Javier Paz García
Durante buena parte de mi época de colegio, antes del primer día de clases, mi madre nos paraba a su lado a todos sus hijos y nos daba un sermón que año tras año era más o menos similar: ser educado con los profesores, prestar atención en clase, hacer las tareas, no robar, hacernos respetar, ser respetuoso con nuestros compañeros y sobre todo ser respetuoso con nuestras compañeras. Entre las cosas que tengo que agradecerle a mi madre están esos constantes sermones; su preocupación de que no salga desabrigado durante un surazo o mal vestido para una fiesta; que coma verduras; que no fume; la trascendental conversación en la que me convenció de que me vaya a estudiar al exterior, y el tremendo sacrificio económico y familiar que esa decisión implicó.
También tengo que agradecer a mis abuelas, tías e incluso desconocidas por las muchas veces en que me han tratado como un hijo. Por ejemplo me acuerdo que mi aya gozaba de vernos comer “reponchada” (así le llamábamos a todos los dulces y ñañacas que ella siempre tenía disponible para sus nietos); mi otra abuela nos pelaba naranjas incesantemente dándonos la opción de que el hueco de la naranja sea plano o cónico (un hueco cónico permitía que se acumule el jugo al exprimir la naranja, por lo tanto era mi preferido); Cuando era chico mi tía Ceci jugaba conmigo a nombrar las capitales del mundo y tal vez de esa manera despertó mi curiosidad y deseos de viajar. Mi tía Ini es una santa por llevar turbas de muchachos, propios y ajenos, a su estancia, estando atenta a si ya comimos, si tenemos protector solar, si no nos estamos alejando mucho de la playa, etc, etc. Mi tía Teresita no me trató cuando me comí ocho donuts de un saque. O Eda quien sin conocerme me hospedó un par de semanas en su casa y me trató como a un hijo durante mi estadía en Italia.
El amor y la preocupación de una madre por sus hijos van más allá de toda lógica. No tiene sentido tratar de explicarlos. Lo único que uno como beneficiario puede hacer es recibirlo, aprovecharlo y agradecerlo. Por ello a mi mami, a mis madres y a todas las madres les agradezco de todo corazón.
Solo les tengo una pregunta: ¿Quién inventó esa frase desgraciada, copiada, usada y abusada por todas las madres del mundo que dice: “!mientras vivás bajo este techo la que manda soy yo!”?
La Paz, 22/05/08