Javier Paz García
Antes de comenzar esta nota, creo necesario hacer una aclaración. Éste no es un artículo ni a favor ni en contra de autonomías o independencias. Su propósito es criticar ciertas actitudes que existen en el presente cuando estos temas son discutidos, y así encauzar el debate en ríos más fructíferos.Leo a menudo artículos en la prensa que exaltan la unidad nacional y la ponen como el mayor y más sublime objetivo. Sin embargo, en esos artículos nunca he visto ni siquiera el intento de explicar por qué la unidad nacional debe ser la meta de nuestra existencia y el propósito de nuestros rezos y plegarias.Este tipo de artículos denota un nacionalismo fanático, ése que no acepta críticas ni razonamientos opuestos y que sigue su objetivo ciegamente, así como la Alemania nazi siguió a Hitler. Cualquier pronunciamiento, o sugerencia, que aparente quebrantar la unidad nacional es correspondido con una ola de ataques que no están dirigidos al argumento en sí, sino a las personas que lo propusieron. A estos expertos de la diatriba parece que se les eriza el pelo al escuchar hablar de autonomía, descentralización, federalismo o independencia, y defienden a muerte la unidad nacional, pero hasta ahora no responden por qué debe ser la unidad nacional el objetivo superior de los bolivianos. ¿Será que tal vez ni ellos mismos se han hecho esta esencial pregunta antes de atrincherarse en sus posiciones? ¿O tal vez les conviene mantener el status quo de la pobreza, la exclusión social y la corrupción despampanantes que existen en Bolivia?Cuando hablan de unidad nacional, es obvio que se refieren al control político y administrativo del espacio geográfico que hoy es Bolivia, pero de ningún modo se refieren a la unidad de los ideales y objetivos de los habitantes que la comprenden. Digo esto porque mientras claman por la unidad nacional, satanizan a una importante proporción de sus habitantes, en su mayoría del oriente. Desde el punto de vista semántico es un oxímoron pedir la unidad de los bolivianos y, al mismo tiempo, llamar traidores y sediciosos a tal vez una cuarta parte de su población.Pero si vamos más allá del territorio geográfico como referente de nación, vemos que el concepto no es constante. La nación cambia, muta, evoluciona con cada nueva Constitución, Constituyente, generación, golpe de Estado, etc. y, por ende, el concepto de unidad nacional se vuelve difuso. ¿Por qué es lícito que la nación cambie con respecto a mil cosas menos a su espacio geográfico?Tal vez estos defensores de la unidad nacional no han oído hablar de Locke y Rousseau, y viven todavía en la era monárquica donde el vasallo está para servir al Estado, sin que el Estado sirva al vasallo. En la nación moderna, el individuo es libre y soberano, y crea al Estado para su beneficio, el Estado nunca crea al individuo. Bajo esta noción, los miembros de un Estado tienen la potestad de elegir la organización política y administrativa que crean más adecuada para lograr el mayor bienestar de éstos. También tienen el derecho de cambiar su organización si ésta no va de acuerdo con las metas de sus miembros o se vuelve obsoleta o inadecuada para lograr el mayor bienestar colectivo. Si aceptamos que el propósito único del Estado es servir a la prosperidad de los habitantes que lo conforman y velar por ella, entonces sólo podemos defender la unidad del Estado si su desintegración causara que sus pobladores estén peor que antes. No es lícito luchar por la unidad nacional si ésta no conduce a alcanzar altos niveles de bienestar posible de sus miembros. Es decir, si la población que habita cierto espacio geográfico puede acceder a mayores índices de desarrollo social bajo dos o más naciones, entonces no hay razón para que exista una sola nación unitaria – si me permiten la redundancia. Dados estos argumentos, la pregunta que nos debemos hacer es: ¿estaríamos los habitantes de la actual Bolivia mejor si ésta se dividiera? Ésta es una pregunta a la que yo no tengo respuesta, y existen argumentos sólidos en defensa de ambas opciones.
Fayetteville, 12/02/06.
El Deber, 18/02/06.
martes, 17 de octubre de 2006
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