viernes, 16 de octubre de 2009

La falacia de la soberanía alimentaria

Javier Paz García
Supongamos que cada departamento de Bolivia tuviese que alcanzar la soberanía alimentaria; es decir, que cada departamento tuviera que producir la totalidad de los alimentos que consume. En este caso, Oruro tendría que producir su propia carne vacuna, el Beni su papa, Pando sus propias uvas, etc.
Es evidente que el requisito de soberanía alimentaria impuesto para cada departamento del país es altamente costoso. Más eficiente sería que cada departamento se especialice en los productos donde, por las características geográficas, climáticas e históricas, tengan alguna ventaja competitiva, y luego comercien entre sí. Es más eficiente que el Beni provea de leche y carne vacuna a Oruro y que a su vez Oruro provea la papa y la quinua para el departamento del Beni. Imponer la soberanía alimentaria por departamento significa que, en lugares donde no existen las condiciones para producir ciertos alimentos, el costo de los mismos será alto. Criar vacas en Oruro es mucho más costoso que criarlas en el Beni. Por lo tanto, bajo un régimen de soberanía alimentaria por departamento, el costo de la carne vacuna en Oruro se elevaría a tal punto que muchos orureños dejarían de consumirla.
Por otro lado, los productores de carne vacuna en el Beni se verían con un problema de sobreoferta, sin tener donde vender toda su carne y eventualmente dando usos poco aptos para sus tierras, como ser la siembra de la papa en bajíos húmedos.
El efecto neto de imponer la soberanía alimentaria, es que pierden los consumidores, porque se les restringe la variedad y la calidad de productos a los que pueden tener acceso, además que tienen que pagar precios más altos para los productos en los cuales sus respectivas regiones no tienen ventajas competitivas de producción. Pierden los productores porque se ven obligados a producir cosas para las cuales no tienen la experiencia o las condiciones climáticas y de terreno. En general pierde el país porque se produce menos y se pierde competitividad.
Imponer la soberanía alimentaria es análogo a exigir a una persona que sea su propio dentista, abogado, contador y sastre. Más eficiente es dedicarse a una sola cosa, digamos, ser dentista, y luego con las ganancias de la profesión, contratar los servicios de un abogado, o un sastre.
Desde un punto de vista económico, no existe mucha diferencia entre pedir soberanía alimentaria entre los departamentos de un país, lo cual creo haber demostrado ser una locura, y pedir soberanía alimentaria entre varios países. No tiene sentido que Argentina produzca su propia castaña o que Brasil siembre quinua, pudiendo comprarlas de Bolivia.
Una razón válida para buscar la soberanía alimentaria es cuando existe el peligro de guerra con otros países. Si existe la posibilidad de que Bolivia entre en un conflicto bélico contra Chile o Argentina, entonces tiene sentido que tratemos de producir manzanas o trigo para nuestro consumo interno. Si dicha posibilidad es remota, entonces, desde una perspectiva económica, es poco justificable buscar la soberanía alimentaria.
Generalmente quienes postulan la búsqueda de la soberanía alimentaria, muchas veces tienen motivaciones políticas y apelan a sentimentalismos patrióticos para justificar dicha necesidad, pero carecen de un sustento económico serio para defender su postura.
Es importante entender los fundamentos económicos del debate sobre la soberanía alimentaria, y también es importante considerar aspectos geopolíticos, cuando existen.
Santa Cruz de la Sierra, 25/09/09

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