Javier
Paz García
Imaginemos
una población de 10 personas donde cada persona caza y consume 1 pato al día.
Esta sociedad tiene una total igualdad de ingresos. Ahora supongamos que entre
dos personas se asocian, dejan de cazar patos pero afilan unas piedras y entre
ambos van a visitar al resto de los pobladores uno por uno para amenazarlos con
matarlos y obligarlos a entregar medio pato diario. Esta sociedad pasa a tener
dos ciudadanos con 4 patos cada uno y ocho ciudadanos con medio pato cada uno;
es una sociedad más pobre y más desigual.
Ahora
imaginemos un escenario alternativo donde un ciudadano descubre que arando la
tierra y sembrando trigo puede tener un pato y un kilo de trigo al día. En este
caso la sociedad ha aumentado su riqueza y también su nivel de desigualdad. Sin
embargo, nadie ha sido perjudicado con respecto a la situación inicial, nadie ha
reducido su consumo o ha sido extorsionado y despojado del fruto de su trabajo.
En este caso nadie debería considerar la desigualdad como algo detestable,
inmoral o injusto. Al contrario, la innovación poco a poco se propaga y empieza
a beneficiar al resto de los ciudadanos que también experimentan una mejora en
sus niveles de vida.
Estos
ejemplos hipotéticos ilustran de manera sencilla el desarrollo de las
sociedades modernas tanto hacia el estancamiento y la pobreza en unos caso como
hacia la prosperidad y la riqueza en otros. El primer caso es típico de las
tiranías, dictaduras y populismos socialistas donde una élite captura el poder
político y lo utiliza para perpetuarse en el poder y enriquecerse. Este tipo de
enriquecimiento siempre es de suma cero, es decir, para que alguno gane, otro
tiene que perder. La riqueza de los Chávez en Venezuela, los Castro en Cuba o
las monarquías del Medio Oriente no proviene de la creatividad y el trabajo de
sus beneficiarios, sino de su capacidad política para subyugar y expoliar al
resto de la población. En cambio la riqueza de Henry Ford o Steve Jobs no
provino de robarle a nadie, sino de innovar en productos y procesos de tal
manera que millones de personas estuvieron dispuestas a adquirir
voluntariamente sus productos. Esto no es una alabanza inequívoca hacia los
empresarios. Por ejemplo, Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo
ha construido su fortuna utilizando sus conexiones políticas para adjudicarse
monopolios.
La
desigualdad no es un problema, el problema fundamental está en crear el marco
institucional que incentive la innovación y no permita la captura del poder político
en manos de unos pocos.
Santa Cruz de la Sierra, 24/01/16
http://javierpaz01.blogspot.com/
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