martes, 2 de julio de 2024

Elegía a mi tío Chiquitico

 

Javier Paz García

Un sopapo a un cura cambió el rumbo de su vida. Cursaba 5to de secundaría del colegio La Salle y ante algún desplante, la cólera le ganó a la prudencia y el ojo del cura sufrió las consecuencias. Fue así que mi tío Eduardo Javier Paz Campero Amelunge salió de La Salle he hizo su último año en el colegio militar para proseguir la que sería una destacada trayectoria militar. Ha sido uno de los militares con más condecoraciones en la historia de las Fuerzas Armadas de Bolivia, fue becado en varios destinos internacionales, se graduó como abogado, hizo una maestría en relaciones internacionales en Estados Unidos, en el examen del Estado Mayor obtuvo la nota más alta en la historia y donde sea que estuvo destinado, se ganó el respeto y la admiración de quienes trabajaron con él.

Era, como todo militar, orgulloso de serlo. Creía que las FFAA jugaban un rol importante para dar estabilidad en tiempos de crisis. Además, creía que por ser una institución compuesta de personas de todas las clases sociales y todas las regiones, donde sus miembros a lo largo de sus carreras son destinados a diferentes lugares en todo el país, ayudaba a construir un sentido de bolivianidad, de tolerancia y respeto a las diferencias, de unidad de la patria en la diversidad.

Fue primero de su promoción en todos los ascensos, excepto el de General, donde se inventaron documentos faltantes para restarle puntos y justificar así el no designarlo Comandante de las Fuerzas Armadas. Con un gobierno que valora más la obsecuencia, que el mérito y la inteligencia, alguien como él, que además era camba, no era la persona adecuada para ocupar el más alto cargo militar del país. No hay mal que por bien no venga y en sus últimos años de servicio activo vivió un exilio dorado, como agregado militar en otros países y se dedicó casi a tiempo completo a otra de sus pasiones: la historia. De memoria prodigiosa, podía conversar con lujo de detalles y precisión de fechas sobre eventos tan dispares como la revolución francesa, la independencia de Filipinas o la historia del Japón. Era de las personas que dan la impresión de saberlo todo, por lo menos en cuanto a historia se refiere y para quienes nos gusta el tema, era un placer escucharlo. Pero no era un aficionado de la historia, como podemos serlo muchos, sino un verdadero investigador, un académico, un scholar, como dicen los anglosajones, alguien que dedica su vida al estudio y la investigación. Su búsqueda de fuentes primarias lo llevó al Archivo de Indias en Sevilla, a la Library of Congress en Washington DC, y a bibliotecas por toda América. Se especializó en el periodo colonial en América Latina y en esta área, seguramente llegó a ser uno de los mayores expertos a nivel mundial. Como historiador, apreciaba las reliquias y en su despacho tenía, entre otras cosas, el cartucho de una bala disparada en el campo de Ayacucho que él mismo había encontrado. Tenía también una de las más completas colecciones de mapas de América de la época colonial, de la Audiencia de Charcas, los Virreinatos y de Bolivia en su era republicana, algunos originales y otros en copia. Uno de los temas más interesantes para escucharlo era el de las pérdidas territoriales de Bolivia. “Si juntáramos las pretensiones territoriales de todos los países luego de la independencia, abarcaríamos el área de dos Sudaméricas” me decía. Él explicaba que el mapa que normalmente vemos de Bolivia cuando nació a la independencia con territorios que llegaban casi hasta Asunción de Paraguay y contenían medio Brasil, no era en realidad el primer mapa de Bolivia, había uno anterior, con menos territorio. El segundo mapa, el que todos conocemos, surgió posteriormente y fue útil como estrategia de negociación con los países vecinos para definir fronteras. Los más de 400 años del periodo colonial, no fueron una época de fronteras fijas. Los Virreinatos del Perú y de la Plata fueron creados en diferentes épocas y tuvieron diferentes fronteras a lo largo del tiempo, la Audiencia de Charcas, perteneció a ambos virreinatos en diferentes momentos. En base a todos esos cambios, cada país tomaba lo que le convenía para reclamar para sí el mayor territorio posible. En tal sentido, la diplomacia boliviana de la época fue hábil y logró victorias en la definición de las difusas fronteras. Lo trágico, decía mi tío, es que posteriormente ese mapa contribuyó a una narrativa derrotista de Bolivia. Escribió un libro para rectificar ese error. También era orgulloso de su familia y conocía nuestra genealogía como nadie. “Usted desciende de 3 de los 4 cruceños que participaron del acta de la independencia de Bolivia” me dijo una vez. Escribió un libro sobre su bisabuelo, el también General del Ejército y Presidente de Bolivia, Narciso Campero. Fue biógrafo de José Ignacio de Velasco, el primer presidente cruceño y resaltó la heroica historia de Chiquitos.

Luego de pasar a la reserva, se incorporó a la docencia, como catedrático de postgrado en relaciones de internacionales en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno. Tenía la mentalidad gringa con respecto a la educación y veía su rol como una ayuda para que el estudiante aprenda. “Yo no aplazo a nadie” - me decía - “busco la forma de interesarlos en la materia y ayudarlos a que aprendan”.

Era un militar de honor, y como tal, no acumuló grandes riquezas materiales, pero no le faltó nada porque tenía pasión por lo que hacía, ya sea en su carrera militar, en sus investigaciones históricas o en su docencia; tuvo una esposa que lo amó toda su vida y dos hijas que eran su orgullo, su felicidad y hoy son personas de bien, como lo fue él, ¡pa´ qué más la vida! Era terco como él solo y ante una descompensación, se negó a internarse oportunamente en un hospital. “No le hacía caso a nadie” – me dijo su hija mayor en su velorio. Se fue muy pronto, como se van todas las personas queridas. En su entierro las FFAA no le rindieron honores, habían pasado cuatro días de la farsa de golpe de Estado y tal vez les daba vergüenza deshonrar a semejante hombre con su presencia. Tal vez es mejor así, porque estas FFAA de hoy, dan más pena que admiración y no están a la altura de una persona de honor como el General de Brigada Eduardo Javier Paz Campero Amelunge. Yo tuve la suerte de compartir con él, de vivir con él y de horas de fascinantes conversaciones y monólogos suyos. Ahora me parece que ese tiempo quedó corto, me faltaron varias horas más. Adiós querido tío Chiquitico. 

Santa Cruz de la Sierra, 01/07/24

http://javierpaz01.blogspot.com/