Javier Paz García
El ser humano por naturaleza busca vivir en sociedad, es decir convivir e interactuar con miles de personas conocidas y desconocidas. Para que esta convivencia sea pacífica, armoniosa y beneficiosa, es necesario que los miembros de la sociedad acuerden y cumplan ciertas normas mínimas de convivencia y respeten la vida y la propiedad ajena. Recalco que las normas de convivencias deben ser mínimas. ¿Por qué? Imaginemos el caso opuesto. Imaginemos que las normas de una sociedad se elaboran de acuerdo a lo que cada miembro considera correcto, justo o necesario. Imaginemos que cada individuo tiene derecho en esta sociedad hipotética, a prohibir lo que considera desagradable o inapropiado. En este caso, habrá alguien que considere necesario prohibir el homosexualismo. Otro dirá que las mujeres deben andar con burka y encerradas en la cocina. Habrá quien considere que los autos deportivos son un insulto a la pobreza y propondrá su prohibición. Una mujer que no le gusta que su marido se pase los domingos mirando fútbol en la tele podría proponer que el domingo los canales obligatoriamente tengan que pasar 24 horas de música clásica. Algún puritano razonará que las novelas corrompen a la sociedad y también hay que prohibirlas. Los abstemios propondrán que se prohíba el consumo de bebidas alcohólicas; los mormones el consumo de café. Con seguridad estarán prohibidos el boxeo, el automovilismo porque alguien los consideró muy peligrosos; el ajedrez porque otro pensó que es una pérdida de tiempo. No habrá desfiles de modelos ni propagandas provocadoras. No faltará uno que prohíba la música en inglés por ser capitalista y antirrevolucionaria y otro que prohíba a Silvio Rodríguez y Mercedes Sosa por considerarlos anticapitalistas y revolucionarios. La lista de libros prohibidos será abundante, la libertad de opinión y de acción será escasa. Un cristiano prohibirá que se nombre a Darwin en los colegios y un ateo que se nombre a Dios.
Es evidente que una sociedad así sería insoportable para todos. La imposición de pensamiento de un sector de la sociedad genera el rechazo de otros sectores. El intento de imponerse sobre otros es la marca de la barbarie; la capacidad de convivencia entre quienes piensan diferente es la marca característica de la civilización y el progreso. Por ello, para construir una sociedad pacífica, es necesario que sus miembros practiquen la tolerancia; que cada uno, antes de pensar en prohibir aquello que le desagrada, se pregunte si tiene el derecho a restringir la libertad de otro ser humano. Practicar la tolerancia consiste precisamente en convivir con aspectos desagradables de otros seres humanos.
Aprender a aceptar a otros es también una manera de evitar los totalitarismos y proteger la libertad individual. Aquellos que predican la intolerancia, cercenan la libertad de otros… eventualmente pueden terminar atentando contra su propia libertad.
Santa Cruz de la Sierra, 12/11/10
http://javierpaz01.blogspot.com
sábado, 13 de noviembre de 2010
La tolerancia: fundamento de una sociedad libre y pacífica
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