Javier Paz García
El año 2003 tuve la suerte de asistir a una charla auspiciada por la Universidad de Arkansas donde los conferencistas eran Benazir Bhutto y Ehud Barak, ambos ex primeros ministros de Pakistán e Israel respectivamente.
En esa ocasión la señora Bhutto nos contó de su lucha por restaurar la democracia en su país, de lo importante que es la democracia para aplacar y combatir los extremismos, nos platicó también sobre su cultura, sobre el islamismo moderado, pacífico, sobre la verdadera fe musulmana que desafortunadamente se ve estigmatizada por algunos grupos fundamentalistas. Conversó con Ehud Barak sobre los problemas que ambas naciones enfrentan, la lucha contra el terrorismo, la necesidad de buscar la paz y el diálogo entre el mundo islámico y el mundo hebreo y sobre sus experiencias dirigiendo sus respectivas naciones.
No pude haberme llevado una mejor impresión de la señora Bhutto. Mujer apacible, bien articulada, coherente, sensata, inteligente, determinada, energética; son algunos de los adjetivos que la describen. Fue en aquella charla que yo conocí a Benazir Bhutto y la nobleza de su lucha me convirtió en un admirador suyo.
Benazir Bhutto era una verdadera demócrata, una verdadera luchadora de la libertad. No existía el odio ni el resentimiento en su discurso. Su padre había sido asesinado por la dictadura, ella misma encarcelada, exiliada y víctima de atentados contra su vida y sin embargo ella no buscaba venganza en Pakistán, buscaba democracia, libertad, paz y bienestar para todos sus compatriotas. Fue la primera mujer del mundo islámico en llegar a ser primera ministra, dando esperanzas a millones de mujeres musulmanas subyugadas por el machismo anacrónico. Creía en el Estado de Derecho, creía que las leyes deben estar por encima de las personas, pero que deben ser leyes que den libertad y no opresión. Creía que era posible la convivencia entre musulmanes y judíos, creía que el islamismo era compatible con la libertad, los derechos de la mujer y el progreso de las naciones. Creía en un futuro mejor para la humanidad. Escucharla era inspirador (lo fue para mí). Sus palabras eran una guía y un equilibrio en un mundo de extremos y polarizaciones. Su vida fue ejemplo de sacrificio y de lucha por causas ajenas, por principios abstractos y lejanos como ser la igualdad para millones de mujeres pakistaníes, como ser la democracia para su pueblo, como ser la libertad.
Vivió luchando por esos principios y murió por ellos. Nos queda esperar que su lucha no sea en vano, que otros tomen su posta y sigan su ejemplo. Mis condolencias al pueblo pakistaní por esta gran pérdida.
Santa Cruz de la Sierra, 27/12/07
El Deber, 01/01/08
jueves, 27 de diciembre de 2007
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