viernes, 14 de marzo de 2008

Evangelizando la democracia y el Estado de Derecho

Javier Paz García
Durante mi paso por Venezuela en marzo del 2007 pregunté a un venezolano que opinaba sobre el cierre inminente de RCTV – el canal privado cuya postura era de oposición al gobierno de Chávez. Su respuesta me chocó: me dijo que él consideraba bien que lo cierren porque ese canal mostraba muchas novelas que solo servían para corromper a la sociedad venezolana.
Algunas semanas después me encontraba en Ecuador, cabalmente cuando varios diputados ecuatorianos fueron prohibidos de ingresar al parlamento, con órdenes de arresto y con algunos pidiendo asilo en Colombia. Le pregunté al conserje de mi hotel que opinaba al respecto y me dijo que lo hallaba bueno porque todos esos diputados eran ladrones y corruptos y que de todas maneras todos los gobiernos anteriores habían pisoteado las leyes, así que no había nada anómalo con respecto al accionar del actual.
Hace algunos días tomé un taxi en la ciudad de La Paz y me puse a charlar con el taxista sobre autonomías. El estaba opuesto a ellas argumentando una serie de prejuicios, cuyo origen debo atribuir a la propaganda gubernamental. Mi estrategia para convencerlo de las bondades de la autonomía departamental fue crear una analogía con la autonomía municipal. Le expliqué que la autonomía no es separatismo ni racismo, le conté que el año 84 cuando se inicio el movimiento por la autonomía municipal en Santa Cruz, el gobierno adoptó una actitud similar a la actual, llamándonos separatistas y sediciosos, y le hice notar que seguimos siendo parte de Bolivia y que gracias a ese esfuerzo cruceño, hoy podíamos elegir a nuestros alcaldes en todo el territorio nacional. Habiendo hecho esa conexión entre la autonomía municipal y la departamental y seguro de haber expuesto mis argumentos con una lógica impecable, le pregunté si él no sentía que era una gran cosa poder elegir a su alcalde o preferiría que sea como antes cuando el presidente lo elegía a dedo. Seguro de la respuesta que iba a dar el taxista, quedé totalmente desarmado de argumentos cuando me dijo que no le gustaba mucho su actual alcalde y que no veía que haga algo por su ciudad.
Cuento estas anécdotas porque ilustran la pobreza de valores democráticos en nuestros pueblos latinoamericanos. Puede que a mi no me gusten las novelas, pero eso no me da el derecho de cerrar un canal de televisión, como tampoco puedo cerrar una fábrica de chocolate bajo el argumento de que a mí no me gusta el chocolate. Puede que la corrupción y el abuso autoritario de anteriores gobiernos le hayan hecho un gran daño a la nación, pero no podemos reparar ese daño con más autoritarismo. Puede que mi alcalde actual no sea de mi agrado, pero no quiere decir que la democracia es peor que la dictadura, la dedocracia o la imposición.
Es esa ausencia de valores democráticos, junto con un ‘inmediatismo’ miope, una eterna confusión entre los medios y los fines, entre los métodos y los resultados lo que le ha hecho tanto daño a nuestro continente. Buscamos resultados inmediatos y estamos dispuestos a aceptar a cualquier dictadorcillo que nos dé esos resultados. No somos demócratas convencidos y usamos las leyes solo cuando nos conviene. No nos molesta que se atropellen las leyes, cuando el atropello no afecta nuestros intereses, total, que se las arregle el vecino, si es con él el asunto. Por eso estamos como estamos, y por eso cada cierto tiempo vivimos la amenaza de algún caudillo autoritario.
Por ello creo urgente para la preservación de la libertad y la estabilidad democrática en el largo plazo, la evangelización de lo que significa la democracia y el Estado de Derecho y por qué son tan importantes.
La Paz, 14/03/08
El Deber, 18/03/08

1 comentario:

Andrés Pucci dijo...

estimado javier
la mayoria de los seres humanos siempre han sido vasallos, unos cuantos líderes, toda la historia de la humanidad ha sido asi.

con dos siglos de democraica no podemos cambiar miles de años...

preferimos que nos digan que hacer y listo, no pensar ni elegir opciones.

Preferimos un buen rey a un mal presidente.