Javier Paz García
Estoy subido en un avión y a mis 44 años me sigue fascinando volar, me
gusta sentir la aceleración al despegar, sentir que el estómago se sube cuando
el avión cae de golpe por entrar en una zona de baja presión y procuro siempre
estar en la ventana para poder ver como las cosas se van haciendo chicas a
medida que ascendemos. Ver las salidas o puestas de sol desde un avión es
espectacular y yo siempre quiero estar en un asiento de ventana, con una
excepción… cuando voy con mis hijos y son ellos los que quieren ir en la
ventana. Es increíble lo que los padres hacemos por nuestros hijos. Por
supuesto ceder el asiento de ventana de un avión es una tontería, pero son
muchas cosas más las que los padres ceden: su tiempo, su sueño, su paciencia,
salidas con amigos y por supuesto el dinero que cuesta criar un hijo. Uno
podría decir que como padre uno se sacrifica por los hijos; por ejemplo, ahora
estoy en un avión en el asiento del pasillo (sigo con esta nimiedad) y mis hijos,
cerca de la ventana. Verlos mirar por la ventana y emocionarse, es para un
padre, emocionante y nos hace revivir nuestra infancia. Eso no es sacrificio,
sino felicidad pura, tal vez otro tipo de felicidad, la que uno obtiene de ver
a otros felices. Algo asombroso de ser padre es que uno se alegra por la
alegría de sus hijos y vive sus triunfos y sufre sus fracasos de una forma
íntima y personal, más profunda que con cualquier otra relación.
Y cómo vivimos sus éxitos y fracasos de una manera íntima y personal, no
queremos que sufran y no queremos que fracasen. Queremos lo mejor para ellos ¡y
qué difícil es saber qué es lo mejor para ellos! ¿Cedemos por esa media hora
más que quieren ver videojuegos porque están de vacaciones o los mandamos a
dormir? ¿Los ayudamos a atarse las trenzas o los dejamos que breguen? ¿Los
consolamos cuando hacen un berrinche o le damos un carajazo? No existe una
respuesta correcta y cada padre tiene su propia filosofía, pero en general
buscamos educarlos y hacerlos personas de bien, que sepan valerse por sí mismos
y que sepan ser felices con lo mucho o poco que les dé la vida.
Así es, buscamos educarlos y decir que los padres transmitimos
conocimientos y valores a nuestros hijos es una verdad de Perogrullo. Algo
menos obvio, pero igualmente cierto es que los hijos nos enseñan mucho a los
padres. Formar una familia y criar hijos es una experiencia maratónica de
paciencia, de caídas, alegrías, enojos, conversaciones, berrinches, torpezas y
ternuras donde forjamos el carácter de nuestros hijos y forjamos nuestro
carácter, donde vamos descubriendo la personalidad de nuestros hijos y
descubrimos aspectos de nuestra propia personalidad. Es una travesía no exenta
de errores y frustraciones, como haber sido profesor de mi hijo mayor durante
la pandemia y tratarlo infinitas veces por su falta de concentración para
descubrir un par de años después que tiene dislexia, una condición que
dificulta la comprensión lectora. Es imposible criar hijos sin cometer errores.
Criar hijos nos hace reflexionar y crecer, y nos otorga una maestría en
liderazgo, responsabilidad, escucha activa, empatía, negociación, persuasión,
resolución de conflictos, relaciones sindicales (los niños se amotinan), etc. ¡verdaderamente
crecemos junto a ellos! Hace unos meses alguien me contó que él y su esposa
habían decidido no tener hijos para priorizar sus carreras profesionales y yo
pensaba internamente sobre lo mucho que nuestros hijos nos ayudan a crecer y
pueden impactar positivamente en nuestra profesión y se me vino a la mente un
par de ejemplos de personas que tuvieron hijos siendo muy jóvenes y el peso de
la responsabilidad familiar no fue un peso, sino más bien una palanca y una
motivación para trabajar más. Pensé en un par de amigos en la universidad que
estudiaron e iniciaron sus carreras ya teniendo un hijo.
Por supuesto, uno no decide tener un hijo de la misma manera que decide
hacer un MBA, para luego ponerlo en el currículo. Tener un hijo es una decisión
de vida que no todos optan por tomar. Las personas tenemos preferencias
diferentes y realidades variadas y no todos pueden o quieren tener hijos. Eso
no priva a nadie de tener una vida plena, emocionante y con sentido y tampoco
creo saludable que los hijos se conviertan en la única fuente de satisfacción y
de sentido de propósito en la vida, pero sin lugar a dudas, por lo menos para
mí, la paternidad es una travesía maravillosa, llena de alegrías, sorpresas y
desafíos, mucho más divertida que un viaje a la playa, mucho más emocionante
que un salto en paracaídas, mucho más sorprendente que viajar de mochilero por
Europa y mucho más simpática que tener el asiento de ventana en un avión.
Sao Paulo, 11/12/24
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