Javier Paz García
La mujer es físicamente más débil que el hombre: de menor estatura, menor peso, menor fuerza y además es la que carga por nueve meses a sus crías y tiene que darles de mamar, lo cual las hace aún más vulnerables. Esto, en las épocas donde la supervivencia dependía de la fuerza bruta, hacía del hombre efectivamente un ser superior y de la mujer un ser relegado a los caprichos de éste. En nuestros días el progreso de las naciones depende del capital intelectual de sus habitantes más que de su fuerza física. Por el lado mental es difícil argumentar la superioridad de cualquiera de los dos géneros, aunque el acceso limitado de la mujer a la educación, y el casi monopolio que el hombre ha tenido sobre el control político y económico a lo largo de la historia nos podría llevar a pensar (erróneamente) que el hombre es también superior en este aspecto. Lo cierto es que la mujer es tan capaz como el hombre para casi cualquier cosa, prueba de ello son la cantidad de arquitectas, doctoras, ingenieras, economistas, líderes políticas, escritoras, poetisas, cantantes y profesionales que desempeñan sus funciones tan bien como el mejor de los hombres en su campo: la mujer es ahora una igual del hombre.
Sin embargo siguen existiendo vestigios de las épocas cavernícolas donde el macho era el amo y señor de la hembra. En demasiadas familias la mujer sigue relegada a roles caseros sin voz ni voto sobre las decisiones de inversión y trabajo. Es intenso y generalizado el abuso físico y psicológico del que tantas son víctimas por parte de sus maridos. Son muchas las niñas que son robadas de una educación por la fatalidad de haber nacido mujeres y esto es verdaderamente trágico. La doble moral que existe en cuanto al comportamiento de los dos géneros es una aberración: mientras que el hombre puede trasnocharse y embriagarse a sus anchas, la mujer decente debe guardar recato en su casa; mientras es aceptable y hasta motivo de orgullo que el hombre tenga dos o tantas mujeres como le plazca, que la mujer haga lo mismo es causa de repudio por parte de la sociedad; mientras la mujer debe llegar virgen al matrimonio, el hombre debe tener experiencia abundante en el area. Es tal la doble moral existente que podríamos perfectamente definir, la palabra ‘puta’ como “aquella mujer que actúa como un hombre” sin que varíe en un ápice el significado actual. Las desigualdades y la doble moral a la que están sujetas las mujeres son injustas e injustificadas y deben acabar. Las únicas diferencias aceptables respecto al trato entre géneros son aquellas dadas por la galantería y la caballerosidad, lo demás es mierda.
Fayetteville, 04/09/06.
El Deber, 18/09/06.
viernes, 20 de octubre de 2006
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1 comentario:
no hay ninguna costumbre
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