Javier
Paz García
Los
seres humanos en general deseamos el bien a otras personas, conocidas y
desconocidas, y sentimos compasión ante el sufrimiento ajeno. La pobreza
material, al ser una causa de sufrimiento, nos produce tristeza y compasión.
Ayudar a las viudas, los huérfanos, los minusválidos y los pobres es un
precepto que podemos encontrar en casi todas las religiones y las
civilizaciones del mundo y apela a nuestro sentido de humanidad, de comunidad y
de fraternidad. Por ello, las acciones de los gobiernos y de los individuos
para paliar y reducir la pobreza, aunque muchas veces son contraproducentes y
por ello criticables desde un punto de vista práctico, tienen al menos un
sustento moral.
No
sucede lo mismo con la desigualdad, o mejor dicho con la lucha contra la
desigualdad. La moralidad de la lucha contra la pobreza se sustenta en la
compasión, la misericordia, el deseo paliar los sufrimientos humanos. En cambio
la lucha contra la desigualdad, que en otras palabras es la lucha por la
igualdad se fundamenta en una visión egoísta, mezquina y envidiosa de que es
malo que unos tengan más que otros. Y es que quienes luchan contra la
desigualdad no se alegran de que en términos relativos en el planeta cada vez
hayan menos pobres, lo cual es indiscutible, sino que les molesta que hayan
cada vez más ricos. Para ellos el problema no es la pobreza, sino la riqueza.
En general alimentan sentimientos de envidia, insinuando que los ricos son
ricos porque explotan a los pobres, que los ricos son cada vez más ricos y los
pobres más pobres, y cosas por el estilo. Prefieren una sociedad donde todos
sean igualmente pobres a una donde algunos sean inmensamente ricos, aunque
exista menos pobreza. La idea, repetida en mil formas de que es una barbaridad
que alguien sea tan rico, o tenga tales vehículos o haga una fiesta tan
fastuosa, habiendo tanta pobreza, es simplemente una epifanía de la envidia.
Para
dar un ejemplo, recientemente leí en un periódico que “la desigualdad aumentó
en el país, a pesar de que la pobreza disminuyó”. Y claro, la idea de quien
escribió semejante tontería es que si aumenta la desigualdad, entonces ¡algo
debe andar mal!, aunque hayan menos pobres. Y el problema de enfocarse en la
desigualdad, es que a menudo olvidamos el verdadero problema que es la pobreza.
Y como consecuencia se elaboran políticas que en aras de reducir la
desigualdad, producen más pobreza.
Santa Cruz de la Sierra, 03/01/15
http://javierpaz01.blogspot.com/
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