Javier
Paz García
Uno
de los fenómenos sociales más destacables de los siglos XX y XXI es la
decadencia del fervor religioso en el mundo occidental. No voy a elaborar sobre
los aspectos positivos de este fenómeno, sino sobre los que a mi parecer son
negativos.
Uno
de los hechos más trágicos de la existencia es su temporalidad. Nuestra vida en
la tierra tiene como consecuencia ineludible la muerte y ante esta perspectiva
es difícil encontrar un sentido trascendental a nuestra existencia. Es entonces
difícil no caer en el hedonismo, el egoísmo e incluso el desprecio por el
prójimo. Ser ateo o agnóstico no es sinónimo de ser malvado o inmoral, pero
llegar a tener respeto por la vida ajena, practicar valores como la honestidad,
la búsqueda de la verdad, la generosidad, el amor al prójimo, y encontrarle
sentido a la vida propia sin creer en la existencia de un dios y una vida
posterior no es fácil y es algo que requiere de mucha meditación, espíritu
crítico e incluso mucho estudio; es decir, requiere de una vocación filosófica
poco común en las personas.
La
religión cumple un rol fundamental para la mayoría de la gente porque, al
prometernos la existencia de un Dios y una vida eterna, da sentido a la
existencia e impone un código ético que permite la convivencia pacífica entre
los seres humanos (aunque muchas guerras han tenido origen religioso). Además
la religión ayuda a sobrellevar el sufrimiento y la injusticia, porque es más tolerable
pensar que los miles de niños que mueren de hambre en el mundo, las personas
que sufren abusos y los que viven en la pobreza serán recompensados, mientras
que los asesinos, ladrones, tiranos y abusivos serán castigados; es más reconfortante
pensar que un ser querido que murió, en realidad no murió; y es indignante
pensar que un maleante pueda tener una vida larga y placentera, mientras que
tantos inocentes sufren y perecen injustamente. La creencia en Dios, en la
justicia divina y en la vida eterna resuelve, aunque sea psicológicamente, estas
situaciones.
Una
de las tragedias de nuestra época es la pérdida de la religiosidad, pero sin la
necesaria reflexión interior que reemplace a la ética religiosa. La
consecuencia son un incremento de la criminalidad, desprecio por la vida ajena,
más divorcios y familias disfuncionales, crisis personales, depresiones y
suicidios o la búsqueda de fama, riqueza poder y placer como mayores objetivos
de vida.
El
mundo occidental satisface mejor que nunca las necesidades materiales pero sus
habitantes cada vez se sienten más perdidos, solos y vacíos.
Santa Cruz de la Sierra, 17/08/14
http://javierpaz01.blogspot.com/
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