Javier Paz García
Me encanta viajar. Desde niño he viajado y mucho: de La Paz a Santa Cruz, a San Javier, la estancia de un tío, a la bellísima laguna de Guarayos, Tres Cruces, las misiones, los Cusis, Villamontes, San Borja, Sucre, en tren, en auto, en bus, en avión, en lancha, etc. Viajando he compartido momentos invaluables con mi familia, he conocido un poco de mi país, del mundo y de mi mismo.
Ayer tuve un día largo, agotador, con uno que otro pequeño inconveniente y algunas cosas no salieron de acuerdo a mis planes. Pase dos días sin bañarme (en un calor infernal), viajé más de 24 horas, excedí el presupuesto, un milico venezolano me quiso hacer problemas para cruzar a Colombia (buscando sacarme plata), me cambiaron 20 dólares con sobreprecio, etc. Pero pesar de todo, la pasé bien, no me molesté de nada y consideré mi periplo como parte de la aventura de viajar, una historia más que contar.
Meditando hoy sobre mi periplo y mi actitud de ver mis problemas como una aventura llegué a tres conclusiones:
1.- Que sí es una aventura: son las complicaciones y los cambios inesperados los que le ponen la pimienta a un viaje, los que nos llevan a lo desconocido, y los que con bastante frecuencia terminan siendo lo más interesante y lo que más recordamos del viaje.
2.- La actitud que tenemos frente a las dificultades depende de cada uno. Podemos maldecir nuestra suerte, amargarnos y amargar a los demás o pensar que son parte de la aventura y regalarnos una sonrisa.
3.- Que yo le debo a mi padre tal actitud. Una de las personas más alegres y optimistas que he conocido, el siguiente relato caracteriza su actitud: varios años atrás nosotros teníamos un Honda Quinteq con el que hicimos muchos viajes al campo. Mi padre lo llamaba “el Potente Quinteq”, para mis hermanos y para mí era un cacharro. Son incontables las veces que nos plantamos en ese auto, en los arenales de Portachuelo, en la entrada a la estancia San Javier, etc., y la actitud de mi padre fue siempre la de decirnos que “el Potente” no se plantaba sino que él lo había hecho a propósito para tener una aventura. Incluso nos decía que “el Potente” tenía un botón secreto que lo podía sacar de cualquier pozo, pero que él no lo usaba porque entonces el viaje no tendría chiste (busque varias veces ese botón, siempre sin éxito). Los problemas del camino no extraían carajazos de la boca de mi padre, más bien algo como “bueno muchachos, comienza la aventura”. Por ello te doy gracias papá.
Al final de cuentas, la vida es una aventura y depende de nosotros vivirla como tal.
Barranquilla, Colombia. 05/04/2007.
El Deber, 18/04/07.
domingo, 8 de abril de 2007
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4 comentarios:
Cabe,
Ya era hora que escribas algo. Sera que te vieron la cara de gringo??? Sera por la melena???
Jaime Andres pregunto, al ver tu fotos..."Y de como no sale con sus "chores" amarillos???... Seguro que los usa para dormir feliz de la vida!!!"
Estando la existencia cotidiana pletórica de bostezos e infortunios, aceptar cualesquier desafíos placenteros permite rebelarse contra ella.
Un abrazo caído del tiempo.
Javi,
Que lindo saber de vos y leer tus aventuras , creeme que hoy me duermo con los pensasmientos de tu actitud optimista, muy lindo articulo!!!
Estare pendiente de tu siguiente aventura, disfruta a lo maximo y creeme que te extranamos....
Faby
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