Javier
Paz García
Warren
Buffet, el segundo hombre más rico del mundo con una fortuna valuada en 75.600
millones de dólares, es famoso por su vida austera, de hecho vive en la misma
casa que compró en 1958 por $us 31.500. Hace unos días compartí unos momentos
con un señor que tiene un patrimonio de decenas de millones de dólares. Nada en
su comportamiento denotaba superioridad o boato: vestía con ropas sencillas, en
su conversación no se filtraban temas de vehículos lujosos, casas y viajes,
hacía una cuestión de saludar y despedirse de todas las personas y trataba a
todos con respeto y consideración.
Juan
Pari, un funcionario del Banco Unión que hurtó cerca de 5 millones de dólares
era una persona de ingresos medianos, en todo caso ingresos bajísimos si los
comparamos con un Warren Buffet o incluso con cualquier renombrado empresario
boliviano. La nueva fortuna no le llegó solo para disfrutarla, sino también
para derrochar y publicitarlo. Autos exclusivos, viajes, botellas de whisky,
todo estúpidamente documentado por él mismo en las redes sociales. Su caso no
es único, uno lo ve en estrellas de rock, narcotraficantes, deportistas que
pareciera que se valoran a sí mismos por su capacidad de dispendio y
fanfarronería. Y por supuesto que este comportamiento tampoco es único de ricos
y famosos: las redes sociales hoy permiten que cada quien anuncie en tiempo real
el plato de mariscos que come, el auto que se compró, la playa en la que reposa
o el aeropuerto en el que se encuentra y abundan quienes no dan descanso a esta
insulsa actividad informativa para mostrar al mundo su consumo.
Tal
vez debamos a la tradición cristiana la confusión entre pobreza y humildad. Una
línea del cristianismo ve la escasez, la suciedad, el desprecio por la prosperidad
como algo virtuoso. En la Edad Media había cristianos que pasaban toda su vida
sin bañarse porque el cuerpo es de este mundo y todo lo de este mundo es malo y
preocuparse por las cosas de este mundo es pecaminoso. Hasta hoy, uno puede
escuchar a curas y obispos hablando de la pobreza como una virtud y de la
riqueza material como algo inmoral. Yo prefiero pensar que la humidad es una
virtud del carácter mientras que la pobreza es una condición económica. En tal
sentido, la humildad no depende del poco o mucho dinero que se tenga, sino de
la actitud y el respeto que uno tenga hacia los demás y hacia uno mismo. Hay
pobres y ricos humildes. Hay pobres que nunca han conocido la humildad. Me
parece un error semántico referirse a los pobres como “los humildes”.
Santa Cruz de la Sierra, 05/11/17
http://javierpaz01.blogspot.com/
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