Javier Paz
García
Uno
escucha con cierta frecuencia la analogía del presidente como padre y al resto
de los ciudadanos como los hijos a los que tiene él que cuidar.
La
relación padre-hijo implica poder y posesión. El padre, por lo menos hasta
cierta edad, es dueño y responsable absoluto del hijo. Un padre ordena a su hijo
qué comer, cuándo dormir, estudiar y divertirse, cuáles programas de televisión
mirar, etc. El padre tiene potestad sobre el hijo y le inculca sus valores.
Además el padre manda y el hijo obedece.
La
relación padre-hijo no es análoga a la de presidente-ciudadanos. No es, ni debe
ser la potestad del presidente decirnos que programas de televisión mirar o que
valores morales adoptar. El balance de poder no es el mismo. Mientras un padre
tiene tuición casi absoluta sobre sus hijos, la cual solo puede ser revocada en
casos extremos de abuso y abandono, el presidente no tiene tal tuición sobre el
resto de los ciudadanos (con la excepción de las dictaduras).
La
noción de que el presidente es como un padre de los ciudadanos es peligrosa por
dos motivos. El primero porque implica que el presidente tiene poderes casi
absolutos, como lo tiene un padre con su hijo. Y la historia es por demás de
contundente con respecto a los abusos que cometen los gobernantes que acumulan
tal poder. El segundo motivo es que incentiva al ciudadano a convertirse en
irresponsable y dependiente del Estado. Hacer del presidente un padre, implica
equiparar a ciudadanos adultos con niños. Implica que miles de personas adultas
no tienen la capacidad de pensar, de razonar y decidir lo que está bien o mal y
que necesitan de un quien los guíe. Por supuesto para quienes quieren vivir a
costas del Estado, esta situación de sentirse hijos es conveniente (que el papá
Estado les dé de comer sin trabajar (o trabajando para el Estado que muchas
veces es lo mismo)). Sin embargo la mayoría de los ciudadanos nos valemos por
nosotros mismos y no aceptamos que el Estado nos trate como niños ni se
atribuya funciones que no le pertenecen.
Más
adecuado es comparar al presidente con un gerente de empresa. El gerente no
manda sobre los dueños de la empresa, sino que al contrario, debe rendirles
cuentas. El gerente tiene la potestad para decidir sobre ciertos asuntos de la
empresa, pero enmarcándose en las normas internas, así como un presidente no
puede estar por encima de la constitución y las leyes. Por último un gerente
toma decisiones en nombre de los propietarios, pero solo en aquellos aspectos
en los que los propietarios se lo permiten. Esos aspectos se enmarcan en el
manejo de la empresa y no van más allá: un gerente no les ordena a los
propietarios cómo deben vestirse, qué hacer con sus utilidades o qué hacer en
sus momentos de ocio. De la misma manera los dueños del país y del Estado somos
todos los ciudadanos. Como dueños delegamos ciertas funciones a los políticos y
los elegimos mediante elecciones: los hacemos gerentes de nuestro país.
Entender
que el rol de un presidente se asemeja más al de un gerente que al de un padre
es vital para entender hasta donde deben llegar los límites de su poder.
Santa Cruz de la
Sierra, 05/01/12
http://javierpaz01.blogspot.com/
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