Javier Paz
García
Las
abuelas tienen una ventaja sobre las madres y es que adulan a los nietos, como
las madres, pero poco o nunca los tratan o los castigan. Por ello, durante la
infancia y adolescencia, uno ocasionalmente se enoja con su madre pero poco o
nunca con sus abuelas. Por lo menos ese es mi caso y como no hay día de la
abuela (o solo lo hay indirectamente) es que aprovecho esta columna para
homenajearlas.
Mi
abuela Irma es la personificación de la alegría y la bondad. Es un ejemplo de
abnegación, siempre atenta a lo que uno necesita. Su mayor preocupación es la
salud y bienestar de sus seres queridos y no desperdicia oportunidad para
ofrecer a sus nietos alguna fruta, un jugo natural o un somó, y recomendar que
limitemos nuestra ingesta de azúcar y sal. En su casa no faltan chirimoyas,
papayas, mangas o paltas sacadas de su jardín y tampoco guineos comprados en El
Abasto. Y en ella se cumple lo que dice el refrán de que no hay placer más
grande que dar, ya que nada la hace más feliz que dar de comer a otros. Es su
forma de demostrar cariño.
Mi
abuela Adriana, a quien cariñosamente la llamábamos aya, era un muchacho más
entre nosotros. Se sentaba a jugar cartas con los pelaus y a reírse de nuestras
ocurrencias. Su fruta era el achachairú, y se podía acabar una bolsa entera
mientras miraba tele. Nunca le faltaban chicles ni chocolates escondidos en su
ropero y nosotros en niños se los “robábamos”, con la ingenua creencia de que
ella no se daba cuenta (es imposible no advertir la acción de un escuadrón de
nietos roba dulces; ya en viejo uno se da cuenta que nuestra travesura sucedía
con su parcial anuencia). Las navidades siempre se celebraban en su casa,
reuniendo a toda la familia. Había un show de juegos artificiales, el tío
Dorian se disfrazaba de Papa Noel y nosotros recibíamos regalos de manos del
mismísimo Papa Noel, lo cual era algo maravilloso. Todos los nietos esperábamos
ansiosos las navidades pero ahora creo que nadie las disfrutabas más que mi aya
y mi tío Dorian.
Borges
repite con frecuencia la idea de que un hombre es todos los hombres. No es
inverosímil entonces pensar que una abuela (o dos como en este caso) son todas
las abuelas y que este homenaje va para todas ellas. De esta manera, muy íntima
y muy sencilla, les rindo honores y agradezco todo el amor, el apoyo y la
alegría que nos han regalado.
Santa Cruz de la
Sierra, 24/05/12
http://javierpaz01.blogspot.com/
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