conflicto bélico mutuo.
Además un sistema liberal estimula la cooperación en niveles más locales y personales. Son innumerables los ejemplos de sociedades libres, donde los ciudadanos sin coerción ni participación del Estado han creado cooperativas de ahorro y crédito, de servicios públicos, escuelas y universidades, entidades de beneficencia, y una serie de instituciones privadas de ayuda mutua. La misma empresa privada solo es posible mediante la cooperación de sus miembros. El incontrastable hecho de que la empresa privada es más eficiente que el Estado, y que los Estados con tendencias liberales son más eficientes que los Estados con tendencias socialistas es una prueba más que la cooperación entre los miembros de la sociedad es proporcional al grado de libertad que gocen.
Santa Cruz de la Sierra, 25/09/10
http://javierpaz01.blogspot.com
Mucho se critica al liberalismo con el argumento que promueve el egoísmo y limita o elimina la cooperación entre los seres humanos. Nada más falso. El liberalismo se basa en la cooperación de hombres libres.
En La Riqueza de las Naciones (1776), el filósofo escocés Adam Smith explica como la división y la especialización del trabajo, aumenta la productividad y permite que todos, mediante el comercio disfruten de una mayor cantidad de bienes de los que pudieran proveerse por sí mismos. Es decir, la sociedad está mejor servida si unos se especializan en hacer pan y solo producen pan, otros se especializan en hacer ropa y solo producen ropa y luego intercambian sus productos entre sí. Por el contrario, sin división del trabajo ni comercio (es decir, sin cooperación), cada quien tiene que producir su propio pan y su propia ropa, con lo cual disminuye la eficiencia y la productividad. Smith mostró cómo se puede lograr el bien social a través de la búsqueda del propio interés.
Para demostrar estos principios solo hace falta notar que los objetos personales que poseemos como ser anteojos, celulares, computadoras, zapatos, pantalones, libros, muebles, lámparas, etc. no han sido hechos por uno mismo. De hecho las cosas que nos rodean han sido fabricadas por miles de personas en todo el mundo. Esto es un ejemplo de cooperación a nivel mundial. De hecho, la globalización – que ha elevado la productividad y ha mejorado los niveles de vida de millones de habitantes – no es más que la aplicación de los principios de Smith.
Por ello el liberalismo promueve y defiende el libre mercado a nivel global. Las medidas proteccionistas reducen los beneficios de la división y especialización del trabajo, reduciendo así la capacidad de consumo. Pero el comercio no solo es una forma de cooperación, sino que también promueve la paz. Los Estados con fuertes lazos comerciales son menos proclives a entrar en un conflicto bélico mutuo.
Además un sistema liberal estimula la cooperación en niveles más locales y personales. Son innumerables los ejemplos de sociedades libres, donde los ciudadanos sin coerción ni participación del Estado han creado cooperativas de ahorro y crédito, de servicios públicos, escuelas y universidades, entidades de beneficencia, y una serie de instituciones privadas de ayuda mutua. La misma empresa privada solo es posible mediante la cooperación de sus miembros. El incontrastable hecho de que la empresa privada es más eficiente que el Estado, y que los Estados con tendencias liberales son más eficientes que los Estados con tendencias socialistas es una prueba más que la cooperación entre los miembros de la sociedad es proporcional al grado de libertad que gocen.
Santa Cruz de la Sierra, 25/09/10
http://javierpaz01.blogspot.com
jueves, 30 de septiembre de 2010
Socialismo y religión
Javier Paz García
Las religiones buscan guiar a los seres humanos en la búsqueda de la paz y la felicidad, mediante la práctica de ciertos principios y prácticas. Los líderes socialistas buscan obtener el dominio y la obediencia de las masas. A menudo las creencias religiosas entran en conflicto con los planes socialistas y pueden dificultar el control de las masas, razón por la cual, como lo muestra la historia, los socialistas se han confrontado con la religión y sus líderes.
La crítica marxista de la religión consiste en que, mediante la promesa de la otra vida, hace posible que el proletariado viva sacrificando su existencia sin protestar. Ve a la religión y a sus líderes como aliados del Estado burgués. Considera que para liberar al obrero de sus cadenas, es también necesario liberarlo de sus prejuicios religiosos. Por eso Marx dijo de la religión que era “el opio del pueblo” (Crítica de la filosofía del derecho de Hegel) y Lenin dijo: “Debemos luchar contra la religión” (V.I. Lenin, Actitud del partido obrero hacia la religión). Y así fue: la Unión Soviética pasó a ser un Estado ateo que intentó eliminar, sin éxito, las prácticas y creencias religiosas de sus habitantes. Y donde se ha establecido un estado colectivista, la libertad de religión se ha visto disminuida. En China las prácticas religiosas son aprobadas y controladas por el Estado, a pesar que la Constitución de la República Popular de China establece la libertad de religión. Fidel Castro suspendió en 1962 las instituciones católicas en Cuba. En Corea del Norte se ha intentado hacer del caudillo una religión.
El socialismo no cree en la democracia y tampoco cree en la pluralidad. Lo que dicen los caudillos se acata y quien intente oponerse es eliminado de una u otra forma. Siendo que la religión puede significar una amenaza al liderazgo único que desean los caudillos, es natural que sea atacada y perseguida.
Nuevos líderes socialistas como Hugo Chávez y Evo Morales mantienen una permanente confrontación con los líderes religiosos en sus países. Pero como la historia ha mostrado en más de una ocasión que intentar acabar con las creencias religiosas es imposible, estos socialistas modernos no rechazan la religión abiertamente, no anuncian su intención de crear sociedades ateas, sino al contrario se declaran profundos cristianos, verdaderos seguidores de Jesús, y justifican su confrontación con la Iglesia acusándola, igual que Marx, de defender a los sectores ricos y opresores de la sociedad en contra de los pobres y desposeídos, o hablan de no estar en contra de la Iglesia, sino de sus líderes.
Los socialistas consideran la libertad como un invento burgués, y la rechazan como tal. Consideran que un grupo de iluminados tiene la capacidad de dirigir al pueblo incluso mediante la opresión y la coerción del mismo pueblo. Y consideran a la religión como un obstáculo a sus fines. La libertad de religión es parte fundamental de la ética liberal que el socialismo rechaza. Por ello, el socialismo en su esencia rechaza la religión.
Santa Cruz de la Sierra, 25/09/10
Las religiones buscan guiar a los seres humanos en la búsqueda de la paz y la felicidad, mediante la práctica de ciertos principios y prácticas. Los líderes socialistas buscan obtener el dominio y la obediencia de las masas. A menudo las creencias religiosas entran en conflicto con los planes socialistas y pueden dificultar el control de las masas, razón por la cual, como lo muestra la historia, los socialistas se han confrontado con la religión y sus líderes.
La crítica marxista de la religión consiste en que, mediante la promesa de la otra vida, hace posible que el proletariado viva sacrificando su existencia sin protestar. Ve a la religión y a sus líderes como aliados del Estado burgués. Considera que para liberar al obrero de sus cadenas, es también necesario liberarlo de sus prejuicios religiosos. Por eso Marx dijo de la religión que era “el opio del pueblo” (Crítica de la filosofía del derecho de Hegel) y Lenin dijo: “Debemos luchar contra la religión” (V.I. Lenin, Actitud del partido obrero hacia la religión). Y así fue: la Unión Soviética pasó a ser un Estado ateo que intentó eliminar, sin éxito, las prácticas y creencias religiosas de sus habitantes. Y donde se ha establecido un estado colectivista, la libertad de religión se ha visto disminuida. En China las prácticas religiosas son aprobadas y controladas por el Estado, a pesar que la Constitución de la República Popular de China establece la libertad de religión. Fidel Castro suspendió en 1962 las instituciones católicas en Cuba. En Corea del Norte se ha intentado hacer del caudillo una religión.
El socialismo no cree en la democracia y tampoco cree en la pluralidad. Lo que dicen los caudillos se acata y quien intente oponerse es eliminado de una u otra forma. Siendo que la religión puede significar una amenaza al liderazgo único que desean los caudillos, es natural que sea atacada y perseguida.
Nuevos líderes socialistas como Hugo Chávez y Evo Morales mantienen una permanente confrontación con los líderes religiosos en sus países. Pero como la historia ha mostrado en más de una ocasión que intentar acabar con las creencias religiosas es imposible, estos socialistas modernos no rechazan la religión abiertamente, no anuncian su intención de crear sociedades ateas, sino al contrario se declaran profundos cristianos, verdaderos seguidores de Jesús, y justifican su confrontación con la Iglesia acusándola, igual que Marx, de defender a los sectores ricos y opresores de la sociedad en contra de los pobres y desposeídos, o hablan de no estar en contra de la Iglesia, sino de sus líderes.
Los socialistas consideran la libertad como un invento burgués, y la rechazan como tal. Consideran que un grupo de iluminados tiene la capacidad de dirigir al pueblo incluso mediante la opresión y la coerción del mismo pueblo. Y consideran a la religión como un obstáculo a sus fines. La libertad de religión es parte fundamental de la ética liberal que el socialismo rechaza. Por ello, el socialismo en su esencia rechaza la religión.
Santa Cruz de la Sierra, 25/09/10
jueves, 23 de septiembre de 2010
Liberalismo y religión
Javier Paz García
En la doctrina liberal, lo más importante es la libertad del ser humano; y una de las libertades fundamentales de todo ser humano es la de elegir y practicar sus creencias religiosas. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, la religión era impuesta por las clases dominantes y se prohibía la práctica de cualquier otra religión que no sea la oficial. Por ejemplo, la reforma luterana y la contrarreforma en Europa causaron varias guerras y miles de muertos. Asimismo muchos inmigrantes que llegaron a las colonias que hoy forman los Estados Unidos de América, lo hicieron para escapar de la persecución religiosa en Inglaterra.
Es con pensadores como John Locke (1632-1704), considerado el padre del liberalismo, que se empieza a debatir la libertad de religión y la separación de la iglesia y el Estado. El pensamiento de Locke influenció en los fundadores de los Estados Unidos de América, quienes en la primera enmienda a la constitución dictaron que: “El Congreso no legislará respecto al establecimiento de una religión o a la prohibición del libre ejercicio de la misma;”. Esta enmienda por un lado estableció la separación de la iglesia y el Estado y además prohibió al Estado interferir con el libre ejercicio de cualquier religión.
La separación de Iglesia y Estado no tenía como objetivo inculcar el ateísmo, ni mucho menos. Los pensadores liberales como ser John Locke, Adam Smith o Alexis de Tocqueville, eran profundamente religiosos, como lo demuestran sus muchos escritos sobre el tema, como también lo fueron Thomas Jefferson o James Madison fundadores de la nación americana. Las siguientes citas de Madison pueden clarificar la cuestión:
“Consideramos como una verdad fundamental e innegable que la religión, o el deber que le debemos a nuestro Creador, y la forma de pagarlo, solo puede ser dirigido por la razón y la convicción, no por la fuerza y la violencia. La religión entonces, de cada hombre debe ser dejada a la convicción y la conciencia de cada hombre: y es el derecho de cada hombre de practicarla como éstas le dicten”.
“El propósito de la separación de la Iglesia y el Estado es de alejar para siempre de estas costas el incesante conflicto que ha empapado en sangre los suelos de Europa por siglos”.
Tanto en la teoría como en la práctica, el liberalismo ha procurado la tolerancia de todas las prácticas religiosas, y el libre ejercicio de la religión.
Los Estados Unidos desde sus inicios como nación, guiado por un espíritu liberal, garantizó la libertad de religión y no adoptó ninguna religión oficial. Esto generó un clima de paz y tolerancia, cuyas consecuencias no son menores en el desarrollo económico del país. La tolerancia religiosa, producto de una visión liberal, fue un factor determinante para lograr mayor integración y paz en todo el mundo durante el último siglo.
Santa Cruz de la Sierra, 20/09/10
En la doctrina liberal, lo más importante es la libertad del ser humano; y una de las libertades fundamentales de todo ser humano es la de elegir y practicar sus creencias religiosas. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, la religión era impuesta por las clases dominantes y se prohibía la práctica de cualquier otra religión que no sea la oficial. Por ejemplo, la reforma luterana y la contrarreforma en Europa causaron varias guerras y miles de muertos. Asimismo muchos inmigrantes que llegaron a las colonias que hoy forman los Estados Unidos de América, lo hicieron para escapar de la persecución religiosa en Inglaterra.
Es con pensadores como John Locke (1632-1704), considerado el padre del liberalismo, que se empieza a debatir la libertad de religión y la separación de la iglesia y el Estado. El pensamiento de Locke influenció en los fundadores de los Estados Unidos de América, quienes en la primera enmienda a la constitución dictaron que: “El Congreso no legislará respecto al establecimiento de una religión o a la prohibición del libre ejercicio de la misma;”. Esta enmienda por un lado estableció la separación de la iglesia y el Estado y además prohibió al Estado interferir con el libre ejercicio de cualquier religión.
La separación de Iglesia y Estado no tenía como objetivo inculcar el ateísmo, ni mucho menos. Los pensadores liberales como ser John Locke, Adam Smith o Alexis de Tocqueville, eran profundamente religiosos, como lo demuestran sus muchos escritos sobre el tema, como también lo fueron Thomas Jefferson o James Madison fundadores de la nación americana. Las siguientes citas de Madison pueden clarificar la cuestión:
“Consideramos como una verdad fundamental e innegable que la religión, o el deber que le debemos a nuestro Creador, y la forma de pagarlo, solo puede ser dirigido por la razón y la convicción, no por la fuerza y la violencia. La religión entonces, de cada hombre debe ser dejada a la convicción y la conciencia de cada hombre: y es el derecho de cada hombre de practicarla como éstas le dicten”.
“El propósito de la separación de la Iglesia y el Estado es de alejar para siempre de estas costas el incesante conflicto que ha empapado en sangre los suelos de Europa por siglos”.
Tanto en la teoría como en la práctica, el liberalismo ha procurado la tolerancia de todas las prácticas religiosas, y el libre ejercicio de la religión.
Los Estados Unidos desde sus inicios como nación, guiado por un espíritu liberal, garantizó la libertad de religión y no adoptó ninguna religión oficial. Esto generó un clima de paz y tolerancia, cuyas consecuencias no son menores en el desarrollo económico del país. La tolerancia religiosa, producto de una visión liberal, fue un factor determinante para lograr mayor integración y paz en todo el mundo durante el último siglo.
Santa Cruz de la Sierra, 20/09/10
lunes, 20 de septiembre de 2010
Aclaración sobre la fundación de Santa Cruz de la Sierra y su primer grito libertario
Javier Paz García
Con bastante frecuencia escucho que el 24 de septiembre es la fundación de Santa Cruz y que el 2010 es el bicentenario de Santa Cruz.
Por ello veo conveniente clarificar algunos temas con respecto a la fundación de Santa Cruz y su primer grito de independencia. Para ello vamos a tomar como fuente el libro “Santa Cruz de la Sierra: Apuntes para su historia (Siglos XVI al XX)” de Humberto Vázquez-Machicado.
El 26 de febrero de 1561 (hace 449 años) “Nufrio de Chaves funda Santa Cruz de la Sierra en la falda de la serranía de Chiquitos, a muy pocos kilómetros de la actual población de San José de Chiquitos.”
“1590. 13 de septiembre. Lorenzo Suárez de Figueroa y Gonzalo de Solís de Holguín fundan solemnemente en la orilla oriental o derecha del Guapay la ciudad de San Lorenzo de la Frontera, que después se llamaría San Lorenzo el Real…”
“1591. Al finalizar este año, la población de San Lorenzo, de la orilla derecha del Guapay, cruza el río, trasladándose al lugar de Cotoca.”
“1595. 21 de mayo. Solemnemente Lorenzo Suárez de Figueroa y Gonzalo Solís de Holguín, trasladan San Lorenzo, de Cotoca a la Punta de San Bartolomé, donde se asienta definitivamente.”
En 1601 “gran parte de los habitantes de Santa Cruz de la Sierra es trasladada por Gonzalo Solíz (sic) de Holguín, de las faldas de la serranía de Chiquitos a Cotoca”.
“1604. 1ro de noviembre. El Fiscal Alfaro es el último en abandonar Santa Cruz de la Sierra en Chiquitos, habiendo trasladado ya todos sus habitantes a Cotoca.”
“1621. Noviembre. Se resuelve la traslación de Santa Cruz de la Sierra, de su asiento en Cotoca a San Lorenzo, cosa que se efectuó en los primeros meses del año siguiente de 1622. En consecuencia, Santa Cruz de la Sierra y San Lorenzo, constituyen una sola ciudad, denominándoselas así indistintamente. El primer nombre habría de prevalecer”.
“1784. Es la última vez que en documentos coloniales conocidos de quien esto escribe, se llama a la dicha ciudad San Lorenzo.”
Siendo Santa Cruz de la Sierra la combinación de dos ciudades (Santa Cruz de la Sierra y San Lorenzo el Real), podemos decir que la ciudad tiene dos fundaciones y cuatro traslaciones. La providencia y la simplicidad han querido que recordemos y celebremos la fecha de la primera fundación el 26 de febrero de 1561.
Por otro lado, el 24 de septiembre de 1810 se da una rebelión en la ciudad para unirse a la causa libertaria contra la dominación española. En esta fecha Santa Cruz no logró la independencia de España, ni mucho menos. Tuvieron que pasar 25 años más para que esta región, junto con el resto de lo que hasta entonces era la Audiencia de Charcas, se declare independiente y soberana.
El 24 de septiembre no celebramos la fundación de Santa Cruz de la Sierra, ni tampoco celebramos la independencia de Santa Cruz. Sí celebramos el primer grito libertario dado en la ciudad, lo cual, para complicar aún más el tema, es debatible, ya que el 20 de agosto de 1809 ya hubo en la ciudad una rebelión de esclavos negros clamando libertad.
Santa Cruz de la Sierra, 17/09/10
Con bastante frecuencia escucho que el 24 de septiembre es la fundación de Santa Cruz y que el 2010 es el bicentenario de Santa Cruz.
Por ello veo conveniente clarificar algunos temas con respecto a la fundación de Santa Cruz y su primer grito de independencia. Para ello vamos a tomar como fuente el libro “Santa Cruz de la Sierra: Apuntes para su historia (Siglos XVI al XX)” de Humberto Vázquez-Machicado.
El 26 de febrero de 1561 (hace 449 años) “Nufrio de Chaves funda Santa Cruz de la Sierra en la falda de la serranía de Chiquitos, a muy pocos kilómetros de la actual población de San José de Chiquitos.”
“1590. 13 de septiembre. Lorenzo Suárez de Figueroa y Gonzalo de Solís de Holguín fundan solemnemente en la orilla oriental o derecha del Guapay la ciudad de San Lorenzo de la Frontera, que después se llamaría San Lorenzo el Real…”
“1591. Al finalizar este año, la población de San Lorenzo, de la orilla derecha del Guapay, cruza el río, trasladándose al lugar de Cotoca.”
“1595. 21 de mayo. Solemnemente Lorenzo Suárez de Figueroa y Gonzalo Solís de Holguín, trasladan San Lorenzo, de Cotoca a la Punta de San Bartolomé, donde se asienta definitivamente.”
En 1601 “gran parte de los habitantes de Santa Cruz de la Sierra es trasladada por Gonzalo Solíz (sic) de Holguín, de las faldas de la serranía de Chiquitos a Cotoca”.
“1604. 1ro de noviembre. El Fiscal Alfaro es el último en abandonar Santa Cruz de la Sierra en Chiquitos, habiendo trasladado ya todos sus habitantes a Cotoca.”
“1621. Noviembre. Se resuelve la traslación de Santa Cruz de la Sierra, de su asiento en Cotoca a San Lorenzo, cosa que se efectuó en los primeros meses del año siguiente de 1622. En consecuencia, Santa Cruz de la Sierra y San Lorenzo, constituyen una sola ciudad, denominándoselas así indistintamente. El primer nombre habría de prevalecer”.
“1784. Es la última vez que en documentos coloniales conocidos de quien esto escribe, se llama a la dicha ciudad San Lorenzo.”
Siendo Santa Cruz de la Sierra la combinación de dos ciudades (Santa Cruz de la Sierra y San Lorenzo el Real), podemos decir que la ciudad tiene dos fundaciones y cuatro traslaciones. La providencia y la simplicidad han querido que recordemos y celebremos la fecha de la primera fundación el 26 de febrero de 1561.
Por otro lado, el 24 de septiembre de 1810 se da una rebelión en la ciudad para unirse a la causa libertaria contra la dominación española. En esta fecha Santa Cruz no logró la independencia de España, ni mucho menos. Tuvieron que pasar 25 años más para que esta región, junto con el resto de lo que hasta entonces era la Audiencia de Charcas, se declare independiente y soberana.
El 24 de septiembre no celebramos la fundación de Santa Cruz de la Sierra, ni tampoco celebramos la independencia de Santa Cruz. Sí celebramos el primer grito libertario dado en la ciudad, lo cual, para complicar aún más el tema, es debatible, ya que el 20 de agosto de 1809 ya hubo en la ciudad una rebelión de esclavos negros clamando libertad.
Santa Cruz de la Sierra, 17/09/10
jueves, 9 de septiembre de 2010
Por algo estamos como estamos
Javier Paz García
Mientras la Cainco piensa si invitar o no al presidente a la Feria, el presidente piensa como hundir al empresariado nacional. Por otro lado el gerente de la Cadex considera que el Gobierno debería tomar previsiones sobre el desabastecimiento de cemento (El Mundo 04/09/2010). Para Gabriel Dabdoud ex - presidente de los empresarios privados de Bolivia “el socialismo no es una amenaza” (La Razón 31/01/2010). Rubén Costas dice que él nos va a mostrar los que es el verdadero socialismo y que Evo no es socialista (discurso realizado a los pies del Cristo Redentor hace más de un año en el cual estuve presente). Y Percy Fernández dice sentirse a gusto y contento con la nueva constitución (www.hoybolivia.com 09/06/2010). Este pequeño universo de declaraciones nos da una pauta del por qué estamos como estamos. Tenemos un liderazgo sin pantalones, sin convicciones ideológicas y sin rumbo.
Dejemos pasar la invitación del presidente a la feria, aduciendo motivos de protocolo, pero de ahí a sugerir que Evo es bueno, como lo hizo Eduardo Paz, presidente la Cainco, hay mucho trecho. O que el Gerente de la Cámara de Exportadores, Oswaldo Barriga sugiera que es el Estado quien debe tomar medidas con respecto al desabastecimiento de cemento, y no los privados, es realmente espantoso. Lo de Gabriel Dabdoud con respecto al socialismo es para hacer plop, como en Condorito. Y lo de Costas es para llorar. Por supuesto nadie le va a creer que él es un socialista, como nadie puede creer que un Salvador Ric, hinchado en plata gracias al libre mercado, sea socialista.
Los líderes empresariales cruceños se aplazaron para comunicar y defender un modelo productivo que ha permitido el desarrollo de la región y del país. Se han aplazado por miedosos, porque su discurso está lleno de falsedades e hipocresías. Porque defienden el “modelo productivo cruceño” pero despotrican contra el neoliberalismo y el capitalismo, como si uno y otro no fueran lo mismo. Porque se tapan la cara y se rasgan las vestiduras si alguien los tilda de liberales. Porque se avergüenzan de sus éxitos. Porque tienen un discurso que ni ellos mismos creen. Porque en nombre de dejar de lado las ideologías, han renunciado a los principios.
En fin, si los empresarios privados defienden el socialismo y piden la intervención del Estado; si los políticos que están llamados a defender nuestros derechos y libertades contra un gobierno totalitarista anuncian orgullosos que nos van a “mostrar el verdadero socialismo”; si la gente hipoteca su futuro y el de sus hijos con tal de recibir un bono un par de año; si los votantes dan su apoyo a quien sea más irresponsable y temerario a la hora de hacer promesas, entonces es lógico que estemos tan mal como estamos y es inevitable que cada día estemos peor… Y todavía hay un buen trecho hasta tocar fondo. No hace falta más que ver a Venezuela, Cuba o Zimbabwe para ver hasta dónde podemos llegar.
Santa Cruz de la Sierra, 09/09/10
Mientras la Cainco piensa si invitar o no al presidente a la Feria, el presidente piensa como hundir al empresariado nacional. Por otro lado el gerente de la Cadex considera que el Gobierno debería tomar previsiones sobre el desabastecimiento de cemento (El Mundo 04/09/2010). Para Gabriel Dabdoud ex - presidente de los empresarios privados de Bolivia “el socialismo no es una amenaza” (La Razón 31/01/2010). Rubén Costas dice que él nos va a mostrar los que es el verdadero socialismo y que Evo no es socialista (discurso realizado a los pies del Cristo Redentor hace más de un año en el cual estuve presente). Y Percy Fernández dice sentirse a gusto y contento con la nueva constitución (www.hoybolivia.com 09/06/2010). Este pequeño universo de declaraciones nos da una pauta del por qué estamos como estamos. Tenemos un liderazgo sin pantalones, sin convicciones ideológicas y sin rumbo.
Dejemos pasar la invitación del presidente a la feria, aduciendo motivos de protocolo, pero de ahí a sugerir que Evo es bueno, como lo hizo Eduardo Paz, presidente la Cainco, hay mucho trecho. O que el Gerente de la Cámara de Exportadores, Oswaldo Barriga sugiera que es el Estado quien debe tomar medidas con respecto al desabastecimiento de cemento, y no los privados, es realmente espantoso. Lo de Gabriel Dabdoud con respecto al socialismo es para hacer plop, como en Condorito. Y lo de Costas es para llorar. Por supuesto nadie le va a creer que él es un socialista, como nadie puede creer que un Salvador Ric, hinchado en plata gracias al libre mercado, sea socialista.
Los líderes empresariales cruceños se aplazaron para comunicar y defender un modelo productivo que ha permitido el desarrollo de la región y del país. Se han aplazado por miedosos, porque su discurso está lleno de falsedades e hipocresías. Porque defienden el “modelo productivo cruceño” pero despotrican contra el neoliberalismo y el capitalismo, como si uno y otro no fueran lo mismo. Porque se tapan la cara y se rasgan las vestiduras si alguien los tilda de liberales. Porque se avergüenzan de sus éxitos. Porque tienen un discurso que ni ellos mismos creen. Porque en nombre de dejar de lado las ideologías, han renunciado a los principios.
En fin, si los empresarios privados defienden el socialismo y piden la intervención del Estado; si los políticos que están llamados a defender nuestros derechos y libertades contra un gobierno totalitarista anuncian orgullosos que nos van a “mostrar el verdadero socialismo”; si la gente hipoteca su futuro y el de sus hijos con tal de recibir un bono un par de año; si los votantes dan su apoyo a quien sea más irresponsable y temerario a la hora de hacer promesas, entonces es lógico que estemos tan mal como estamos y es inevitable que cada día estemos peor… Y todavía hay un buen trecho hasta tocar fondo. No hace falta más que ver a Venezuela, Cuba o Zimbabwe para ver hasta dónde podemos llegar.
Santa Cruz de la Sierra, 09/09/10
Sobre la desigualdad de ingresos
Javier Paz García
La desigualdad es un hecho de la vida. El ser humano tiene diferencias de raza, género, estatura, inteligencia, fuerza, etc. Los seres humanos también difieren en sus preferencias, su educación, su creatividad, su perseverancia. Estas diferencias son las que crean todo tipo de desigualdades entre los seres humanos, incluida la desigualdad del ingreso.
La desigualdad de ingresos no es un problema en sí, la pobreza o la corrupción son problemas que sí hay que combatir.
Una sociedad altamente desigual donde todos tienen un nivel adecuado de educación, acceso a la salud, trabajo y capacidad de ahorro, no es un problema, no importa cuanta desigualdad exista entre quienes ganan más y quienes ganan menos. En cambio, una sociedad con perfecta igualdad de ingresos, donde todos viven en la pobreza y la miseria, de ninguna manera puede ser un modelo a seguir. Entonces quienes hablan de desigualdad y luego citan problemas de salud o de falta de servicios básicos, en realidad se están refiriendo a un problema de pobreza y no de desigualdad de ingresos.
Un Estado donde solo pueden enriquecerse quienes tienen acceso a cargos de gobierno o las conexiones para ganar las licitaciones de forma amañada, también genera desigualdad. Pero aquí los problemas son la corrupción y el tráfico de influencias. Combatir la desigualdad en este caso será una pérdida de tiempo y esfuerzo.
No hay razón para combatir la desigualdad cuando es generada por diferencias en la capacidad productiva o inventiva. Por ejemplo, Bill Gates tiene miles de millones de dólares gracias a programas como Windows u Office. Estos inventos han beneficiado a millones de personas en todo el mundo, quienes voluntariamente le han dado dinero a Bill Gates para tener el privilegio de usarlos. Esa increíble fortuna de Gates genera una gran desigualdad, pero nadie sugiere que su dinero debería ser confiscado para reducir la desigualdad de ingresos. No hay razón para que quien se levanta todos los días a trabajar, gane igual que quien se queda en su hamaca durmiendo. Por supuesto habrá quienes levanten la bandera de la lucha contra la desigualdad meramente por envidia de ver el progreso ajeno, pero la envidia no es una razón válida para que los gobiernos busquen reducir la desigualdad.
Es natural y es eficiente que quien produzca más gane más. Una sociedad que recompensa con mejores ingresos a sus mejores intelectos, a sus mejores industrialistas, a sus mejores trabajadores, a sus mejores ingenieros, es una sociedad que incentiva a que la gente quiera ser cada día mejor. Una sociedad así, producirá más inventos, mejor salud, mejor educación, mejores trabajos y mejores salarios. Por el contrario, una sociedad que castiga a sus mejores mentes diciéndoles que por ser más capaces tienen que aportar más y recibir menos (el lema marxista), acaba con el deseo de superación y la creatividad de las sus integrantes, y conduce a todos hacia el estancamiento económico y la pobreza.
La lucha contra la desigualdad de ingresos es una distracción de verdaderos problemas como la pobreza y la corrupción y en muchos casos genera políticas que buscan igualar para abajo a quienes tienen más, lo que ocasiona mayor pobreza.
Santa Cruz de la Sierra, 01/09/10
La desigualdad es un hecho de la vida. El ser humano tiene diferencias de raza, género, estatura, inteligencia, fuerza, etc. Los seres humanos también difieren en sus preferencias, su educación, su creatividad, su perseverancia. Estas diferencias son las que crean todo tipo de desigualdades entre los seres humanos, incluida la desigualdad del ingreso.
La desigualdad de ingresos no es un problema en sí, la pobreza o la corrupción son problemas que sí hay que combatir.
Una sociedad altamente desigual donde todos tienen un nivel adecuado de educación, acceso a la salud, trabajo y capacidad de ahorro, no es un problema, no importa cuanta desigualdad exista entre quienes ganan más y quienes ganan menos. En cambio, una sociedad con perfecta igualdad de ingresos, donde todos viven en la pobreza y la miseria, de ninguna manera puede ser un modelo a seguir. Entonces quienes hablan de desigualdad y luego citan problemas de salud o de falta de servicios básicos, en realidad se están refiriendo a un problema de pobreza y no de desigualdad de ingresos.
Un Estado donde solo pueden enriquecerse quienes tienen acceso a cargos de gobierno o las conexiones para ganar las licitaciones de forma amañada, también genera desigualdad. Pero aquí los problemas son la corrupción y el tráfico de influencias. Combatir la desigualdad en este caso será una pérdida de tiempo y esfuerzo.
No hay razón para combatir la desigualdad cuando es generada por diferencias en la capacidad productiva o inventiva. Por ejemplo, Bill Gates tiene miles de millones de dólares gracias a programas como Windows u Office. Estos inventos han beneficiado a millones de personas en todo el mundo, quienes voluntariamente le han dado dinero a Bill Gates para tener el privilegio de usarlos. Esa increíble fortuna de Gates genera una gran desigualdad, pero nadie sugiere que su dinero debería ser confiscado para reducir la desigualdad de ingresos. No hay razón para que quien se levanta todos los días a trabajar, gane igual que quien se queda en su hamaca durmiendo. Por supuesto habrá quienes levanten la bandera de la lucha contra la desigualdad meramente por envidia de ver el progreso ajeno, pero la envidia no es una razón válida para que los gobiernos busquen reducir la desigualdad.
Es natural y es eficiente que quien produzca más gane más. Una sociedad que recompensa con mejores ingresos a sus mejores intelectos, a sus mejores industrialistas, a sus mejores trabajadores, a sus mejores ingenieros, es una sociedad que incentiva a que la gente quiera ser cada día mejor. Una sociedad así, producirá más inventos, mejor salud, mejor educación, mejores trabajos y mejores salarios. Por el contrario, una sociedad que castiga a sus mejores mentes diciéndoles que por ser más capaces tienen que aportar más y recibir menos (el lema marxista), acaba con el deseo de superación y la creatividad de las sus integrantes, y conduce a todos hacia el estancamiento económico y la pobreza.
La lucha contra la desigualdad de ingresos es una distracción de verdaderos problemas como la pobreza y la corrupción y en muchos casos genera políticas que buscan igualar para abajo a quienes tienen más, lo que ocasiona mayor pobreza.
Santa Cruz de la Sierra, 01/09/10
sábado, 28 de agosto de 2010
Síntesis de la censura bolivariana
Javier Paz García
Hace pocos días el rimbombante presidente venezolano censuró al periódico El Nacional por publicar fotos de personas fallecidas por la violencia en Venezuela. Hace algunos años no renovó la concesión de Radio Caracas Televisión (RCTV), y ahora el presidente del único canal de televisión independiente en este país, Guillermo Zuloaga, tiene una orden de arresto. En Argentina, el matrimonio K hizo promulgar una ley de medios, que bajo el pretexto de “democratizar los medios”, impone restricciones a los canales y periódicos privados. Hace pocos días retiró la licencia de una empresa de internet del grupo Clarín. En Ecuador, el rabioso Correa decreta la venta obligatoria de medios independientes o los confisca con cualquier pretexto.
En todos los casos el régimen insulta, amenaza judicial y extrajudicialmente a los periodistas independientes y crea un clima de terror y amedrentamiento que tiene como objetivo hacer que los periodistas prefieran callar.
En Bolivia, otro de los países bajo la influencia chavista, los periodistas también son perseguidos, acosados, apaleados, los medios demandados, denigrados y acusados, incluso por el mismo presidente. En Bolivia existe cada día más miedo a criticar al gobierno y quienes lo hacen pueden esperar un juicio por diversos motivos, desde ser acusado de terrorismo hasta enriquecimiento ilícito.
En Venezuela, Ecuador, Bolivia y en menor grado Argentina, se vive un clima de miedo inspirado y promovido desde las más altas esferas del poder ejecutivo. Miedo a opinar diferente, miedo a disentir del dogma oficialista, miedo a denunciar a los corruptos cuando estos pertenecen al partido de gobierno, miedo a enfrentar un juicio o una auditoría con jueces y fiscales cuyo servilismo al partido de gobierno es cada día más difícil de poner en duda, miedo a perder la libertad e incluso la vida.
El sistema de censura bolivariano no consta solo de cerrar medios de prensa, sino principalmente de causar miedo para que los medios de prensa, usando el instinto de supervivencia, se autocensuren, se callen.
Venezuela lleva 11 años por este camino, Argentina 7, Bolivia 4, Ecuador 3.
Santa Cruz de la Sierra, 26/08/10
Hace pocos días el rimbombante presidente venezolano censuró al periódico El Nacional por publicar fotos de personas fallecidas por la violencia en Venezuela. Hace algunos años no renovó la concesión de Radio Caracas Televisión (RCTV), y ahora el presidente del único canal de televisión independiente en este país, Guillermo Zuloaga, tiene una orden de arresto. En Argentina, el matrimonio K hizo promulgar una ley de medios, que bajo el pretexto de “democratizar los medios”, impone restricciones a los canales y periódicos privados. Hace pocos días retiró la licencia de una empresa de internet del grupo Clarín. En Ecuador, el rabioso Correa decreta la venta obligatoria de medios independientes o los confisca con cualquier pretexto.
En todos los casos el régimen insulta, amenaza judicial y extrajudicialmente a los periodistas independientes y crea un clima de terror y amedrentamiento que tiene como objetivo hacer que los periodistas prefieran callar.
En Bolivia, otro de los países bajo la influencia chavista, los periodistas también son perseguidos, acosados, apaleados, los medios demandados, denigrados y acusados, incluso por el mismo presidente. En Bolivia existe cada día más miedo a criticar al gobierno y quienes lo hacen pueden esperar un juicio por diversos motivos, desde ser acusado de terrorismo hasta enriquecimiento ilícito.
En Venezuela, Ecuador, Bolivia y en menor grado Argentina, se vive un clima de miedo inspirado y promovido desde las más altas esferas del poder ejecutivo. Miedo a opinar diferente, miedo a disentir del dogma oficialista, miedo a denunciar a los corruptos cuando estos pertenecen al partido de gobierno, miedo a enfrentar un juicio o una auditoría con jueces y fiscales cuyo servilismo al partido de gobierno es cada día más difícil de poner en duda, miedo a perder la libertad e incluso la vida.
El sistema de censura bolivariano no consta solo de cerrar medios de prensa, sino principalmente de causar miedo para que los medios de prensa, usando el instinto de supervivencia, se autocensuren, se callen.
Venezuela lleva 11 años por este camino, Argentina 7, Bolivia 4, Ecuador 3.
Santa Cruz de la Sierra, 26/08/10
domingo, 22 de agosto de 2010
Bolivia en el Índice de Libertad Económica
Javier Paz García
Todos los años, el Wall Street Journal y la Fundación Heritage, publican el Índice de Libertad Económica, un estudio que mide diez áreas esenciales para el desempeño económico.
El estudio abarca a casi todos los países del mundo y demuestra fehacientemente mediante datos objetivos, que existe una relación positiva entre la libertad económica y la prosperidad. Los países donde es fácil abrir y cerrar un negocio, donde hay pocas restricciones al comercio internacional, donde los gobiernos mantienen cierta disciplina monetaria y fiscal, donde los impuestos son relativamente bajos, donde se fomenta la inversión y se protegen los derechos de propiedad, donde las leyes laborales no son restrictivas, y donde no hay excesiva corrupción, son los países con mayor crecimiento económico y menor pobreza.
Este año Bolivia obtuvo el puesto 146 de un total de 183 países evaluados. En el ámbito regional ocupa el puesto 25 de un total de 29 países. Además, el 2010, Bolivia obtuvo su nota más baja desde 1995, año en que se publicó el índice por primera vez. Es decir, Bolivia está en su peor momento, en cuanto a libertad económica se refiere. Las áreas más preocupantes, según el estudio, son la situación de los derechos de propiedad con una nota de 10 sobre 100, la libertad para realizar inversiones con una nota de 15 sobre 100 y la corrupción con una nota de 30 sobre 100.
Los resultados del estudio nos deben preocupar, porque significa que cada vez se está haciendo más difícil crear y operar empresas en el país. Por supuesto eso se traduce en una mayor dificultad de encontrar trabajo. Asimismo, este tipo de estudios es utilizado a menudo por inversionistas extranjeros antes de decidir si es conveniente arriesgar sus capitales en el país. Vale la pena recalcar que el Banco Central de Bolivia, en su último informe de política monetaria, denota preocupación por la caída de la inversión extranjera. Dado el deterioro de la libertad económica en el país, esta caída de inversiones no nos debería extrañar.
Por contraste, Suiza, un país con el que el presidente Morales alguna vez nos ha comparado, obtuvo el puesto número 6 del índice, y año tras año se encuentra entre los 20 países con mayor puntaje. Si el presidente Morales verdaderamente quiere que Bolivia tenga el desarrollo económico de Suiza, tal vez debería imitar algunas de las cosas que hacen los suizos. El Índice de Libertad Económica es una buena guía sobre cuáles cosas imitar.
El estudio puede ser visto (en inglés) sin costo alguno en la página web http://www.heritage.org/index/ .
Santa Cruz de la Sierra, 04/02/10
Todos los años, el Wall Street Journal y la Fundación Heritage, publican el Índice de Libertad Económica, un estudio que mide diez áreas esenciales para el desempeño económico.
El estudio abarca a casi todos los países del mundo y demuestra fehacientemente mediante datos objetivos, que existe una relación positiva entre la libertad económica y la prosperidad. Los países donde es fácil abrir y cerrar un negocio, donde hay pocas restricciones al comercio internacional, donde los gobiernos mantienen cierta disciplina monetaria y fiscal, donde los impuestos son relativamente bajos, donde se fomenta la inversión y se protegen los derechos de propiedad, donde las leyes laborales no son restrictivas, y donde no hay excesiva corrupción, son los países con mayor crecimiento económico y menor pobreza.
Este año Bolivia obtuvo el puesto 146 de un total de 183 países evaluados. En el ámbito regional ocupa el puesto 25 de un total de 29 países. Además, el 2010, Bolivia obtuvo su nota más baja desde 1995, año en que se publicó el índice por primera vez. Es decir, Bolivia está en su peor momento, en cuanto a libertad económica se refiere. Las áreas más preocupantes, según el estudio, son la situación de los derechos de propiedad con una nota de 10 sobre 100, la libertad para realizar inversiones con una nota de 15 sobre 100 y la corrupción con una nota de 30 sobre 100.
Los resultados del estudio nos deben preocupar, porque significa que cada vez se está haciendo más difícil crear y operar empresas en el país. Por supuesto eso se traduce en una mayor dificultad de encontrar trabajo. Asimismo, este tipo de estudios es utilizado a menudo por inversionistas extranjeros antes de decidir si es conveniente arriesgar sus capitales en el país. Vale la pena recalcar que el Banco Central de Bolivia, en su último informe de política monetaria, denota preocupación por la caída de la inversión extranjera. Dado el deterioro de la libertad económica en el país, esta caída de inversiones no nos debería extrañar.
Por contraste, Suiza, un país con el que el presidente Morales alguna vez nos ha comparado, obtuvo el puesto número 6 del índice, y año tras año se encuentra entre los 20 países con mayor puntaje. Si el presidente Morales verdaderamente quiere que Bolivia tenga el desarrollo económico de Suiza, tal vez debería imitar algunas de las cosas que hacen los suizos. El Índice de Libertad Económica es una buena guía sobre cuáles cosas imitar.
El estudio puede ser visto (en inglés) sin costo alguno en la página web http://www.heritage.org/index/ .
Santa Cruz de la Sierra, 04/02/10
Inconsecuencias con la libertad
Javier Paz García
Sintonizando radio Fides en Santa Cruz, escuché al presentador de noticias criticar a las agencias de empleo y pedir a las autoridades que las intervengan y las prohíban, por “esquilmar” a los trabajadores cuando les consiguen un puesto de trabajo. Voy a ilustrar mi oposición a este tipo de pronunciamientos con un ejemplo: Si yo voy a un banco en busca de un préstamo y considero que el interés es muy alto, simplemente no tomo ese préstamo y si me conviene, lo tomo. Absolutamente nadie en el banco me obliga a recibir el préstamo. Lo mismo sucede con las agencias de empleo, o con agentes de bienes raíces, o con las vendedoras de verduras. Ellos ofrecen un producto y cobran cierto precio por ello, y el interesado decide voluntariamente si compra o no dicho producto. Si una agencia de empleo puede conseguirme un empleo en menos tiempo del que yo tendría que invertir buscando por mi cuenta, es lógico que considere contratar una agencia y pagarle una comisión por esos beneficios.
Toco este tema porque me preocupa inconsecuencia que existe para con la defensa de la libertad individual. Todas las personas, pero especialmente los periodistas que son esenciales en la defensa y promoción de la libertad, deberían pensarlo dos veces, antes de emitir un criterio contrario a una transacción en la cual las partes involucradas participan voluntariamente.
Una agencia de empleo es un intermediario entre un empleador y un empleado, y cobra cierto monto por este trabajo de intermediación. Si este periodista opina que las agencias de empleo deberían estar prohibidas, para ser consecuente con su opinión, también debería propugnar el cierre de bancos, que funcionan de intermediarios entre gente que tiene exceso de fondos y gente que tiene necesidad de fondos; debería pedir a la alcaldía que clausure a todas las cholas en los mercados que nos “esquilman” al vendernos tomates más caro de lo que ellas los compraron; debería propugnar el cierre de agencias de bienes raíces que funcionan de intermediarios entre vendedores y compradores de inmuebles.
Conceptualmente no existe ninguna diferencia entre la función de un banco, una chola de mercado, un agente de bienes raíces y una agencia de empleo, en su rol de intermediarios, y como economista los defiendo, porque juegan un rol importantísimo en la economía. Pero también los defiendo como liberal, y considero que toda persona que promueve la libertad debería hacerlo, porque la actividad de estos intermediarios requiere el libre consentimiento de las partes, y si un empleador y un empleado, libre y voluntariamente deciden usar una agencia de empleo, ¿quién soy yo para prohibirles hacerlo?
Santa Cruz de la Sierra, 20/08/10
Sintonizando radio Fides en Santa Cruz, escuché al presentador de noticias criticar a las agencias de empleo y pedir a las autoridades que las intervengan y las prohíban, por “esquilmar” a los trabajadores cuando les consiguen un puesto de trabajo. Voy a ilustrar mi oposición a este tipo de pronunciamientos con un ejemplo: Si yo voy a un banco en busca de un préstamo y considero que el interés es muy alto, simplemente no tomo ese préstamo y si me conviene, lo tomo. Absolutamente nadie en el banco me obliga a recibir el préstamo. Lo mismo sucede con las agencias de empleo, o con agentes de bienes raíces, o con las vendedoras de verduras. Ellos ofrecen un producto y cobran cierto precio por ello, y el interesado decide voluntariamente si compra o no dicho producto. Si una agencia de empleo puede conseguirme un empleo en menos tiempo del que yo tendría que invertir buscando por mi cuenta, es lógico que considere contratar una agencia y pagarle una comisión por esos beneficios.
Toco este tema porque me preocupa inconsecuencia que existe para con la defensa de la libertad individual. Todas las personas, pero especialmente los periodistas que son esenciales en la defensa y promoción de la libertad, deberían pensarlo dos veces, antes de emitir un criterio contrario a una transacción en la cual las partes involucradas participan voluntariamente.
Una agencia de empleo es un intermediario entre un empleador y un empleado, y cobra cierto monto por este trabajo de intermediación. Si este periodista opina que las agencias de empleo deberían estar prohibidas, para ser consecuente con su opinión, también debería propugnar el cierre de bancos, que funcionan de intermediarios entre gente que tiene exceso de fondos y gente que tiene necesidad de fondos; debería pedir a la alcaldía que clausure a todas las cholas en los mercados que nos “esquilman” al vendernos tomates más caro de lo que ellas los compraron; debería propugnar el cierre de agencias de bienes raíces que funcionan de intermediarios entre vendedores y compradores de inmuebles.
Conceptualmente no existe ninguna diferencia entre la función de un banco, una chola de mercado, un agente de bienes raíces y una agencia de empleo, en su rol de intermediarios, y como economista los defiendo, porque juegan un rol importantísimo en la economía. Pero también los defiendo como liberal, y considero que toda persona que promueve la libertad debería hacerlo, porque la actividad de estos intermediarios requiere el libre consentimiento de las partes, y si un empleador y un empleado, libre y voluntariamente deciden usar una agencia de empleo, ¿quién soy yo para prohibirles hacerlo?
Santa Cruz de la Sierra, 20/08/10
La principal función del Estado
Javier Paz García
Imaginemos un estado de anarquía total, donde no existen leyes; donde impera la ley del más fuerte. Es evidente que en estas condiciones es muy difícil que los habitantes de esta región puedan vivir en paz y prosperidad. Sin ley existe propiedad privada, o mejor dicho, cualquier título de posesión es efímero y amparado exclusivamente en la fuerza. En estas condiciones no vale la pena hacer una huerta o criar una vaca, porque cualquiera puede “robar” los frutos del trabajo ajeno. En estas condiciones no vale la pena realizar ningún trabajo o inversión cuyos réditos no sean inmediatos. No sirve sembrar si otros van a cosechar y lo más conveniente es cosechar lo que ya se ha sembrado o existía siempre. Estamos imaginando aquí una conglomeración de humanos en un estado casi salvaje, en ausencia de una sociedad organizada.
El individuo crea al Estado, para escapar de esta situación. Los individuos se reúnen en comunidad y crean sociedades con ciertas normas morales y éticas. La formalización de este proceso crea al Estado. Por lo tanto, la función principal de un Estado es la aplicación y cumplimiento de estas normas, que vienen a convertirse en leyes. Un Estado puede dejar en manos privadas la construcción de carreteras, de colegios, de hospitales, de fábricas, sin dejar de perder su esencia, pero si deja de administrar justicia deja de ser Estado.
La administración de justicia es la función principal de un Estado de ciudadanos libres. Y la principal función de la administración de justicia es proteger la vida, la libertad y la propiedad privada. Acudimos a la justicia cuando otro nos ha causado un daño, para resarcir ese daño. Cuando la sociedad se rige por leyes, y existe un ente externo e imparcial encargado de administrar justicia, los individuos ya no necesitan ser los más fuertes o los más armados para proteger sus bienes y sus vidas. Por ello, un requisito indispensable para generar paz y prosperidad es un sistema judicial imparcial, transparente, estable y confiable. Bajo esta perspectiva, podemos calificar a los Estados fallidos, como aquellos donde el sistema de justicia no reúne estas condiciones. Donde la gente no confía en el sistema formal y toma la justicia por manos propias, donde los juicios los gana quien tiene más dinero o mejores conexiones para corromper al juez, donde la ley favorece al rico, donde la ley discrimina de acuerdo a razas o géneros, o condición socioeconómica, donde la ley se convierte en un instrumento de opresión de los poderosos de turno, entonces existe un Estado fallido.
Un sistema judicial que imparte justicia de manera imparcial es la característica de una sociedad civilizada. Por contraste la degradación de la justicia conduce a una sociedad hacia ese estado salvaje donde domina el más fuerte.
Santa Cruz de la Sierra, 08/08/10
Imaginemos un estado de anarquía total, donde no existen leyes; donde impera la ley del más fuerte. Es evidente que en estas condiciones es muy difícil que los habitantes de esta región puedan vivir en paz y prosperidad. Sin ley existe propiedad privada, o mejor dicho, cualquier título de posesión es efímero y amparado exclusivamente en la fuerza. En estas condiciones no vale la pena hacer una huerta o criar una vaca, porque cualquiera puede “robar” los frutos del trabajo ajeno. En estas condiciones no vale la pena realizar ningún trabajo o inversión cuyos réditos no sean inmediatos. No sirve sembrar si otros van a cosechar y lo más conveniente es cosechar lo que ya se ha sembrado o existía siempre. Estamos imaginando aquí una conglomeración de humanos en un estado casi salvaje, en ausencia de una sociedad organizada.
El individuo crea al Estado, para escapar de esta situación. Los individuos se reúnen en comunidad y crean sociedades con ciertas normas morales y éticas. La formalización de este proceso crea al Estado. Por lo tanto, la función principal de un Estado es la aplicación y cumplimiento de estas normas, que vienen a convertirse en leyes. Un Estado puede dejar en manos privadas la construcción de carreteras, de colegios, de hospitales, de fábricas, sin dejar de perder su esencia, pero si deja de administrar justicia deja de ser Estado.
La administración de justicia es la función principal de un Estado de ciudadanos libres. Y la principal función de la administración de justicia es proteger la vida, la libertad y la propiedad privada. Acudimos a la justicia cuando otro nos ha causado un daño, para resarcir ese daño. Cuando la sociedad se rige por leyes, y existe un ente externo e imparcial encargado de administrar justicia, los individuos ya no necesitan ser los más fuertes o los más armados para proteger sus bienes y sus vidas. Por ello, un requisito indispensable para generar paz y prosperidad es un sistema judicial imparcial, transparente, estable y confiable. Bajo esta perspectiva, podemos calificar a los Estados fallidos, como aquellos donde el sistema de justicia no reúne estas condiciones. Donde la gente no confía en el sistema formal y toma la justicia por manos propias, donde los juicios los gana quien tiene más dinero o mejores conexiones para corromper al juez, donde la ley favorece al rico, donde la ley discrimina de acuerdo a razas o géneros, o condición socioeconómica, donde la ley se convierte en un instrumento de opresión de los poderosos de turno, entonces existe un Estado fallido.
Un sistema judicial que imparte justicia de manera imparcial es la característica de una sociedad civilizada. Por contraste la degradación de la justicia conduce a una sociedad hacia ese estado salvaje donde domina el más fuerte.
Santa Cruz de la Sierra, 08/08/10
Los efectos de las políticas de estabilidad laboral
Javier Paz García
El empleador busca pagar el menor sueldo posible a sus empleados; pero si lo que paga es muy bajo con respecto a lo que pagan otras empresas, entonces sus empleados paulatinamente van a migrar hacia lugares que ofrezcan sueldos más competitivos. La competencia, entendida como la posibilidad del empleado de elegir a su empleador, hace que su sueldo esté en línea con su capacidad productiva. Es decir, el mecanismo de libre mercado protege a los empleados de ganar sueldos por debajo de sus capacidades de producción.
Por otro lado, la libertad del empleador de contratar y despedir a sus empleados, obliga a los empleados a mantener cierto nivel de calidad en su desempeño laboral. El sistema de libre mercado protege así al empleador de quedar atascado con empleados flojos, ladrones o ineficientes.
Por lo tanto, el sistema de libre mercado laboral protege a los empleados de tener sueldos bajos, dándoles la libertad de renunciar y buscar mejores puestos de trabajo y protege a los empleadores dándoles la libertad de despedir y buscar mejores trabajadores.
Las políticas de estabilidad laboral tienden a restringir la libertad de las empresas para despedir a sus empleados. Estas políticas tienen un efecto contraproducente ya que reducen el nivel de empleo, perjudicando a los trabajadores, y reducen la productividad. Reducen el nivel de empleo porque los empresarios, al saber que es más difícil y más costoso despedir a un trabajador, se hacen más reacios a contratarlos. Por ejemplo, una empresa que experimenta una demanda variable según la temporada, podría incrementar su personal en época de alta demanda y reducirlo en época baja. Sin embargo, si es muy difícil despedir personal, probablemente esta empresa decida mantener el mínimo personal todo el año. Esto significa pérdida de fuentes laborales.
Por otro lado las leyes de estabilidad laboral generan incentivos para que los trabajadores disminuyan su rendimiento, porque si saben que incluso si flojean no pueden ser despedidos, algunos elegirán ser flojos.
No es una buena política empresarial despedir o tratar mal a los buenos empleados, las empresas en general buscan como atraer y mantener a los mejores trabajadores porque entienden que un excelente capital humano es primordial para mantener la competitividad y maximizar las ganancias. Por lo tanto, el mejor seguro de estabilidad laboral de un buen trabajador, es el deseo del empresario de hacer dinero con su trabajo. Las leyes de estabilidad laboral, por los incentivos que crean, no protegen a los buenos trabajadores, que por ser buenos no necesitan protección, ya que son buscados y cotizados, pero sí protegen a los flojos e ineficientes; y es más, hacen que trabajadores que en condiciones de libre mercado fuesen buenos, se conviertan en mediocres, bajo la tranquilidad de saberse inamovibles.
Al final con estas políticas pierden todos los sectores, porque se reduce la cantidad de empleos disponibles y se reduce la productividad del país.
Santa Cruz de la Sierra, 06/08/10
El empleador busca pagar el menor sueldo posible a sus empleados; pero si lo que paga es muy bajo con respecto a lo que pagan otras empresas, entonces sus empleados paulatinamente van a migrar hacia lugares que ofrezcan sueldos más competitivos. La competencia, entendida como la posibilidad del empleado de elegir a su empleador, hace que su sueldo esté en línea con su capacidad productiva. Es decir, el mecanismo de libre mercado protege a los empleados de ganar sueldos por debajo de sus capacidades de producción.
Por otro lado, la libertad del empleador de contratar y despedir a sus empleados, obliga a los empleados a mantener cierto nivel de calidad en su desempeño laboral. El sistema de libre mercado protege así al empleador de quedar atascado con empleados flojos, ladrones o ineficientes.
Por lo tanto, el sistema de libre mercado laboral protege a los empleados de tener sueldos bajos, dándoles la libertad de renunciar y buscar mejores puestos de trabajo y protege a los empleadores dándoles la libertad de despedir y buscar mejores trabajadores.
Las políticas de estabilidad laboral tienden a restringir la libertad de las empresas para despedir a sus empleados. Estas políticas tienen un efecto contraproducente ya que reducen el nivel de empleo, perjudicando a los trabajadores, y reducen la productividad. Reducen el nivel de empleo porque los empresarios, al saber que es más difícil y más costoso despedir a un trabajador, se hacen más reacios a contratarlos. Por ejemplo, una empresa que experimenta una demanda variable según la temporada, podría incrementar su personal en época de alta demanda y reducirlo en época baja. Sin embargo, si es muy difícil despedir personal, probablemente esta empresa decida mantener el mínimo personal todo el año. Esto significa pérdida de fuentes laborales.
Por otro lado las leyes de estabilidad laboral generan incentivos para que los trabajadores disminuyan su rendimiento, porque si saben que incluso si flojean no pueden ser despedidos, algunos elegirán ser flojos.
No es una buena política empresarial despedir o tratar mal a los buenos empleados, las empresas en general buscan como atraer y mantener a los mejores trabajadores porque entienden que un excelente capital humano es primordial para mantener la competitividad y maximizar las ganancias. Por lo tanto, el mejor seguro de estabilidad laboral de un buen trabajador, es el deseo del empresario de hacer dinero con su trabajo. Las leyes de estabilidad laboral, por los incentivos que crean, no protegen a los buenos trabajadores, que por ser buenos no necesitan protección, ya que son buscados y cotizados, pero sí protegen a los flojos e ineficientes; y es más, hacen que trabajadores que en condiciones de libre mercado fuesen buenos, se conviertan en mediocres, bajo la tranquilidad de saberse inamovibles.
Al final con estas políticas pierden todos los sectores, porque se reduce la cantidad de empleos disponibles y se reduce la productividad del país.
Santa Cruz de la Sierra, 06/08/10
sábado, 7 de agosto de 2010
Apoyando el autoritarismo
Javier Paz García
Es preocupante que regímenes totalitarios tengan y mantengan el apoyo de significativos sectores de la población, incluso cuando sus intenciones antidemocráticas se vuelven evidentes. El pueblo venezolano por ejemplo, luego de más de diez años del gobierno de Hugo Chávez, no puede pretender desconocer las intenciones totalitarias del caudillo. Los venezolanos tampoco pueden argumentar que no tuvieron la oportunidad de sacarlo democráticamente. Ahora que el país es un desastre económico y un infierno político por culpa de Hugo Chávez, el pueblo va a pagar los pecados de su propia ignorancia. Lo triste es que los primeros en sufrir las consecuencias nefastas del régimen son precisamente quienes se oponen al régimen. Los primeros en perder sus fuentes de trabajo no son los que votaron por el régimen, sino quienes no votaron por este. Los primeros exiliados y presos políticos no son los irresponsables que apoyaron el régimen, sino quienes hicieron un intento por combatirlo. Al final, la ausencia de oportunidades económicas, de derechos políticos, de libertad de expresión termina pasando la factura a todos, con excepción de unos cuantos burócratas privilegiados y sus amigos (lo justo sería que cada uno asuma el costo de sus decisiones y quienes votaron por un gobierno centralista y estatista sean los primeros en sufrir confiscaciones de bienes y ver sus derechos civiles reducidos).
La desastrosa situación de Venezuela no es la única en Sudamérica, similar camino siguen Ecuador y Bolivia, donde se ha quebrantado el Estado de Derecho ante la pasividad y complicidad de la mayoría de la población. Y en estos países la población también tuvo la oportunidad de poner un freno democráticamente a las intenciones totalitarias de los caudillos y prefirió reiterarles el apoyo. Ahora que mediante el amedrentamiento, el miedo y el atropello controlan casi todos los órganos del Estado, será muy difícil detener a estos regímenes totalitarios. Tal vez la única forma de librarse de estos caudillos sea esperar a que dejen en la quiebra económica a sus respectivos países, algo que puede tardar muchísimo tiempo. Y ni aun esto garantiza la salida de los caudillos, como lo demuestra el caso de Cuba que lleva 51 años en las manos de dos hermanos irresponsables, verdaderos genios para acumular poder pero absolutamente ineptos para generar prosperidad.
A menudo escucho a personas repetir como loros que “la voz del pueblo es la voz de Dios” o que “el pueblo nunca se equivoca”, frases sin sentido que son probadas falsas por los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador. Pero la moraleja de estos casos no es – no debe ser – que la democracia no sirve. La democracia es una condición necesaria para que exista libertad, paz y estabilidad. Pero la democracia no es suficiente, sino que el Estado y la sociedad civil deben crear instituciones fuertes e independientes que pongan límites a los gobernantes y permitan un verdadero equilibrio de poder. Eso faltó en estos países, y será una tarea pendiente para el futuro, para que una vez estos caudillos nefastos se hayan ido, no volvamos a resucitarlos.
Santa Cruz de la Sierra, 02/08/10
Es preocupante que regímenes totalitarios tengan y mantengan el apoyo de significativos sectores de la población, incluso cuando sus intenciones antidemocráticas se vuelven evidentes. El pueblo venezolano por ejemplo, luego de más de diez años del gobierno de Hugo Chávez, no puede pretender desconocer las intenciones totalitarias del caudillo. Los venezolanos tampoco pueden argumentar que no tuvieron la oportunidad de sacarlo democráticamente. Ahora que el país es un desastre económico y un infierno político por culpa de Hugo Chávez, el pueblo va a pagar los pecados de su propia ignorancia. Lo triste es que los primeros en sufrir las consecuencias nefastas del régimen son precisamente quienes se oponen al régimen. Los primeros en perder sus fuentes de trabajo no son los que votaron por el régimen, sino quienes no votaron por este. Los primeros exiliados y presos políticos no son los irresponsables que apoyaron el régimen, sino quienes hicieron un intento por combatirlo. Al final, la ausencia de oportunidades económicas, de derechos políticos, de libertad de expresión termina pasando la factura a todos, con excepción de unos cuantos burócratas privilegiados y sus amigos (lo justo sería que cada uno asuma el costo de sus decisiones y quienes votaron por un gobierno centralista y estatista sean los primeros en sufrir confiscaciones de bienes y ver sus derechos civiles reducidos).
La desastrosa situación de Venezuela no es la única en Sudamérica, similar camino siguen Ecuador y Bolivia, donde se ha quebrantado el Estado de Derecho ante la pasividad y complicidad de la mayoría de la población. Y en estos países la población también tuvo la oportunidad de poner un freno democráticamente a las intenciones totalitarias de los caudillos y prefirió reiterarles el apoyo. Ahora que mediante el amedrentamiento, el miedo y el atropello controlan casi todos los órganos del Estado, será muy difícil detener a estos regímenes totalitarios. Tal vez la única forma de librarse de estos caudillos sea esperar a que dejen en la quiebra económica a sus respectivos países, algo que puede tardar muchísimo tiempo. Y ni aun esto garantiza la salida de los caudillos, como lo demuestra el caso de Cuba que lleva 51 años en las manos de dos hermanos irresponsables, verdaderos genios para acumular poder pero absolutamente ineptos para generar prosperidad.
A menudo escucho a personas repetir como loros que “la voz del pueblo es la voz de Dios” o que “el pueblo nunca se equivoca”, frases sin sentido que son probadas falsas por los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador. Pero la moraleja de estos casos no es – no debe ser – que la democracia no sirve. La democracia es una condición necesaria para que exista libertad, paz y estabilidad. Pero la democracia no es suficiente, sino que el Estado y la sociedad civil deben crear instituciones fuertes e independientes que pongan límites a los gobernantes y permitan un verdadero equilibrio de poder. Eso faltó en estos países, y será una tarea pendiente para el futuro, para que una vez estos caudillos nefastos se hayan ido, no volvamos a resucitarlos.
Santa Cruz de la Sierra, 02/08/10
lunes, 2 de agosto de 2010
Sobre el uso de tecnología en el fútbol
Javier Paz García
Hoy la tecnología permite revisar las jugadas de un partido de fútbol (o cualquier otro deporte) inmediatamente, en cámara lenta y desde muchos ángulos. El mundial de Sudáfrica, hasta la fecha, tristemente se ha caracterizado por malos arbitrajes que han alterado el curso de los partidos. El gol de Luis Fabiano, luego de haber tocado el balón con la mano, el gol no validado de Inglaterra contra Alemania, o el gol en posición adelantada de Tevez son los casos más notorios. Durante la eliminatoria europea podemos destacar la clasificación de Francia al mundial gracias a un gol con la mano que el árbitro juzgó válido y que dejó fuera del mundial a Irlanda.
Estos errores groseros podrían evitarse si se permitiera la revisión televisiva por parte de los árbitros. Sin embargo la FIFA se rehúsa a ello.
Dos argumentos he escuchado para defender esta postura. El primero sostiene que los errores arbitrales sirven para generar polémica y hacen del juego algo más interesante. La postura me parece idiota, pero la defienden muchas personas de probada capacidad intelectual. El argumento es análogo a sugerir que un servicio de mala calidad es mejor a uno de buena calidad, que si el arbitraje mejora, el fútbol será más aburrido. En mi opinión el fútbol no necesita de malos arbitrajes para llamar la atención y atraer público. La gente no va a un partido a ver mediocridad e injusticia por parte de los árbitros o jugadores, sino a ver un buen espectáculo donde gane quien demuestre mayor habilidad. Además para derrumbar este argumento podemos citar el caso del tenis o el fútbol americano, donde “a pesar” del uso de la tecnología, el público no ha perdido interés por el juego y las polémicas siguen existiendo.
Otro argumento sostiene que el uso de la televisión daría lugar a demasiadas pausas en el juego. De nuevo cito el caso del tenis o el fútbol americano donde la revisión de jugadas no se da a cada momento sino, solo en casos críticos. De la misma manera en el fútbol, la revisión de jugadas se podría dar solo en casos de faltas graves donde haya dudas y ameriten amonestaciones a algún jugador, o en situaciones de gol. Además, de nuevo tomando el caso del tenis o el fútbol americano, se podría permitir que cada equipo tenga un número limitado de ocasiones (digamos 3 veces) donde pueda demandar al árbitro la revisión de una jugada.
El uso de la televisión no implica parar el partido cada 5 minutos, ni revisar cada jugada. En la mayoría de los casos el árbitro podrá juzgar adecuadamente y fallar correctamente sin el uso de ninguna tecnología audiovisual. En muchos casos los fallos serán inconsecuentes con el desarrollo y resultado de un partido. Pero en algunos casos contados, donde se anula un gol legítimo o se valida un gol ilegal, el uso de la tecnología disponibles le haría mucho bien al fútbol sin quitarle nada de su belleza, ni de su polémica.
Santa Cruz de la Sierra, 02/07/10
Hoy la tecnología permite revisar las jugadas de un partido de fútbol (o cualquier otro deporte) inmediatamente, en cámara lenta y desde muchos ángulos. El mundial de Sudáfrica, hasta la fecha, tristemente se ha caracterizado por malos arbitrajes que han alterado el curso de los partidos. El gol de Luis Fabiano, luego de haber tocado el balón con la mano, el gol no validado de Inglaterra contra Alemania, o el gol en posición adelantada de Tevez son los casos más notorios. Durante la eliminatoria europea podemos destacar la clasificación de Francia al mundial gracias a un gol con la mano que el árbitro juzgó válido y que dejó fuera del mundial a Irlanda.
Estos errores groseros podrían evitarse si se permitiera la revisión televisiva por parte de los árbitros. Sin embargo la FIFA se rehúsa a ello.
Dos argumentos he escuchado para defender esta postura. El primero sostiene que los errores arbitrales sirven para generar polémica y hacen del juego algo más interesante. La postura me parece idiota, pero la defienden muchas personas de probada capacidad intelectual. El argumento es análogo a sugerir que un servicio de mala calidad es mejor a uno de buena calidad, que si el arbitraje mejora, el fútbol será más aburrido. En mi opinión el fútbol no necesita de malos arbitrajes para llamar la atención y atraer público. La gente no va a un partido a ver mediocridad e injusticia por parte de los árbitros o jugadores, sino a ver un buen espectáculo donde gane quien demuestre mayor habilidad. Además para derrumbar este argumento podemos citar el caso del tenis o el fútbol americano, donde “a pesar” del uso de la tecnología, el público no ha perdido interés por el juego y las polémicas siguen existiendo.
Otro argumento sostiene que el uso de la televisión daría lugar a demasiadas pausas en el juego. De nuevo cito el caso del tenis o el fútbol americano donde la revisión de jugadas no se da a cada momento sino, solo en casos críticos. De la misma manera en el fútbol, la revisión de jugadas se podría dar solo en casos de faltas graves donde haya dudas y ameriten amonestaciones a algún jugador, o en situaciones de gol. Además, de nuevo tomando el caso del tenis o el fútbol americano, se podría permitir que cada equipo tenga un número limitado de ocasiones (digamos 3 veces) donde pueda demandar al árbitro la revisión de una jugada.
El uso de la televisión no implica parar el partido cada 5 minutos, ni revisar cada jugada. En la mayoría de los casos el árbitro podrá juzgar adecuadamente y fallar correctamente sin el uso de ninguna tecnología audiovisual. En muchos casos los fallos serán inconsecuentes con el desarrollo y resultado de un partido. Pero en algunos casos contados, donde se anula un gol legítimo o se valida un gol ilegal, el uso de la tecnología disponibles le haría mucho bien al fútbol sin quitarle nada de su belleza, ni de su polémica.
Santa Cruz de la Sierra, 02/07/10
Indicios de una sociedad en decadencia
Javier Paz García
Siempre me he preguntado por qué en algunos países las empresas pueden convertirse en exitosas transnacionales, mientras que en otros no.
En el caso de Bolivia creo que más allá de elementos como el minúsculo mercado de capitales o la baja productividad, la explicación también involucra factores institucionales de la sociedad y el Estado.
Los países que generan empresas exitosas generalmente gozan del apoyo y la protección del Estado dentro y fuera de sus fronteras, tienen las reglas del juego claras y duraderas, y es más, las reglas del juego están diseñadas para permitir el éxito de las empresas. No es inusual por ejemplo, escuchar en las noticias que los gobiernos español, estadounidense, británico o brasilero intervengan para ayudar a sus empresas privadas nacionales cuando tienen problemas en algún país extranjero. En Bolivia, actualmente sucede lo contrario y el Estado es más bien la principal amenaza para el empresariado nacional, creando reglas arbitrarias y dañinas, politizando la economía, generando competencia desleal, subvencionando empresas estatales ineficientes, prohibiendo exportaciones, cambiando las reglas de juego a su antojo y sin previo aviso, etc. Por ejemplo, Aceite Rico, la única empresa aceitera constituida por capitales nacionales, fue perjudicada por el actual gobierno, netamente por razones de índole político. Aerosur, que es una de las pocas empresas que podríamos catalogar como una transnacional boliviana, está siendo víctima del acoso estatal por capricho de nada más ni nada menos que del vicepresidente del Estado. Vemos por lo tanto que el Estado en vez de apoyar los emprendimientos exitosos, más bien les pone trabas y busca su fracaso.
Lo lamentable es que este tipo de medidas tienen el respaldo tácito o explicito de buena parte de la población.
Cuando una sociedad castiga el éxito, cuando una sociedad considera que acumular riqueza es reprochable, cuando desde el Estado se persigue el fracaso del empresariado nacional, entonces no podemos esperar otra cosa más que un país en decadencia, cada vez más pobre, cada vez más mediocre. Para allá vamos, a paso firme.
Santa Cruz de la Sierra, 23/07/10
Siempre me he preguntado por qué en algunos países las empresas pueden convertirse en exitosas transnacionales, mientras que en otros no.
En el caso de Bolivia creo que más allá de elementos como el minúsculo mercado de capitales o la baja productividad, la explicación también involucra factores institucionales de la sociedad y el Estado.
Los países que generan empresas exitosas generalmente gozan del apoyo y la protección del Estado dentro y fuera de sus fronteras, tienen las reglas del juego claras y duraderas, y es más, las reglas del juego están diseñadas para permitir el éxito de las empresas. No es inusual por ejemplo, escuchar en las noticias que los gobiernos español, estadounidense, británico o brasilero intervengan para ayudar a sus empresas privadas nacionales cuando tienen problemas en algún país extranjero. En Bolivia, actualmente sucede lo contrario y el Estado es más bien la principal amenaza para el empresariado nacional, creando reglas arbitrarias y dañinas, politizando la economía, generando competencia desleal, subvencionando empresas estatales ineficientes, prohibiendo exportaciones, cambiando las reglas de juego a su antojo y sin previo aviso, etc. Por ejemplo, Aceite Rico, la única empresa aceitera constituida por capitales nacionales, fue perjudicada por el actual gobierno, netamente por razones de índole político. Aerosur, que es una de las pocas empresas que podríamos catalogar como una transnacional boliviana, está siendo víctima del acoso estatal por capricho de nada más ni nada menos que del vicepresidente del Estado. Vemos por lo tanto que el Estado en vez de apoyar los emprendimientos exitosos, más bien les pone trabas y busca su fracaso.
Lo lamentable es que este tipo de medidas tienen el respaldo tácito o explicito de buena parte de la población.
Cuando una sociedad castiga el éxito, cuando una sociedad considera que acumular riqueza es reprochable, cuando desde el Estado se persigue el fracaso del empresariado nacional, entonces no podemos esperar otra cosa más que un país en decadencia, cada vez más pobre, cada vez más mediocre. Para allá vamos, a paso firme.
Santa Cruz de la Sierra, 23/07/10
Aerosur y las reglas claras
Javier Paz García
Lo que pide Aerosur es algo muy simple: reglas claras. Reglas claras significa que son las mismas reglas para todos, es decir, reglas que no dan preferencia a las empresas públicas y por otro lado ponen trabas a las empresas privadas; reglas que no cambian de un día para otro, para que quienes invierten puedan hacer una planificación a largo plazo, sabiendo que las condiciones de mañana serán similares a las de hoy.
Lo que pide Aerosur no es ningún privilegio especial para sí misma, sino precisamente, la eliminación de los privilegios. Las reglas claras para Bolivia, son precisamente para incentivar las inversiones y así crear más fuentes de trabajo, son para evitar que se destruyan fuentes de empleo.
Por esto, el gobierno del MAS está atacando viciosamente Aerosur y a su presidente Humberto Roca. Está castigando a una empresa por pedir algo que todo gobierno debería otorgar a todos por igual. El mensaje detrás de los ataques es que cualquier persona que ose criticar al gobierno las va a pagar caro. La intención es claramente atemorizar al resto de la población y así acallar cualquier crítica pública. La actitud de Humberto Roca es por lo tanto muy valiente, además demuestra una visión de largo plazo, ya que si no defendemos nuestros derecho ahora, eventualmente los vamos a perder. Si no nos despojamos del miedo ahora, estaremos condenados a vivir con miedo por mucho tiempo más. Si no dejamos de lado la apatía o la comodidad, y no tomamos una postura activa de defensa de nuestros derechos, nuestras libertades se irán reduciendo sistemáticamente.
La actitud de Humberto Roca es también es muy riesgosa. Riesgosa porque el adversario es un gobierno sin escrúpulos, dispuesto a lo que sea para acabar a quienes consideran enemigos. Riesgosa porque es una pelea desigual, en desventajas, donde – perdón por la redundancia – no hay reglas claras y las reglas las pone y el gobierno a su conveniencia y las modifica (o las ignora) a su antojo. Riesgosa porque su lucha por reglas claras tendrá éxito en la medida que la ciudadanía en general forme parte de esa lucha. Ojala la ciudadanía responda con su apoyo a esta causa.
Por ello desde mi columna le deseo los mayores éxitos a Humberto Roca porque entiendo que su movimiento ciudadano por reglas claras no es solo en beneficio de una empresa, sino en beneficio de todos los bolivianos.
Santa Cruz de la Sierra, 16/07/10
Lo que pide Aerosur es algo muy simple: reglas claras. Reglas claras significa que son las mismas reglas para todos, es decir, reglas que no dan preferencia a las empresas públicas y por otro lado ponen trabas a las empresas privadas; reglas que no cambian de un día para otro, para que quienes invierten puedan hacer una planificación a largo plazo, sabiendo que las condiciones de mañana serán similares a las de hoy.
Lo que pide Aerosur no es ningún privilegio especial para sí misma, sino precisamente, la eliminación de los privilegios. Las reglas claras para Bolivia, son precisamente para incentivar las inversiones y así crear más fuentes de trabajo, son para evitar que se destruyan fuentes de empleo.
Por esto, el gobierno del MAS está atacando viciosamente Aerosur y a su presidente Humberto Roca. Está castigando a una empresa por pedir algo que todo gobierno debería otorgar a todos por igual. El mensaje detrás de los ataques es que cualquier persona que ose criticar al gobierno las va a pagar caro. La intención es claramente atemorizar al resto de la población y así acallar cualquier crítica pública. La actitud de Humberto Roca es por lo tanto muy valiente, además demuestra una visión de largo plazo, ya que si no defendemos nuestros derecho ahora, eventualmente los vamos a perder. Si no nos despojamos del miedo ahora, estaremos condenados a vivir con miedo por mucho tiempo más. Si no dejamos de lado la apatía o la comodidad, y no tomamos una postura activa de defensa de nuestros derechos, nuestras libertades se irán reduciendo sistemáticamente.
La actitud de Humberto Roca es también es muy riesgosa. Riesgosa porque el adversario es un gobierno sin escrúpulos, dispuesto a lo que sea para acabar a quienes consideran enemigos. Riesgosa porque es una pelea desigual, en desventajas, donde – perdón por la redundancia – no hay reglas claras y las reglas las pone y el gobierno a su conveniencia y las modifica (o las ignora) a su antojo. Riesgosa porque su lucha por reglas claras tendrá éxito en la medida que la ciudadanía en general forme parte de esa lucha. Ojala la ciudadanía responda con su apoyo a esta causa.
Por ello desde mi columna le deseo los mayores éxitos a Humberto Roca porque entiendo que su movimiento ciudadano por reglas claras no es solo en beneficio de una empresa, sino en beneficio de todos los bolivianos.
Santa Cruz de la Sierra, 16/07/10
La Guardia Municipal como emblema de la autonomía
Javier Paz García
Considero que la autonomía más importante es la del nivel municipal, por ser la más cercana al ciudadano. En esa lógica aplaudo la creación y fortalecimiento de las guardias municipales. Éstas son emblemas vivos de la verdadera autonomía y alivian un poco la dependencia que sufren los municipios (y los ciudadanos) de parte de una Policía Nacional que, por un lado es altamente inefectiva y corrupta y que por otro lado más se parece una brigada de colonización y dominio (prácticamente el 100% de sus miembros son del occidente del país).
En otros países existen diferentes niveles de policía. Por ejemplo en los Estados Unidos existe una policía federal (FBI) que investiga casos de carácter nacional o que involucren a varios estados, pero existe una policía municipal, cuya cabeza es el alcalde de cada ciudad y que se ocupa de la mayoría de los delitos. En el país del norte incluso existe una policía estatal, que para Bolivia equivaldría al ámbito departamental. Brasil tiene una policía militar en cada Estado, cuyo responsable es el gobernador del estado. En España existe un Cuerpo Nacional de Policía bajo la tuición del gobierno central y varias policías autonómicas.
Sin embargo Bolivia es un país altamente centralista y pocas instituciones tienen un carácter tan marcadamente andino y centralista como la Policía Nacional boliviana. Por ello no nos debe sorprender que la Policía Nacional se oponga a la creación de instituciones que puedan quitarle atribuciones, recursos e importancia. Además, hoy la democracia boliviana moderna atraviesa su momento más difícil, con un gobierno claramente autoritario, abusivo y que además antagoniza con la región oriental del país.
La guardia municipal es un paso importantísimo en el camino de la autonomía y debe seguir creciendo, tanto en miembros como en competencias. Dado que existe una resistencia a su fortalecimiento de parte del poder central, es imperativo que la alcaldía sea muy cuidadosa en cuanto a los procedimientos relativos a la creación y utilización de la guardia municipal. Es importante que esta institución se gane el respeto de la ciudadanía, protegiendo y sirviendo al ciudadano, llegando donde la policía nacional no llega, y no se convierta en un instrumento de extorsión, corrupción y miedo. Por contrapartida, es necesario que la ciudadanía apoye a esta incipiente institución tratando con respeto a los gendarmes, ayudándoles en sus funciones y fiscalizándolos en su desempeño. Es tarea de todos construir una Guardia Municipal de la cual nos sintamos orgullosos.
Santa Cruz de la Sierra, 08/07/10
Considero que la autonomía más importante es la del nivel municipal, por ser la más cercana al ciudadano. En esa lógica aplaudo la creación y fortalecimiento de las guardias municipales. Éstas son emblemas vivos de la verdadera autonomía y alivian un poco la dependencia que sufren los municipios (y los ciudadanos) de parte de una Policía Nacional que, por un lado es altamente inefectiva y corrupta y que por otro lado más se parece una brigada de colonización y dominio (prácticamente el 100% de sus miembros son del occidente del país).
En otros países existen diferentes niveles de policía. Por ejemplo en los Estados Unidos existe una policía federal (FBI) que investiga casos de carácter nacional o que involucren a varios estados, pero existe una policía municipal, cuya cabeza es el alcalde de cada ciudad y que se ocupa de la mayoría de los delitos. En el país del norte incluso existe una policía estatal, que para Bolivia equivaldría al ámbito departamental. Brasil tiene una policía militar en cada Estado, cuyo responsable es el gobernador del estado. En España existe un Cuerpo Nacional de Policía bajo la tuición del gobierno central y varias policías autonómicas.
Sin embargo Bolivia es un país altamente centralista y pocas instituciones tienen un carácter tan marcadamente andino y centralista como la Policía Nacional boliviana. Por ello no nos debe sorprender que la Policía Nacional se oponga a la creación de instituciones que puedan quitarle atribuciones, recursos e importancia. Además, hoy la democracia boliviana moderna atraviesa su momento más difícil, con un gobierno claramente autoritario, abusivo y que además antagoniza con la región oriental del país.
La guardia municipal es un paso importantísimo en el camino de la autonomía y debe seguir creciendo, tanto en miembros como en competencias. Dado que existe una resistencia a su fortalecimiento de parte del poder central, es imperativo que la alcaldía sea muy cuidadosa en cuanto a los procedimientos relativos a la creación y utilización de la guardia municipal. Es importante que esta institución se gane el respeto de la ciudadanía, protegiendo y sirviendo al ciudadano, llegando donde la policía nacional no llega, y no se convierta en un instrumento de extorsión, corrupción y miedo. Por contrapartida, es necesario que la ciudadanía apoye a esta incipiente institución tratando con respeto a los gendarmes, ayudándoles en sus funciones y fiscalizándolos en su desempeño. Es tarea de todos construir una Guardia Municipal de la cual nos sintamos orgullosos.
Santa Cruz de la Sierra, 08/07/10
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