Javier
Paz García
A
menudo pienso que es baladí enorgullecerse de algo tan circunstancial como el
lugar en que uno ha nacido. Después de todo, para sentirse orgulloso de algo,
uno debe tener cierto mérito y nadie se ha ganado el gentilicio, nos llegó como
llega el color de nuestros ojos. Uno puede sentirse agradecido de haber nacido
en tal parte, o de no haber nacido en otras partes; verbigracia, una mujer
europea o latinoamericana de no vivir en Arabia Saudita o Irán, donde las mujeres
no gozan de todos los derechos civiles y políticos que deberían. Pero sentirse
orgulloso, supone un mérito de parte nuestra y no hay ningún mérito en ser
alemán, haitiano o cruceño.
Por
analogía, tampoco tiene sentido tener vergüenza de donde venimos. Pero los
cruceños la tenemos y nos avergonzamos de lo que somos. Un reciente y acertado
artículo de la historiadora Paula Peña Hasbún (El tigre y el perico) cuestiona
que vayamos perdiendo los nombres autóctonos como peta, tiluchi, sicurí por ser
considerados incultos (¿por quiénes?).
A
esa crítica, quisiera incluirle un elemento adicional: el acento cruceño. La
forma local de dirigirse a la segunda persona singular es el “vos” o el
“usted”. Santa Cruz de la Sierra es una ciudad cosmopolita donde también se usa
el “tú” y existen personas tan cruceñas como cualquiera que lo usan, ya sea
porque se criaron en otra parte, porque sus padres son de otra parte o lo que
fuere, sin que haya nada reprochable en ello. Sin embargo entre muchos de los
que usan el “vos” pareciera existir el concepto de que decir “tú” es “más
correcto”. Entonces cuando tienen que dar un discurso, hablar con un extranjero
o hacer un informe escrito, dejan de lado el “vos” para reemplazarlo por el
“tú”. Y como el objetivo es ponerse solemnes y parecer cultos no dicen “voj queréj”,
sino “tú quieressss” compensando excesivamente la pobre pronunciación de las
eses típica de los cruceños (ni hablemos de la publicidad o los locutores de
radio y televisión). Y en esa transición del lenguaje local a uno “más
internacional” pasamos de lo solemne a lo ridículo porque perdemos naturalidad.
Es como cuando leemos a Cervantes o Quevedo y queremos hablar como un español
del siglo XVI y solo conseguimos imitar a un mal actor de teatro, nos
confundimos y unas veces decimos “tu puedes”, más adelante “vos podés” y por
ultimo hacemos una ensalada con un “vos puedes”. No hay nada malo con el “vos”
y deberíamos usarlo sin complejos ni vergüenzas.
Santa Cruz de la Sierra, 02/07/17
http://javierpaz01.blogspot.com/
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