Javier Paz García
La crisis que vive Bolivia se debe la pobreza, la corrupción y la exclusión. Para muchos bolivianos estos males fueron causados por un sistema político en manos de élites corruptas.
Por ello el pueblo quería un cambio y Evo, siendo hijo de mineros relocalizados, cocalero, indígena, conocedor de la pobreza, sin vínculos con el sistema político, denunciante de la corrupción, representaba ese cambio.
Evo era la opción de rechazo a los políticos tradicionales. Evo era alguien a quien no se le podía tildar de ladrón ni corrupto. Evo hablaba de cambio, de dignidad, de soberanía, de inclusión, de bienestar para todos… y todos o casi todos le creyeron y ganó de forma apabullante.
Pero el cambio resultó siendo solo un mito, el mito del cambio. La corrupción no ha sido combatida, la situación económica no mejora, la soberanía pasó a manos venezolanas, la convulsión social ha aumentado y para la mayoría de la gente casi todo sigue igual o peor.
Pero donde más se evidencia la total ausencia de cambio es en el intento de centralizar el poder y rechazar las autonomías. Quien haya leído el Plan Nacional de Desarrollo y la constitución del MAS puede constatar que el principio y el fin de todo es el Estado Central, que la solución a todos los problemas es más centralismo y que el Estado Central debe convertirse en el principal actor económico, político y social. Ese es el cambio que pretende Evo Morales. Tales medidas no representan un verdadero cambio, son apenas una reiteración de la historia. Porque la historia de Bolivia no ha sido más que eso, el intento de quienes llegaron al poder de centralizarlo en sus manos y prolongarse en él por el mayor tiempo posible. Lo que Evo Morales quiere hacer ya lo hicieron Belzu, Melgarejo, Salamanca, Paz Estensoro, Barrientos, Banzer, Siles Suazo, Sanchez de Lozada, Mesa, etc. Todos ellos concentraron el poder, todos se crispaban ante iniciativas de descentralización, vivieron del populismo, la demagogia, la desinformación, inventando fantasmas y enemigos a quienes culpar de su propia ineficacia.
Evo Morales no es muy diferente de un Banzer que según confesión propia prefería la lealtad por sobre la capacidad, no es diferente de un Sanchez de Lozada que juraba que nunca permitiría las autonomías, o de un Mesa que llegó a tales niveles de demagogia y desdoblamiento que el título de “dos caras” le queda corto. Y su plan de gobierno puede resumirse en una palabra: centralismo. Evo Morales quiere más centralismo, más poder a su disposición. No hay absolutamente nada de nuevo en eso, absolutamente nada de revolucionario.
Verdaderamente nuevo y revolucionario hubiera sido que Evo haya apostado por las autonomías, porque éstas sí representan un cambio, sí representan algo que nunca se ha intentado en Bolivia. Desafortunadamente para el país, no lo hizo y más bien se convirtió en su mayor opositor, dando señales claras que quiere más de lo mismo. Evo Morales no es el cambio, es simplemente, como ya lo fueron otros, el mito del cambio.
Santa Cruz de la Sierra, 26/12/2007
El Deber, 08/01/08
viernes, 28 de diciembre de 2007
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