domingo, 22 de diciembre de 2019

Por qué no soy feminista

Javier Paz García
La mujer a lo largo de la historia ha sido tratada como un ser inferior al hombre, subyugada a él, incluso como un objeto, como parte de la propiedad privada de su padre o su marido. Esto es lamentable y debe ser repudiado y combatido. Ennoblece luchar por algo justo, y no hay nada más justo que la lucha por la libertad. Esa es la lucha del liberalismo, una cruzada ideológica por la libertad, la tolerancia y el respeto entre las personas, para que todos tengamos los mismos derechos y libertades civiles y políticas, sin importar nuestro sexo, raza, condición económica. Los liberales luchamos para que el Estado no otorgue privilegios, ni para blancos, ni para negros, ni para morenos, ni para hombres, ni para mujeres, ni para ricos, ni para pobres, ni para empresarios, ni para trabajadores, ni para homosexuales, ni para heterosexuales, ni para creyentes, ni para ateos, ni para extranjeros, ni para nacionales, que todos seamos iguales ante la ley y que haya tolerancia y respeto entre los seres humanos.
El feminismo en muchas de sus vertientes tiene los mismos principios liberales pero su lucha se enfoca exclusivamente en la mujer. Esto me parece fantástico y tiene todo mi apoyo. Hay mucho por hacer para evitar el abuso contra las mujeres, para concienciar sobre los prejuicios de la sociedad y protegerla de la conculcación de sus derechos y libertades civiles y políticas. Sin embargo, no existe un solo feminismo, existen muchos movimientos feministas y algunos de ellos son antiliberales. Estos movimientos en muchos casos no buscan ampliar las libertades de las mujeres, sino conseguir privilegios especiales o forzar a las mujeres a  actuar de acuerdo a los cánones éticos y estéticos que el movimiento ha establecido.
Creo que ese es el caso de María Galindo y su movimiento Mujeres Creando. Este movimiento no lucha por ampliar las libertades de las mujeres para que cada una, en su condición de ser humano libre, pueda elegir qué hacer con su vida, con el único condicionante que sus acciones respeten la libertad y la propiedad de otros (ésta es la posición liberal). María Galindo y su movimiento no defienden a la mujer que elije ser mamá y ama de casa, y no les importa lo que piensa esa mujer. Y si la mujer se viste con saco y sale al mundo empresarial, de pronto es una subalterna, un peón al servicio de los hombres. Tampoco defienden a la mujer que elije participar en un concurso de belleza, sino que la denigra y la tilda de prostituta. Sobre este punto acoto una contradicción: por un lado, su movimiento a veces dice defender a las prostitutas (algo que yo apoyo porque creo que la prostitución es un trabajo honesto) pero usa el término como insulto en su ataque a las mujeres con las que discrepa. Y así, no importa lo que haga la mujer, sea ama de casa o gerente de empresa, sea prostituta o monja, para María Galindo tal mujer actuará de acuerdo a los cánones impuestos por los dominadores: los hombres. Creo que esta intolerancia contra las mujeres causa antipatía contra su movimiento entre las propias mujeres. María Galindo plantea un laberinto sin salida, donde la única forma de librarse de la dominación de los hombres es creer y hacer lo que dice María Galindo. 
Para muestra de ello, me gustaría analizar un artículo de Galindo, Jeanine: ¿usurpadora, sustituta o subalterna?(Página Siete, 18/12/2019). En él, la fundadora de Mujeres Creando se pregunta “¿Qué hay detrás de la foto de ella sonriente con la banda presidencial y retoque de maquillaje?”. Luego, la autora comienza a imaginar la infancia de Jeanine Áñez diciendo: “La imagino niña correteando pata pila…” y de ahí para adelante sigue con un cuento que ella misma crea, donde seguramente algunas cosas coinciden con la realidad, como el hecho de correr descalza, algo que todos hemos hecho. Del hecho de que se tiñe el pelo saca un montón de conclusiones como ser que Jeanine se odia a sí misma, se imagina charlas íntimas de su madre y sus tías, se imagina lo que hubiera y no hubiera sido si hubiera sido hombre, y luego plantea su laberinto sin salida, donde no importa lo que haga una mujer, siempre será una ficha al servicio de los hombres: no importaba si Jeanine aceptada el cargo o no, para Galindo, no fue ella quien lo decidió, porque Jeanine es una mujer y las mujeres no pueden pensar y peor si son benianas (“Cumple con el destino de mujer beniana prohibida de pensarse a sí misma”).
En fin, el artículo no discute hechos reales, sino que se basa en la imaginación de la autora sobre la infancia y vida de Jeanine. Sobre esa fantasía que la misma autora crea, saca conclusiones sobre su personalidad. No critica o discute las acciones o las políticas que ha tomado Jeanine en su presidencia, que es lo que debería importar, sino que se enfoca en su sonrisa y en su pelo teñido. Es decir, el artículo es una mezcla de fantasía y vacuidad. Tal vez, apelando a otro de sus falsos dilemas, Galindo dirá que el hecho de que un hombre defienda a la presidente, demuestra de que ella es un peón al servicio de los hombres y si ninguno la defendiera, sería la evidencia de que por ser mujer, la dejan sola. Yo por mi parte, no voy a criticar los estándares estéticos de María Galindo, porque me parece insustancial y si a ella le gusta andar con la cabeza medio rapada y un conspicuo mechón, es su vida, su decisión y la respeto. Pero Galindo debería respetar también que otras personas tengan estándares estéticos diferentes al suyo y que, por ejemplo, les guste teñirse el pelo. Sí quiero criticar la hipocresía de su movimiento que dice defender a las mujeres y sin embargo hace una virulenta crítica de las mujeres que no encuadran con los cánones de María Galindo; un movimiento que supuestamente quiere que a la mujer se la tome en cuenta por su cerebro y no por su cuerpo, pero que no discute en lo absoluto las ideas y las acciones Jeanine y hace algo capital del hecho que la presidente sonríe y se maquilla. 
Santa Cruz de la Sierra, 22/12/19
http://javierpaz01.blogspot.com/

domingo, 8 de diciembre de 2019

La corrupción y el sistema político

Javier Paz García
A menudo escucho que la solución para acabar con la corrupción en el gobierno es sacar a los corruptos y poner a gente honesta en su lugar. Esta solución, que no pasa de ser una ingenuidad, tiene el inconveniente de que requiere para su funcionamiento el encontrar gente honesta dispuesta a meterse a la boca del lobo para ganar menos de lo que puede ganar en el sector privado. Mejor sería tener un sistema que limite lo que los corruptos puedan robar. 
Para reducir la corrupción (y tenemos que pensar en reducción, porque lamentablemente nunca se podrá eliminar) debemos entender qué la ocasiona y atacar sus causas. Yo planteo 2 causas principales: dinero y poder. Mientras más dinero y poder sea depositado en cierto cargo de gobierno, mayor serán los incentivos para conseguir dicho cargo. Por ejemplo, el próximo año votaré en cuatro elecciones. La primera es a presidente de Bolivia, es la más apetecida porque quien gane tendrá un poder inmenso y tendrá la posibilidad de hacer y deshacer, encumbrar nuevas fortunas, apabullar a adversarios políticos y decidir sobre la vida y la hacienda de muchos. La siguiente elección es la de la alcaldía que maneja un abultado presupuesto que permite comprar drones de millones de bolivianos y otras maleantadas que hacen a más de un funcionario rico; la alcaldía es muy apetecida y no faltarán candidatos propugnando su amor por la ciudad para ganar nuestro voto. La tercera elección es la de la gobernación, que, como me dijo alguien, por manejar un menor presupuesto que la alcaldía, es menos apetecida. Aun así, no habrá ausencia de pretendientes. La cuarta elección es la de mi fraternidad. Aquí no hay ni dinero ni poder; el presidente de la fraternidad maneja un presupuesto modesto, no tiene sueldo, su cargo no le da prestigio ni poder, pero sí algunas molestias y sinsabores. Entonces ¿adivine el lector cuántos postulantes hay al cargo? Si su respuesta fue cero, está en lo correcto. Cada año la discusión en mi fratergira en torno a quien tiene los motivos más débiles para excusarse y obligarlo a asumir su turno.
El apetito por un cargo va en función del dinero y poder que dicho cargo comanda y, aunque no quiero generalizar y decir que todos los funcionarios públicos son corruptos, lo cierto es que mientras más poder y dinero tiene un cargo, más atrae a los corruptos y repele a quienes no quieren mancharse. Entonces es iluso esperar que por arte de magia lleguen funcionarios honestos y aunque a veces llegan, lo que podemos estar seguro es que vamos a tener corruptos en los cargos públicos. Entonces ¿qué podemos hacer? Aquí va una serie de sugerencias:
1.    Limitar el dinero que maneja el Estado. Esta es una cuestión de proporción. Antes se hablaba que la coima de cualquier obra o licitación era 10%, dicen que con el MAS subió a 20% como mínimo. Asumamos el 10% de costo de corrupción. Entonces si un gobierno maneja un presupuesto de 1.000 pesos, el dinero que se pierde por corrupción serán 100 pesos. Si reducimos la cantidad de dinero que tiene el Estado a 700 pesos, entonces se perderán 70 pesos en corrupción. De pronto hemos reducido el costo de la corrupción de 100 a 70 pesos, ¡un 30% de reducción con los mismos funcionarios corruptos! Pero incluso podemos esperar que la corrupción se reduzca aun más, porque el simple hecho de haber menos dinero obliga a los políticos a priorizar los gastos y mejora el control presupuestario. 
2.    Descentralizar recursos y competencias. Mientras los recursos estén más cerca de sus legítimos dueños, habrá mayor fiscalización, control, un uso más racional de los recursos y menos corrupción. Un burócrata en La Paz no tiene la misma información y conocimiento sobre las necesidades del municipio de Guarayos como alguien que vive en Guarayos. Entonces, bajo este principio, hay que tratar de que los recursos se queden en la mayor cantidad posible con sus legítimos dueños. En una fraternidad, las cuotas tienen el propósito de cubrir los gastos necesarios, pero no se busca que haya excedentes, porque todos nos conocemos y entre amigos no hay el deseo de quedarse con la plata de nadie. La discusión en el Estado es diferente y siempre se habla de cómo puede hacer el gobierno para conseguir más recursos, dejando de lado que esos recursos se los están sacando a los mismos ciudadanos. Esto se entiende porque quien maneja el Estado, mientras más recursos consiga (subiendo impuestos), más poder y dinero tendrá, dinero que está sacando de gente que no conoce y que poco le importa. Entonces descentralizar recursos no solo consiste en repartir mejor la torta a municipios y gobernaciones, sino por reducirla al mínimo para que el dinero quede en su mayoría en el bolsillo de sus legítimos dueños, los ciudadanos que lo generaron con su trabajo. Esto significa que el Estado debe cobrar lo mínimo de impuestos posibles. Esto va en línea con el punto anterior de reducir el dinero que maneja el Estado. Luego de esto, quienes más dinero, recursos y competencias deberían tener son las alcaldías, porque son los gobiernos más cercanos al pueblo, luego las gobernaciones y por último el Estado central que básicamente debería ver temas de justicia, defensa, relaciones exteriores y no mucho más. 
3.    Reducir trámites, simplificar leyes y reducir discrecionalidad. Si para conseguir algo tengo que pasar por 10 oficinas y hacer 20 trámites, probablemente habrá más corrupción que si tengo que pasar por una ventanilla única. Hoy el Estado boliviano está plagado de trámites, muchos de ellos innecesarios, para abrir una empresa, para sacar una licencia de conducir, para cargar combustible, etc. Doy un ejemplo, la inspección técnica vehicular es exclusivamente una forma de impuesto para el Estado y un ingreso para los policías a través de la corrupción, no cumple ninguna otra función y debería ser eliminada y así tenemos una cantidad exorbitantes de trámites y de colas que además de corrupción, roban a la gente de millones de horas que podrían ocupar para ser más productivos, para dedicar tiempo a sus seres queridos o echarse a dormir. La cantidad de leyes y normativas que genera el Estado hacen de su cumplimiento un dolor de cabeza para el ciudadano, para el empresario y una fuente de discrecionalidad y extorsión para muchos funcionarios públicos. Hay que eliminar muchos trámites, hay que reducir requisitos de los trámites que sean indispensables y hay que reducir al máximo la discrecionalidad de los funcionarios públicos para que se reduzca la corrupción. 
4.    Despolitizar los cargos públicos. El Estado en todos sus niveles de gobierno es hoy un botín. Quien gana una elección ve los cargos públicos como un espacio para recompensar la fidelidad de tal o cual correligionario, premiarlo por su apoyo durante la campaña y recuperar la inversión realizada. Esta triste realidad hace que cada cambio de gobierno se produzca una masacre blanca donde se reemplace a la mayoría de los funcionarios, fieles al anterior gobierno, para reemplazarlos por nuevas personas fieles al nuevo gobierno. Es importante limitar esto. Un presidente debería elegir a sus ministros y viceministros, pero luego debería existir un cuerpo de funcionarios públicos que no deben su cargo a ningún partido político, que están ahí por mérito y que cumplen un trabajo técnico. Esto no solo reduciría la corrupción, sino que daría mayor estabilidad y continuidad a la gestión y se preservaría la memoria institucional.  
5.    Aumentar salarios de funcionarios públicos. Hemos dicho que el dinero y el poder es lo que mueve a muchos a buscar cargos públicos. Por supuesto no es el dinero que viene de su salario. Nadie cree que Evo y sus ministros se fueron del país solo con lo que ganaron de su salario y lo mismo podemos decir de los anteriores gobiernos. Nadie cree que un alcalde, un juez o un policía, no roba. Entonces vivimos en una mezcla de cinismo e hipocresía. Hablamos de austeridad y aprobamos salarios miserables para nuestros funcionarios públicos y al mismo tiempo damos por hecho que van a robar y aceptamos que roben, “pero que hagan”. Para mí nada ilustra mejor este hecho que el caso de nuestro sistema judicial. Un juez debería ser una de las personas más distinguidas de una sociedad. Tiene una de las mayores responsabilidades que un ser humano puede tener: impartir justicia. Como tal también debería tener una remuneración que le permita un confortable nivel de vida. Los jueces deberían ganar el doble o más de lo que ganan ahora. Esto de por sí, con los mismos jueces actuales, reduciría la corrupción, porque ellos mismos aumentarían el precio que cobran y por la ley de oferta y demanda, esto reduciría la corrupción. Pero también con el tiempo atraería a mejores personas para estos cargos. Y en esto se da también otro efecto. Cuando la mayoría es corrupta, el honesto es tonto y hasta por no quedar de tonto, cede a la corrupción. Si empezamos a atraer mejores personas, a través de mejores sueldos y a revertir esta tendencia, sucede el mismo efecto pero al revés, con una mayoría más honesta, el más corrupto se cuida más y mejora su comportamiento. Hoy la mayoría de las personas asumen que un juez (cualquier juez) es corrupto; esto es trágico. Si alguien nos presenta a un juez, deberíamos sentir admiración y respeto por él, debemos trabajar para que así sea. Lo mismo podemos decir de policías y demás funcionarios públicos.
6.    Repudiar y castigar la corrupción. En Alemania o Inglaterra un funcionario público renuncia cuando se descubre algo indecente en su comportamiento, incluso el plagio de una tesis doctoral, como sucedió con la ministra de educación alemana Annette Schavan el 2013 o el ministro de defensa alemán Karl Theodor zu Guttenberg el 2011. En Bolivia olvidémonos que alguien renuncie por plagiar su tesis o falsificar su título, si ni siquiera renuncian ni se investigan casos flagrantes de corrupción. Y no hablo aquí de los masistas que son doctorados de sinvergüenzas; no hay donde uno meta el dedo en el municipio de Santa Cruz y no salga pus, y no pasa nada y en general a la población pareciera no molestarle la corrupción, mientras venga de un correligionario, entonces creo que no tenemos derecho a quejarnos de tener políticos corruptos. Repudiar la corrupción y castigar a los políticos en las urnas es obligación de la gente. Lamentablemente nos aplazamos porque seguimos votando corruptos flagrantes. 
Esperar solucionar la corrupción con la llegada de un nuevo gobierno compuesto de políticos honestos es análogo a no trabajar y esperar hacerse rico comprando loterías, la chance de que suceda es una en un millón. No debemos crear un sistema de gobierno esperando que lo manejen ángeles, sino seres humanos falibles y corruptibles, como somos todos los seres humanos. Las ideas presentadas, aunque no son exhaustivas, ayudarían bastante a avanzar hacia un Estado con menos corrupción.
Santa Cruz de la Sierra, 08/12/19
http://javierpaz01.blogspot.com/


domingo, 1 de diciembre de 2019

¿Qué significa democracia?

Javier Paz García
Etimológicamente la palabra democraciaes algo así como el gobierno del pueblo. Entonces una posible interpretación podría ser el gobierno de las mayorías. Note el lector que el pueblolas mayoríasno son la misma cosa; pero a menudo, los gobiernos populistas que circunstancialmente reciben el apoyo de la mayoría, afirman que tienen el apoyo del pueblo, y que por tanto son gobiernos democráticos. 
Por otro lado, la aceptación moderna del significado de democraciaes mucho más amplia. No se limita simplemente a la elección de representantes por voto universal para que los victoriosos puedan hacer lo que quieran. Se entiende por democracia un sistema político en el que todos los ciudadanos son iguales ante la ley y es en virtud de esa igualdad que cada uno tiene derecho a elegir y ser elegido y también a tener ciertos derechos civiles y políticos, entre ellos el de la libre expresión, el de la protección a la propiedad privada y a la vida e integridad. La democracia en su sentido moderno defiende la libertad de las personas por encima de todo y para ello establece un sistema de justicia del cual nadie se puede poner por encima, ni siquiera los gobernantes. Bajo esta aceptación, la democracia permite a las mayorías circunstanciales elegir gobernantes, pero no les permite conculcar derechos a las minorías ni a nadie. Entonces un Estado donde una mayoría fustiga y encarcela a una minoría, o le confisca su propiedad o dicta leyes a favor de unos y detrimento de otros, solo por el hecho de ser mayoría no puede ser tildado de democrático, aunque gane las elecciones con el 90%.
Entender estas sutilezas semánticas es importante. Hoy por ejemplo Evo Morales arguye que su gobierno era democrático y para justificar su aseveración hace referencia a los resultados eleccionarios (a los que le conviene, porque no se refiere al 21F). Sus secuaces y acólitos hacen lo mismo: equiparan mayoría con pueblo (lo cual adolece de falta de rigurosidad lógica) y luego equiparan el apoyo del pueblo con democracia. Callan con respeto a los abusos, a las violaciones de derechos humanos, a las persecuciones políticas, al acoso a periodistas y las restricciones a la libertad de expresión, al control de todos los poderes del Estado y una serie de medidas abusivas que hacen de sus gobiernos esencialmente antidemocráticos. 
La esencia de la democracia no es el apoyo de las mayorías, sino el establecimiento de ciertos derechos inalienables para todos los ciudadanos, límites al poder político, leyes justas para todos por igual y el sometimiento de todos a dichas leyes, incluidos los gobernantes. Bajo estos criterios gobiernos como el de Evo Morales nunca fueron democráticos, porque nunca quisieron serlo, así como tampoco fue democrático el gobierno de Hitler a pesar de haber llegado al poder bajo un sistema democrático.
Santa Cruz de la Sierra, 01/12/19
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Y si fue golpe de Estado, ¿qué?

Javier Paz García
En octubre de 1917 los bolcheviques tomaron el poder en Rusia contra el gobierno de Kerenski; lo llamaron revolución. En 1959 Fidel Castro lideró un movimiento armado que derrocó al dictador Fulgencio Batista, tampoco lo llamaron golpe de Estado, sino revolución cubana. 
En Bolivia hubo una protesta ciudadana, la más grande en la historia del país. Hubo una revolución ciudadana pacífica y de hecho las cuatro muertes que sucedieron hasta la renuncia de Morales, fueron causadas por hordas masistas. Ni la Policía ni las Fuerzas Armadas atacaron al gobierno de Morales, simplemente se rehusaron a reprimir a manifestantes desarmados. Evo Morales renunció y abandonó el país por voluntad propia. Ninguno de los líderes de las protestas tomó el gobierno, ni tampoco las Fuerzas Armadas, la presidencia fue asumida por una senadora de acuerdo a la constitución y a jurisprudencia y fue avalada por un Tribunal Constitucional designado por el MAS. La Asamblea Legislativa, donde el partido de Morales tiene más de dos tercios, sigue funcionando y aprobó la ley para conformar el Tribunal Electoral. Entonces, con estos elementos, es difícil plantear que lo que sucedió en Bolivia es un golpe de Estado. 
Si escrutamos a quienes se rasgan las vestiduras y denuncian un golpe de Estado en Bolivia, vemos que la mayoría son admiradores y defensores de la revolución cubana, una dictadura que mató para llegar al poder y luego de 60 años sigue ahí, sin elecciones libres, sin prensa libre, con un sistema de represión espantoso. Esta gente no tiene ninguna autoridad moral para reclamar por una supuesta interrupción a un régimen democrático, cuando apoya a la más despiadada dictadura que ha tenido el continente americano. Son unos hipócritas que en realidad no apoyan la democracia, apoyan a la izquierda y denuncian a un movimiento del cual el mismo Evo Morales se burló por ser pacífico y basado en poner “pititas y llantitas”, mientras aplauden la destrucción que turbas violentas están ocasionando en Chile. Son falseadores que tergiversan ciertos hechos como la naturaleza pacífica de las protestas, mientras que ocultan otros, como el fraude de Evo, su desprecio por la voluntad popular y su llamamiento a la violencia que ha ocasionado muchas muertes en el país, desde antes incluso que él sea presidente. Entonces hay que diferenciar a quienes realmente defienden la democracia, de quienes utilizan la democracia para hacer propaganda a favor de la izquierda antidemocrática. Con estos propagandistas, estos Goebbels contemporáneos, no vale la pena discutir: no quieren buscar la verdad y entender la situación, quieren armar evidencia para apoyar a una conclusión que ya tienen preestablecida antes de conocer ningún hecho, quieren apoyar a un régimen izquierdista con el que se sienten identificados y que probablemente los financia. Simplemente hay que desenmascararlos por lo que son: hipócritas, mentirosos pagados, defensores de la dictadura y el fraude.
Ahora yo quiero ir más allá, porque a pesar de que considero que en Bolivia no hubo un golpe de Estado, quiero plantear la posibilidad de que sí lo fuera ¿entonces qué? Y vamos más allá aun, imaginemos que si en vez de tomar el camino constitucional, hubiéramos llegado a una situación donde las Fuerzas Armadas toman el poder y cierran el parlamento ¿hubiera la mayoría de ciudadanos estado en contra de eso? Yo no me hubiera opuesto a un gobierno militar, mientras sea un gobierno transitorio, con el objetivo de llamar a elecciones y respetuoso de las libertades civiles. No sé que hubiera pensado el resto del país, pero supongo que la mayoría hubiera aceptado la situación. Y la razón es que casi cualquier alternativa era mejor al gobierno de Evo Morales. Y la razón de esto es que vivíamos bajo un régimen de terror disfrazado de democracia. Entonces la revolución que hemos llevado a cabo ha sacado a un gobierno que hacía terrorismo de Estado desde sus inicios y que quería perpetuarse en el poder mediante el miedo y el fraude, siguiendo el modelo cubano y venezolano. Nosotros, quienes vivimos en Bolivia, sabíamos que aquí no había democracia, ni Estado de Derecho; sabíamos que había persecución política; sabíamos que había terrorismo de Estado; sabíamos que era peligroso criticar al régimen y que por tanto no había libertad de prensa, había una tremenda autocensura, provocada por el miedo y la extorsión; sabíamos que era un Estado que daba protección al narcotráfico en el Chapare; sabíamos que Evo Morales quería perpetuarse en el poder en contra de la voluntad popular. Entonces teníamos todo el derecho a realizar un golpe de Estado y no deberíamos ruborizarnos por ello. Lo esencial no es si en Bolivia hubo un golpe de Estado. Lo esencial es que la naturaleza del gobierno de Morales era antidemocrática, fraudulenta, totalitaria y criminal y ante esa situación, los ciudadanos teníamos el derecho de sacarlo del modo que sea. Hoy los ciudadanos nos sentimos libres, sin miedo a expresar nuestras ideas: esa es la esencia de la democracia, algo que no existía bajo el régimen de Evo Morales. Hemos logrado poner fin a ese régimen para reconducir al país por una senda de recuperación de la democracia y le estamos dando a nuestros hijos la esperanza de vivir en una Bolivia libre y democrática, entonces, si fue golpe de Estado, ¿qué?
Santa Cruz de la Sierra, 01/12/19
http://javierpaz01.blogspot.com/