sábado, 8 de abril de 2017

Burocracia desde que nacemos

Javier Paz García
Hace unos días nació mi hija. Más allá de la alegría personal, quisiera destacar la burocracia que acompaña al hecho. Luego de nacida, mi hija recibió un certificado de nacido vivo de la clínica, es decir un certificado de nacimiento. Hasta aquí todo bien. Con este papel debo ir a la gobernación, pero antes tengo que sacarle una fotocopia al certificado de marras. En la gobernación el trámite es rápido y lo único que hacen es sellarlo pero mientras espero y soy atendido tengo por lo menos media docena de televisores recordándome lo grandioso que es nuestro gobernador, las muchas obras que realiza y lo agradecido que debemos estar con él. Es decir, somos sometidos a la propaganda política con la ignominia que nosotros mismos la pagamos y somos obligados a verla mediante la realización de un trámite absolutamente innecesario. Pero la historia no acaba aquí porque luego tengo que ir a un Registro Civil a sacar un certificado de nacimiento. Es decir, en la clínica me dan un certificado de nacido vivo que para todo motivo práctico es un certificado de nacimiento, para que con ese documento pueda sacar otro certificado de nacimiento. Además tengo que ir al registro civil con mi esposa y mi hija, con todos los riesgos y molestias que implica sacarlas a la calle y exponerlas a ambientes sucios, ventoleras, humo de micros y otros contaminantes. Pero la historia tampoco acaba aquí ya que posteriormente tendré que ir al Segip a sacarle un carnet de identidad y seguramente en sus instalaciones me recordarán lo grandioso que es nuestro presidente, las muchas obras que realiza y lo agradecido que debemos estar con él.
Yo me pregunto ¿por qué no me pueden dar el certificado de nacimiento definitivo en la misma clínica? ¿Por qué otorgar un certificado de nacimiento con el cual uno tramita otro certificado de nacimiento? ¿Cuál es la utilidad de esa duplicación? ¿Cuál es el propósito de ir a la gobernación a sellar un papel? Si es por una cuestión estadística, ¿no puede la clínica directamente pasar esos datos? ¿Y la Oficialía de Registro Civil por qué requiere que vayan los padres con el recién nacido? ¿Acaso la clínica mediante el certificado de nacido vivo no ha dado fe de que el niño nació? ¿No podría la clínica dar el certificado de nacimiento definitivo o mejor aun el carnet de identidad en vez de tener a los padres a vueltas en trámites innecesarios y en colas abrumadoras? Vaya uno a saber si la multiplicación de trámites se debe a la necesidad de multiplicar funcionarios y pegas, a la conveniencia de obligar al ciudadano a tragarse la propaganda política mientras hace las colas o a la ineptitud de quienes no pueden hacer las cosas lo más sencillo posible.
Santa Cruz de la Sierra, 26/03/17

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domingo, 2 de abril de 2017

Motivos prácticos para despenalizar las drogas

Javier Paz García
Bolivia ha pagado un precio demasiado alto en su lucha contra el narcotráfico. Decenas de muertos entre militares y campesinos, una penetración de las estructuras de poder por parte de los narcotraficantes, mayor corrupción en el sistema judicial, mayor delincuencia en las ciudades, etc. Sin embargo el mayor costo ha sido probablemente que la lucha contra el narcotráfico encumbró la carrera política de un cocalero hasta alcanzar la presidencia de la República. Hoy tenemos el peor gobierno de la historia democrática de Bolivia. Y estamos pagando muy caro por ello, con persecuciones políticas, con inseguridad jurídica, con un aparato público en manos de incapaces y resentidos.
La historia universal nos enseña que cuando existe la demanda, aparece la oferta. Esta ley económica es inescapable. No importa cuánto tratemos de limitar la oferta de cocaína, mientras exista la demanda, las políticas de erradicación serán análogas a apretar un globo de aire: se aprieta por un lado, y se infla de otro. Tenemos un caso análogo en la experiencia norteamericana de los años veinte con la prohibición del alcohol y la aparición de las mafias organizadas y el célebre Al Capone. Y el costo que pagamos, ni siquiera se debe a un problema nuestro: los consumidores, son mayormente norteamericanos y europeos, pero los gobiernos norteamericanos y europeos le han pasado el problema a los países productores y de tránsito. El resultado ha sido la violencia en Colombia en los años 80 y 90, la violencia en Méjico en la presente década, el fortalecimiento de grupos terroristas como las FARC o Sendero Luminoso, el fortalecimiento de bandas criminales en las favelas brasileras, el ascenso de un cocalero marxista a la presidencia de Bolivia. Y por supuesto, la supuesta lucha contra el narcotráfico es un fracaso rotundo ya que cualquier persona puede conseguir cocaína en cualquier parte del mundo.
En vista de estos resultados, creo que es necesario debatir los alcances de la lucha contra el narcotráfico y si vale la pena seguirla. Mejor sería dejarles el problema a quienes han creado el problema: los miles de consumidores en los países ricos. El rato que ellos dejen de demandar cocaína, los cocaleros van a dejar de plantar coca, sin que nadie los obligue.
Santa Cruz de la Sierra, 21/03/12
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miércoles, 15 de marzo de 2017

Las drogas y la libertad

Javier Paz García
Si creemos en la libertad de cada ser humano como un derecho inalienable, entonces no deberíamos aceptar que el Estado nos regule qué podemos y qué no podemos meternos a la boca. Desgraciadamente, la mayoría de la gente, incluyendo juristas e intelectuales, no tienen claro qué son los derechos humanos y tampoco tienen, más allá de los discursos y la retórica (donde hasta los tiranos dicen defender la libertad), un compromiso firme y consecuente con el derecho de cada persona a elegir su destino. Esto trae como consecuencia que el consenso mundial juzgue legítimo y acertado que los Estados prohíban ciertas drogas y se lancen a una cruzada militar contra ellas. Esto es lamentable, no porque las drogas sean buenas, sino porque criminalizar su uso socaba los principios de una sociedad de personas libres.
Pero esta no es la única consecuencia negativa la de penalización de las drogas. Si las drogas fueran legales, no existirían los carteles, sindicatos cocaleros y grupos paramilitares que matan, extorsionan y crean un clima violento en todos los países de la cadena de producción y distribución. Si las drogas no fueran criminalizadas, las cárceles no estarían atiborradas de personas pacíficas cuyo “delito” ha sido transportar o comercializar un producto voluntariamente demandado por otras personas. Si las drogas no fueran ilegalizadas, se podría trabajar más eficazmente en la rehabilitación de los adictos y en la producción de drogas menos adictivas o menos dañinas para la salud.
El argumento de que la prohibición de las drogas se justifica porque son malas para la salud es espurio: según un estudio de la Organización Mundial de la Salud el año 2000 se estiman 194.058 muertes por consumo de drogas ilegales mientras que la misma OMS estimada 12,29 millones de muertes por isquemia y paro cardiaco ese mismo año. La OMS estima que 1,59 millones de personas murieron de diabetes el 2015. Es decir, muchísima más gente muere por el excesivo consumo de azúcar refinada y carnes rojas que por la cocaína o la marihuana, el opio y todos los estupefacientes juntos. De hecho más gente muere por el abuso de drogas legales, que por las drogas ilegales. Por supuesto que quien escribe no sugiere que se deba prohibir el azúcar o las carnes rojas, ni tampoco promueve el consumo de drogas. Las drogas son malas y la sociedad civil y la familia deben educar contra su uso. Los padres no debemos transferir al Estado nuestra responsabilidad de cuidar a nuestros hijos y sí que debemos prohibirles pero sobre todo educarlos para no utilicen drogas. Pero no es rol del Estado decirle a los ciudadanos libres lo que pueden o no consumir.
Santa Cruz de la Sierra, 05/03/17
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domingo, 12 de marzo de 2017

Sobre la libre afiliación al sistema de salud

Javier Paz García
En Bolivia rige un sistema de salud pública donde las empresas y sus empleados están obligados a afiliarse a ciertas cajas de salud. En general todas las cajas dan una atención mala, obligando a los pacientes a hacer largas colas, esperas interminables, poca información y otras molestias propias de todo lo que está en manos del Estado. El gobierno, por una coyuntural mala relación con una de las cajas y a manera de amenaza, ha propuesto que la afiliación sea libre, pero el concepto de “libre” que utiliza es bastante restringido. El gobierno propuso que las personas puedan decidir a cual caja afiliarse dentro del sistema de cajas públicas. Es decir el gobierno pretende dar al ciudadano la opción de cambiar de una caja de salud pública que en general es mala, a otra que también es mala, aunque tal vez no tanto.
Una verdadera libertad de elegir consistiría en que el ciudadano pueda elegir si asegurarse o no, y si desea asegurarse, que pueda elegir entre los diferentes sistemas públicos y privados existentes. Si el Estado tratara a los ciudadanos como personas libres y adultas, entonces tendría que dar la potestad a cada uno de elegir lo que considera que más le conviene. Pero el Estado no trata a los ciudadanos como ciudadanos, sino como vasallos a quienes tiene que cuidar y quienes tienen que obedecer. Y aunque hay muchas personas que se sienten felices de ser tratadas como vasallos, tal actitud no deja de ser un abuso y una violación del derecho de cada persona a ejercer su libertad en algo tan personal y privativo como la salud de uno mismo.
¿Por qué hace esto el Estado? ¿Por qué infringe el derecho supuestamente inalienable de elegir y obliga a algunos (porque no todos pueden acceder a estas cajas) a afiliarse? Una posibilidad consiste en que quienes dirigen el Estado se consideran más inteligentes que el resto de la población, y por tanto mejor capacitados para decidir sobre la salud de Juan Pérez que el mismo Juan Pérez. Otra opción más maquiavélica, es que a quienes manejan el Estado les gusta el poder, y el poder se consigue solo a costa de reducir la libertad de los ciudadanos; así la forma de aumentar el poder del Estado consiste en abarcar cada vez más áreas de la acción humana y reducir la libertad de los ciudadanos para elegir. Ambas opciones, la primera con su tinte paternalista y bienintencionado como la segunda con sus intenciones egoístas y malsanos tratan a la persona como un vasallo o instrumento de quienes manejan el Estado.
Recuperar nuestro derecho a elegir es una de las tareas más urgentes como ciudadanos.
Santa Cruz de la Sierra, 19/02/17
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domingo, 5 de marzo de 2017

Derechos humanos vs. derechos humanos

Javier Paz García
La vida, la libertad y la propiedad privada son derechos naturales de las personas. Bajo el principio de que todos somos jurídicamente iguales, nadie tiene el derecho de quitar la vida, dañar la integridad, conculcar la libertad o usurpar la propiedad de otros.
En general, el enunciado anterior es aceptado, en teoría, por casi todo el mundo. En la realidad, ningún Estado lo respeta y una de las formas más creativas para infringir los derechos humanos es multiplicar los derechos humanos. Entonces tenemos el derecho al trabajo, los salarios mínimos y los aumentos salariales, cuya aplicación práctica se traduce en la inamovilidad laboral y transmutación de una relación laboral que por principio debería ser mutuamente voluntaria en una imposición obligatoria para una de las partes. Tenemos el derecho a la salud y a la educación, cuya instrumentalización se traduce en aumentos de impuestos para los contribuyentes, regulaciones excesivas al sector privado de salud y educación a cambio de unos servicios públicos altamente deficientes. Nuevamente el derecho a la salud se instrumentaliza como la potestad del Estado para decidir por nosotros si podemos consumir drogas, tabaco, bebidas azucaradas y otros alimentos. Tenemos la tergiversación del derecho a la vida, como una prohibición a los ciudadanos de poseer armas, dejándolos indefensos frente a los Estados totalitarios. O la “democratización de la prensa” que bajo el argumento de que de alguna manera los medios privados restringen el derecho a la libre expresión permite al Estado a controlarlos, cooptarlos y violar la libertad de expresión.
Con la proliferación de “derechos humanos” los Estados tienen una justificación inmejorable para asumir cada vez más roles dentro de la sociedad, desde moldear la dieta de los ciudadanos, hasta controlar las mallas curriculares para ideologizar a los estudiantes, todo bajo un aura de benevolencia. El comunismo fue un régimen brutal, vestido de benevolencia y la proliferación de falsos derechos humanos tiene mucho de eso.
Los Estados siempre han sido los mayores violadores de las libertades individuales; hoy lo siguen siendo, pero como ser abiertamente un dictador es cada vez menos aceptable, un instrumento muy conveniente para asumir cada vez más poderes y conculcar las libertades de los ciudadanos es convertir todo en un derecho humano, que por tanto tiene que ser garantizado por el Estado y que por tanto tiene que estar bajo la tutela del Estado. Hoy una de las mayores amenazas a los verdaderos derechos humanos son los derechos humanos.
Santa Cruz de la Sierra, 12/02/17

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