Javier Paz
García
En
La tendencia natural a monopolizar (El
Deber, 08/03/12) Alberto Bonadona dice que “En la formación (o deformación) de
economistas tanto se llena la cabeza a estos (sic) con la competencia
perfecta como el fundamento del funcionamiento de los mercados que, aquello que
es una construcción explicativa, se convierte en la realidad desde los ojos de
alumnos y luego de profesionales.” Concuerdo plenamente con él y escribí
precisamente sobre el tema en Teoría
económica e intervencionismo estatal (El Deber, 06/12/11).
Desafortunadamente el mismo Bonadona hace lo que él critica. Es decir,
acertadamente hace notar que la competencia perfecta es una construcción
teórica que no existe en la vida real. Pero inmediatamente utilizando el modelo
que acaba de criticar, deduce que al no existir la competencia perfecta, el
Estado tiene un justificativo para intervenir en prácticamente cualquier
mercado, incluso en el quiosco del barrio.
Es
evidente que Bonadona no ha leído a Adam Smith ni en Wikipedia. Pero si se hubiera
dado el trabajo de leer esa monumental obra titulada La riqueza de las naciones sabría que Smith no cometió el
anacronismo de hablar de competencia perfecta. Smith argumentó convincentemente
que la competencia en el mercado tiende a generar mayor riqueza y bienestar y
que por el contrario la intervención estatal tiende a frenar la generación de
riqueza. En ningún momento Smith se refirió a un modelo de competencia perfecta
o a mercados perfectamente competitivos. Por cierto, en épocas más recientes
tenemos casos de economistas ilustres que, como Bonadona, critican el modelo
neoclásico porque conduce a muchos economistas, como Bonadona, a justificar el
intervencionismo estatal basándose en que la competencia perfecta no existe en
la vida real. Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek (Nobel de economía)
pioneros de la escuela austriaca y James Buchanan (Nobel de economía) y Gordon
Tullock pioneros de la teoría de la opción pública son ejemplos de economistas
que hacen una crítica del modelo neoclásico y del abuso de las matemáticas en
las ciencias económicas. La Acción Humana
de Mises, Camino a la servidumbre de
Hayek y el Cálculo del Consenso de
Buchanan y Tullock son libros altamente recomendados que podrían ayudar a
economistas como Bonadona a salir del error de mostrar tanta fe en el
intervencionismo estatal.
Un
economista debe buscar explicaciones al por qué algunos países progresan más
que otros. Dejando de lado la teoría, existen un sinfín de estudios
estadísticos (Índice de libertad económica del Heritage Foundation, Índice de
Libertad Económica del Instituto Fraser, Doing Business del Banco Mundial,
Índice de Transparencia de Transparencia Internacional, etc., etc.) que corroboran
aquello que Smith expuso hace ya más de dos siglos: la intervención estatal en
la economía frena el desarrollo y la generación de riquezas y se convierte en
una causante de pobreza; tiende a crear monopolios y grupos privilegiados que
gracias al Estado se benefician a costa del resto; tiende a generar mayor
corrupción y clientelismo. Por ello, más allá de lo anecdótico y retórico es
difícil justificar el intervencionismo estatal en la economía.
Santa Cruz de la
Sierra, 08/03/12
http://javierpaz01.blogspot.com/
2 comentarios:
Primero que nada quiero felicitarlo por su blog, me parece muy interesante, enriquecedor y sobre todo muy practico (es muy agradable leer conceptos importantes pero complejos, cuando estos son mostrados de manera sencilla y fácil de entender). Respecto a rol del estado en el mercado, comparto con usted lo mencionado por Smith de que la intervención estatal en la economía frena el desarrollo y la generación de riquezas, sin embargo, si adoptamos 100% los postulados de Smith, de que la mano invisible se hará cargo de que los mercados distribuirían óptimamente la riqueza, no cree usted que esto solo podría darse en un escenario ideal (que todos sabemos no existe) de competencia perfecta? Pregunto esto porque las externalidades son justamente ejemplos de fallas de mercado, y estas pueden ser subsanadas (o por lo menos deberían serlo) con la intervención de estado, ya sean estas externalidades positivas o negativas. Por ejemplo sabemos, porque muchos estudios así lo demuestran, de que la disminución significativa en la tasa de consumo de cigarrillo en Estados Unidos se debe a las altas tasas impositivas que se cargan a estos productos y porque fumar en lugares públicos se ha vuelto una odisea para los fumadores. Si esto no lo hace el estado, la tasa de fumadores no habría disminuido en el mismo porcentaje. Otro ejemplo son los millones de millones de dólares que la sociedad estadounidense dona anualmente para servicio social (charity) los cuales son estimulados por el estado porque los mismos puedes ser descontados de los impuestos que cada ciudadano deber pagar. Este estimulo a una externalidad positiva por parte del gobierno es una muestra de que la participación del estado puede (si esta es bien elaborada) aliviar las fallas del mercado. No cree usted?
Estimado Mauro:
Usted pregunta si solo bajo un escenario ideal de competencia perfecta se puede dar una distribución óptima de la riqueza.
La competencia perfecta no existe, ni ha existido ni existirá. No existe ese escenario ideal. Por lo tanto la pregunta no debe girar en torno a escenarios ideales, sino a la realidad. La realidad y la experiencia muestran que el estatismo frena el desarrollo económico. Ni en la Inglaterra de Smith, ni en Estados Unidos en sus inicios existió el escenario ideal y ciertamente no existe ahora tampoco. Sin embargo estos países adoptaron políticas de laissez faire que permitieron un incremento de la riqueza y una mejora en las condiciones de vida impresionantes.
Las externalidades en el mercado existen. Sin embargo éstas por sí mismas no justifican el intervencionismo estatal, porque el Estado también genera externalidades a menudo peores. Digamos que el Estado decide regular el sector agrícola para evitar externalidades. Luego tenemos regulación arbitraria de precios, prohibición de exportaciones, mayor corrupción, tráfico de influencias, empresas que se benefician por sus lazos con el gobierno en detrimento de todas las demás, desabastecimiento, etc. Académicamente, uno podría decir que el Estado debe tratar de subsanar una externalidad del mercado, si y solo sí el costo de la externalidad del mercado es mayor que el costo de la externalidad del Estado. Por supuesto, en la práctica quien juzgaría esto es un burócrata o un comité de burócratas estatales que creen que todo lo saben y que están predispuestos a no reconocer ningún costo a la intervención estatal.
Da usted el caso del cigarrillo. Yo no fumo, y me molesta sobremanera que la gente fume. Sin embargo mi posición respecto al cigarrillo es no permitir que la gente fume en mi casa, en mi trabajo o en mi vehículo, y si un fumador en un lugar público tiene la cortesía de preguntarme si le molesta que fume, yo le digo que sí me molesta. Estaría dispuesto a participar en campañas recomendando a la gente que no fume, pero de ninguna saldría a la calle a prohibir a la gente que fume. El cigarrillo es dañino para la salud, pero los fumadores saben eso. Debería ser decisión de cada uno fumar o no fumar, el gobierno no debería adoptar el rol de gran hermano. Los límites del Estado no deberían meterse en las decisiones personales de cada persona, esto por supuesto va más allá de lo económico y es más bien una posición ética y filosófica. Si le preguntáramos a Lenin o a Hegel o a Mussolini, ellos dirían que el Estado está por encima del individuo y tiene la potestad de moralizarlo. Poner impuestos al cigarro por motivo de salud, justifica que también se pongan impuestos a la carne roja, a las empanadas fritas, a las gaseosas, a la televisión que nos embrutece, a los deportes extremos. Yo personalmente estoy más interesado en disfrutar la vida antes que vivir 100 añós. Poder comer mi churrasquito cuando me plazca sin que el gobierno me lo prohíba o me cobre impuestos por ello, es más importante para mí que mantener una salud perfecta. Supongo que el fumador siente algo así.
Sobre las donaciones, es cierto que las políticas fiscales en Estados Unidos incentivan las donaciones. Pero éstas seguirían existiendo sin tales políticas. La gente dona porque les es gratificante ayudar a otros. Le doy un ejemplo, en Estados Unidos hay campañas permanentes para donar sangre. La donación de sangre, obviamente no resulta en ningún beneficio impositivo, y sin embargo millones de personas lo hacen. Cuando Bill Gates o Warren Buffet donan cientos de millones de dólares, estoy seguro que no lo hacen por los beneficios impositivos sino por su propio compromiso moral con la sociedad.
Saludos,
Javier
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