Javier Paz García
Es la pregunta que muchas veces nos hacemos cuando algo sale mal. Pregunta muy legítima pero extremadamente abusada. Favorita del mediocre y el populista, excusa del necio.
No es que la pregunta me moleste, el problema radica en que, por lo general, la búsqueda de su respuesta nunca comienza con los pronombres “yo” y “nosotros” y nunca pasa por los pronombre “yo” y “nosotros”, comienza y termina con el “tú”, “él”, “ustedes”, “ellos”.
Creo que existe una tendencia natural en el hombre de atribuir sus éxitos a su propio esfuerzo y sus fracasos a la mala suerte, a ti, a él, a otros, a cualquiera menos a sí mismo. Considero un signo de inteligencia en una persona el que ésta sea consciente de que su destino está indisolublemente ligado a cosas totalmente fuera de su control; que entienda que, le guste o no, él es un producto de la sociedad en la que vive; que admita que hay cosas que no puede cambiar y que a veces, a pesar de todo el esfuerzo y las buenas intenciones, las cosas salen mal. Pero también que comprenda que al final de cuentas, solo es él y nadie más que él el responsable de su destino, de su éxito y su fracaso, y finalmente de su felicidad o infelicidad; que sepa lo baladí que es buscar culpables con el simple objetivo de sentirse bien porque él no es uno de ellos; y que use su tiempo en encontrar soluciones para los retos del futuro en vez de buscar responsables de los problemas del pasado.
Responder quien tuvo la culpa y luego cruzarse de brazos es tarea para historiadores, no para hombres de acción. Es importante conocer la historia, con el objeto de no repetir errores; pero el hombre que quiere crecer y superarse, debe ser capaz de admitir sus faltas y enmendarlas, de otra manera está destinado a vivir en la mediocridad, en la negación de sí mismo.
Similar situación sucede con los Estados. Bolivia es un claro ejemplo. El país más pobre de Sudamérica, fue robado de su litoral en una guerra injusta con Chile, robado de sus recursos naturales por empresas extranjeras, obligado a venderle minerales a Estados Unidos a precios preferenciales durante la Segunda Guerra Mundial, forzado a ser un vasallo de las políticas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, etc. Todo lo anterior es muy cierto y la lista de agravios se puede extender sin límites. Y podemos seguir buscando culpables externos sin faltar a la verdad, pero tampoco es menos cierto que Chile se preparó para una guerra y ademas llevó a cabo una geopolítica efectiva para poblar y desarrollar la costa boliviana, mientras Bolivia no hizo nada; que el hombre más rico del planeta fue una vez Simón Patiño, boliviano tan “originario” como Evo Morales, y que hizo poco o nada por su país; que el Estado fracasó en todas las empresas que creó por la ineptitud de sus gerentes; que liderizamos las listas de corrupción a nivel mundial; que las políticas que nos “imponen” las instituciones crediticias son tales como no gastar más de lo que nos entra, políticas que deberíamos adoptar sin que nadie nos fuerce a ello; y en fin, que si en 181 años de vida republicana no nos hemos desarrollado, es porque no nos ha dado la gana.
A la hora de buscar las causas, hemos culpado al expansionismo chileno, al imperialismo yanqui, al desafortunado éxito de Cristóbal Colón y a la fuerza gravitacional de Saturno.
Siempre habrá potencias abusivas, transnacionales deshonestas y siempre habrá países que culpen de su situación a potencias abusivas, transnacionales deshonestas, y justifiquen así su mediocridad y su pobreza. Otros, aprenderán a lidiar con ellos, a sacar provecho a toda situación y crecerán y se desarrollarán. Desgraciadamente el pueblo boliviano es campeón para buscar culpables externos, y siempre los hallará. ¿Y de qué nos sirve hallar a los culpables? De nada. Lo pertinente no es saber quien tuvo la culpa de ayer, sino que vamos a hacer hoy.
Fayetteville 28/02/07.
El Deber, 21/03/07.
jueves, 1 de marzo de 2007
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