Javier Paz
García
Brasil
está viviendo una ola de protestas generalizadas de la población que exige
mejores servicios públicos a un menor precio, menos corrupción y una
priorización del gasto público.
El
caso sirve para ilustrar algunos de los problemas de un Estado de bienestar. El
Estado de bienestar es un híbrido entre libre mercado y socialismo, donde
existe la propiedad y la actividad privada combinada con altos impuestos y un
Estado que redistribuye recursos e interviene fuertemente en la economía.
Nunca, ningún político va a anunciar que sus acciones benefician a una minoría
en perjuicio de la mayoría de la población y que además generan subdesarrollo y
pobreza crónicos. Los políticos brasileños no son la excepción en este sentido,
pero sus políticas hacen precisamente esto. El proteccionismo brasileño, bajo
el argumento de proteger la industria nacional y las fuentes de trabajo,
encarece los productos y reduce las opciones a millones de ciudadanos que se
ven privados de comprar productos extranjeros de mejor calidad a menor precio.
Esta restricción significa un mayor costo de vida para millones de brasileños.
Los beneficiados son poderosos empresarios vinculados a los partidos políticos
que pagan para mantener esos privilegios.
Los
elevados impuestos son utilizados para subvencionar ciertos servicios como
salud, educación y transporte. El casi monopolio del Estado en la otorgación de
estos servicios ocasiona lo que ocasionan todos los monopolios: un servicio
caro y de mala calidad. Por supuesto, la gente podrá creer que el servicio no
es caro y que incluso es gratis, porque no se da cuenta que ese servicio lo
pagan ellos mismos a través de sus impuestos.
La
corrupción existe en todo sistema político, pero un Estado de bienestar como el
brasileño, como sus presupuestos inflados, con sus grandes programas sociales,
con sus medidas proteccionistas listas para beneficiar a tal o cual empresario,
es idóneo para magnificar el problema. La solución habitual a la corrupción es cambiar
a una pandilla de corruptos del partido de turno, por una nueva pandilla de
corruptos perteneciente a otro partido político. Pocos entienden que mientras
no se modifiquen los incentivos perversos del sistema político, la corrupción
no puede disminuir.
Brasil,
al igual que el resto de Latinoamérica, vive una bonanza gracias a los precios
internacionales de las materias primas. A medida que esos precios se
estabilicen o caigan, el barco empezará a hacer aguas.
Santa Cruz de la
Sierra, 23/06/13
http://javierpaz01.blogspot.com/