lunes, 19 de noviembre de 2012

Sobre las imperfecciones del Estado


Javier Paz García
Los estatistas para tratar de justificar el agrandamiento del Estado a menudo recurren al argumento de que el mercado no es perfecto, que existen externalidades, falta de información y asimetrías que justifican la intervención estatal. Este argumento no considera que también existen externalidades, asimetrías e imperfecciones inherentes a la intervención estatal. Los estatistas presumen que un burócrata o un grupo de burócrata pueden con facilidad A) encontrar las imperfecciones del mercado, B) determinar la magnitud de dichas imperfecciones y C) corregirlas de manera eficaz y eficiente. Sin embargo ni A, ni B, son fáciles de lograr pero incluso cuando se puede determinar la existencia de una imperfección y su magnitud, la intervención estatal a menudo puede ser más costosa y distorsionante que la misma distorsión del mercado que se trata de remediar. Como indicaron James Buchanan y Gordon Tullock en su seminal libro El Cálculo del Consenso, la acción del Estado, también provoca externalidades y que por lo tanto “la existencia de efectos externos del comportamiento privado no es una condición necesaria ni suficiente para que una actividad sea puesta a cargo de la acción colectiva”. Por lo tanto la intervención estatal se justifica solo si las externalidades causadas por la intervención estatal son menores a las externalidades causadas por el mercado. 
Entre los detractores del mercado también es implícita la idea de que el mercado promueve las actitudes egoístas de los individuos mientras que el Estado promueve el bien común y es omnisciente, ecuánime, eficiente y eficaz en la persecución de sus benevolentes objetivos. Olvidan que el Estado está compuesto por personas al igual que el mercado, que también persiguen sus propios intereses, al igual que en el mercado, personas con prejuicios y falta de información, al igual que en el mercado y que por lo tanto es incorrecto asumir que el Estado siempre puede solucionar eficientemente las fallas del mercado.
De hecho el Estado es un gran creador de imperfecciones, asimetrías y externalidades. El poder del Estado puede ser capturado por grupos corporativistas para servir sus propios intereses, puede imponer barreras arancelarias o dificultar la competencia para proteger industrias ineficientes, creando sectores monopólicos manejados por allegados al poder, dilapidar recursos escasos y valiosos subsidiando empresas deficitarias. Y mientras más grande y más poderoso es el Estado, mayores son las distorsiones que crea, mayores los incentivos que genera entre los grupos corporativistas como ser los gremios empresariales y sindicales para capturar sus rentas o producir legislación que les otorgue privilegios. Y mientras las imperfecciones del mercado son a menudo pequeñas y localizadas, las imperfecciones del Estado por lo general son grandes y afectan a toda la población.
Es claro que las imperfecciones del mercado no son causa suficiente para justificar la intervención estatal.
Santa Cruz de la Sierra, 19/11/12
http://javierpaz01.blogspot.com/

viernes, 16 de noviembre de 2012

Falacias del ataque antiliberal


Javier Paz García
Quienes defendemos la economía de mercado por sobre el estatismo a menudo somos catalogados de defensores de intereses oscuros, títeres de los ricos y poderosos. Esto es una forma de falacia ad hominem donde se deja de lado los argumentos y se ataca a la persona. Para dar un ejemplo de esta falacia, yo puedo decir que la Tierra gira alrededor del sol debido a la atracción gravitacional que existe entre ambos; otra persona podría tratar de desacreditarme diciendo que eso no es cierto porque yo defiendo los intereses de los científicos, o que no deben creerme porque una vez me pasé un semáforo en rojo. En este ejemplo, mi crítico se abstiene totalmente de criticar el argumento presentado por mí, y en vez de ello, me critica a mí directamente. Mi argumento puede ser cierto o falso, pero ello no depende de si defiendo ciertos intereses o si me paso los semáforos en rojo; atacarme a mí es una forma de distracción precisamente para no tener que discutir la idea. Por supuesto no es cierto que los liberales defendamos a los ricos, aunque sí defendemos el derecho a que cualquier persona se pueda enriquecer mediante el trabajo y la innovación. Es un error suponer que un empresario o un rico por serlo, defiende el libre mercado. Siempre existirán empresarios en busca de rentas estatales, subsidios, leyes que los protejan de la competencia, siempre habrá empresarios dispuestos a amarrarse o tomar el poder político para extraer privilegios. Esto no tiene nada que ver con liberalismo.
Otra falacia ad hominem es catalogarnos como egoístas consumados, personas sin escrúpulos que no tienen más Dios que el dinero y el ánimo de lucro y que están dispuestos a vender a su madre por ganar unos centavos. Por supuesto abundan los liberales profundamente religiosos, o quienes incluso siendo ateos o agnósticos son esposos y padres abnegados, ayudan a sus comunidades, donan sus fortunas a la beneficencia, se preocupan por el bienestar de los más pobres, apoyan a escuelas y hospitales, etc. Y también abundan entre los estatistas y socialistas personas sin escrúpulos, que proclaman defender a los pobres y se enriquecen a costa del Estado, personas que se atribuyen una moralidad superior pero que engañan a sus parejas o no pagan la pensión de sus hijos. Por lo tanto este argumento es fácilmente desacreditado con unos abundantes contraejemplos.
Otra falacia es decir que a los defensores del libre mercado no nos interesan los pobres y los asalariados. Para desacreditar esta idea solo basta notar que hay menos pobres en los países capitalistas y que los trabajadores en estos países tienen mejores salarios, mejores condiciones laborales y mejores niveles de vidas que sus pares viviendo en países de tendencia o tradición estatista. ¿Cuántos obreros bolivianos quieren irse a Estados Unidos a trabajar? ¿Cuántos obreros estadounidenses quieren ir a Bolivia a trabajar? Los hechos hablan por sí solos. Es irónico que los socialistas, quienes dicen defender a los trabajadores y a los pobres, defiendan un sistema que empobrece a los trabajadores y a los pobres.
Santa Cruz de la Sierra, 16/11/12
http://javierpaz01.blogspot.com/

domingo, 11 de noviembre de 2012

Habla un defensor del mercado


Javier Paz García
Jorge Luis Borges dijo que “no hay hombre que, fuera de su especialidad, no sea crédulo”. Precisamente, lo peligroso de comentaristas como Alberto Bonadona es que la gente puede pensar que por ser él economista, sabe de economía y creerle. Ningún encono personal me lleva a criticar las opiniones de este señor, pero sus notas de prensa, por ser abundantes en mitos falaces, son propicias para desvirtuar tales mitos y errores conceptuales.
En su último artículo Del egoísmo y el mercado (El Deber, 10/11/12), Bonadona critica a los economistas que desvirtúan el pensamiento de Adam Smith al pintarlo como un defensor irrestricto del egoísmo. Esta reflexión es cierta, pero es irónico que provenga de alguien que hace lo mismo. Sino recordemos su artículo La lógica del propio interés (El Deber, 21/01/12) donde afirma que “No hay nada que pueda frenar la búsqueda de la propia satisfacción y no hay nada, en la concepción smithiana, que diga por cuál vía lograrlo. No hay prójimo por quien preocuparse, se trata de cada uno por sí mismo.”  Y que “lo que ocurre hoy es la consecuencia de la lógica que inició Smith”. También es irónico que Bonadona, citando a Amartya Sen, critique a quienes no han leído en su totalidad La riqueza de las naciones, cuando es evidente que el mismo Bonadona no lo ha hecho.
Es bueno recordar que Adam Smith era un filósofo y moralista interesado en comprender las causas que hacían posible que una sociedad funcione. Por ejemplo, en La teoría de los sentimientos morales, Smith escribió: “No importa cuán egoísta supongamos que sea el hombre, posee evidentemente unos principios en su naturaleza que hacen que se interese por el bienestar de otros y que la felicidad de otros sea necesaria para él, aunque no gane nada por ello”. De todas maneras, el acercamiento de Bonadona hacia una versión más acertada del pensamiento de Smith es algo positivo.
Pero Bonadona fiel a sus prejuicios concluye diciendo que: “Lo más destacable de esas posiciones defensoras del mercado como el único y más eficiente mecanismo asignador de recursos es que presentan sus ideas como libres de todo interés material o sin mancilla de cualquier ideología, posición que solo revela intereses profundos de defensa de privilegios propios e incluso, de manera nada egoísta, intereses ajenos de individuos poderosos que justifican una despiadada acumulación como naturales consecuencias del mercado.”
Es simplón decir que quienes defienden el mercado defienden privilegios e intereses ocultos, pero Bonadona tendría que explicar qué intereses defienden personas como Ludwig von Mises que demostró la imposibilidad del cálculo económico en un régimen socialista, o Friedrich Hayek que no quería que se repita la experiencia nazi, o Milton Friedman cuyo orgullo más grande fue lograr eliminar la obligatoriedad en el servicio militar en su país, A Ayn Rand que sufrió la injusticia del comunismo o a ex socialistas como Mario Vargas Llosa o Plinio Apuleyo Mendoza, que ante la evidencia rectificaron sus ideas.
Santa Cruz de la Sierra, 11/11/12
http://javierpaz01.blogspot.com/

domingo, 4 de noviembre de 2012

El mesianismo norteamericano


Javier Paz García
Estados Unidos es la cuna del capitalismo y existen millones de personas que odian el capitalismo sin siquiera entenderlo, por ende, odian a Estados Unidos. Pero también es una potencia militar que desde la segunda guerra mundial no tiene una década sin haberse involucrado en algún conflicto bélico.
Entre las razones para esto no podemos descartar el pragmatismo de la diplomacia norteamericana y la búsqueda de sus objetivos estratégicos. Por ejemplo, hay que ser muy ingenuo para pensar que los intereses petroleros no tuvieron nada que ver en la defensa de Kuwait ante la invasión iraquí a principios de los noventa. Pero también existe en el imaginario de los norteamericanos la idea de que por gracia de Dios pertenecen a una nación destinada a ser grande y poderosa, y aunque no se la imaginan como dominadora del mundo, sí como regente capaz de decidir quiénes son los buenos y premiarlos y quiénes son los malos y castigarlos. Este mesianismo patente en los discursos políticos, en su literatura y en su producción cinematográfica permea su política exterior en no poca medida y lleva a esta nación a gastar ingentes cantidades de recursos en programas de desarrollos, en desestabilizar regímenes considerados adversos, en apoyar a gobiernos considerados aliados e incluso en llevar a cabo invasiones militares y participar en guerras.
Por supuesto, no todo lo hecho por Estados Unidos es malo: su participación en la segunda guerra mundial fue sin lugar a dudas en pro de la defensa de valores como la libertad y la democracia y contra la opresión del nazismo y el fascismo; juzgada por sus resultados, su intervención en Corea se puede considerar beneficiosa si vemos la diferencia en prosperidad y calidad de vida de los habitantes de Corea del Sur y los de Corea del Norte; la defensa de Kuwait, aunque sea para proteger sus intereses, sigue siendo la defensa del débil, contra una nación más fuerte que fue la que inició la agresión. En fin, existen muchas cosas rescatables sobre la política exterior norteamericana, pero considero que ese mesianismo que mencioné anteriormente los ha llevado a intervenir en otros países mucho más allá de lo que es prudente, necesario y conveniente para ellos mismos.  El resultado es que se han ganado una antipatía casi universal, porque a nadie le gusta que otros se metan en sus asuntos, incluso cuando tienen buenas intenciones (que por supuesto, en este caso, casi nunca solo son buenas intenciones). Sus intentos de exportar democracia no han sido muy exitosos y han servido para reforzar la imagen no del todo justa (y no del todo injusta) de que Estados Unidos es una potencia imperialista en busca de ampliar sus dominios. Considero que harían bien los norteamericanos en ser más humildes en cuanto a la capacidad que creen tener de cambiar al resto del mundo, en dejar de lado ese mesianismo que los cree predestinados a ser rectores de las demás naciones y dejar que, para bien o para mal, cada nación lidie con sus problemas. Se ahorrarían un montón de plata y la antipatía de millones de personas.
Santa Cruz de la Sierra, 04/11/12
http://javierpaz01.blogspot.com/