Javier Paz
García
Mario
Vargas Llosa comenzó su discurso de aceptación del premio Nobel diciendo que
aprender a leer es la cosa más importante que le ha pasado en la vida. Yo no me
animo a hacer semejante afirmación, pero comparto con Vargas Llosa la pasión
por los libros. Debo (tergiversando a Borges) tal pasión a la conjunción de mi
madre y su pequeña biblioteca. Ésta consta de dos estantes de un poco más de
dos metros de alto cada uno. No llega a completar ni un hexágono de la Biblioteca
de Babel, pero sin embargo es en cierta forma infinita. En sus anaqueles conocí
la Francia de Richelieu y D'Artagnan,
sufrí las penurias de Jean Valjean, entré en la atormentada mente de
Raskolnikov, combatí contra molinos de viento y escuché las ocurrencias de
Sancho, tuve la grata sorpresa de conocer la picardía de don Francisco de
Quevedo, participé de la fundación de Macondo junto a los Buendía, memoricé y
olvidé hechos y fechas de la historia contemporánea, viajé por el Oriente con
la princesa muerta… Conocí el mundo de una forma que solo es posible a través
de la literatura y adquirí un vicio placentero, saludable y barato.
Ver
a mi madre leyendo un libro es una de las escenas más frecuentes de mi
infancia. Eso, sus frecuentes invocaciones para que yo lea y el tener esa
pequeña pero infinita biblioteca me convirtieron en ávido lector. Por ello le
estoy infinitamente agradecido.
Comenzando
la adolescencia comencé mi primer libro grueso: Los Tres Mosqueteros de
Alejandro Dumas. El volumen superaba las 600 páginas y yo pensaba que tardaría
meses o años en acabarlo. Leía una o dos páginas y miraba el índice para ver
cuánto me faltaba y no entendía cómo la gente podía leer cosas tan largas.
También me acuerdo cuando mi madre me dijo que no lea Luna de Locos de mi tío Manfredo
Kempff, por “no ser apta para menores”: su advertencia fue el mejor aliciente
para leerlo a escondidas con una avidez desenfrenada.
Aprendí
de ella que uno tiene que leer lo que le gusta y que la fama de un libro o de
un autor no es motivo suficiente para leerlo o admirarlo, que la lectura es
ante todo un acto hedonista y que no vale la pena leer algo que nos aburre.
Hoy
somos colegas de lectura, comentando o recomendándonos libros mutuamente y
tengo el inmenso de placer de haberle anoticiado algunos libros que le han
gustado. Es un tipo de placer propio de los lectores: el de sugerir una
aventura y alegrarse al saber que la sugerencia no estuvo equivocada. Es para
mí también una forma de agradecimiento por tener esa maravillosa biblioteca que
fue parte tan importante de mi infancia y juventud como lo fueron los juntes de
primos, las jugadas de fútbol, las idas al campo o los recreos de colegio.
Y
porque yo disfruté tanto de esa pequeña biblioteca es que recomiendo a quienes
tienen hijos, que adquieran libros y construyan su pequeña biblioteca para que
les den a sus hijos la opción y la oportunidad de conocer mundos a los que solo
se puede llegar a través de la literatura.
Santa Cruz de la
Sierra, 31/05/12
http://javierpaz01.blogspot.com/
1 comentario:
Y despues uno querrá esos preciados ejemplares en su propia biblioteca. Linda entrada! Uno se siente identificado aunque no haya vivido exactamente lo mismo.
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