jueves, 28 de mayo de 2020

Sobre las crisis del capitalismo

Javier Paz García

Uno de los leitmotiv del socialismo es pronosticar el fin del capitalismo. Karl Marx, en una brillante estrategia de mercadotecnia, calificó a las ideas de sus predecesores como socialismo utópico y posicionó sus ideas como socialismo científico. Sus ideas no eran menos utópicas que la de sus antecesores y una de las centrales era el inevitable fin del capitalismo. Según el autor de El Capital, el capitalismo llevaría al empobrecimiento del proletariado que ganaría un salario apenas de subsistencia, al estilo maltusiano, lo que llevaría a la revolución comunista. Marx creía que había descubierto una ley, al estilo de las leyes físicas descubiertas por Newton. Creía también que el capitalismo era un paso necesario para llegar al comunismo, por lo que países como Inglaterra, Alemania o Francia serían los primeros en pasar a ese estadio “superior” de la evolución de las sociedades humanas y que, por el contrario, países poco industrializados como Rusia o China, no tenían las “condiciones objetivas” para iniciar la revolución. Su profecía resultó equivocada, como muchas otras de sus conjeturas “científicas”. Desde entonces sus seguidores han seguido haciendo lo que se ha convertido en una tradición socialista: anunciar el fin del capitalismo (no puedo evitar hacer la comparación con los pastores, sectas religiosas y charlatanes que cada cierto tiempo aparecen anunciando el fin del mundo, la llegada del Mesías, el Juicio Final, e incluso invasiones extraterrestres). Ante cualquier turbulencia, desaceleración, recesión, depresión o crisis económica, sale algún socialista con el mismo augurio que Marx hacia hace más de 150 años. La situación antes de la Gran Guerra, el Crash del 29, la crisis del petróleo en los 70, la burbuja de las dotcom a inicios del siglo XXI, la caída de Lehman Brothers el 2008 han servido de palanca para que algún curandero de las ciencias sociales continúe la larga tradición socialista de anunciar el inminente fin del capitalismo. La tragedia del coronavirus es una nueva oportunidad para ello. Hace unos días El Deber publicó una entrevista de la BBC con Paul Mason, uno de estos agoreros. Podemos identificar muchos errores crasos en sus opiniones, como por ejemplo afirmar que en América Latina “las revoluciones coloniales fueron también contra los grandes terratenientes” cuando el mayor exponente de las luchas coloniales en América Latina, el Libertador Simón Bolívar era uno de los mayores terratenientes de Colombia, al igual que lo fueron más al norte del continente George Washington y Thomas Jefferson, por citar algunos nombres.

Culpar al capitalismo de todos los males del mundo es otro leitmotiv socialista y Mason cumple su papel afirmando que el sistema “crea las condiciones para que millones de personas vivan en barrios marginales”, pero también es culpable del tabaquismo y la obesidad en las sociedades más desarrolladas. Por supuesto, los socialistas dejan de lado que durante toda la historia de la humanidad desde hace 200.000 años cuando aparecieron los primeros Homo Sapiens hasta los inicios de la revolución industrial, la vasta mayoría de los habitantes era bastante pobre con excepción de una minúscula cúpula gobernante (similar a la Unión Soviética o Cuba) y ha sido el sistema capitalista el que ha sacado a la gente de la pobreza y generado una clase media próspera. Los socialistas olvidan mencionar que la expectativa de vida ha ido incrementándose sistemáticamente en todo el mundo y que donde menos se ha incrementado es en los países socialistas. Y bueno, culpar al capitalismo por la decisión que una persona tome sobre fumar, es algo que no merece mayor réplica, más allá de notar la fanática insistencia socialista en quitarle al individuo toda responsabilidad individual para convertirlo en un títere de las circunstancias, una víctima, un ente sin voluntad y sin obligaciones para sí mismo.

Otro leitmotiv de los detractores del capitalismo tal vez más reciente y que encuentro con mucha frecuencia es explicar o denunciar los problemas del capitalismo en términos de lo que hace el Estado. Veamos este fragmento de la entrevista: “En 2008, dijimos: hay demasiada deuda. Y la razón fue que los bancos centrales imprimieron demasiado dinero y la gente lo usó para especular. Y la solución fueron 75 billones extras en deuda y más dinero por parte de los bancos centrales.” Aquí es necesario hacer aclaraciones semánticas, porque es bastante común la falacia de suponer que porque Estados Unidos y Europa son sociedades predominantemente capitalistas, las acciones de sus gobiernos también lo son. El capitalismo es un régimen de respeto a la libertad individual y la propiedad privada. La intervención estatal en la economía es doctrinalmente más cercana al socialismo que al capitalismo. La emisión excesiva de dinero por parte de los Estados no es un problema del capitalismo, es un problema del estatismo, incluso en sociedades capitalistas y como lo explicaron pensadores como Ludwig von Mises, Friedrich Hayek (Nobel de Economía) y Murray Rothbard, la expansión del crédito por causa del sistema fiduciario que han adoptado los Estados es la causante de los ciclos económicos que aquejan a las economías contemporáneas. Mason demuestra su escasa comprensión de teoría monetaria, lo cual es entendible por ser algo complicado, incluso para economistas; ante el reto intelectual, es más fácil recurrir al cliché de culpar al capitalismo por algo que depende enteramente de la voluntad de los gobiernos.

Anunciar el fin del capitalismo, culpar al capitalismo por políticas estatistas, sugerir que más estatismo es la solución al fracaso de las actuales políticas estatistas no es nada nuevo. Tal vez lo único original de Mason es afirmar que el tabaquismo también es culpa del capitalismo.

Santa Cruz de la Sierra, 28/05/20

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lunes, 11 de mayo de 2020

En defensa de la libertad de expresión

Javier Paz García
No soy muy fan del eje izquierda – derecha para describir la tendencia ideológica de las personas. Yo por ejemplo probablemente sería catalogado por la mayoría de la gente como de derecha o ultraderecha, por mi línea de defensa al libre mercado y de limitada intervención del Estado, y sin embargo también soy un firme defensor de que los homosexuales deben tener los mismos derechos que el resto de la población y estoy a favor de la despenalización de las drogas, dos temas que típicamente son banderas de quienes se denominan de izquierda. Pero en realidad el mismo principio que me hace defender el libre mercado es el que me lleva a defender el derecho de los homosexuales o la decisión de consumir drogas: la libertad individual. Prefiero utilizar el eje libertad – autoritarismo para describir las preferencias ideológicas. Si aceptamos la premisa de que está bien vivir en una monarquía absoluta donde un rey ostenta la soberanía y el resto somos vasallos cuyo único propósito para existir es servir al rey y engrandecer al Estado que Su Majestad dirige, entonces está bien que el Rey trate a sus súbditos como animales a su servicio, sin volición, sin voluntad, sin derecho a nada más que hacer lo que él diga y vivir y morir para su grandeza. Yo repudio esta visión. Si creemos que el ser humano es valioso en sí, que nadie tiene derecho a subyugar a otros y que cada quien es y debe ser soberano de sí mismo, entonces debemos abogar por un estado republicano con poderes limitados, cuya función es cuidar la libertad y la soberanía de los habitantes. Yo no acepto la noción de que nuestro propósito en la vida es engrandecer al Estado, sino que el Estado es quien debe estar al servicio de los ciudadanos. Un Estado así no busca expandir el poder de los gobernantes, sino preservar la libertad de sus habitantes. Este es sucintamente el ideario liberal. No existe ningún país que encuadre perfectamente en este ideario, pero hay países mejores que otros. 
Una de las instituciones (en el sentido del institucionalismo económico) fundamentales para preservar la libertad de los ciudadanos es la libertad de expresión. Esta es una condición sine que non de la libertad individual. Pero la libertad de expresión molesta a los gobernantes (a todos) y no es infrecuente que traten de limitarla. En la medida en que los gobernantes debilitan las instituciones republicanas, ganan poder, van quitando esta libertad esencial a los ciudadanos y empiezan a transitar el camino del autoritarismo. Esto siempre ocurre en el marco de la “búsqueda de proteger el bien común” o alguna entelequia parecida, no siempre ausente de buena fe, ya que como sabemos, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Todo gobierno autoritario intentará limitar la libertad de expresión, porque ésta, junto a algunas otras cosas adicionales, garantiza que la soberanía resida en el pueblo y que ningún gobernante la usurpe ni se eternice en el poder. Por ello la libertad de expresión deben estar entre un puñado de cosas sagradas para una república, sagradas en el sentido de intocables. Esta es una de las cosas donde es preferible pecar de exceso que de falta y si viene un idiota y dice que le metan coronavirus en las venas porque es alteño, el Estado debe respetarlo en toda su idiotez. Y si otro idiota como yo (desde la perspectiva del gobierno) cuestiona la sensatez de la cuarentena, el ministro que quiera debería tener la opción de refutarme, desacreditarme o ignorarme pero nunca de meterme preso o iniciarme un proceso por una opinión. 
El gobierno actual ha sacado una serie de decretos, 4119, 4200 y 4231 que buscan precisamente perseguir a quienes opinan diferente al gobierno. Con un lenguaje vago que lo permite todo amenazan con encarcelar a quienes difundan información escrita, impresa e incluso artística que genere incertidumbre en la población. Por supuesto eso puede ser cualquier noticia, después de todo, si se informa que atropellaron un perro, algún ciudadano sentirá aflicción por la noticia. Así redactan sus leyes los abusivos, de tal forma que les sirva para todo. El ministro de la presidencia Yerko Núñez, que por cierto ha causado incertidumbre en la población con su uso discrecional de los aviones del Estado, ha amenazado con que “tienen que cuidarse esos ciudadanos que difunden mala información” y otras barrabasadas en la línea de andar con el testamento bajo el brazo de un infame colega suyo de la última dictadura boliviana. También ha dicho que tal decreto no se aplica a periodistas, como si la libertad de expresión fuera un privilegio exclusivo de un gremio. Estos decretos son un ataque directo a la libertad de expresión y deben comandar el repudio de toda la población.
Entre octubre y noviembre del año pasado, los bolivianos hicimos una parada heroica contra el gobierno de turno, precisamente reclamando democracia y libertad. El anterior era un gobierno que por casi 14 años había ido limitando la libertad de expresión, persiguiendo opositores, generando miedo y autocensura. La lucha que hicimos era para acabar con esto y restaurar el Estado de derecho, la paz y la libertad. Este gobierno de transición, que no ha sido elegido por nadie, y cuya única misión era restablecer la vigencia de las instituciones democráticas y garantizar la libertad, no tiene ningún derecho a profundizar el camino de autoritarismo y abusos de su antecesor.
Santa Cruz de la Sierra, 11/05/20
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sábado, 9 de mayo de 2020

Negociar en tiempos de Covid-19

Javier Paz García
La pandemia del Covid-19 y la cuarentena forzosa que ha impuesto el gobierno llevarán al país a una crisis económica sin precedentes en nuestra generación. En las próximas semanas y meses muchas empresas tendrán que reducir personal, postergar el pago de alquileres, renegociar condiciones con proveedores. Muchos padres de familia van a pedir reducción en las pensiones de los colegios de sus hijos, los colegios tendrán que negociar con profesores, los profesores con quienes les alquilan sus viviendas, etc. Tener capacidad de negociación será esencial para alcanzar acuerdos aceptables para todas las partes. 
Ya vamos casi dos meses de cuarentena y posiblemente el retorno a clases sea una de las últimas cosas en restablecerse. Muchos padres están con ingresos reducidos porque sus negocios están cerrados y por otro lado están pagando mensualidades por servicios que no están recibiendo. ¿Deberían negociar una reducción de las pensiones? ¿Y qué porcentaje? He sido director administrativo financiero de una universidad y asesor del directorio de otra por lo que sé que alrededor del 65 al 70% de sus costos son salarios; el resto son costos que tampoco son fáciles de reducir, como servicios de seguridad, jardinería, mantenimiento que se mantienen a pesar de estar cerrados. Los colegios no deben ser diferentes y tienen poco margen para reducir sus costos; por ejemplo, el kínder de mi hija cerró y no será el único. Ésta es una situación fortuita de la cual ninguno es culpable. Sin embargo, los padres tienen un criterio legítimo al decir que están pagando por un servicio que no reciben. Es una oportunidad de negociar. Algunos principios a tener en cuenta es qué tipo de relación tenemos entre la asociación de padres de familia y los directores del colegio y qué tipo de relación queremos tener. ¿Queremos mantener o mejorar la relación o queremos sacar la mayor tajada posible a costa de malograrla? En el colegio de mis hijos la asociación de padres ha preguntado si estamos de acuerdo en acudir al Ministerio de Educación para reclamar por una rebaja de pensiones. Tomar ese camino sería cerrarse a negociar y apoyarse en la ley, con la aclaración que en nuestro país la ley no es sinónimo de justicia, es más bien presión política para obligar a los colegios a algo que no habían convenido con los padres, porque al final, cuando uno mete a un colegio privado a su hijo, lo hace voluntariamente y debería aceptar las condiciones del colegio. Si la intención es negociar, de buena fe y preservar una buena relación, los padres no deberían amenazar con el ministerio. Pero podrían pedir por ejemplo un detalle de gastos y ver qué gastos podrían reducirse para trasladar esa reducción a las pensiones. Podrían llegar a un acuerdo donde el colegio no tenga utilidad este año, pero que tampoco pierda dinero. Podrían reducir las vacaciones para compensar el tiempo más adelante y diferir algunos pagos. Negociar es generar propuestas, tener la capacidad de ceder y lograr compromisos que sean beneficiosos o al menos aceptables para ambas partes, en un marco de comunicación y respeto que mejore o al menos no dañe la relación entre las partes.  
Otro caso donde habrá muchas negociaciones son los alquileres. Para alquileres comerciales como el caso de un restaurante, algunas cosas a tener en cuenta es que las empresas no han hecho uso de las instalaciones y no han tenido ingresos. El arrendador tiene un contrato que le da derecho a cobrar un alquiler y de pronto no está pagando. De nuevo debemos comenzar por la relación ¿Es buen inquilino? ¿Generalmente paga a tiempo? ¿Cuida y mantiene en buen estado el inmueble? Por otro lado, hay que pensar en alternativas. Si pierdo al inquilino ¿cuánto tiempo tomará conseguir otro? ¿Cuál es el riesgo de que sea un mal inquilino? Los alquileres comerciales posiblemente caigan. Los restaurantes por ejemplo probablemente tardarán meses en recuperar el nivel de clientela anterior a la pandemia y tendrán que incurrir en costos adicionales para cumplir con las normas de bioseguridad. Tendrán que readecuar su estructura de costos o cerrar. Buscar alternativas como reducir el monto fijo y tener un porcentaje de las ventas o las ganancias puede ser una alternativa, el pago parcial en productos, la postergación de pagos, etc. son otras opciones para llegar a acuerdos. En el caso de alquileres de vivienda es menos legítimo solicitar una rebaja porque el inmueble está siendo usado (incluso más que nunca). ¿Y si la persona perdió su trabajo o su negocio está cerrado? El arrendador está en todo su derecho de cobrar su alquiler independientemente de la situación del arrendatario, pero si tiene un buen inquilino, tal vez no sea lo más inteligente ejercer ese derecho a rajatablas. 
En todos los casos lograr entender la situación de la otra parte, transmitir nuestra situación y lograr soluciones que satisfagan los intereses de ambos requiere de buena fe entre las partes, requiere de comunicación en ambos sentidos, de capacidad de escucha activa, de empatía. En muchos casos la posibilidad de un acuerdo no dependerá de la capacidad negociadora de las partes, sino de cómo se han comportado en el pasado. ¿Hemos sido personas correctas? ¿Hemos procurado honrar nuestros compromisos? ¿Hemos construido una buena relación con nuestros arrendadores, inquilinos, proveedores, empleados o clientes? Si la respuesta es afirmativa a estas preguntas, nuestra contraparte probablemente tendrá mayor confianza y predisposición para llegar a acuerdos. Si la respuesta es no, es momento de empezar, tal vez el beneficio no llegue hoy, pero llegará. 
Debo las ideas de este artículo a un webinar de Eduardo Moane sobre negociación, auspiciado por BMG (www.bmg.com.bo) una empresa de capacitaciones ejecutivas. Mi agradecimiento para Eduardo y Nelson. 
Santa Cruz de la Sierra, 09/05/20
http://javierpaz01.blogspot.com/