lunes, 26 de enero de 2015

Los antivalores de la igualdad

Javier Paz García
Como escribió Alberto Benegas Lynch,  “la igualdad es ante la ley y no mediante ella”. Y es que es muy importante que la ley trate a todos por igual, sin importar su sexo, raza ni condición social o económica. Algo muy diferente es procurar la igualdad económica. Semejante propósito en primer lugar se fundamenta en la envidia de quienes consideran la riqueza como algo intrínsecamente inmoral. Para los luchadores contra la desigualdad, un rico es alguien malévolo y perverso, aunque su riqueza la haya ganado de forma honesta. Pero los antivalores de los luchadores por la igualdad no acaban ahí. Propugnan y promueven las luchas de clases y la violencia en la sociedad. Creen que la sociedad y el Estado tienen la responsabilidad de mantener y solventar económicamente a cada persona desde que nace hasta que muere, en vez de que sea cada persona responsable de su propio sustento y el de sus hijos hasta cierta edad. Rechazan que una persona pueda enriquecerse mediante su propia creatividad y esfuerzo. Subvaloran la creatividad y el sacrificio personal de quienes asumen riesgos, crean empresas, innovan y crean empleos. Consideran el intercambio comercial como un juego de suma cero, donde la ganancia de unos es la pérdida de otro. Y promueven una cultura de flojos que creen que nacen con el derecho a que el resto de los ciudadanos les den el sustento diario.    
Luchar contra la desigualdad no es de ninguna manera luchar por un mundo mejor, o más justo, porque también es una injusticia que quien trabaja menos viva tan bien como quien trabaja más. Hay condiciones por las que vale la pena luchar; por ejemplo la discriminación que sufren las niñas muchas veces por parte de sus propios padres a la hora de invertir en su educación. Vale la pena concienciar a los padres, especialmente en áreas rurales para que permitan que sus hijas vayan al colegio y lo terminen. Vale la pena implementar campañas de vacunación gratuitas, las cuales, con una relativamente pequeña inversión, salvan a miles de niños de morir por causa de enfermedades prevenibles. Es loable colaborar a hogares de niños huérfanos y abandonados para puedan tener un lugar que les dé educación y sobre todo afecto y una sensación de pertenencia y familia.
Santa Cruz de la Sierra, 18/01/15

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jueves, 15 de enero de 2015

Los costos de la lucha contra la desigualdad

Estimados amigos, el siguiente ensayo lo escribió un amigo mío en respuesta a un par de artículos sobre la desigualdad que yo he publicado recientemente. El autor, no solo entiende de economía (a diferencia de la mayoría de los economistas), sino que también conoce de historia, lo que hace su opinión verdaderamente valiosa. Me pareció tan bueno que quisiera compartirlo con mis lectores. Dejo su nombre anónimo porque él lo prefiere así.

Querido Javier,

Creo que llevas un par de artículos mordiendo el que acaso sea uno de los temas centrales de las ideas que los humanos hemos llegado a crearnos sobre la sociedad y el Estado: el problema de la desigualdad. Te agradezco además el breve ensayo de Sala i Martí. Falta, evidentemente en este último, que el señor Sala i Martí nos diga cómo ha construido y de dónde ha sacado las series y gráficos estadísticos. Sin embargo la idea central es clara y la comparto plenamente.

Fíjate lo que te voy a decir: es muy probable que desde hace más de cien años el inmenso aparato del Estado esté dedicado fundamentalmente a "destruir" las desigualdades. Obviamente no en todos sitios lo hace con igual ahínco, ni con parejo éxito. En la URSS, en la Yugoslavia de Tito, en la China de Mao, en la Cuba de la dinastía Castro, en Corea del Norte, en Zimbabwe han logrado enormes éxitos. Han situado, o situaron en tiempos, a CASI toda la sociedad en parejo estado de miseria o pobreza.

En los Estados con libertades individuales, sean estas más o menos amplias, el inmenso aparato estatal no cuenta los mismos poderes. En Francia en estos años, François Hollande intentó imponer un impuesto progresivo sobre la renta que alcanzase marginalmente el 80% de la misma, a partir de un cierto nivel de renta. Podrían haber puesto un 100% o un 97%, pero algún asesor de Hollande debió leer algo algún día sobre Laffer y entendió que ese impuesto no recaudaría nada. Entendió que algún incentivo debía tener el contribuyente si es que ese impuesto debía servir para recaudar algo.
En fin, a pesar de eso, un impuesto del 80% sobre cada euro que uno gana, digamos, a partir de medio millón de euros, solo puede tener una explicación última: A François Hollande y a muchos franceses les parece fatal que OTRAS PERSONAS tengan rentas anuales superiores al millón o al medio millón de euros. Se suele decir que el problema es la crisis financiera del Estado, francés en este caso. Sí, eso ayuda a la barbaridad que intentó perpetrar Hollande con ese impuesto, pero en el fondo son una y la misma cosa. La crisis fiscal del Estado tiene causa última en la inviabilidad económica de la envidia institucionalizada.

En cualquier caso, el Tribunal Supremo Francés prohibió al Estado Francés robar a los ciudadanos franceses el 80% de su renta a partir de cierto nivel de renta. Como lo oyes, se lo prohibió. En algún punto de la Constitución de Francia dice que se garantiza la propiedad privada y eso le valió al Tribunal francés para ligar uno y uno y llegar a la conclusión de que un tal impuesto es innegablemente confiscatorio y, por tanto, contrario a la propiedad privada que la Constitución francesa garantiza. Lo que no dijo el alto tribunal es a partir de qué punto un impuesto es un robo confiscatorio y no algo legítimo. ¿Porqué es legítimo que me roben el 50% de lo que gano y no el 80%? Gran misterio del Derecho francés.

Es cierto, los elefantiásicos Estados europeos dejan cierto margen para la libertad y la propiedad que la garantiza, pero no por ello están menos destinados a "destruir" las desigualdades que la URSS. Esa sigue siendo su gran justificación, su gran razón de ser, incluso su principal instrumento propagandístico y de legitimación. 

Para el pensamiento común y bien asentado europeo la desigualdad es la gran causante de "inestabilidad social". Lo que esa frase significa es que ciertos ciudadanos están legitimados a cometer delitos de coacción, extorsión, lesiones, daños, hurto e intimidación, siempre y cuando lo hagan en nombre del sindicato y la sacrosanta "lucha contra la desigualdad".
Si un grupo de treinta o quinientas personas, vestidos de piquete sindical y envueltos en la bandera de un sindicato de clase decide prenderle fuego a un autobús municipal, destruye los vidrios de dos agencias bancarias y golpea a seis empleados de la empresa de metro que van a trabajar, eso no es delito, eso es "lucha contra la desigualdad" y por tanto el Derecho Penal en esos casos no se aplica, así de simple. Donde dice sindicato, en Bolivia puedes decir movimiento o grupo indígena, es lo mismo. 

Muy a pesar de lo que decía Revel, es la envidia, y no la mentira, el gran motor de la historia. Otra cosa es que la mentira es necesaria para cubrir la envidia como motivo y sus efectos. Van de la manopor necesidadsi quieresLa envidia, no hay nada más, no hay ningún bien moral ni social que proteja la lucha contra la desigualdad. La puta envidia. 

Como te puedes imaginar esto es viejísimo. “Antes entrará un camello por el ojo de una aguja, que un rico en el Reino de los Cielos”. El libro de Escohotado, Los enemigos del comercio, es una de las mejores genealogías o arqueologías de la envidia y sus efectos sociales e intelectuales que yo conozco.
Lo que no es tan viejo es el monstruo estatal con el que hoy contamos para lograr la igualación y dar rienda suelta a la envidia.

Hay un pensamiento que siempre me ha parecido desasosegante. Fíjate en lo que ha progresado el mundo en apenas doscientos años, digamos desde el final de las guerras napoleónicas hasta hoy. La esperanza de vida de una persona nacida en 1815 y de otra nacida en 2015 muy probablemente se ha triplicado. Los mismos animalitos, exactamente los mismos, sin cambio biológico alguno, viven tres veces más ahora que antes. Las posibilidades vitales de uno y otro son casi incomparables. Ni el hombre más rico de 1815 podría soñar con disfrutar con todos los bienes y servicios que tendrá a su disposición el más mediocre francesito o alemancito nacido doscientos años después. Una simple aspirina u otro analgésico, cuchilla y espuma de afeitar, algo que le baje la fiebre o le quite una muela, la capacidad de comunicarse, de desplazarse, de alumbrarse, de calentarse, de alimentarse adecuadamente…Lo que el niño de 2015 podrá llegar a saber sobre el mundo en que vive y sobre sí mismo es algo que a su antepasado de hace doscientos años le estaba completamente vedado. Y todo esto en apenas doscientos años, en nada, menos de diez generaciones de por medio. Ningún ser vivo de los que existen sobre la tierra desde hace uno dos mil millones de años había experimentado esta vertiginosa transformación. Dos mil millones de años contra doscientos años. Dos cientos años es apenas un suspiro, y en ese suspiro, los seres humanos hemos transformado nuestro biotopo como no lo había hecho ningún ser vivo antes. Sin embargo, los homo sapiens no llevamos doscientos años sobre la tierra, llevamos bastante más, unos cuarenta mil ¿Qué hemos hecho antes? ¿A qué nos hemos dedicado? 
Tras la Segunda Guerra Mundial, digamos en noviembre de 1945, Alemania es un solar devastado. Lo mismo se puede decir de Japón. Y algo muy similar sucederá con Corea del Sur diez años después.
1945, una inmensa extensión de desolación y destrucción. Añádele a eso las exacciones rusas, la llegada de unos 11 millones de personas totalmente indigentes, alemanes expulsados de Checoslovaquia, Polonia, Lituania, Italia, Rumania. Añádele la falta total de autoridad, los horrendos crímenes que se cometerán durante los meses siguientes en venganza de lo que a otros les hicieron. 1945. Quince años después, en 1960, Alemania, me refiero, obvio a la RFA, era la segunda o tercera potencia económica mundial. Uno de los sitios del mundo con más esperanza de vida, mejor sanidad, educación, carreteras, comunicaciones, alimentación, vestimenta, ocio, etc. En quince años, el infierno se convirtió en una sociedad inmensamente próspera. 
No es la primera vez, ni será la última, que una sociedad sufre una transformación tan acelerada. Tras las guerras napoleónicas, en el espacio de una generación o dos, muchos países o regiones de países conocerán una prosperidad casi instantánea –si tomamos como metro del tiempo el que los homínidos llevamos sobre la tierra. Bélgica pasa en veinte años de la agricultura a la industria. Holanda seguirá sus pasos. El este de Estados Unidos conoce una transformación similar antes de la Guerra de Secesión y luego otra vez después. El Rhur, la cuenca siderúrgica vasca, Madrid, la cuenca de Torino, la región de los Sudetes, Ile de France, etc.

Lo que hizo Alemania en 1945 lo puede hacer cualquier otro país del mundo. Los coreanos lo hicieron después. También, casi toda Asia lo ha hecho –aunque de forma muy deficiente, muchas veces- o comienza a hacerlo.

Sin embargo, una parte enorme de la humanidad sigue viviendo peor que los alemanes en 1960, e incluso muchos, peor que cualquier europeo en 1815.

1815-2015, doscientos años, apenas nada en términos de la especie y nada de nada en términos de la vida en la tierra. Sin embargo, la mayor transformación de la especie y de la vida ¿Y qué hemos hecho los homínidos hasta entonces? Pues dar rienda suelta a la envidia. 
No es que en esos doscientos años no lo hayamos hecho, claro que sí, hemos construido el gran aparato para “tratar” la envidia, el Estado moderno. Y lo hemos puesto a la tarea a conciencia. Hemos destruido –y varias veces- nuestras ciudades, fabricas, infraestructuras, nos hemos matado por cientos de millones, hemos quemado libros, bibliotecas enteras, asesinado gente por pensar y decir cosas por millones en esos doscientos años, y a pesar de eso, en los pequeños espacios, en los breves lapsos de tiempo que hemos dejado a los hombres en paz, es decir, libres a su suerte, y con el orden suficiente para garantizar su propiedad, la prosperidad ha florecido como nunca antes en la historia de la especie.

Y aquí viene el punto desasosegante: Si todo eso lo hemos conseguido en la mínima fracción de la vida de la especie que media entre 1815 y el presente, o entre 1945 y el presente ¿Te imaginas dónde estaríamos ahora, qué no habría alcanzado la humanidad si llevásemos dos mil años protegiendo la libertad y la propiedad de cada uno de la envidia de todos los demás?

Totalitarismo y violencia

Javier Paz García
El atentado terrorista que sufrió la revista francesa Charlie Hebdo es un síntoma del totalitarismo; aquella noción de que existe una verdad única y que quienes la profesan debe liderar, someter y castigar al resto de la sociedad. El islamismo fundamentalista es un ejemplo de quienes creen que la fe en Alá no es una cuestión de conciencia, sino una obligación. Pero el totalitarismo intolerante no es exclusivo de los fundamentalismos religiosos; las ideologías colectivistas son ejemplos destacables de esta innoble realidad del comportamiento humano. La noción básica de los totalitaristas es que existe una sola verdad, que ellos son conocedores de esa verdad y que quienes no la aceptan merecen la muerte o cuanto menos la cárcel, la exclusión y el sufrimiento. El nazismo, el socialismo y el fascismo son diferentes aristas de la mentalidad colectivista. El hecho de que los socialistas rechacen o condenen el nazismo, no cambia el hecho de que comparten la esencia colectivista: el totalitarismo, la intolerancia y la supresión de la libertad de expresión y conciencia. En una sociedad liberal, un socialista puede difundir y promover sus ideas con libertad, como sucede en España, Estados Unidos, Alemania o Costa Rica. No sucede lo mismo en países socialistas como Cuba o China, cuyas dictaduras amedrentan, aterrorizan, encarcelan y matan a quienes promueven ideas de libertad, democracia y multipartidismo. En este grupo también se encuentran dictaduras que tal vez no calificaríamos como socialistas, como la de Arabia Saudita que recientemente condenó al joven Raif Badawi a 10 años de cárcel y 1000 latigazos por crear un blog que pedía mayor libertad en su país. Las acciones de los terroristas de Charlie Hebdo y la monarquía saudí no son esencialmente diferentes y en mi opinión son ejercicios de terrorismo totalitario.
Y por esta región del mundo, tenemos a nuestros intolerantes y liberticidas, no tan malos como en Cuba, China, Arabia Saudita o como los terribles islamistas, pero que tienen a Cuba como ejemplo a seguir y cuyas acciones ya han llevado a empobrecimiento, violencia y muerte en sus países. Venezuela es el ejemplo más destacable por la pésima situación a la que han conducido a esa nación, pero los gobiernos de Ecuador, Argentina o Bolivia están lamentablemente  en manos de totalitarios e intolerantes.
Santa Cruz de la Sierra, 12/01/15

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lunes, 12 de enero de 2015

La moralidad de la lucha contra la desigualdad

Javier Paz García
Los seres humanos en general deseamos el bien a otras personas, conocidas y desconocidas, y sentimos compasión ante el sufrimiento ajeno. La pobreza material, al ser una causa de sufrimiento, nos produce tristeza y compasión. Ayudar a las viudas, los huérfanos, los minusválidos y los pobres es un precepto que podemos encontrar en casi todas las religiones y las civilizaciones del mundo y apela a nuestro sentido de humanidad, de comunidad y de fraternidad. Por ello, las acciones de los gobiernos y de los individuos para paliar y reducir la pobreza, aunque muchas veces son contraproducentes y por ello criticables desde un punto de vista práctico, tienen al menos un sustento moral.
No sucede lo mismo con la desigualdad, o mejor dicho con la lucha contra la desigualdad. La moralidad de la lucha contra la pobreza se sustenta en la compasión, la misericordia, el deseo paliar los sufrimientos humanos. En cambio la lucha contra la desigualdad, que en otras palabras es la lucha por la igualdad se fundamenta en una visión egoísta, mezquina y envidiosa de que es malo que unos tengan más que otros. Y es que quienes luchan contra la desigualdad no se alegran de que en términos relativos en el planeta cada vez hayan menos pobres, lo cual es indiscutible, sino que les molesta que hayan cada vez más ricos. Para ellos el problema no es la pobreza, sino la riqueza. En general alimentan sentimientos de envidia, insinuando que los ricos son ricos porque explotan a los pobres, que los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres, y cosas por el estilo. Prefieren una sociedad donde todos sean igualmente pobres a una donde algunos sean inmensamente ricos, aunque exista menos pobreza. La idea, repetida en mil formas de que es una barbaridad que alguien sea tan rico, o tenga tales vehículos o haga una fiesta tan fastuosa, habiendo tanta pobreza, es simplemente una epifanía de la envidia.
Para dar un ejemplo, recientemente leí en un periódico que “la desigualdad aumentó en el país, a pesar de que la pobreza disminuyó”. Y claro, la idea de quien escribió semejante tontería es que si aumenta la desigualdad, entonces ¡algo debe andar mal!, aunque hayan menos pobres. Y el problema de enfocarse en la desigualdad, es que a menudo olvidamos el verdadero problema que es la pobreza. Y como consecuencia se elaboran políticas que en aras de reducir la desigualdad, producen más pobreza.
Santa Cruz de la Sierra, 03/01/15
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viernes, 2 de enero de 2015

La tontería de la desigualdad

Javier Paz García
Considero un exceso la atención que la prensa y los propios economistas otorgan a la desigualdad. Dicha atención es tal vez una herencia del marxismo, pero evidencia una falta de conocimiento sobre el desarrollo económico. Que un periodista, un cura o un ingeniero no sepan de economía, no tiene nada de anormal, pero que tantos economistas, que además dicen procurar el desarrollo económico, no sepan de economía, sí que es sorprendente y preocupante. Y es que tal vez la desigualdad debe ser un motivo de estudio para politólogos, políticos y sociólogos, pero muchísimo menos para economistas.
Para ver por qué, imaginemos dos agricultores independientes que en el año 1 comienzan con un capital de 1 dólar cada uno y en el año 2 tienen un capital de 2 y 3 dólares respectivamente. De haber total igualdad pasamos a un estado de desigualdad. ¿Alguien puede decir que es mejor la situación de los agricultores en el año 1? Ahora supongamos que hasta el décimo año han acumulado capitales de 50 dólares y 4 dólares respectivamente. La desigualdad es aun mayor, pero la situación de ambos sigue siendo mejor que en los años 1 y 2. Puede que un agricultor sea más trabajador que otro, o que uno haya ahorrado más que otro, o que el clima y el terreno de uno de ellos sea más propicio. En todas estas situaciones, la desigualdad no es una causa, sino una consecuencia y en ningún caso debe ser considerado un problema.
La historia de la humanidad es similar al ejemplo de los agricultores. Durante casi toda nuestra existencia como especie, hemos vivido en la pobreza y la igualdad. El capitalismo y la innovación tecnológica han permito una mejora de las condiciones de vida de casi todos los seres humanos, y también el enriquecimiento extraordinario de muchos de ellos, lo cual ha aumentado la desigualdad. Dejando la envidia a un lado, ¿por qué es esto un problema? El estribillo de que los pobres son cada vez más pobres y los ricos más ricos es factualmente falso. Un obrero canadiense tiene acceso a servicios de agua, salubridad, alimentos, electricidad y entretenimientos que un príncipe del medioevo envidiaría.
De hecho si analizamos las sociedades actuales, podemos ver que las peores condiciones de vida se encuentran entre los países que rechazan el capitalismo y persiguen políticas igualitarias. En vista de la evidencia, deberíamos considerar como una calamidad que un político o un país busquen mayor igualdad.
Santa Cruz de la Sierra, 29/12/14
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