Javier
Paz García
Los
seres humanos por naturaleza tenemos un doble estándar. Uno para nosotros, y
otro para los demás. Protestamos airadamente cuando alguien se estaciona en
doble fila y entorpece el tráfico o peor aun, nos impide salir con nuestro
vehículo, reclamamos por la suciedad en las calles, nos molesta que el micro
cruce el semáforo en rojo y nos ofende que un millonario evada impuestos, pero
nosotros no tenemos tanto reparo en estacionarnos en doble fila, botar un papelito
en la calle porque ya está sucia, cruzar el semáforo cuando recién se puso
rojo, ni en comprar sin factura. Creo que todos los seres humanos en algún
grado pecamos de incoherentes en beneficio propio.
En
nuestro relacionamiento con el Estado sucede lo mismo. El productor de caña
quiere que el Estado le otorgue créditos subvencionados y le garantice cierto
precio mínimo a su azúcar, pero no quiere pagar los impuestos que implicarían
seguir esa política con todos los productos de una canasta básica; el consumidor
de azúcar quiere que el Estado le garantice un precio máximo, pero si ese
consumidor es un taxista no quiere que el Estado le diga a cuánto debe vender
una carrera, si es médico a cuanto debe cobrar una consulta, si es productor de
tomates a cuanto debe vender sus tomates, etc. Los gremios empresariales
quieren que el Estado les subvencione el diésel, créditos y los ayude en épocas
de crisis, pero se molestan si se cortan las exportaciones, se regulan los precios,
se aumenta el salario o se decreta un doble aguinaldo. Los manufactureros de
textiles quieren que se prohíba la importación de ropa pero no reclaman si se
permite la importación de trigo. Y así podemos continuar ilustrando cómo
queremos que el Estado nos provea a un precio reducido aquello que no
producimos y nos compre a un precio beneficioso aquello que producimos; cómo
queremos ayudas e incentivos para nosotros y regulación y control para todos
los demás. Esta incoherencia que en última instancia es un acto de inmoralidad
conlleva a elegir políticos, no de acuerdo a sus características de honestidad,
probidad y capacidad (si es que algún político las tuviera), sino a los
intereses que tal o cuál político defenderá. La consecuencia lógica es que los
políticos exitosos serán aquellos que plasmen los deseos de los grupos de
interés más numerosos y mejor organizados, lo que finalmente produce populistas
como Hugo Chávez, Lula da Silva o Evo Morales.
Santa Cruz de la Sierra, 07/11/14
http://javierpaz01.blogspot.com/
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