domingo, 30 de julio de 2017

Un eufemismo cruceño

Javier Paz García
Un eufemismo es una palabra o expresión más suave o decorosa con que se sustituye otra considerada tabú, de mal gusto, ofensiva, grosera o demasiado franca. Los cruceños hemos acuñado un término que no puede ser catalogado de otra manera que como eufemismo: el modelo productivo cruceño. El mentado modelo no es otra cosa que un sistema de propiedad e iniciativa privada, ergo un sistema capitalista. Y como todo sistema capitalista, funciona, y genera riqueza y saca a miles de persona de la pobreza y crea movilidad social y hace que se diluyan las castas clasistas para reemplazarlas por líderes emprendedores y exitosos de toda laya, raza, nacionalidad y origen socioeconómico.
Pero el capitalismo es anatema. Defender el capitalismo es sacrílego, herético, inmoral, estúpido. Entonces tenemos que encontrar un paliativo, un maquillaje, un eufemismo: el modelo productivo cruceño. Esta expresión tiene dos ventajas: la primera, que evita nombrar la palabra innombrable, la causante de todos los males del mundo, la semilla de Belcebú, de Satanás. Por otro lado, tiene el mérito de dar la impresión de que los cruceños han inventado algo, que tienen algo novedoso en cuando a teoría y práctica de organización social se refiere, algo nunca antes visto para ofrecer al mundo y para que el mundo lo copie. Entonces hablar del “modelo productivo cruceño” puede generar cierta autoestima y orgullo, puede llevar a pensar que los cruceños somos originales.
La realidad es que no hay nada de original ni de cruceño en el modelo productivo cruceño, o por lo menos en cuanto a las características del modelo. La originalidad está en el eufemismo.
El modelo funciona y ha hecho de Santa Cruz el mayor reductor de pobreza del país, el polo de atracción de la migración local y foránea y la tierra de las oportunidades incluso a nivel de Latinoamérica. El modelo funciona. Para no confundir a futuras generaciones, para preservarlo y defenderlo deberíamos llamarlo por su nombre: capitalismo.
Santa Cruz de la Sierra, 16/07/17
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domingo, 23 de julio de 2017

El encanto socialista

Javier Paz García
Estos días, Samuel Doria Medina, uno de los hombres más ricos de Bolivia, orgullosamente participó de un congreso de la Internacional Socialista, del cual es miembro. Recuerdo un discurso de Rubén Costas ante una multitud a los pies del Cristo en el cual afirmó que Evo Morales era un falso socialista y que él (Costas) le iba a mostrar lo que era el verdadero socialismo.
El socialismo propugna el control de los medios de producción en manos del Estado. Incluso estirando lo más posible las definiciones de socialismo, es difícil catalogar a uno de los empresarios más ricos de Bolivia y al actual gobernador de Santa Cruz como socialistas. Es cierto que ni Doria Medina ni Costas son ideólogos, lingüistas o intelectuales; probablemente no son adeptos a la historia, la economía y la filosofía, pero deberían tener un concepto aproximado de qué significa socialismo, así como yo sé, sin ser biólogo, que las vacas no ponen huevos, ni las gallinas dan leche.
Resalto la cuestión no por las opiniones políticas o las interpretaciones semánticas de dos personas en particular, sino porque el fenómeno es más bien generalizado. La palabra “socialismo” tiene un encanto de cuento de hada, de flautista de Hamelin que emboba y hace que muchos que incluso teniendo buen criterio en muchas cosas, en lo político quieran ser herederos de políticas que han fracasado donde han sido probadas y han dejado muerte, pobreza y zozobra. Gente que admira a Lenin, políticos cuyo mayor orgullo es tener una foto con Fidel, gente que defiende el socialismo del siglo XXI que ahora mismo tiene a Venezuela en ruinas. ¿Por qué una ideología que ha matado millones y multiplicado generaciones de miseria es pavoneada por tantos políticos, mientras que son pocos los que se enorgullecen de ser liberales (o peor aun ser llamados capitalistas) a pesar de que las mejores condiciones de vida para los obreros están en los países capitalistas?
Yo creo firmemente que uno de los mayores retos de nuestra generación, si queremos un país mejor, si queremos mundo mejor es renunciar a la tibieza intelectual y salir del encantamiento socialista del que muchos en Latinoamérica han sido víctimas.
Santa Cruz de la Sierra, 16/07/17
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domingo, 16 de julio de 2017

El precio de la justicia

Javier Paz García
Hace unos días Zvonko Matkovic Ribera redactó una desgarradora carta de dirigida al Ministro de Justicia. En la epístola, Zvonko narra las injusticias que sufren quienes caen en manos de la Justicia y la red de corrupción, prevaricación y abusos que permea todo el sistema judicial y deja un testimonio de las aberraciones y abusos de los que él y su familia han sido víctimas. En realidad no cuenta nada nuevo, nada que no sepamos todos. Uno puede preguntar a cualquier persona en la calle y casi inequívocamente tendrá una experiencia negativa en su trato con la justicia ya sea propia o de algún pariente o amigo, sobre un policía de tránsito, una demanda civil, el ser extorsionados por su propio abogado y ¡Dios no lo permita!, un proceso penal. En una ocasión, conversando entre amigos las experiencias en los juzgados uno de ellos advirtió: “estamos hablando de derecho civil, porque si hablamos del área penal, donde está en juego la libertad de la persona, los fiscales y jueces saben que la gente hace lo posible por no ir a la cárcel, y por lo tanto las coimas y el nivel de extorsión es mucho mayor”.
Afortunadamente las cosas van a mejorar muy pronto porque tendremos nuevos magistrados que han sido sometidos a preguntas de un nivel de dificultad similar al de los siguientes ejemplos: ¿de qué color es la capa de caperucita roja? a) Roja b) Negra c) Blanca o ¿Si usted tiene mucha sed debe? a) Beber líquidos b) Trotar 40 kilómetros c) Tragar arena. Si nuestros futuros jueces pueden responder ese tipo de preguntas, podemos tener certeza que las complejidades de un juicio donde está en juego la libertad y la honorabilidad de una persona serán cosas sencillas. Y debemos sentirnos agradecidos que nuestros actuales líderes (que al elaborar semejante nivel de preguntas revelan un nivel intelectual ajeno a cualquier escala) prefieran dedicar sus valiosos días a engrandecer nuestro país, en vez de enriquecerse elaborando sudokus y crucigramas en las más prestigiosas revistas internacionales.
Dejando la sorna atrás, uno no puede dejar de sentir un triste pesimismo sobre la situación de nuestra injusticia y sobre la cantidad de gente que todos los días, sin exceptuar siquiera domingos y feriados, cae en la vorágine del sistema de justicia boliviano, porque no puede pagar el precio de la justicia.
Santa Cruz de la Sierra, 09/07/17

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Ni orgullo ni vergüenza

Javier Paz García
A menudo pienso que es baladí enorgullecerse de algo tan circunstancial como el lugar en que uno ha nacido. Después de todo, para sentirse orgulloso de algo, uno debe tener cierto mérito y nadie se ha ganado el gentilicio, nos llegó como llega el color de nuestros ojos. Uno puede sentirse agradecido de haber nacido en tal parte, o de no haber nacido en otras partes; verbigracia, una mujer europea o latinoamericana de no vivir en Arabia Saudita o Irán, donde las mujeres no gozan de todos los derechos civiles y políticos que deberían. Pero sentirse orgulloso, supone un mérito de parte nuestra y no hay ningún mérito en ser alemán, haitiano o cruceño.
Por analogía, tampoco tiene sentido tener vergüenza de donde venimos. Pero los cruceños la tenemos y nos avergonzamos de lo que somos. Un reciente y acertado artículo de la historiadora Paula Peña Hasbún (El tigre y el perico) cuestiona que vayamos perdiendo los nombres autóctonos como peta, tiluchi, sicurí por ser considerados incultos (¿por quiénes?).
A esa crítica, quisiera incluirle un elemento adicional: el acento cruceño. La forma local de dirigirse a la segunda persona singular es el “vos” o el “usted”. Santa Cruz de la Sierra es una ciudad cosmopolita donde también se usa el “tú” y existen personas tan cruceñas como cualquiera que lo usan, ya sea porque se criaron en otra parte, porque sus padres son de otra parte o lo que fuere, sin que haya nada reprochable en ello. Sin embargo entre muchos de los que usan el “vos” pareciera existir el concepto de que decir “tú” es “más correcto”. Entonces cuando tienen que dar un discurso, hablar con un extranjero o hacer un informe escrito, dejan de lado el “vos” para reemplazarlo por el “tú”. Y como el objetivo es ponerse solemnes y parecer cultos no dicen “voj queréj”, sino “tú quieressss” compensando excesivamente la pobre pronunciación de las eses típica de los cruceños (ni hablemos de la publicidad o los locutores de radio y televisión). Y en esa transición del lenguaje local a uno “más internacional” pasamos de lo solemne a lo ridículo porque perdemos naturalidad. Es como cuando leemos a Cervantes o Quevedo y queremos hablar como un español del siglo XVI y solo conseguimos imitar a un mal actor de teatro, nos confundimos y unas veces decimos “tu puedes”, más adelante “vos podés” y por ultimo hacemos una ensalada con un “vos puedes”. No hay nada malo con el “vos” y deberíamos usarlo sin complejos ni vergüenzas.
Santa Cruz de la Sierra, 02/07/17

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lunes, 3 de julio de 2017

El valor de Menger

Los economistas clásicos como Smith, Hume y Ricardo consideraban que el valor de un bien estaba determinado por el trabajo que se había puesto en él. Es decir, si producir un kilo de naranjas requería dos horas de trabajo, el kilo de naranjas podría ser intercambiado por otros bienes que requirieron en su producción dos horas de trabajo. Por supuesto, si yo cabo un pozo durante una hora y luego durante otra hora lo tapo con la misma tierra que previamente saqué, he trabajado dos horas, pero mi trabajo no ha generado ningún valor y no puedo pretender intercambiar este trabajo por el kilo de naranjas.
La teoría clásica del valor al poner énfasis en la cantidad de trabajo necesario para producir un bien era incapaz de explicar hechos reales como por ejemplo que el agua que es tan vital para el ser humano no cueste nada y que los diamantes, que no cumplen ninguna función vital, sean tan caros. Karl Marx, siguiendo los postulados clásicos, teoriza que si la fuerza de trabajo es la que genera valor, entonces el capitalista roba parte de la producción de los trabajadores. Los seguidores de este sinsentido han causado los mayores desastres humanitarios y económicos en la historia de la humanidad. Donde el marxismo ha sido probado, invariablemente ha generado tiranía, empobrecimiento y violencia.
Carl Menger (1840 – 1921) identificó correctamente que el valor es algo exógeno al bien mismo y que depende de las preferencias de las personas. Además identificó que el valor no es estático, ni estable, sino que varía para cada persona en el tiempo. Por ejemplo, si me como una barra de chocolates, me produce 5 unidades de felicidad (unidad hipotética), pero si me como una segunda barra, ya no me hará tan feliz como la primera. Una tercera barra me quitará felicidad. Comer tres barras de chocolate absolutamente similares entre sí produce diferentes niveles de satisfacción en la misma persona. En términos económicos a esto se denomina utilidad marginal decreciente y es uno de los mayores aportes en la historia de la economía. Pero este no es su único aporte. El valor de Menger radica en un método que mejoró y clarificó significativamente los avances logrados por los clásicos, en aportes que siguen siendo parte de la ortodoxia económica y una corriente, la Escuela Austriaca de Economía con economistas notables como Eugen von Böhm-Bawerk, Friedrich von Wieser, Ludwig von Mises, Friedrich von Hayek y Jesús Huerta de Soto.
Santa Cruz de la Sierra, 25/06/17

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