Javier
Paz García
Hará
unos 20 años leí Crimen y Castigo de
Fedor Dostoievski. De aquella lectura me impactó la despreocupación del
personaje Rodión Románovich Raskólnikov por los bienes materiales. La novela me
hizo reflexionar que no importa cuanta ropa tenga, siempre la tendré en exceso,
que mientras menos tiempo pierda comprando ropa, o pensando si tal camisa se ve
mejor con aquel pantalón, más tiempo gano en hacer cosas que de verdad me
gustan.
Hace
unos días terminé de leer la novela por segunda vez y quedé impresionado por lo
poco que recordaba de ella. Más allá de que hubo un crimen, un castigo y una
redención, mi olvido llegaba a tal punto que ni siquiera tenía en mente a Sonia
Semiónovna, el personaje redentor de la historia. Por eso admiro a las personas
que parecen recordarlo todo, como un tío apasionado por la historia y un amigo,
abogado, radialista, filósofo que puede hacer una reseña biográfica detallada
de algún personaje famoso sin mirar un papel. Fuera de estos Funes de la
realidad, los demás mortales tenemos el consuelo de que al olvidar uno vuelve a
leer las cosas como si fuera la primera vez, con la expectación de no saber lo
que viene.
Pero
volviendo al título de esta nota, la segunda lectura de la novela me llevó a
plantearme que la pobreza de Raskólnikov no consistía en no poseer bienes
materiales; tampoco radicaba en su patética justificación de que el crimen que
cometió era de algún modo por el bien de la humanidad, o sería compensado por
las grandes cosas que haría en el futuro, argumento bastante pueril usado por
los sátrapas de todos los tiempos. Creo que la pobreza de Raskólnikov radicaba
en la ausencia de amor, en una soledad vacía e insufrible. Hace tiempo vi una
noticia de una japonesa que se ganaba la vida transmitiendo en vivo mientras
comía, ya que mucho de sus compatriotas adultos viven solos y sintonizan su
canal para sentirse acompañados a la hora de comer; ¡qué triste patetismo!
Alcanzar
grandes logros profesionales, ganar mucho dinero, viajar o ser una celebridad
pueden ser una fuente de satisfacción… pero solo el amor da sentido a la vida
así como su ausencia puede enloquecer o deprimir al más exitoso de los hombres.
La pobreza de Raskólnikov es aquella contra la que luchamos todos los mortales,
la lucha existencial por encontrar el sentido a la vida (sentido trágico diría
Unamuno), la lucha por el amor.
Santa Cruz de la Sierra, 19/05/17
http://javierpaz01.blogspot.com/