Javier Paz García
Leyendo el periódico hace unos días, me encontré con la noticia de que el Gobierno central pretende no pagar el 11% de regalías ni el impuesto a los hidrocarburos sobre los ingresos adicionales en concepto del incremento del precio del gas a Argentina. Algo que me llamó la atención fue que el motivo que da para sustentar tal decisión es que así lo estipula algún inciso del contrato de compraventa entre los dos países, y como el tal contrato ya está firmado, así tiene que ser, porque los contratos no se pueden violar.Terminé de leer mi periódico y salí a pasear con mi amigo Sancho Panza. Mientras conversábamos sobre la situación en Bolivia y otros temas, vi estacionado un automóvil Mercedes-Benz último modelo, descapotable, con asientos de cuero y todas las pilchas que uno se puede imaginar. Fue entonces cuando se me ocurrió la brillante idea –que no fue propia, sino tomada de este Gobierno tan creativo e iluminado – de firmar un contrato con mi amigo Sancho que diga que tal automóvil pasaba inmediatamente a mi propiedad, sin que yo tenga que dar ninguna compensación a nadie. Efectivamente, así lo hicimos; yo redacté un contrato bellísimo, sin errores de ortografía, sin posibilidad de dar lugar a interpretaciones semánticas y de un estilo breve y elegante, casi poético.Luego estampamos nuestras firmas Sancho y yo. Una vez que hice una fiel traducción al idioma inglés y saqué las fotocopias necesarias, ubiqué al dueño del auto, le entregué una copia del contrato, le expliqué la situación y le pedí que me entregara las llaves. El dueño me miró extrañado y me dijo que no tenía la mínima intención de darme su auto. Ante tal obstinación, yo traté de usar mis más convincentes argumentos para explicarle que él no tenía otra opción más que darme su auto, pues existía un contrato firmado entre Sancho y yo, el cual era un instrumento legal que debía ser respetado. A pesar de todos mis esfuerzos, no pude convencerlo de la legalidad y la justicia de mi causa, por lo tanto me apresté a sacarle la llave por la fuerza y echarme a correr. Desgraciadamente, no pude arrebatarle la tan ansiada llave, y encima de todo recibí una tunda de ésas que no se olvidan nunca. Fue tal la tunda, que acabó de una vez por todas con mis intenciones futuras de firmar contratos para no pagar el alquiler, para que el peluquero no me cobre y no tener que ir a trabajar los lunes ni viernes. Reposando en mi cama para recuperarme de mis contusiones, me puse a pensar en el porqué de mi fracaso para apoderarme del Mercedes. Luego de muchas vueltas al asunto, me di cuenta de cuál fue el problema: dos personas no tienen nada que hacer firmando contratos sobre cosas que no les pertenecen. Ningún contrato puede legalizar la usurpación de algo a una tercera persona, especialmente si la tercera persona no es una parte en el contrato. Los departamentos productores de gas no firmaron ningún contrato cediendo sus regalías y recursos, y no lo piensan hacer. Las regalías les corresponden por leyes que están muy por encima de cualquier contratucho que el Gobierno pretenda hacer. No importa cuántos contratos firme el Gobierno central o si escribe sus incisos en mayúscula y usando negrillas; no importa si los escribe en inglés, español, quechua o aymara; los departamentos van a luchar por lo que les corresponde por ley y no van a permitir jugarretas de este Gobierno, que donde puede trata de pasarse de vivo. Le aconsejo que se comporte y vuelva a sus cabales, no vaya a ser que reciba una tunda como la que me dieron a mí.
Fayetteville 18/07/06.
El Deber, 24/07/06.
miércoles, 18 de octubre de 2006
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