Javier
Paz García
Los entusiastas del estatismo en la economía pueden
serlo por instinto, por conveniencia o pueden tratar de justificar su posición
en base a fundamentos económicos. Quienes lo son por instinto, lo son de la
misma manera en que a una persona le gusta el color azul y a otra le gusta el
helado de canela: simplemente porque sí y menudo no entienden de razones o argumentos
ni les interesa darlos. Personajes como Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales
o Cristina Fernández entran en esta categoría. Ellos poco o nada saben de
economía y sus justificativos no son más que improperios, eslóganes y frases
huecas destinadas a las masas incultas y acríticas. Su estatismo instintivo
está alimentado por la conveniencia de ser los mayores beneficiarios del poder
y no se puede esperar de ellos un debate responsable, ni sincero en cuanto a
los problemas del estatismo.
Por otra parte, entre los economistas serios, la
importancia del libre mercado es indiscutible, y a nivel académico el
justificativo para que el Estado intervenga en la economía es precisamente para
corregir ciertas “fallas” que alejan al mercado de la libre competencia. La
teoría económica nos enseña que situaciones como monopolios, externalidades,
asimetrías, bienes públicos, etc. hacen que el mercado no utilice los recursos
de forma eficiente y es en estas situaciones donde el estado puede intervenir
para corregir la deficiencia y mejorar los resultados.
Una presunción implícita del anterior razonamiento
es que mientras el mercado tiene imperfecciones, el Estado no las tiene;
mientras los actores del mercado buscan su propio interés, tienen modelos
equivocados de la realidad y sufren de falta de información, los actores del
Estado no buscan su propio interés, tienen modelos verdaderos de la realidad y
poseen información adecuada. Esta noción ha sido cuestionada por los teóricos
de la opción pública. Por un lado es teóricamente incoherente suponer que los
seres humanos actuamos de una forma cuando tomamos decisiones económicas y
actuamos de la forma opuesta cuando tomamos decisiones políticas. No es
coherente considerar al empresario y al obrero como personas que buscan el
propio interés y por el contrario considerar al político como alguien que busca
el interés común por sobre su propio interés. Más coherente es suponer que
tanto el empresario, el obrero y el político tienen motivaciones similares. La
realidad corrobora esta suposición.
Y si esto es así, el aumento del poder del Estado y
la mayor discrecionalidad de los gobernantes se traduce en mayores distorsiones
del mercado, ineficiencia, mayor corrupción, creación y protección de
monopolios que benefician a allegados al régimen y toda una serie de problemas
que el Estado termina exacerbando en vez de reducir.
La mayoría de las justificaciones teóricas del
estatismo adolecen de la ausencia de consideraciones realistas respecto a los
límites, motivaciones y conocimientos que poseen los políticos y burócratas que
forman el Estado.
Santa
Cruz de la Sierra, 09/12/11
http://javierpaz01.blogspot.com/
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