Javier Paz García
En Bolivia existe una gran disparidad entre la mayoría de origen indígena y la minoría de origen europeo. El boliviano promedio de origen indígena es pobre, con poca educación e históricamente sin mayor participación en la vida política de la nación. El boliviano de origen europeo en promedio tiene ingresos más altos, mejor educación e históricamente ha tenido el control político y económico de la nación. Ante esta situación es legítimo preguntarse si las razones de estas diferencias son genéticas o históricas.
Aceptar la doctrina de que ciertas razas son intelectualmente o moralmente superiores, implica admitir que si dos niños, uno de origen indio y otro de origen europeo, son criados bajo las mismas condiciones, con similar acceso a educación, salud y oportunidades, el niño de origen europeo se desempeñará mejor que el indio. Me rehúso a admitir tal hipótesis, mas bien creo que el origen de estas diferencias es histórico.
La conquista española destruyó a los imperios y reinos originarios de América, diezmó a su población original con balas y enfermedades y a gran parte de los sobrevivientes los esclavizó mediante el pongueaje. La vida republicana no cambió mucho la situación; el indio siguió como siervo del patrón, sin acceso a educación, derechos civiles ni protección del Estado. El indio fue un ciudadano de segunda clase cuya función era servir a las clases altas de origen europeo. Esta relación de patrón-sirviente impuesta a la fuerza en un comienzo y posteriormente perpetuada por la falta de educación y oportunidades para el indio generó un sentimiento de superioridad en los unos y de inferioridad y resentimiento en los otros. Este estado de cosas, aunque en menor grado, persiste hasta hoy. Es recién en 1952 que el Estado reconoce al indio como ciudadano con los mismos derechos que los “blancos”. Nuestra actual legislación reconoce que Bolivia es pluricultural y multiétnica y da los mismos derechos y garantías a todos sus ciudadanos. No obstante, en la práctica el indio sigue en su mayoría en la extrema pobreza y con limitado acceso a educación, poder político o económico y en casos aislados todavía existe la figura del pongueaje. Es penoso admitir que tomarán décadas para que estas desigualdades económicas desaparezcan. Sin embargo, lo más triste es que en el siglo XXI existe todavía el sentimiento de inferioridad en unos y de superioridad en otros. Todavía hay personas que creen que Dios los puso en la tierra para mandar y ser servidos. Todavía existen los que creen que tienen un derecho divino sobre la vida y el destino de otras razas y consideran tremenda osadía que un indio quiera educarse, prosperar o peor aún, aspirar a presidente de la nación. Muchos de los conflictos sociales de la Bolivia de los últimos 100 años se pueden explicar como efectos de las diferencias económicas de estos dos grupos, la lucha por unos por acceder al poder y la de los otros por excluirlos del poder. A medida que ambos grupos aprendamos a aceptar nuestras diferencias, sin ver a unos por encima de otros, a medida que aprendamos a compartir el poder, Bolivia alcanzará estabilidad social, requisito indispensable para el crecimiento económico y el progreso de la nación.
Fayetteville, 20/12/05.
El Deber, 07/01/06.
lunes, 16 de octubre de 2006
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