Javier
Paz García
Un cliché que todos hemos oído alguna vez es que en
chino la palabra crisis, también significa oportunidad. La pandemia nos ha
traído la cuarentena, la cuarentena nos ha privado de visitas con los padres,
de cumpleaños de niños, de llevadas y traídas al colegio, de la frater o el
junte de amigos; la necesidad de quedarnos en casa nos ha dado tiempo y con el
tiempo hemos jugado más con nuestros hijos, conversado más con nuestra pareja,
hemos leído más, hemos mirado tele. También por la pandemia, muchas
instituciones educativas pusieron a disposición del público algunos cursos en
internet de forma gratuita; uno de ellos es el curso más popular de la
Universidad de Yale, The science of well being (la ciencia de la felicidad dado
en inglés en www.coursera.org).
El curso examina lo que la ciencia sabe sobre cómo
funciona el cerebro, el comportamiento humano y las cosas que tienden a darnos
felicidad, como también cosas que creemos que lo harán pero que no lo hacen y
cómo a veces el cerebro nos engaña para que persigamos cosas que no necesitamos.
Si su abuela le dijo alguna vez que el dinero no causa la felicidad, puede
decirle que, según la ciencia, tiene razón: una vez podemos cubrir las
necesidades básicas de alimentación, vivienda y salud, el incremento de la
riqueza tiene un impacto ínfimo en la felicidad de las personas. Tampoco causan
felicidad cosas que muchos creemos que sí, como tener el trabajo de nuestros
sueños, poseer muchos bienes materiales, tener notas perfectas (el curso se da
a estudiantes de Yale, jóvenes altamente competitivos y obsesionados por ser
los mejores), tener un cuerpo perfecto y ni siquiera encontrar el amor
verdadero. Según las investigaciones que presentan, el matrimonio genera un
aumento de felicidad que luego de alrededor de dos años se disipa totalmente,
algo que yo no puedo confirmar ni a rechazar por cuestiones de supervivencia.
Es decir, según estos estudios (nuevamente aclaro que esto no lo digo yo), el
matrimonio sería como comprarse un Mercedes: nos hace felices cuando lo
estrenamos y luego nos acostumbramos.
Y si estas cosas no nos dan felicidad, entonces ¿qué
nos hace felices? Podemos preguntarle a la abuela y nos dirá que la salud, el
ejercicio físico, dormir lo suficiente y nuevamente tendrá razón. Por supuesto,
Yale no va a dar un curso, ni se convertirá en el más popular por repetir los
consejos de la abuela. Entre las cosas que se exploran son las fortalezas
personales y cómo ponerlas en práctica. Hacer las cosas en las que nos sentimos
capaces y que disfrutamos es una parte importante de sentirnos plenos y es que
los seres humanos tenemos una necesidad intrínseca de sentirnos útiles a
nuestra sociedad. Por esto mismo otra forma de ser felices es cultivar la
generosidad, no importa si usted ayuda a un conocido o desconocido, el hecho de
ayudar nos una alegría más duradera que un Mercedes y diversos estudios
muestras cómo la gente se siente mejor cuando gasta dinero en otros que cuando
lo gasta en sí mismo; en tal sentido, el dinero sí puede contribuir a la
felicidad. Sentir gratitud y agradecer diariamente por las cosas buenas es
también otra manera de construir nuestra felicidad. El día (y la vida) es una
serie de eventos que podemos ver como positivos o negativos, en muchos casos
nosotros elegimos enfocarnos en lo malo y rumiar sobre el problema en el
trabajo, la discusión con la pareja, etc. o sentirnos agradecidos por ver un
amanecer, estar sanos, haber aprendido algo del error cometido, abrazar a un
hijo o besar a la mujer amada. La gratitud es una actitud mental al igual que
la envidia y el odio. Curiosamente son mutuamente excluyentes, es decir, es
difícil que una persona sienta ambas al mismo tiempo. Sentir gratitud nos da
paz y tranquilidad, sentir envidia, odio o rumiar sobre un mal momento nos
quita la paz. Nosotros elegimos y curiosamente muchas veces elegimos la
intranquilidad.
Nuestra mente está continuamente generando
pensamientos que nos producen intranquilidad (trate de concentrarse siquiera 3
minutos en su respiración y verá que luego de algunos segundos le caerán una
lluvia de pensamientos, sobre lo que tiene que hacer mañana, sobre algo que
pasó ayer, una charla con el vecino, etc.) De cierta manera no somos dueños de
nuestros pensamientos, pero nuestros pensamientos son los que determinan
nuestro estado de ánimo y nuestra felicidad. La meditación es una práctica que
ayuda a concentrarnos, a moderar nuestra mente e incluso a reaccionar con mayor
mesura ante situaciones desagradables. De hecho, nuestra mente es tan hábil
para divagar que la mayoría del tiempo que hacemos una cosa estamos pensando en
otra; nos levantamos y pensamos lo que vamos a hacer en el trabajo, en el
trabajo pensamos lo que vamos a comer al medio día, en el almuerzo pensamos en la
reunión de la tarde y en la noche pensamos lo que tenemos que hacer al día
siguiente. Para contrarrestar esto otra práctica que podemos hacer es saborear.
Cuando se meta un bocado a la boca, concéntrese exclusivamente en ese bocado,
en su sabor, textura, como se va desintegrando, en fin, haga lo que hacen los
que han aprendido a catar un vino, disfrute el aroma, los colores, la textura. Saborear
no se limita a la comida, cuando abrace a su hijo, haga lo mismo, no piense en
otra cosa que en el placer del abrazo. No tengo que recomendarle saborear el
sexo, porque, según los estudios, es la actividad donde la mente divaga menos,
se concentra en lo que está haciendo y a diferencia de la mayoría de
actividades, no piensa en mil cosas más.
Por último, menciono la importancia de mantener
conexiones sociales. Las personas que tienen relaciones sociales, que se
mantienen en contacto con sus amigos tienden a vivir más y ser más felices que
las personas solitarias. Cultive sus amistades como cultiva una planta, disfrute
de sus amigos y ría con ellos. Eso es precisamente lo que voy a hacer ahora,
luego de prepararme un singani que voy a saborear con placer, porque es noche
de frater virtual y mis amigos me están esperando.
Santa Cruz de la Sierra, 24/06/20
http://javierpaz01.blogspot.com/
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