Javier Paz
García
Hace
apenas unos días nos abandonaron dos personas extraordinarias: la Sra. Giselle
Bruun Sciaroni y mi abuelo Hernando García Vespa. Los medios de prensa les han
rendido justos honores. Yo voy a aprovechar estas líneas para hacer
apreciaciones más íntimas.
La
Sra. Giselle era una amiga entrañable y visitante frecuente de la casa de mis
abuelos, ahí la conocí. Era una señora alta, vivaz, bien plantada, con unas
gafas descomunales y una energía que hacía creer que los años no transcurrían
para ella. Su voz era fuerte, como para que nadie a su alrededor se quede sin
escucharla y su charla desembocaba ineludiblemente su país y
su ciudad. Esta señora, que por su edad y méritos tenía sobradas razones para
echarse en una hamaca, llevaba una vida activa, realizando labores cívicas y de
beneficencia. Su postrimera gran preocupación fue la granja de espejos; un
hogar para rehabilitar a niños de la calle con problemas de drogadicción. La
última vez que estuve con ella, contó que la granja de espejos, luego de un
arduo trabajo, estaba en condiciones de funcionar, pero que las autoridades
locales no estaban dispuestas a hacerse cargo y que para colmo, la Policía
Nacional quería adueñarse de los predios. Creo que el mejor homenaje que las
instituciones cruceñas pueden hacerle a la Sra. Giselle es hacer funcionar la
granja.
Mi
abuelo Hernando era otra de esas personas que nunca dejan de tener proyectos y
sueños. Se jactaba de ser una persona multifacética: escritor, político,
empresario, diplomático, periodista y (lo digo yo) un gran abuelo. De hablar
pausado, prudente, claro y bien articulado, era un orador inigualable. Tenía un
gran sentido del humor, pero el mismo nunca consistía en dejar en ridículo a
otros. A sus 84 años su creatividad y capacidad ejecutiva eran fabulosas y
tenía la lucidez mental de un joven de treinta. Era también un hombre de
familia que disfrutaba de sus nietos y bisnietos; de uno de ellos, Felipe (de
apenas 2 o 3 años), me dijo alguna vez que yo debía incentivarlo a escribir. La
naturaleza era parte de su literatura y de su diario vivir y los animales eran
otra fuente de felicidad para él.
Mi
abuelo vivió una vida plena, realizó muchos de sus sueños, dejó huellas por
donde pasó, tuvo una familia a la que amó y que lo amó. Como él mismo dijo:
¡qué más le puedo pedir a la vida! No puedo dejar de agradecer en nombre de
toda su familia a las personas que manifestaron su apoyo y solidaridad durante
sus últimos días de vida: a los médicos y enfermeras que lo atendieron, a
quienes donaron sangre incluso sin conocerlo, quienes ofrecieron su ayuda, a
las señoras que no pudieron llegar de Trinidad a su entierro porque había un
bloqueo en la ruta, a quienes rezaron por él.
La
Sra. Giselle falleció a los pocos días de enterarse que su amigo Hernando
estaba en terapia intensiva. Mi abuelo, al morir, no sabía que su amiga Giselle
ya nos había abandonado. Ninguno supo del fallecimiento del otro. Tal vez es
mejor así.
Santa Cruz de la
Sierra, 24/02/12
http://javierpaz01.blogspot.com/
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