Javier Paz
García
Estados
Unidos es la cuna del capitalismo y existen millones de personas que odian el
capitalismo sin siquiera entenderlo, por ende, odian a Estados Unidos. Pero
también es una potencia militar que desde la segunda guerra mundial no tiene
una década sin haberse involucrado en algún conflicto bélico.
Entre
las razones para esto no podemos descartar el pragmatismo de la diplomacia
norteamericana y la búsqueda de sus objetivos estratégicos. Por ejemplo, hay
que ser muy ingenuo para pensar que los intereses petroleros no tuvieron nada
que ver en la defensa de Kuwait ante la invasión iraquí a principios de los
noventa. Pero también existe en el imaginario de los norteamericanos la idea de
que por gracia de Dios pertenecen a una nación destinada a ser grande y
poderosa, y aunque no se la imaginan como dominadora del mundo, sí como regente
capaz de decidir quiénes son los buenos y premiarlos y quiénes son los malos y
castigarlos. Este mesianismo patente en los discursos políticos, en su
literatura y en su producción cinematográfica permea su política exterior en no
poca medida y lleva a esta nación a gastar ingentes cantidades de recursos en
programas de desarrollos, en desestabilizar regímenes considerados adversos, en
apoyar a gobiernos considerados aliados e incluso en llevar a cabo invasiones
militares y participar en guerras.
Por
supuesto, no todo lo hecho por Estados Unidos es malo: su participación en la
segunda guerra mundial fue sin lugar a dudas en pro de la defensa de valores
como la libertad y la democracia y contra la opresión del nazismo y el
fascismo; juzgada por sus resultados, su intervención en Corea se puede
considerar beneficiosa si vemos la diferencia en prosperidad y calidad de vida
de los habitantes de Corea del Sur y los de Corea del Norte; la defensa de
Kuwait, aunque sea para proteger sus intereses, sigue siendo la defensa del
débil, contra una nación más fuerte que fue la que inició la agresión. En fin,
existen muchas cosas rescatables sobre la política exterior norteamericana,
pero considero que ese mesianismo que mencioné anteriormente los ha llevado a
intervenir en otros países mucho más allá de lo que es prudente, necesario y
conveniente para ellos mismos. El
resultado es que se han ganado una antipatía casi universal, porque a nadie le
gusta que otros se metan en sus asuntos, incluso cuando tienen buenas
intenciones (que por supuesto, en este caso, casi nunca solo son buenas
intenciones). Sus intentos de exportar democracia no han sido muy exitosos y
han servido para reforzar la imagen no del todo justa (y no del todo injusta)
de que Estados Unidos es una potencia imperialista en busca de ampliar sus
dominios. Considero que harían bien los norteamericanos en ser más humildes en
cuanto a la capacidad que creen tener de cambiar al resto del mundo, en dejar
de lado ese mesianismo que los cree predestinados a ser rectores de las demás
naciones y dejar que, para bien o para mal, cada nación lidie con sus
problemas. Se ahorrarían un montón de plata y la antipatía de millones de
personas.
Santa Cruz de la
Sierra, 04/11/12
http://javierpaz01.blogspot.com/
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