Javier Paz García
¿Está el Estado por encima de sus miembros? ¿Los miembros de un Estado están para servir al Estado o es más bien el Estado el que debe servir a sus miembros? Las posibles respuestas a estas preguntas configuran visiones de país totalmente diferentes.
Bajo la visión de que el Estado está por encima del individuo son justificables los encarcelamientos arbitrarios, el terrorismo de Estado, las privaciones de libertad, la negación del derecho a expresión y disenso, de libre autodeterminación de los pueblos y todo aquello que “atenta o podría atentar” de una manera u otra contra la grandeza del Estado. También justifica aquellos actos que engrandecen al Estado como las guerras de expansión, la mita (trabajo forzado que imponía el inca a sus súbditos), el corvée (en la Francia monárquica, sistema similar a la mita), la carrera armamentista, el centralismo.
En la historia de la humanidad ha prevalecido está visión. Desde Roma hasta nuestros días los imperios se han creado para hacerse grandes, para conquistar a sus vecinos, para dominar a su población y para servir a quienes tienen el mando temporal. Los imperios (incaico, romano, otomano, etc.), monarquías (francesa, inglesa, alemana, etc.), dictaduras (Rodríguez Francia, Stalin, Mussolini, Hitler, Castro, etc.) son ejemplos de gobiernos donde el individuo vale poco y el Estado vale todo. Hitler hablaba de un III Reich que iba a durar 1000 años, Mussolini fue un maestro del nacionalismo como propaganda, Stalin es responsable directo de millones ciudadanos rusos muertos de inanición en nombre de la colectivización y del Estado.
Los nacionalismos a ultranza, aunque pueden tener origen democrático, tienen la tendencia a la concentración del poder, al totalitarismo, y al irrespeto a los derechos civiles, todo bajo la consigna del engrandecimiento del Estado. La Venezuela de Hugo Chávez (con altos matices populistas) es un ejemplo de ello. En los Estados donde impera esta visión, generalmente sucede que en realidad existe una casta que busca concentrar el poder y servirse de él, sin importarle mucho la grandeza del Estado o el bienestar de los individuos que lo conforman; tal situación no es casualidad.
Por otro lado existe la visión de que el Estado no está por encima de los individuos que lo componen y que más bien que el Estado está al servicio de sus miembros. Bajo esta visión el Estado debe garantizar ciertas normas y derechos que permitan la convivencia y el bienestar de sus miembros.
Los sistemas republicanos modernos e incluso las monarquías constitucionales europeas tienen está visión y adoptan como fundamentales la libertad individual, la preservación de la democracia, el cumplimiento de la Ley por parte de todos los ciudadanos y el respeto a los derechos civiles. De hecho, la palabra república (del latín res publica) significa cosa pública, aquello que concierne a todos. Esta visión es relativamente reciente en la historia del hombre (incluso en la antigua Grecia y Roma, la democracia no era tan democrática como la entendemos actualmente) y podemos ver sus inicios en la carta magna de 1215 en Inglaterra pero más propiamente en la revolución americana de 1776 y en los ideales de la revolución francesa de 1889 (no en la revolución en si, que paso a ser una dictadura de terror).
Hoy los valores de libertad, convivencia pacífica, democracia y oportunidad para todos son considerados esenciales para todo ser humano. No dejan, sin embargo, de estar amenazados por caudillismos, nacionalismos malsanos, totalitarismos y la inevitable demagogia de quienes pretenden vender a sus pueblos la grandeza del Estado y la infalibilidad mesiánica de sus líderes por sobre todas las cosas.
Santa Cruz de la Sierra, 22/11/07
El Deber, 27/11/07
jueves, 22 de noviembre de 2007
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