Javier
Paz García
Ah, compañero Stalin:
de un pueblo de mendigos
has hecho un pueblo de
hombres que sacuden la frente,
y la cárcel ahuyentan,
y prodigan los trigos,
como a un inmenso
esfuerzo le cabe: inmensamente.
La estrofa corresponde a un fragmento de Rusia compuesto por el poeta español Miguel
Hernández. Más allá de la valoración estética que se le pueda dar al poema, es
pertinente acotar que las condiciones de vida en la Unión Soviética de Lenin y
Stalin fueron peores que las del periodo zarista precedente; que las dictaduras
de Lenin y Stalin castigaban con cárcel o muerte a quienes se sacudían la
frente y que la colectivización de las granjas significó caídas de la
producción agrícola y la muerte por hambrunas de millones de personas. Por
supuesto, la literatura y la poesía no tienen por qué coincidir con la realidad
y tal vez esa sea una de las razones por la que tantos intelectuales se
decantan por filosofías del totalitarismo y la miseria.
Pablo Neruda, Nobel de literatura en 1971, también le
dedicó una Oda a Stalin, en la que
proclama que “enseñó la Paz” y que “Lenin dejó una herencia de patria libre y
ancha. Stalin la pobló con escuelas y harina”; H.G. Wells aseveró que Stalin
era “demasiado bondadoso”; Bernard Shaw, Nobel de literatura 1925 y cuyas ideas
sobre eugenesia serían posteriormente puestas en práctica por Lenin, Stalin y
Hitler, fue un ferviente defensor de la Unión Soviética. Bertolt Brecht, Máximo
Gorki, Jean Paul Sartre (Nobel 1964), Louis Althusser, José Saramago (Nobel,
1998) son una minúscula muestra de escritores notables que defendieron el
comunismo. Otros como André Gide (Nobel 1947) y Bertrand Russell (Nobel 1950)
siendo socialistas, tuvieron la honestidad intelectual de denunciar los abusos
del bolchevismo. La intelectualidad latinoamericana tampoco ha escapado al
embrujo socialista y al ya mencionado Neruda podemos citar (como una pequeña
muestra), a Julio Cortázar, Mario Benedetti, Gabriel García Márquez (Nobel
1982) y Mario Vargas Llosa (Nobel 2010). Vargas Llosa, defraudado del
socialismo, a partir de los 70 empezó un tránsito hacia la causa de la
libertad.
Hace algunos años, tuve el gusto de almorzar con
Plinio Apuleyo Mendoza, coautor del Manual
del perfecto idiota latinoamericano. Apuleyo Mendoza fue, como muchos
jóvenes de su generación, socialista y como más de uno, posteriormente pasaría
a desencantarse. También fue uno de los amigos más cercanos de Gabriel García
Márquez (El olor de la guayaba es de
coautoría de ambos). Durante la charla, Plinio contó algunos pormenores sobre
la carta que varios intelectuales socialistas, mandaron a Fidel Castro en 1971 reclamando
por el arresto de Heberto Padilla y lo que había sucedido con Gabo, quien no la
firmó; también que intervino en varias ocasiones, gracias a su amistad con
Fidel, para persuadirlo de liberar o dejar salir de la isla a tal o cuál
persona que había perdido el favor del régimen, con lo cual había salvado
varias vidas. Yo le pregunté cómo era posible que García Márquez, habiendo
escrito De viaje por los países
socialistas, un libro donde narra su experiencia por los países de la
cortina de hierro en 1957 y que no es nada halagador con respecto a lo que era
la vida bajo el comunismo, pueda defender esa ideología y ser amigo de un
dictador como Fidel Castro. Me reveló que Franco, uno de los personajes del
libro, en realidad era él, Plinio. Luego respondió que por un lado, García
Márquez era muy celoso de su obra y que no quería que su legado literario se
vea manchado por desacreditar el socialismo, que quería estar del lado correcto
de la historia. También dijo que Gabo era muy susceptible a la lisonja, el
aplauso y la fama, que le encantaba rodearse de gente famosa y que podía
reunirse con Fidel un día y con Bill Clinton el siguiente sin ningún problema. No
había amargura o molestia en Plinio mientras contaba esto, sino la perspectiva
de un buen amigo que entiende que nadie es perfecto.
Tal vez García Márquez tenía razones para no repudiar
los abusos del socialismo, después de todo más de uno cree que a Jorge Luis
Borges le perjudicó su postura política “de derecha” para no recibir el Nobel.
Cuando la mayoría de los intelectuales eran de izquierda, no serlo podía
significar la condena y el ostracismo como le sucedió a Gide por narrar lo que
vio en su viaje a la URSS. Gide cuenta que “jamás había viajado en condiciones
tan fastuosas. En vagón especial o en los mejores coches, siempre las mejores
habitaciones en los mejores hoteles… Aclamado en todas partes, adulado, mimado,
festejado”. Es que la Unión Soviética sabía de la importancia de la cultura y
reclutaba intelectuales, organizaba visitas guiadas para que artistas vean el
progreso soviético, personajes como Willi Münzenberg (quien probablemente fue
asesinado por orden de Stalin) y la Agitprop manejaban revistas e imprentas en
todo el mundo; no hay mejor forma de promover la ideología y defender al
régimen que promoviendo la cultura. Y mientras reclutaba intelectuales afuera,
adentro mantenía un férreo control con persecución y acoso permanente para
escritores como Aleksandr Solzhenitsyn (Nobel de literatura 1970) que se
atrevían a contar los horrores del régimen. El mismo Gide escribiría: “Dudo de
que en ningún otro país, incluyendo la Alemania de Hitler, el espíritu sea
menos libre, más sometido a yugo, más temeroso, más sujeto a vasallaje”. García
Márquez llega a una opinión similar.
¿Por qué ha habido y sigue habiendo tantos intelectuales
socialistas? Una posible respuesta puede ser ignorancia: que el desconocimiento
de la gente, los lleva a ideas equivocadas, como pensaba el Nobel de economía 1974,
Freidrich Hayek. Nótese, que el término ignorancia
no es empleado de forma peyorativa: todos nacemos ignorantes y morimos
ignorantes en casi todo excepto una pequeña fracción del conocimiento. Hay
cierta complejidad en el funcionamiento de la economía y el accionar humano que
puede ser difícil de comprender para el no especializado. Entender que la
teoría del valor-trabajo (originada en Ricardo y Smith) sobre la que descansa
el aparato teórico del marxismo es incorrecta como lo demostraron los
marginalistas comenzando con Carl Menger, o que el cálculo económico es imposible
en una economía planificada como lo demostró Ludwig von Mises, va más allá de
lo que la persona promedio está dispuesta a profundizar.
Otra razón podría ser el idealismo. El mundo sensible
está lleno de problemas e imperfecciones, ya Buda planteaba que la
característica de la existencia es la ubiquidad del sufrimiento. Esa realidad
nos conduce a la indignación y la condena de la situación presente. Ante la
realidad imperfecta, siempre es posible imaginar una irrealidad mejor,
surgiendo las utopías que abundan en la literatura, como las de Platón, Moro,
Fourier, Marx y a decenas más, sin riesgo de ser exhaustivos. Cabalmente
utopía, etimológicamente significa “no-lugar” o como dijo Quevedo “no hay tal
lugar”. Después de todo, un literato es por definición un soñador, un fabricante
de ilusiones e irrealidades alternativas. No deja de haber cierto sesgo en esta
postura, porque los críticos del capitalismo, lo comparan con una irrealidad,
pero evitan compararlo con el socialismo real de la Unión Soviética, de Cuba,
la Venezuela chavista y los múltiples experimentos de formar al Hombre Nuevo y construir el paraíso
sobre la tierra. Pareciera que existen diferentes valoraciones para los muertos
de Hitler y Mussolini, que para los que murieron bajo la égida de Lenin,
Stalin, Mao o Fidel. Hasta el uso abusivo de la palabra fascista, para insultar
a alguien importa un sesgo, porque si comparamos entre Lenin, Stalin, Hitler y
Mussolini, il Duce resulta ser el
menos sanguinario del cuarteto y sin embargo abundan los comunistas cuyo
insulto de cabecera es fascista. Yo
veo en ello cierta falta de honestidad intelectual de parte de quienes se
proclaman intelectuales lo que me lleva a la siguiente posibilidad.
Los seres humanos tenemos un deseo intrínseco de ser
queridos y admirados, de ser populares. No hay por qué pensar que el
intelectual, el literato, el pensador está por encima de estas pasiones. Los
intelectuales, podrían tener la presión de ser originales y de ganarse ciertas
medallas, como la de reaccionario, progresista, inconformista para tener el
aprecio de sus colegas. Una forma de lograrlo es protestar contra el sistema,
lo cual debe ser bienvenido y tolerado en sociedades abiertas. Lamentablemente
en los regímenes totalitarios, los artistas deben mantener la línea del
partido. Por supuesto, también hay quienes van más allá del deseo de ser
populares, hay quienes como el hincha de fútbol, que se pone su polera y quiere
lucirla, no tiene nada más importante en la vida que el siguiente partido y
está a dispuesto a ocasionar destrozos y lastimar a los oponentes, también
sienten una pasión religiosa por defender sus convicciones: son los fanáticos.
Los seres humanos somos susceptibles de ser
adoctrinados y una vez formamos ciertos paradigmas mentales, es muy difícil que
alguien los cambie apelando a la lógica y la argumentación. Este fenómeno,
estudiado por la psicología, se debe parcialmente a que internalizamos ciertas
creencias que se vuelven parte de nuestro ser, a tal punto que, si nos son
quitadas, perdemos parte de nuestra identidad. Atacar nuestras creencias más
profundas significa atacar nuestra identidad y nuestro ego, lo que genera una
reacción defensiva contraria a la reflexión. La religión es un ejemplo de ello
y la gran mayoría de la gente morirá con las creencias religiosas heredadas de
sus progenitores y difícilmente la lógica pura pueda hacer cambiar la fe de un
adulto. Por eso mismo los debates de esta naturaleza son en general estériles y
desembocan en diálogos de sordos. A pesar de que Marx calificó su socialismo
como científico, en realidad él fue un fanático que promovió una doctrina
quasi-religiosa que exigía el fanatismo. Su estilo sardónico y visión dogmática
se ven reflejadas en sus críticas a Proudhon, Bakunin o Kautsky, de ahí viene
el facilismo marxista de catalogar algo como burgués para poder simplemente
rechazarlo sin más análisis ni argumentación. Como diría el filósofo marxista
Georg Lukács “hablar a efectos de persuadirnos recíprocamente caracteriza a la
clase burguesa” o que “La libertad real es subordinación consciente a la
voluntad de conjunto representada por el Partido, una libertad que, unida a la
solidaridad, es disciplina”. Otro
filósofo, Maurice Mereau-Ponty nos enseña que “El marxismo no ha querido ser
uno de esos “puntos de vista”, una de esas “concepciones del mundo”, una de
esas “filosofías de la historia” que ordenan la realidad en torno a un
principio escogido arbitrariamente, sino la expresión de la realidad”. ¡Vaya
filósofos! Más que filósofos, son teólogos del marxismo. Es difícil debatir
cuando existe una verdad revelada como la marxista o, como sucedía en la URSS
cualquier desviación de la “pureza ideológica” se pagaba con la expulsión del
partido, una temporada en los gulags o un tiro en la nuca.
Santa Cruz de la Sierra, 14/06/20
http://javierpaz01.blogspot.com/
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