Javier Paz García
Quienes hemos estado en Colombia, quienes tenemos amistades colombianas, quienes nos hemos dado el trabajo de saber qué son las FARC y qué atrocidades han cometido, no podemos tomar una posición neutral al respecto. No podemos decir que su lucha es justa o justificada.
Las FARC son un grupo guerrillero que pretende implantar el comunismo en Colombia mediante la fuerza de las armas, la brutalidad y el terror. A pesar de todo lo que puedan decir ellos mismos sobre sus fines de alcanzar mayor “justicia social” (frase predilecta de los dictadores y demagogos), las FARC lo único que han hecho es generar violencia, sufrimiento y muerte.
Sus principales fuentes de financiamiento son el narcotráfico, la extorsión, el robo y el secuestro. Según algunos estudios, las FARC recaudan aproximadamente unos mil millones de dólares solamente por las drogas, drogas que terminan siendo usadas por cientos de jóvenes, matando personas, destruyendo familias en todo el mundo.
Sus formas de reclutar son también la extorsión y el secuestro. Muchos de sus integrantes son niños de incluso 10 años de edad que son extraídos a la fuerza de sus hogares; arrancar a un niño de su familia y robarle su infancia es uno de los actos más atroces y una de las mayores violaciones a los derechos humanos que este grupo terrorista comete sin la menor pudicia. Otros se integran a las FARC bajo la amenaza de que si no lo hacen, matarán a su familia. La mayoría de sus reclutas son gente pobre y campesina que vive en zonas rurales, donde el Ejército no tiene presencia y donde la gente se encuentra desprotegida ante el abuso de estos terroristas que se dicen liberadores del pueblo, del mismo pueblo al que secuestran, matan y mantienen amenazados con el terror.
Entre sus acciones terroristas se encuentran decenas de explosiones con coches bomba en lugares públicos, donde han muerto civiles inocentes, niños, mujeres, ancianos que nada tienen que ver con el conflicto. Una de las cosas que pude apreciar durante mi estadía en Colombia es precisamente lo anormal y raro que resulta para algunos colombiano poder ir a un café o caminar en un centro comercial sin tener que preocuparse de que algo explote. Precisamente eso me dijo un señor en Manizales mientras nos tomábamos un delicioso café colombiano en un lugar público.
El secuestro es otra de las actividades terroristas de esta organización criminal. Secuestran por razones políticas y también para pedir dinero. Las FARC tienen centenares de personas secuestradas, muchos de ellos civiles inocentes que nunca han agarrado una pistola ni participado en actividades políticas, muchos de ellos por años, sin comunicación con el exterior, sin saber de sus familias, sin que sus familiares tengan noticias de ellos, en condiciones pésimas, sufriendo tratos inhumanos, incluso violaciones contra mujeres y niñas. Me parece uno de los mayores actos de cinismo de todos los tiempos el que las FARC clamen por los derechos humanos de los prisioneros que ellos tienen en su poder y a quienes pueden liberar cuando lo deseen; que acusen al gobierno colombiano de no interesarse por el bienestar de los rehenes secuestrados, como si fuera el gobierno quien los tuviera en su poder; que cada vez que liberan a algún rehén lo anuncien con bombos y platillos como un acto de humanidad. Es como que yo le secuestre un hijo a mi vecino, luego se lo devuelva y exija que me otorguen el premio Nobel por ello.
Yo atravesé Colombia por bus, desde la frontera con Venezuela hasta llegar a Ecuador en abril del 2007. Muchas personas me comentaron lo riesgoso que hubiera sido hacer ese mismo viaje algunos años atrás por lo peligroso que era antes salir de los límites de las ciudades. Antes no era inusual encontrar una tranca clandestina instalada por la guerrilla en medio de la carretera, donde los vehículos que llegaban eran detenidos, a las personas les robaban todas sus posesiones y en algunos casos las secuestraban; en efecto los colombianos eran rehenes en sus propias ciudades. Hoy los colombianos pueden transitar libremente por prácticamente todo su territorio (todavía existen zonas controladas por la guerrilla y muchas rutas no tienen buses nocturnos por el riesgo de encontrarse con la guerrilla) y están comenzando a experimentar una libertad y una tranquilidad que no conocían en décadas. Todavía queda mucho por recorrer, la guerrilla sigue siendo una fuerza importante en Colombia, pero el repudio a sus métodos es cada vez mayor, el miedo que infunden es cada vez menor y yo tengo fe que los colombianos van a librarse de esta lacra en un futuro cercano.
Santa Cruz de la Sierra, 07/02/08
jueves, 7 de febrero de 2008
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