Javier Paz García
Tengo que admitir que existe algo glamoroso en fumar. Las imágenes del galán hollywoodiense que bota humo por la boca para luego pronunciar alguna frase memorable o del mafioso que agarra su habano mientras dicta una sentencia de muerte son parte de nuestra cultura popular. Nos hemos criado viendo mujeres bellísimas en las propagandas de las revistas, o al varonil vaquero Malrboro montado en su caballo.
Y bueno, para un niño o adolescente está el tema de ser grande… porque fumar no es cosa de niños, es cosa de adultos, y el que fuma, de alguna manera ha dado un paso a la adultez. Se convierte tal vez en el macho alpha de entre su camada, mostrando que tiene las agallas para hacer algo que ninguno de sus amigos se había atrevido a hacer hasta ese momento.
De alguna manera yo me salvé de convertirme en fumador, pero eso no quiere decir que no me cautive la cultura del cigarrillo. Es que existen aspectos interesantísimos sobre los fumadores; por ejemplo, si usted se acerca a un perfecto desconocido y le pide que le regale cincuenta centavos, éste lo va a tomar por loco. Sin embargo usted puede acercarse a ese mismo desconocido, pedirle que le regale un cigarrillo, y éste – si es fumador – sacará su cajetilla y le ofrecerá uno con la mayor naturalidad. Me cautiva esta característica, porque yo no me imagino pidiendo chicles o chupetes a desconocidos, pero sé que si fuera fumador, podría tranquilamente pasarme la vida fumando sin haber comprado jamás un pucho.
El hecho de que hayan tantos fumadores es en sí algo curioso, porque creo que podemos estar de acuerdo en que a nadie le gustó fumar las primeras cincuenta veces. Más allá de que muy posteriormente el fumador desarrolle una adicción, las razones para empezar a fumar no están en la adicción en sí, ni en el sabor del cigarrillo, y creo que ni siquiera en sus efectos fisiológicos inmediatos. Entonces debe existir un factor cultural por encima de cualquier explicación netamente médica.
Y es que fumar tiene su utilidad, por ejemplo, alguien me dijo una vez que pedir un cigarrillo o pedir “fuego” era la perfecta excusa para iniciar conversación con alguna pelada.
Y existen aun más peculiaridades sobre el cigarrillo. Es común por ejemplo el pelotudo que se sube a tu auto y enciende un cigarrillo como si nada, sin pedirte permiso; y cuidado que le pidás que lo apague, porque es probable que se moleste. Pero ese mismo pelotudo puede quedar muy ofendido si te tirás un pedo. Esto a pesar de que la flatulencia no es dañina a la salud, tiene un muy efímero mal olor y hasta puede ser motivo de risas, mientras que el cigarro es dañino a la salud, tiene un olor que no agrada ni al mismo fumador y se impregna en tu ropa, en tu pelo y en tu auto por bastante tiempo. Pareciera que el fumador desarrolla cierto grado de insensibilidad y cierta creencia de inmunidad, porque un fumador puede ser un caballero en todo sentido, pero cuando respecta al cigarrillo, puede ser estar rodeado de no fumadores, y aun así encender su cigarrillo sin inmutarse, y los que no fumamos, no nos queda más que aguantarnos, en los restaurantes, en las discotecas, en las aulas universitarias, en autos ajenos, etc. Y enciende su pucho nomás, sin reparar en lo molesto que es, sin importarle si hay niños presentes.
Y uno creería que tal vez en el trabajo se libra, pero ni ahí, y yo que no fumo, trabajo con dos fumatéricas. Y les pediría que no fumen, pero soy débil para hacerlo y me caen bien, pediría que el Congreso dicte una ley que prohíba fumar en lugares cerrados, pero esa ley ya existe y nadie la respeta, y como ni el Chapulín Colorado puede ayudarme, no me queda más que lamentar mi suerte derramando en una hoja de papel.
Santa Cruz de la Sierra, 01/06/08
1 comentario:
Pienso que fumar tiene mas sentido en lugares fríos, especialmente porque los fumadores desarrollan un ritual muy curioso "el cigarrito y el cafelito"...
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