jueves, 26 de diciembre de 2013

Sobre Evo y Mandela

Javier Paz García
Es inevitable hacer comparaciones sobre estos dos personajes de la historia contemporánea, en parte porque el mismo Morales ha querido proyectarse como el Mandela sudamericano. Sin embargo una evaluación objetiva muestra grandes diferencias entre ambos.
En primer lugar la situación política de Sudáfrica era muy diferente a la de Bolivia. En Sudáfrica existió el apartheid desde 1948 hasta 1992. Bajo este sistema los negros no podían votar, participar del poder político y vivían segregados de los blancos. Nada de esto existía en Bolivia en los tiempos de Evo Morales. Desde la revolución de 1952, en Bolivia existe el voto universal. En 1953 la reforma agraria, abolió la servidumbre y redistribuyó la tierra a favor de los indígenas. La constitución política de 1967 no hacía ninguna referencia a etnias o grupos raciales y establecía los mismos derechos y deberes para todos los ciudadanos; es decir, que esta constitución no era ni racista ni discriminadora, como sí lo es la constitución vigente impulsada por Morales. La situación política de Bolivia cuando Evo comenzó su carrera política era muy similar a la de Sudáfrica cuando Mandela dejó el poder. Mandela heredó una nación que practicaba el racismo de manera institucional y sistemática y la transformó en una nación donde el Estado reconocía los mismos derechos y obligaciones para todos los ciudadanos. Evo Morales hizo lo contrario: heredó una nación donde todos los ciudadanos tenían los mismos derechos y obligaciones y lo transformó en un Estado que privilegia a los indígenas. Mandela trató de atenuar las diferencias raciales, mientras que Morales las exacerba. Mandela no se aferró al poder y gobernó un solo periodo, mientras que Morales incluso incumpliendo su palabra pretende aferrarse al puesto. Mandela no se puso por encima de las leyes, mientras que Morales en sus propias palabras “le mete nomás”.
A pesar de los profundos cambios que Mandela logró en su país y que Evo Morales nunca hubiera podido lograr, por el simple hecho de que en Bolivia tales cambios ya existían, Morales pudo haber sido un Mandela. La euforia que causó su primer victoria electoral tanto entre los bolivianos como internacionalmente es prueba de ello. Sin embargo solo ha llegado a convertirse en un caudillo autoritario y populista, uno de los tantos que pueblan la historia latinoamericana.
Santa Cruz de la Sierra, 22/12/13
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miércoles, 25 de diciembre de 2013

El calvario de las viñetas

Javier Paz García
Cada año, todo vehículo en Bolivia debe pasar una “inspección técnica” y recibir una viñeta sin la cual, el conductor del vehículo es sujeto a constantes chantajes por parte de los policías. Pongo la palabra “inspección técnica” entre comillas, porque en muchos casos no hay mucha inspección, y siempre se puede conseguir la viñeta con unos pesos más. Para muestra de la inutilidad de la medida, uno puede ver cualquier cantidad de vehículos destartalados circulando y lo que es peor, botando humo negro de los caños de escape. Prácticamente cualquier microbús está en un Estado deplorable y contamina la ciudad como si fuera un tren a carbón y sin embargo tiene su viñeta.
Pero lo más molesto es que para conseguir la viñeta uno tiene que hacer colas interminables, para cumplir con un trámite que en realidad no sirve para nada. Y es que la Policía no puede robar a mano armada, pero de alguna forma tiene que melear y nada mejor que argumentado que hacen una inspección para asegurar que los vehículos estén en buen estado. Entre los requisitos para aprobar la inspección están el tener llanta de auxilio, gato hidráulico, llave, un triángulo fosforescente y un extinguidor de incendios. Por supuesto, si hacemos una inspección a los vehículos que utiliza la Policía, veremos que casi ninguno (o tal vez ninguno) cumple con estos requisitos. ¡Y ellos son los encargados de revisar que todos los vehículos cumplan! Cabalmente alguien me comentaba que hace unos días encontró a un vehículo de la policía fuera de su casa con la llanta pinchada y tuvo que prestarles llave y gato para que la lleven a parchar, porque tampoco tenían llanta de auxilio.
Si fuéramos una sociedad más honesta, nos evitaríamos la farsa y la molestia de tener que perder horas haciendo colas para obtener una viñeta que no sirve para nada y simplemente subiríamos los impuestos a los vehículos para darle a la Policía lo que se embolsica con el artilugio de la inspección técnica. Ganarían todos: los usuarios porque nos ahorraríamos las colas y las pérdidas de tiempo y la Policía que no tendría que gastar recursos para cobrar el impuesto.
Por supuesto, los gobernantes tienen que mostrar que velan por el bien de todos y los funcionarios públicos aparentar que trabajan a toda máquina, por tanto no conviene acabar con la farsa.
Santa Cruz de la Sierra, 09/12/13
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lunes, 23 de diciembre de 2013

Adiós a Nelson Mandela

Javier Paz García
Nelson Mandela fue una de las pocas personas que antes de morir ya era un personaje mítico. Fue un abogado que combatió el apartheid, el sistema de segregación racial imperante en Sudáfrica hasta 1992, pasó 27 años en la cárcel, fue liberado en 1990 y en 1994 se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica.
Sudáfrica tuvo un sistema racista que imponía una serie de limitaciones y negaba los derechos políticos de los negros, que por cierto conformaban la mayoría de la población. Ante esta situación, los negros tenían todo el derecho a recurrir a la violencia en defensa de sus libertades. Muchos así lo hicieron, entre ellos Mandela, motivo por el cual fue condenado a cadena perpetua y cumplió 27 años en prisión. Sin lugar a dudas es mejor resolver los conflictos de manera no violenta, si ello es posible, pero el uso de la fuerza y la violencia es un instrumento legítimo de defensa cuando los gobernantes (o quienquiera que sea) violan ciertos derechos y libertades considerados inalienables. De hecho, uno de los más insignes liberales de todos los tiempos, John Locke, argumentaba en el siglo XVII que el rey debe servir al pueblo y que si el gobierno se transforma en un instrumento de opresión, pues el pueblo tiene todo el derecho de revelarse, derrocar a los gobernantes e instaurar otro gobierno, con el fin de restablecer las libertades individuales.
Mandela intentó, con plena justificación, acabar con la opresión de su gente mediante métodos violentos. Fracasó en el intento y pasó casi tres décadas de su vida en la cárcel. El mérito de Mandela, (al menos uno de ellos), fue que tras salir prisión y más aun durante su presidencia, teniendo motivos legítimos para sentir odios y resentimientos hace la minoría blanca y racista, llevó a cabo políticas conducentes hacia la paz y la reconciliación, políticas que restablezcan los derechos conculcados a las mayorías negras sin quitarle derechos a los blancos que habían sido sus opresores. En resumen, impulsó en su país uno de los paradigmas liberales: la igualdad ante la ley.
Nelson Mandela murió el 5 de diciembre de 2013. Por su visión de una sociedad sin racismo, por su capacidad de perdón, por su rechazo a perpetuarse en el poder, por su ejemplo, Madiba debe ser honrado y recordado. Que en paz descanse.
Santa Cruz de la Sierra, 08/12/13
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domingo, 8 de diciembre de 2013

¿Cómo combatir las drogas?

Javier Paz García
Mi postura sobre la producción, comercialización y consumo de drogas es clara y contundente: como en el caso del alcohol, el tabaco, el azúcar o la carne, su consumo es una decisión personal y ninguna legislación debería prohibirlo. Esto no quiere decir que yo esté de acuerdo con el uso de drogas. Sin lugar a dudas pocas cosas son tan destructivas como la adicción a las drogas, las cuales destruyen y matan quien las consume y ocasionan un gran sufrimiento para sus seres queridos. No hay dudas de que las drogas deben ser combatidas, pero no desde el ámbito de la legislación, sino principalmente desde el ámbito familiar y de la sociedad civil.
No existe ninguna legislación que obligue a los padres a transmitir a sus hijos ciertos valores éticos o a practicar una determinada religión y sin embargo la gran mayoría de los padres enseña a sus hijos valores universales como no robar, no mentir y sentir orgullo por el trabajo honesto. La gente educa a sus hijos no porque exista una legislación que los obligue a ello, sino porque los ama y les desea el mejor futuro posible.
Me permito esta digresión para señalar que en el caso de las drogas sucede algo similar. En general, las personas que más se interesan por el bienestar de alguien en particular son sus familiares, luego sus amigos y en último lugar y por bastante distancia algún burócrata desconocido. Por ello, la mejor prevención contra las drogas es la guía de los padres y familiares, y la mejor ayuda en caso de alguien que ha caído en la drogadicción también proviene de la familia.
Las instituciones de la sociedad civil, como ser iglesias, colegios, y centros de rehabilitación también deben jugar un rol importante en la lucha contra la drogadicción, y los Estados podrían usar los millonarios presupuestos que actualmente destinan a la interdicción (costos que incluyen los presupuestos carcelarios, Fuerzas Armadas supernumerarias, armamento, espionaje, represión y cuya consecuencia es violencia, corrupción y más muertes) para la prevención y rehabilitación.
No hay duda que consumir drogas es una mala idea, la historia contemporánea demuestra que criminalizar su producción y consumo es otra mala idea con resultados peores que la enfermedad.

Santa Cruz de la Sierra, 01/12/13
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miércoles, 27 de noviembre de 2013

El costo de la guerra contra las drogas


Javier Paz García

Hoy existen miles de personas que están presas en todo el mundo por consumir o transportar drogas. La mayoría de estas personas no son violentas y podrían ser parte productiva de la sociedad y sin embargo su encarcelamiento conlleva un pesado costo. Aparte de lo pecuniario, hay que agregar un costo mayor: el sufrimiento de las familias de los presos. Y por supuesto que estar en la cárcel no es ninguna terapia de desintoxicación para los adictos, ya que incluso en el sitio más controlado por el Estado existen drogas (así de ineficaces son los Estados para combatirlas). Y si ni siquiera pueden evitar que las cárceles estén libres de drogas, menos podemos esperar que lo logren en las calles.

La lucha contra las drogas ha dado el pretexto para permitir gobiernos policiacos que abusan de los derechos humanos, invaden la privacidad de los ciudadanos y gastan enormes cantidades en armamentos. Por ello la ciudadanía no solo pierde por el enorme presupuesto que representa esta guerra, sino también por la erosión de libertades y garantías producto de gobiernos represivos.

La lucha contra las drogas genera violencia y destruye la institucionalidad democrática. Un destacado columnista frecuentemente equipara a Bolivia con Somalia por la ruta de violencia, corrupción y desinstitucionalización en la que estamos. Sin embargo el problema no lo causan las drogas, sino su criminalización: el tráfico de armas, la creación de carteles y organizaciones criminales, los sicarios y ajustes de cuenta cada vez más frecuentes no existirían si las drogas fueran legales. Para ejemplo no existe mejor caso que la época de la prohibición del alcohol en Estados Unidos que permitió la creación de las mayores organizaciones criminales de ese país y de “gansters” legendarios como Al Capone y Bugs Moran.

Ni Pablo Escobar ni los inescrupulosos carteles mejicanos hubieran existido si las drogas fueran legales como lo son el alcohol o el tabaco; las FARC probablemente hayan dejado de existir hace mucho tiempo; don Noel Kempff Mercado y tantas personas ilustres no hubieran sido asesinados por quienes controlan este monopolio creado por los Estados.

La guerra contra las drogas no solo ha sido un fracaso total, sino que ha traído violencia, terrorismo, desinstitucionalización, corrupción, cárceles repletas de personas inocentes, Estados policiacos y abusivos. Deberíamos acabar con esta insensatez.

Santa Cruz de la Sierra, 24/11/13

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jueves, 21 de noviembre de 2013

¡Despenalicemos las drogas!


Javier Paz García
Hay dos motivos para rechazar la penalización de las drogas. El primero es ético y tiene que ver con definir el rol del Estado en la sociedad. Los seres humanos vivimos en sociedad y creamos al Estado para ejecutar ciertas actividades de interés común. Pero el Estado no debería involucrarse en temas que atañen estrictamente al individuo: entre estos temas se encuentra las preferencias de consumo de cada persona.
Por supuesto, no es incongruente para un socialista apoyar la penalización de las drogas, porque el socialismo es precisamente la enajenación de toda libertad individual y la tutela de un Estado todopoderoso y paternalista. Pero quienes creemos en los principios de la libertad y el rol limitado del Estado no podemos apoyar esta visión. Si admito que el Estado tiene tutela para decirme que no puedo consumir cocaína, bajo el argumento de que es dañina para mi salud, entonces también tengo que admitir que el Estado tiene tutela para decirme cuánta sal, azúcar refinada o carnes rojas debo consumir; tiene tutela para prohibir el cigarrillo, la cerveza o el automovilismo; y si llevamos el argumento a su consecuencia lógica, debo admitir que tiene tutela para decidir sobre la educación de mi hijo y obligarlo a aprender quechua o aimara, cuando yo como padre preferiría que aprenda inglés o chino mandarín.
Hay otro motivo, que es práctico. La lucha contra las drogas no solo ha sido desastrosa, sino también contraproducente. Hoy mueren en Méjico más personas debido a la violencia que la lucha contra la droga genera, de las que morirían por el consumo en sí mismo si la droga fuera legal. Si las drogas fueran legales, el grupo terrorista colombiano FARC no tendría el monopolio que le da sustento. Si la ilegalización de la droga tiene como objetivo que menos gente muera, entonces el remedio ha resultado peor que la enfermedad. La lucha contra las drogas ha permitido el nacimiento de mafias y carteles que infectan a la sociedad y el Estado, permean todas las instituciones y exacerban la corrupción; ha incentivado el tráfico de armas que tarde o temprano terminan en las manos de bandidos locales y matan a gente inocente que nada tiene que ver con el tráfico o el consumo de estupefacientes.
Si toda la violencia, muerte y corrupción que la lucha contra las drogas genera tuviera como recompensa su efectiva desaparición, entonces quienes defienden la penalización tendrían un argumento a favor, pero la realidad es que es posible encontrar drogas en cualquier país del mundo.
Santa Cruz de la Sierra, 17/11/13
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miércoles, 20 de noviembre de 2013

El mercado es cooperación

Javier Paz García
Un prerrequisito y a la vez una de las grandes ventajas de la sociedad capitalista es la división del trabajo y la especialización. Yo no tengo que curarme yo mismo si me duele una muela o fabricar mis propios zapatos, sino que acudo a un dentista o a un zapatero respectivamente. La división del trabajo hace que la gente sea más productiva y por lo tanto existan mayores bienes y servicios para beneficio de la sociedad. De esta forma los miembros de una sociedad cooperan entre sí. Un zapatero vende su producción y cuando acude a un dentista, le paga con el fruto de su trabajo. Esta transacción es voluntaria y es una forma de cooperación social. De hecho, el mercado (tan injustamente vilipendiado) no es más que la agregación de transacciones voluntarias realizadas entre dos o más personas en beneficio mutuo.
Es cierto que hay competencia en el mercado, pero la competencia consiste en definir quien es más eficiente en la producción de bienes y servicios. En el mercado gana el que produce una mejor calidad a un menor precio. Es decir, en el mercado gana el que puede brindar el mayor beneficio al consumidor. Esto de ninguna manera significa que el mercado no sea un sistema de cooperación para resolver las necesidades materiales de una sociedad. De hecho es el mejor sistema de cooperación que existe hasta el momento y todos los intentos de reemplazar el mercado por una entidad centralizada han fracasado y a menudo han terminado en tragedias como la experiencia comunista desde la Unión Soviética y Cuba hasta desastres contemporáneos como Venezuela y Argentina. Reitero entonces que en lo referente al mercado, cooperación y competencia no son atributos mutuamente excluyentes. 
La política a menudo nos divide: el nacionalismo exalta la supremacía de ciertas naciones sobre el resto, el racismo postula que unas razas son mejores que otras, el proteccionismo demanda que dejemos de cooperar con el resto del mundo y los políticos son muy hábiles para fomentar los odios, resentimientos y miedos entre sus votantes. En cambio el mercado permite que cooperemos a nivel global entre personas de distintos idiomas, razas y nacionalidades, ¡sin siquiera conocernos! Mi computadora, mi vestimenta y los materiales que componen mi vivienda fueron hechos por miles de personas alrededor de todo el mundo, personas que jamás conoceré pero que han colaborado para que yo tenga ropa, una vivienda y pueda escribir estas líneas.
Santa Cruz de la Sierra, 10/11/13
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