domingo, 12 de noviembre de 2006

La liebre y la tortuga


Javier Paz García
La siguiente es una sucesión cronológica de hechos verídicos.
Hacía un par de meses que me había mudado a mi nueva casa. Desde que llegué, noté que había una liebre que paraba en el jardín.
Un día manejando mi auto vi una pequeña tortuga cruzando la avenida y decidí llevarla de mascota. Di la vuelta al auto, lo estacioné y me bajé para recogerla. Cabalmente el último coche que tenía que pasar antes de que yo pueda recoger a la tortuga la pisó por un costado. La tortuga saltó por los aires y rebotó en el pavimento. La pisada había fragmentado parte del caparazón por el lado de la cola, pero el animal seguía vivo y juzgué que la herida no era mortal. A pesar de todo, me partió el alma lo ocurrido y lamenté no haber podido salvarla del accidente. La recogí y fui a Harp’s – el supermercado más cercano – a comprarle guineos y lechuga.
Cuando llegué a la casa la dejé en el jardín junto con un guineo, una hoja de lechuga y un plato con agua. Advertí que sería trabajoso para la tortuga beber agua debido a la altura del plato, pero en ese momento no encontré nada más adecuado. Traté hacer que la tortuga coma, pero no le prestó la mínima atención a la comida y yo me entré a la casa.
Al día siguiente salí al jardín a buscar a mi tortuga. Lo primero que noté fue que la comida permanecía intacta (aunque en proceso de deterioro). Seguí buscando y encontré a la liebre muerta en un rincón. Nunca encontré a la tortuga.
Repito que ésta es una sucesión cronológica de hechos verídicos. Dejo al lector cualquier inferencia.
Fayetteville, 12/11/06.

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