viernes, 23 de diciembre de 2011

¿Quién regula a los reguladores?


Javier Paz García
Si por los burócratas fuera, los tentáculos del Estado llegarían a cada rincón de nuestras vidas, regulando, supervisando, controlando todo para alcanzar un mundo mejor. Lo curioso, lo irónico es que el mismo Estado que regula las actividades de otros, cuando es comparado precisamente con aquellos a quienes regula, resulta ser el peor de todos. Me explico mediante ejemplos.
Por regulación estatal, los bancos en Bolivia no deben permitir que una persona espere más de media hora para ser atendida, caso contrario puede presentar una queja. Lo curioso es que no existe institución estatal donde uno haga una cola menor de media hora. Ir a Tránsito, Identificación, Ministerio de Trabajo, Caja de Salud o a Migración requiere sacrificar medio día sin trabajar. Y mientras en los bancos uno espera adentro con aire acondicionado y en cómodas sillas, con el Estado uno espera afuera, parado y no tiene a quien quejarse.
Mientras los colegios y universidades privados producen las mentes más brillantes del país, los empresarios más productivos, innovadores y generadores de fuentes de trabajo, en los colegios fiscales apenas aprenden a leer y escribir y no se puede soñar con que los jóvenes salgan con nociones de cálculo diferencial, idioma inglés o siquiera un nivel de redacción y comprensión aceptables. Y sin embargo es el Estado productor de colegios y universidades mediocres el que impone normas y regula la actividad de la educación privada. En la salud sucede algo similar.
Mientras que al Estado se le ocurre poner un ingenio azucarero donde no hay caña o hacer inmensas fábricas de leche donde no hay vacas, despilfarrando así millones de dólares del dinero de todos, los productores arriesgan sus capitales para producir la leche y el azúcar que alimentan al país, cuando les va mal pierden su propio dinero, y no el dinero ajeno y cuando ganan reinvierten, incrementando la producción y generando más fuentes de empleo. Y sin embargo es el Estado, campeón de la ineficiencia, quien regula y controla a los productores.    
Y el Estado que regula a los demás, resulta ser el más chambón de todos, el que peor servicios brinda, el que más caro cobra por sus productos, el que más tiempo hace perder a sus usuarios, el que más errores comete, el que hace los peores negocios. Y cuando uno ve esto, se da cuenta que el Estado regulador es similar a un pirómano encargado del departamento de bomberos o a un pillo como jefe de policías. Entonces vale preguntarse ¿quién regula a los reguladores?
Santa Cruz de la Sierra, 18/12/11
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Las soluciones del Estado


Javier Paz García
Nada place más a los burócratas que acrecentar su poder. Una forma de hacerlo es creando leyes que regulan todas las áreas de la actividad humana. Por ello el Estado tiene la dañina manía de entrometerse en áreas que no le competen para encontrar “soluciones” a problemas que no existen. Y lo que a menudo sucede es que las “soluciones” del Estado son las que ocasionan los verdaderos problemas. Curiosamente, los burócratas utilizan los nuevos problemas, creados por ellos mismos, para justificar mayores intervenciones y mayores poderes para el Estado. Esto puede parecer cómico, pero no es falso y ni siquiera exagerado.
Veamos ejemplos. El 2011 hubo en Bolivia un incremento en el precio del azúcar. De no haber intervenido el Estado, el incremento hubiera incentivado a los productores a aumentar sus sembradíos y  la sobreproducción en la siguiente temporada hubiera ocasionado una reducción en el precio. Sin embargo el Estado intervino prohibiendo las exportaciones y fijando controles de precios. Estas medidas ocasionaron desabastecimiento y contrabando del azúcar. Al final el mismo Estado se convirtió en acaparador, ahuyentando a los comerciantes, haciendo que la gente tenga que hacer colas eternas en los puestos de venta estatales e incluso subiendo el precio del azúcar (lo cual invalida el propósito de haber intervenido en el mercado). , En el trayecto, el Estado causó un daño tremendo a la cadena de producción y distribución del azúcar. Hoy siguen los cupos y los controles de precio lo que nos permite pronosticar que no serán muchos los nuevos productores que se atrevan a incursionar en el sector, lo que a la larga creará un problema crónico de desabastecimiento y especulación.
En Bolivia circulan muchos autos viejos. La solución del Estado es hacer una inspección técnica anual a todos los vehículos. Lo curioso es que la inspección no saca de circulación a ningún vehículo por más cacharro que sea, pero engrosa los bolsillos de muchos miembros de la policía y de paso ocasiona dolores de cabeza a todo dueño de un vehículo por la pérdida de tiempo que requiere obtener la viñeta. El resultado es que pagamos dinero y perdemos el tiempo para obtener algo que no sirve para nada y que no soluciona nada.
Bolivia exporta el 80% de la soya que produce y no necesita más del 20% para abastecer el mercado interno. Los supermercados están atiborrados de todas las marcas de aceite de soya habidas y por haber, tanto nacionales como extranjeras, por lo tanto el mercado de aceites comestibles es bastante competitivo. Sin embargo al gobierno se le antojó imponer cuotas de exportación en dicho sector, obligando a las empresas a peregrinar y rogar para que los burócratas otorguen los permisos correspondientes, y no debe extrañarnos que los permisos se otorguen según preferencias políticas o coimas económicas, creando costos adicionales e innecesarios en la cadena productiva, creando inseguridad jurídica, imposibilitando la proyección de la industria a largo plazo y perjudicando a miles de trabajadores en el país.    
Y por supuesto ante cada problema que crean, son veloces para  echar a otros la culpa y de paso hacer más leyes incrementándose el poder, para implementar otras soluciones que terminen jodiéndonos cada día más.
Santa Cruz de la Sierra, 18/12/11
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domingo, 18 de diciembre de 2011

Sobre deudas, quiebras y estafas


Javier Paz García

Quiebras como las de Lehman Brothers o estafas como la de Bernie Madoff y Enron demuestran que el sistema de libre mercado no es perfecto. Pero se requiere una miopía monumental para suponer que empoderando al Estado se corrigen sus imperfecciones. Sin lugar a dudas que la quiebra de una empresa es traumática, principalmente para quienes obtienen algún beneficio de ella, ya sea como empleados, accionistas, clientes o proveedores. Pero mucho más traumático es cuando quiebra un Estado. Las consecuencias de la quiebra de Lehman Brothers, con todo lo traumáticas que fueron, no se comparan con las consecuencias de las insolvencias de los gobiernos de Grecia, España o Italia.

Bernie Madoff perpetró el mayor fraude financiero en la historia de Estados Unidos ocasionando pérdidas de entre 10 y 20 mil millones de dólares. Los Kirchner confiscaron 30  mil millones de dólares de las pensiones de todos los argentinos y el corralito argentino del 2001 no puede no ser calificado como una estafa estatal. La inflación es uno de los impuestos más regresivos que existen, castigando más a los más pobres. El gobierno de Hugo Chávez, a contracorriente de su retórica, tiene la inflación más alta de las Américas, efectivamente estafando todos los días a sus ciudadanos a través de la política monetaria. Las experiencias de endeudamiento e hiperinflación de América Latina durante la década de los 80 son una interesante lección sobre las incontinencias del Estado. Bernie Madoff, con toda su malicia no causó tanto daño como la hiperinflación boliviana ocasionada por filántropos y bien intencionados burócratas. Madoff hoy cumple una condena en prisión por sus delitos; ni Cristina Fernández, ni Hugo Chávez ni los bienintencionados burócratas bolivianos de los años ochenta lo acompañan, a pesar de que sus estafas son mayores.

Estados Unidos es uno de los países más pujantes e históricamente más responsables en cuanto a la administración de sus finanzas públicas, sin embargo su deuda pública ronda los 15 billones (15 seguido de 12 ceros) de dólares, alrededor de 100% del PIB. Es decir que Estados Unidos viene manejando sus finanzas públicas tan irresponsablemente como cualquier país africano. Y no tenemos que olvidar que la burbuja inmobiliaria que desencadenó la crisis fue auspiciada en gran parte por su gobierno a través de su política monetaria (culpa de la Reserva Federal) y sus agencias hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac.

Y ni hablar de la mayor estafa de todas, la de gobiernos como el de Cuba, China o la Unión Soviética que, a nombre del bienestar social, hacen de sus territorios cárceles gigantes, privando a sus pueblos de libertad para expresarse, para desarrollar iniciativas privadas, para trasladarse libremente, para aprovechar los avances tecnológicos, para generar riqueza al margen del Estado, para buscar la felicidad por cuenta propia.

Sin lugar a dudas que el libre mercado no está libre de potenciales abusos y estafas (problemas que un buen sistema judicial puede atenuar), pero la historia nos demuestra que estos son ínfimos comparados a los abusos y estafas cometidos por los Estados. Y es casi una constante que a mayor poder del Estado, mayores los abusos y estafas cometidos por sus burócratas.

Santa Cruz de la Sierra, 16/12/11

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Las justificaciones teóricas del estatismo


Javier Paz García

Los entusiastas del estatismo en la economía pueden serlo por instinto, por conveniencia o pueden tratar de justificar su posición en base a fundamentos económicos. Quienes lo son por instinto, lo son de la misma manera en que a una persona le gusta el color azul y a otra le gusta el helado de canela: simplemente porque sí y menudo no entienden de razones o argumentos ni les interesa darlos. Personajes como Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales o Cristina Fernández entran en esta categoría. Ellos poco o nada saben de economía y sus justificativos no son más que improperios, eslóganes y frases huecas destinadas a las masas incultas y acríticas. Su estatismo instintivo está alimentado por la conveniencia de ser los mayores beneficiarios del poder y no se puede esperar de ellos un debate responsable, ni sincero en cuanto a los problemas del estatismo.

Por otra parte, entre los economistas serios, la importancia del libre mercado es indiscutible, y a nivel académico el justificativo para que el Estado intervenga en la economía es precisamente para corregir ciertas “fallas” que alejan al mercado de la libre competencia. La teoría económica nos enseña que situaciones como monopolios, externalidades, asimetrías, bienes públicos, etc. hacen que el mercado no utilice los recursos de forma eficiente y es en estas situaciones donde el estado puede intervenir para corregir la deficiencia y mejorar los resultados.

Una presunción implícita del anterior razonamiento es que mientras el mercado tiene imperfecciones, el Estado no las tiene; mientras los actores del mercado buscan su propio interés, tienen modelos equivocados de la realidad y sufren de falta de información, los actores del Estado no buscan su propio interés, tienen modelos verdaderos de la realidad y poseen información adecuada. Esta noción ha sido cuestionada por los teóricos de la opción pública. Por un lado es teóricamente incoherente suponer que los seres humanos actuamos de una forma cuando tomamos decisiones económicas y actuamos de la forma opuesta cuando tomamos decisiones políticas. No es coherente considerar al empresario y al obrero como personas que buscan el propio interés y por el contrario considerar al político como alguien que busca el interés común por sobre su propio interés. Más coherente es suponer que tanto el empresario, el obrero y el político tienen motivaciones similares. La realidad corrobora esta suposición.

Y si esto es así, el aumento del poder del Estado y la mayor discrecionalidad de los gobernantes se traduce en mayores distorsiones del mercado, ineficiencia, mayor corrupción, creación y protección de monopolios que benefician a allegados al régimen y toda una serie de problemas que el Estado termina exacerbando en vez de reducir.

La mayoría de las justificaciones teóricas del estatismo adolecen de la ausencia de consideraciones realistas respecto a los límites, motivaciones y conocimientos que poseen los políticos y burócratas que forman el Estado.

Santa Cruz de la Sierra, 09/12/11

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viernes, 16 de diciembre de 2011

Teoría económica e intervencionismo estatal


Javier Paz García

La teoría económica neoclásica demuestra que los mercados perfectamente competitivos hacen que los recursos sean usados de la manera más eficiente posible, por lo cual, cualquier intervención del Estado ocasiona una pérdida de eficiencia. Paradójicamente esto es utilizado por los entusiastas del estatismo para justificar la intervención estatal bajo el argumento de que pocos son los mercados perfectamente competitivos, y que en el resto, el Estado puede intervenir para mejorar la eficiencia. Un ejemplo de esta línea de pensamiento la podemos ver a menudo en los artículos de prensa de don Alberto Bonadona.

Quienes sostienen esta línea de pensamiento se equivocan cuando afirman que existen pocos mercados perfectamente competitivos… lo cierto es que no existe un solo mercado perfectamente competitivo en todo el mundo. El modelo de competencia perfecta es una abstracción como lo es el punto o el plano en geometría y no existen más allá de nuestras mentes. Si la competencia perfecta es el prerrequisito para que el Estado no intervenga en el mercado, entonces lógicamente debemos concluir que el Estado debe intervenir en todos los mercados.

Los entusiastas del Estado, aun cuando reconocen parcialmente la importancia de los mercados en el desarrollo económico, tienden a exagerar la necesidad del Estado fundamentalmente por dos razones:

La primera es una incoherencia teórica. Mientras que consideran (correctamente) a los actores privados como personas que buscan su propio interés, creen (incorrectamente) que los funcionarios públicos son ángeles desprovistos de intereses propios cuyo fin en su vida es buscar el “bien común”. Los teóricos de la opción pública han puesto en evidencia este error, y han notado que de hecho, el Estado es el mayor creador de externalidades, monopolios, asimetrías, privilegios, y una serie de males que supuestamente el Estado va a subsanar. Por ello la existencia de externalidades en el mercado no justifica por sí mismo la intervención estatal, sino que la externalidad debe ser mayor que la que generaría la intervención del Estado.

La segunda incoherencia es de índole empírica. El Nobel en economía, Paul Samuelson explica en sus textos que un bien público es aquél que una vez ha sido creado puede ser aprovechado por todos, sin que el dueño pueda cobrar por sus servicios, por tal motivo el sector privado no tiene incentivos a proveerlo y debe ser provisto por el Estado. Samuelson da el ejemplo de los faros. El también Nobel en economía, Ronald Coase, en un famoso ensayo titulado “El faro y la economía” puntualizó que en Inglaterra los faros privados eran comunes durante buena parte de su historia. Coase criticaba la frecuente falta de coherencia entre las teorías de los economistas y la realidad. Las teorías deben ser herramientas para explicar la realidad y lo cierto es que la correlación entre mercados libres y desarrollo económico es irrefutable. Quienes defienden el intervencionismo estatal en la economía y pretenden ser serios, deben explicar esta correlación.

Santa Cruz de la Sierra, 01/12/11

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jueves, 1 de diciembre de 2011

Sobre la regulación a las ONGs


Javier Paz García
Nadie puede negar la tremenda influencia, para bien o para mal, que han tenido las organizaciones no gubernamentales (ONGs) en Bolivia. Las hay de todo tipo y con diversos fines, ambientalistas, indigenistas, anticapitalistas, pro-capitalistas, anti-estadounidenses, pro-estadounidenses, etc.
Existe mucho malestar en amplios sectores de la sociedad boliviana por el trabajo de las ONGs en el país. El malestar no se circunscribe a ninguna tendencia política: tanto en la izquierda como en la derecha existen sectores que quisieran regular e incluso prohibir las ONGs. No existe mejor ejemplo que el mismo gobierno del MAS, que es producto de ONGs, sea el mayor interesado en regularlas y controlarlas. Por supuesto el propósito es asfixiar a aquellas contrarias al gobierno y premiar a aquellas favorables. Entre la oposición (con la distancia que hay que salvar entre una oposición con intenciones democráticas y un gobierno autoritario) la situación es similar. Quienes piden regular las ONGs pretenden a fin de cuentas eliminar a aquellas ONGs cuyos objetivos son contrarios a sus intereses o ideologías.
 ¿Cuáles deben, entonces, ser los parámetros para regular a las ONGs? Tratar de definir cuáles son las ONGs buenas y malas es tan baladí como hablar de precio justo: es un debate medieval e improductivo. Lo bueno y lo malo depende de la óptica de cada uno. Definirlo por mayoría tampoco es posible. Cualquier definición de este tipo, es solamente una imposición de una mayoría circunstancial sobre una minoría no menos circunstancial. En el ámbito de las ideas y de la razón, estar del lado de la mayoría no es un argumento válido, aunque a menudo la brutalidad y la fuerza se imponen bajo el pretexto de ser democráticas. Entonces vuelve la pregunta ¿Cuáles deben ser los parámetros para regular las ONGs?
Para responder esta pregunta debemos guiarnos por nuestros principios. Para aquéllos que defendemos principios liberales, que valoramos la libertad de expresión, que creemos que las ideas deben combatirse con otras ideas y no con palos, persecuciones o censura y que creemos que la única forma de garantizar una sociedad de hombres libres es garantizar el derecho de cada uno a emitir libremente su opinión sin miedo a ser perseguido por el Estado, debemos defender el derecho de las ONGs a existir, nos gusten o no y repudiar la regulación estatal destinada a limitar o coartar la libertad de expresión y de asociación de las personas.
Esa es la única postura consecuente de un liberal. Por supuesto, no todos (en realidad muy pocos) son liberales. Para un socialista la libertad de expresión no es más que un invento burgués que se debe defender cuando conviene y prohibir cuando se torna inconveniente, y quienes dicen ser liberales, demócratas o defensores del Estado de derecho, a menudo flaquean cuando los principios que deberían defender van en contra de sus intereses circunstanciales. Queda en manos de unos pocos la defensa inclaudicable de la libertad.
Santa Cruz de la Sierra, 24/11/11
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Breve crítica a la política exterior norteamericana


Javier Paz García
Estados Unidos es un ejemplo a seguir en lo que referente a la protección de las libertades individuales, los derechos civiles y políticos y el imperio de la ley dentro de sus fronteras… su política exterior es otra cosa.
La política exterior se basa en intereses nacionales; Estados Unidos no es la excepción. Y aunque no es del todo correcto catalogarlo como un país colonialista o imperialista, su política exterior es sin dudas intervencionista.
La guerra fría hizo del mundo entero un campo de batalla entre dos superpotencias, Estados Unidos y la URSS, así como dos ideologías, individualismo y colectivismo. El intervencionismo norteamericano tiene su mejor justificación precisamente en la lucha por impedir que las dictaduras socialistas apoyadas por la URSS se propaguen por el mundo. El problema radica en que dicha lucha no siempre reflejó los ideales de la libertad que Estados Unidos decía defender; por ejemplo, derrocar a dictadores de izquierda para encumbrar a dictadores de derecha. La invasión a Irak con falsos justificativos (la amenaza nuclear) es otro episodio reprochable.
Luego del fin de la guerra fría el intervencionismo norteamericano no ha cesado y en algunos casos su gobierno actúa con ciertas libertades en el exterior que no le son permitidas dentro de sus fronteras; verbigracia el uso de la tortura en interrogatorios a sospechosos de terrorismo.
En países pobres como Bolivia, que dependen mucho de la limosna internacional, la ayuda norteamericana es percibida por buena parte de la población como una forma de chantaje o de compra de lealtades entre la clase política local. Por ejemplo, hace unos años la nación del norte intentó que a cambio de ayuda económica sus efectivos antinarcóticos tengan inmunidad dentro de Bolivia; lo más vergonzoso es que muchos políticos bolivianos apoyaban la idea.
Considero que Estados Unidos no haría mal en reducir su intervencionismo, aunque sea para reducir la antipatía generalizada hacia este país. De todas maneras hoy con la Unión Europea cohesionada política y económicamente, el auge de China, India y Brasil y el resurgimiento de Rusia, la influencia norteamericana en el mundo está en declive.
Santa Cruz de la Sierra, 16/11/11
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